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Joaquín Giannuzzi: «Soy un poeta estándar»

por Jorge Brega

Entrevista Jorge Brega

El 26 de enero se cumplieron 17 años del fallecimiento de Joaquín Giannuzzi (1924-2004), quien fuera amigo y asesor de nuestra revista. Lo evocamos aquí con una entrevista publicada en LM N° 18 (diciembre de 2001). Allí decíamos que la modestia de Giannuzzi (expresada en la cita del título del reportaje) era desmentida por la alta valoración de su labor poética, que entre otros reconocimientos había merecido el Premio Nacional de Poesía. Y en el homenaje que organizamos meses después de su muerte en la Casa de la Poesía Evaristo Carriego, otro gran poeta y amigo suyo, Leónidas Lamborghini, afirmaba en el mismo sentido: «La ironía, ese arte de decir una cosa apuntando a otra, le hacía afirmar a Giannuzzi que él era un poeta estándar. Seguramente, esta autocalificación descalificativa, dibujaba en su fuero interno una secreta sonrisa: la de poder extrañarse a sí mismo, la de verse en el personaje por él constituido. Porque él ya era uno de los poetas más importantes de nuestra lengua y un poeta universal a la altura de un Ungaretti, por ejemplo» (1).

A continuación, nuestra charla y algunos de sus poemas:


­­¿Qué significación personal tuvo para usted la publicación de sus obras completas por Emecé? (2)

–Por supuesto, la satisfacción del reconocimiento. Además me permitió tener una visión retrospectiva de mi vida. Un panorama de todo lo que hice que me permitió echar una ojeada sobre mi trabajo y de paso corregirlo, dado que con el paso del tiempo uno va agudizando su instrumento crítico y cuestionando la propia obra.

¿Y efectivamente corrigió algo?

–Sólo aquello que me pareció demasiado grueso. En definitiva, una vez publicado un poema es irremediable.

¿Cómo fue recibido el libro?

–La crítica fue favorable. Será porque no me peleo con nadie (ríe).

En su juventud usted cursó estudios de ingeniería. ¿Existe algún contacto entre aquella vocación y la precisión constructiva de sus poemas?

–Yo encontraba allí, en la matemática sobre todo, un ideal de perfección que no veía en otras actividades humanas. Me admiraba la construcción de sistemas perfectos. El sistema perfecto, en el orden científico o filosófico, es tranquilizador para la conciencia. Donde no hay una ley, uno se siente incómodo y hasta amedrentado. Pero no veo una relación con mi poesía.

Sin embargo, la admiración por un sistema perfecto podría relacionarse con su concepción del poema como un todo acabado.

­–Es posible que yo considere al poema como un objeto que tiende a la perfección. Qué se entiende por perfección es algo quizás subliminal, subjetivo. ¿Cómo podríamos reconocer un poema perfecto? Es como definir la poesía, todos sabemos lo que es, pero no podemos definirla. Cuando leemos un poema podemos tener la sospecha de que es perfecto, pero no podríamos decir por qué. Quizá podríamos hablar del ensamblado de las partes, de una construcción armónica… Pero incluso la poesía moderna rompe con las construcciones armónicas y tiende a la fragmentación. O a la deconstrucción, como se dice hoy. Para no hablar de la poesía experimental, que busca siempre nuevos códigos de comunicación.

¿Usted tuvo alguna vez algo que ver con lo experimental?

–No, soy un espíritu conservador (ríe). Intentarlo es una de mis ambiciones, pero ya es un poco tarde. Lo que busca toda vanguardia son nuevos métodos de comunicación y de escritura. Ya Ezra Pound decía “vengan con algo nuevo”.

Sin embargo, él tenía obsesión por…

–Por la tradición.

­–Y por la descripción precisa del objeto.

–Claro. Pero la forma tiene que ser nueva. Por eso uno de los reproches que le hace Rimbaud a Baudelaire, nada menos que a aquél al que algunos consideran el creador de la poesía moderna, es que siga apegado a las viejas formas. Rimbaud dice “la invención de nuevos mundos reclama nuevas formas”.

Traía lo de Pound porque usted también ha dicho que la prueba suprema es lograr el poema descriptivo puro.

–Tal vez haya sido arbitrario. Lo que quise decir es que un texto descriptivo es una gran prueba para un escritor. De ahí el famoso consejo que le da Flaubert a Maupassant cuando le dice “ponte delante de un árbol y descríbelo”. Para mí, expresar es describir, no interpretar. Sea que hablemos del mundo exterior, de la materia sensible, o del mundo interior. La poesía expresa, no interpreta. Tampoco se rige por pensamientos específicos. Puede haber una idea detrás del poema, pero no es la misión del poeta pensar sino expresar. De todos modos, quisiera decir que soy un poco renuente a teorizar sobre la poesía. No es que yo desprecie ese ejercicio, al contrario –hay grandes teóricos de la poesía a quienes admiro–, pero confieso que me produce una especie de angustia y hasta de fatiga física. Será por mi propia imposibilidad de aprehender la naturaleza de la poesía. Sin contar la imposibilidad de la palabra.

¿Contra esa imposibilidad lucha siempre el poeta?

–Exactamente, todo el tiempo está luchando. Y en algunos poetas se da de manera dramática. El caso más evidente es Vallejo.

¿Qué le importa más, que el poema alcance el corazón o la razón del lector?

­–Lo ideal para mí, mi propósito, es una oscilación o armonización entre ambos destinatarios. Suponiendo que la poesía sea una forma de conocimiento. Yo supongo que lo es, no en el sentido lato del término; es un nivel de la experiencia distinto al pensar convencional.

Su poesía tiene un notorio tono argentino y rasgos de un pensamiento nacional. ¿Usted se siente integrado a alguna corriente poética o tradición en este sentido?

–No. Incluso el proceso de desarrollo que siguió mi poesía tuvo distintas etapas. Hay una poesía adscripta a lo clásico donde no hay un compromiso visible. Por más que yo creo que el único compromiso que tiene el poeta es con la palabra. Más allá de eso, puede haber pensamientos direccionales que apunten a lo social, a lo lírico o a los grandes temas: el amor, Dios, el ser. Y la muerte: el arte de Occidente no es sino una larga queja contra la muerte. Como dice el verso de Baudelaire: “el ardiente sollozo que rueda a través de las edades”. Yo he oscilado entre todos esos planteos trascendentes, si se les puede llamar así. En cuanto al tono nacional, creo que todos los poetas lo tienen. Los poetas de cada uno de los países de habla española –para hablar sólo del español– tienen un acento particular; del que, por otra parte, no nos podemos librar.

Los temas que acaba de mencionar son indagados por su poesía a través de objetos y hechos cotidianos.

–Vivimos un mundo de particularidades. La poesía toma los datos inmediatos de la conciencia, del mundo de la cotidianidad, y construye imágenes sobre ese mundo exterior: el mundo de las cosas. Yo procuré seguir esa línea, llevar la poesía a las cosas. Y viceversa, llevar las cosas a la poesía. Existe también una tendencia de poesía demasiado abstracta. Cuando nos lean dentro de cincuenta años, si es que nos leen, dirán: “pero esta gente no vivía entre las cosas”. Sólo aparecen elaboraciones mentales. Claro que esto no implica que no se puedan escribir grandes poemas sin hacer mención de las cosas.

En sus poemas las cosas están muy enfocadas. Incluso se ha visto allí un gesto objetivista.  Un verso de su poema “El cristo de Mantegna” se refiere al pintor como “ese maniático del ojo realista”. ¿Se ve a sí mismo en esa definición?

–No. Esa es una visión que yo le atribuyo a Mantegna. Él pinta con fidelidad a la realidad sensible. Yo me definiría, con perdón de la modestia, como un realista obvio.

¿Por qué obvio?

–Porque en mi verso la elaboración de la imagen es poco sutil. De un realismo grueso. Ya he dicho que me considero un poeta estándar.

¿En qué sentido?

–En el de ser un poeta más. No sobresalgo, soy un poeta común. Es lo que pienso de mí poesía. Y es posible que muchos críticos piensen lo mismo y no lo digan (ríe).

«Los poetas de todos los tiempos
expresan el drama de la época»

Un elemento típico en sus poemas, además de los objetos cotidianos, es la referencia a situaciones muy propias de nuestra época, a menudo violentas.

–Los poetas de todos los tiempos expresan el drama de la época. Aunque casi nunca en forma explícita. A veces hay que leer en los intersticios del poema y ver lo que se está agitando. Para mí es una obsesión la impronta de la época en la poesía. Lo histórico, los valores de una época, determinan a veces las formas artísticas.

–¿El periodismo dejó alguna marca en su escritura poética?

–Lo he pensado, pero no. Tal vez algún tono periodístico, a veces. Puede hallarse más en la mira hacia el mundo. O en la elección de ciertos temas. Por ejemplo, en mí es casi obsesivo el tema del azar, del accidente, lo policial. Es decir, el drama de la discordia humana que revela diariamente el periodismo, pero eso no porque yo haya sido periodista.

¿La historia personal tiene que ver con el estilo?

–Diría que todo poema es autobiográfico. Casi siempre se habla desde el Yo. Aunque, insisto, no necesariamente en forma explícita. Personalmente, he intentado en el último período no hablar desde el Yo.  Pero por supuesto siempre están presentes las obsesiones, los valores éticos y estéticos, la impronta personal. No siempre me gusta relacionar vida y obra, pero evidentemente, cierta corriente crítica indaga la personalidad del autor a través de su obra, así como otra corriente estudia la relación entre época y obra. En mi caso, no creo que mi origen social haya determinado un estilo, tal vez sí un punto de vista de la realidad, una ideología.

¿Cómo llegó a la poesía?

–En los últimos años de la escuela primaria, cuando me dan como deber una composición, descubro el goce de la escritura. Ahí nace el impulso poético que no se detuvo hasta ahora. La poesía renueva permanentemente sus formas y parecería que tiene una fuente inagotable de recursos. Por eso yo defino a la poesía como una eterna juventud.

¿Puede mantener joven al poeta también?

–Supongo que sí. Al menos le da una razón para vivir, aunque parezca demasiado ambicioso. Yo en definitiva le doy una trascendencia casi cósmica. Lo adscribo a lo religioso. Uno reemplaza a Dios por la poesía en el corazón. Algunos ven en este planteo una idealización exagerada, pero yo lo siento así.

Discutible o no, subyace un cierto optimismo acerca de la práctica poética, que se contrapone al pesimismo que embarga a muchos de sus poemas.

–Justamente, yo me defino como un pesimista jovial. Quizá parezca una contradicción. Es una manera de exorcizar el pensamiento pesimista que proporciona la historia: en el pasado, el presente y, casi seguro, el futuro. La realidad siempre le da razón a los pesimistas, estadísticamente hablando. El espectáculo de la historia no es alentador respecto al destino del hombre. No quisiera caer en el lugar común de situar en el pasado una estación del paraíso, pero es evidente que se ha producido en el mundo una degradación de la energía espiritual, una especie de entropía que tiene como destino final el caos.

¿Tiene alguna expectativa parece que no en cuanto al futuro, en particular de nuestro país?

–Puedo decir que mantengo mis utopías. Más por desesperación que por convicción. No tengo esperanzas, aunque quizás sí expectativas.

Usted estuvo siempre vinculado a un movimiento popular como el peronismo. ¿Cree que se revitalizará, o que pueda ser reemplazado por otro movimiento?

–El peronismo no nace con Perón, ya sabemos que viene del fondo de la historia. Es lo que llamamos la corriente nacional, por oposición a la línea liberal. Son las dos grandes líneas históricas que llevaron a una larga guerra civil, que quizás subterráneamente prosigue. De manera que el peronismo tiene el porvenir asegurado (ríe). Incluso podría llegar a tener otro nombre. Es una corriente que tiene sus ideólogos y dirigentes históricos. Podríamos partir de San Martín y pasar por Dorrego, Rosas, Irigoyen, Perón…, esto ya se ha dicho, es un lugar común. Es la corriente subterránea del espíritu nacional. El rumor eterno del pueblo.


(1) Ver La Marea N° 30, pág. 37. También poemas y artículos sobre su obra en LM N° 5, LM N° 16, LM N° 22, LM N° 31 y LM N° 41.

(2) La pregunta refiere a Obra Poética (Emecé Editores, Buenos Aires, 2000). Los libros incluidos en esta edición, más los poemarios posteriores de Giannuzzi, fueron reunidos póstumamente en Poesía Completa (Biblioteca Sibila, Sevilla, España, 2009) y en Obra Completa, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014).


 

Cinco poemas de Joaquín Giannuzzi

A la sombra de una muchacha en sombras

A orillitas del camino, entre dos ceibos
el homenaje de un altar pequeño
tan delicado que parece ausente,
hueco entre cinco piedras
de fresca sombra húmeda,
flores del campo en latas de conserva
y corona de alambre y papel rosado
y cruz negra
y un nombre y una fecha ilegible.
Aquí yace Bonifacia Correa,
muerta a los 15 años
en manos de su dolor social
y en la plenitud de su carne atónita.
Que Dios y los serafines
le proporcionen al menos alimento
y no sólo maíz hervido.
La pobre Bonifacia,
hija de gente oscurecida por cegadas proteínas
que ahora abona los ceibos
y es perdurable nutrición
de las imposibles tierras celestiales.


La rama caída

Una ráfaga de viento ha quebrado
la rama del gladiolo bermejo.
Caída junto a la cerca de alambre
como un brazo vencido por una brusca fatiga.
En el vasto entorno, el paisaje atiende
a su propio verdor creado por la lluvia.
Ahora, la intensidad del sol
marchita el bermejo hacía un marrón reseco
y el tallo oscurece adherido a la tierra.
Muy vagamente sabemos por qué sucede esto ante nosotros
ebrios de identidad y permanencia:
unos pocos días consumarán la disolución
pero lenta es la muerte
en este final que olvidaremos.

 

La razzia

Una vez más el golpe de estado
lo puso contra una pared,
los brazos en alto y le abrieron las piernas
lo palparon de armas
a empujones lo subieron a un camión azul
donde había otros amontonados en la oscuridad.
El mundo más o menos explicable desapareció
el camión arrancó
cruzó espacio y tiempo desconocidos
hasta llegar a un lugar sin nombre
donde los descargaron a palos
así que ingresaron a un sitio cuadrado
entre paredes ciegas
allí quedaron tendidos y pisoteados
por figuras negras que vociferaban
como si quedara poco tiempo para todo
hasta que sonaron repetidas descargas de metralla
así que murió sin saber
hasta dónde podría haber soportado todo eso.

 

Crónica de la columna vertebral

Para levantar las pirámides
doscientos mil hombres, a lo largo
de tres generaciones, cargaron y arrastraron
millones de toneladas de piedra.
Dos imágenes de restos óseos
revelan el costo de las obras:
la columna vertebral de los obreros
aparece curvada en dos secciones,
muestra fisuras, bordes corroídos,
luxaciones, agobio eterno.
La de los faraones, sacerdotes y altos
funcionarios, se ven erguidas
y frescas como recién nacidas.
Después de 4000 años,
vértebra sobre vértebra, crujido a crujido,
el espinazo innumerable
sigue cargando el peso
del sueño y la podredumbre de los señores.

 

Mi hija se viste y sale

El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

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