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Las razones del 24 de marzo de 1976

por Jorge Brega

A 45 años del inicio de la última dictadura militar

Escriben Gloria Rodríguez y Cristina Mateu 

Con motivo de conmemorarse este año el 45° aniversario del golpe de estado de 1976, se reactualizan los debates sobre ese hecho nefasto. Los grandes medios falsean las razones que lo desencadenaron, así como las características de la dictadura y los motivos de su retirada. Este artículo* polemiza con las versiones predominantes.


 

En gran parte de las notas que los grandes medios dedican al golpe de Estado de 1976 aparece desdibujado, cuando no tergiversado, el objetivo por el cual las Fuerzas Armadas reasumieron el poder que habían cedido apenas tres años antes, jaqueadas por la lucha popular.

Las elecciones restrictivas de marzo de 1973 fueron ganadas por el peronismo, cuyo jefe máximo estuvo proscripto. Para volver al gobierno del que había sido desalojado por la fuerza en 1955, el general Perón aceptó ésta y otras imposiciones de la dictadura saliente, con la estrategia de convocar luego a nuevas elecciones. Y en septiembre del mismo año ganó los segundos comicios con el 60% de los votos. Comenzó entonces la cuenta regresiva de otro golpe de Estado.

Cuando el viejo líder asumió su tercera presidencia, dos grandes superpotencias mantenían una disputa encarnizada por el dominio mundial: los EEUU y la URSS. Dos décadas habían pasado desde la trágica restauración del capitalismo en la Unión Soviética. Lejos aún del sinceramiento que traería años después la Perestroika, Moscú mantenía la máscara de su palabrería “socialista”. Buscaba con ese engaño mantener la confianza de los movimientos de liberación nacional, e instrumentarlos en beneficio de su disputa imperialista. La “ayuda” interesada que denunció el Che en su discurso de Argel, no sólo especulaba con beneficios económicos, además aspiraba a ocupar el sitial de los viejos amos desplazados. Eso hizo también en nuestro país.

El nuevo gobierno peronista, a diferencia del carácter proterrateniente y proimperialista de la dictadura del general Lanusse, expresó intereses de burguesía nacional, asumió posiciones tercermundistas integrándose al grupo de países “No Alineados”, hizo ciertas concesiones laborales y salariales, y comenzó a tomar algunas medidas soberanas que golpearon a monopolios imperialistas, como la argentinización de la Siemens, la ITT y las bocas de expendio de combustibles (Esso, Shell, etc.), así como la revisión de la entrega del monopolio del aluminio (Aluar) concedida por Lanusse a la burguesía intermediaria de capitales rusos, cuyo representante máximo era José Ber Gelbard (justamente el 24 de marzo de 1976 se debía tratar en la Cámara de Diputados la anulación del convenio de Aluar). El nombramiento de Gelbard como Ministro de Economía había sido fruto de los acuerdos que posibilitaron las elecciones de marzo.1

En 1974, muerto Perón, asume la presidencia su esposa, la vicepresidenta María Estela Martínez, y se acrecienta la agresividad de los sectores golpistas de las clases dominantes. Estos eran expresión de varios imperialismos (particularmente yanquis y rusos) que disputaban entre sí por el dominio del país, tanto como disputaban por la hegemonía del golpe en el que coincidían y por el modo de llevarlo a cabo. Todos ellos tenían, a su vez, fuerzas propias dentro del gobierno, que lo minaban alentando enfrentamientos armados y asesinatos mutuos, particularmente entre la derecha lopezrreguista y Montoneros.

Los ataques criminales al campo popular y democrático perpetrados por la organización terrorista “Triple A”, desprestigiaban al gobierno de Isabel Perón y facilitaban los planes golpistas. Éstos, además, instrumentaban en su favor a los grupos armados que habían surgido durante la lucha antidictatorial y que ahora tomaban como blanco principal de su accionar no al golpismo fascista sino al gobierno constitucional. Este error fue común a un amplio sector de la izquierda, orientado por las concepciones revisionistas del marxismo generadas en la órbita soviética, que iban de la mano de los intereses de Moscú. En nuestro país, estos intereses coincidían con los que vendrían a defender (como antes Lanusse y Carcagno) los generales Videla y Viola, a quienes aquel sector de “izquierda” presentaba como caudillos del sector “democrático” (¡!) del Ejército.

La posición antigolpista del clasismo obrero (con René Salamanca a la cabeza desde Córdoba), del Partido Comunista Revolucionario, de organizaciones de la Izquierda Nacional, de sectores patrióticos y democráticos del peronismo2, no alcanzó para evitar el golpe.

Es verdad que el gobierno de Isabel Perón, corroído y desprestigiado por todo lo antedicho y por haber tomado medidas antipopulares como la gran devaluación decretada por el Ministro de Economía Celestino Rodrigo, había ido asumiendo posiciones antidemocráticas. Pero, si el golpe hubiera sido la mera continuación de ese gobierno, como plantearon y plantean muchos, la pregunta que surge es: ¿para qué cambiar a ese gobierno, si garantizaba el terror necesario para detener la lucha popular y del movimiento obrero? ¿Para qué fue necesaria la implacable represión que produjo la desaparición de 30.000 luchadores gremiales, estudiantiles, intelectuales, políticos…, la muerte, el exilo y la prisión de otros miles, si supuestamente ese camino ya estaba siendo asegurado por el gobierno peronista?

¿Por qué, si –como escribió Juan José Sebrelli en La Nación– el cambio económico determinante en la Argentina lo produjo la inflación del “Rodrigazo”, tuvo que ponerse a Martínez de Hoz al mando de la economía? ¿Qué garantizó el golpe, que no garantizaba el gobierno de Isabel Perón?

¿El golpe fue dado sólo por una cuestión de “eficacia” contra el caos? ¿A qué grupos económicos favoreció la dictadura que no satisfacía la política del gobierno constitucional? Creemos que antes de elaborar respuestas cuyo objetivo es minimizar los actos feroces del “Proceso”, que aún hoy siguen afectando a los argentinos, debemos plantearnos estas preguntas.

Para Sebrelli –quien expresó en forma tan condensada como burda la opinión de otros– con el golpe no hubo cambios relevantes: en lo económico, no hubo ningún giro; en lo represivo, se continuó la misma política; en lo ideológico sólo observa que… no hubo ideología. Eso sí, se encarga de justificar el poder de la dictadura en función del beneplácito que logró en la población.

Para intelectuales como Sebrelli, no existió una formidable campaña a favor del golpe de los principales diarios y canales de TV, como el grupo Clarín, La Nación, La Prensa, La Opinión3, que en ese contexto histórico posibilitaron la neutralización de grandes sectores de la población. Sebrelli pide la autocrítica de los intelectuales que apoyaron al “Proceso”, pero no la exige a los monopolios de la información, que perduran hoy posando de democráticos.

El golpe del ’76 vino a crear un modelo de país donde daba lo mismo “fabricar caramelos que acero” –como dijo Roberto Alemann siendo Ministro de Economía de la Junta–, a liquidar ramas enteras de la producción nacional, a ahogar en sangre al movimiento obrero al que veían con espanto organizado en “soviets de fábrica”, a eliminar a miles de luchadores contra el modelo oligárquico y dependiente en la Argentina, a convertir la deuda privada de empresas multinacionales en deuda pública.

¿No hubo resistencia a la dictadura del ‘76?

Respecto del golpe y la dictadura se ha ido forjando una historia oficial “progresista”. Instalada oficialmente bajo el gobierno de Alfonsín y continuada luego, esta “historia oficial” pone de cabeza los hechos. Condena formalmente al golpe, pero lo justifica como una inevitable puesta en orden del “caos” preexistente, cuando no una mera continuidad, apenas agravada, de la política anterior. Responsable de aquel caos y del propio golpe sería Isabel Perón, debido a su negativa a renunciar y a cederle la presidencia a Italo Luder (curiosamente, quien firmó en su breve interinato la orden de “aniquilar a la subversión”). Claro está, para esta historia, antes del golpe sólo existieron quienes “nunca imaginaron lo que vendría después”, ocultando por completo a los que resistieron el golpe y denunciaron que éste vendría a castigar al pueblo con sufrimientos infinitamente superiores, a entregar el país, a voltear las chimeneas y a barrer con la generación que luchaba desde el Cordobazo por una Argentina sin desigualdades sociales y libre de toda dependencia.

La “historia oficial” niega el papel de la lucha popular en la retirada final de la dictadura y atribuye ésta a la derrota en la guerra de las islas Malvinas. Oculta la resistencia obrera y popular iniciada el mismo 24 de Marzo, con las asambleas de fábrica que repudiaron el golpe y las huelgas posteriores.

En 1977 comienza la heroica lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, acompañadas por militantes, intelectuales, artistas y luchadores de los derechos humanos. En 1978, la dictadura afronta su primera gran derrota política al fracasar su intento de guerra fratricida con Chile, impedida por grandes movilizaciones populares y por la oposición del Vaticano. En 1979 se produce la primera huelga general de la CGT; en 1981 la segunda. En 1982, dos días antes de la recuperación de las Malvinas, hay una gran marcha de la CGT donde muere un obrero en las refriegas con la policía que duran horas. A las enormes manifestaciones patrióticas por Malvinas se suceden otras tantas en repudio a la rendición y a la conducción del conflicto. A fines de ese año se realiza la marcha de la Multipartidaria que colma la Plaza de Mayo exigiendo democracia. Es decir, el tiempo de descuento de la dictadura comenzó mucho antes de la guerra perdida. De allí los sucesivos cambios de presidentes del “Proceso” (Videla, Viola, Galtieri, Bignone).

Los intelectuales, artistas, periodistas, docentes desarrollaron su actividad opositora bajo formas que atendían a la necesidad de supervivencia, al igual que el conjunto de la sociedad. La resistencia cultural fue amplísima, diversa y muy poco difundida por los grandes medios, que en su mayoría apoyaron o conciliaron con el Poder. Sus manifestaciones más notorias, como Teatro Abierto o el Movimiento de Reconstrucción y Desarrollo de la Cultura Nacional, fueron corolario de una amplísima red que en los inicios se desplegó en la semiclandestinidad. En esa red jugaron un rol aglutinante las numerosas revistas culturales de la época, entre ellas, antecesoras de La Marea como Nudos en la Cultura Argentina y Síntomas en la Ciencia la Cultura y la Técnica.

¿Por qué cae la dictadura militar?

La “historia oficial” nos dice que la dictadura cayó sola, debido a la derrota de la Guerra de las Malvinas. Como si, debido a un “error”, los Menéndez, Camps, Harguindeguy, Galtieri, hundidos en el deshonor hubiesen optado por retirarse. La conclusión deseada es obvia: ¡Menos mal que perdimos la guerra contra los ingleses! No es nueva la actitud de muchos intelectuales argentinos que prefieren someterse a algún imperialismo “civilizado”.

No hay duda que una guerra en la que un país oprimido como la Argentina se enfrenta con un país opresor que mantiene ocupado parte de su territorio para liberarlo, es una guerra justa. El sentimiento patriótico de los argentinos respecto a las Islas Malvinas es histórico y profundo; la dictadura intentó utilizarlo para revertir el odio popular hacia ella y ganar un apoyo del que carecía (la algarabía del Mundial de Fútbol del ’78 pasó rápido y pronto sobrevino la crisis económica). Pero el riesgo era grande: como en las Invasiones Inglesas de 1806, el pueblo podía tomar en sus manos la lucha contra el invasor y defenestrar al poder dictatorial incapaz de alcanzar la victoria. Por eso la Junta se abstuvo de movilizar al pueblo contra los intereses de los británicos y sus aliados en todo el país (cuyas posesiones dejó intactas).

La dictadura del ‘76 cayó porque fracasó en lograr el sometimiento a su política económica y antidemocrática. Las clases dominantes debieron cambiar su proyecto político para no perder todo lo conquistado durante esos siete años, y propusieron una salida negociada: la impunidad a cambio de elecciones.

A casi cuatro décadas del fin del “Proceso” los argentinos seguimos luchando contra esa impunidad, por el castigo a todos los culpables, contra la entrega de nuestro patrimonio nacional, por el no pago de la deuda externa, contra el hambre y la desocupación de millones.


 

Notas:

* La versión original de este artículo fue publicada en La Marea N° 26.

1 Una semana después de asumir la presidencia, el 19 de octubre de 1973 Perón le escribe a su secretario Jorge Antonio, que permanecía en España: “¡Qué bien estábamos en Madrid cuando estábamos tan mal! Es lo que puedo decir de aquí. […] Yo tengo la obligación de unir a todos los argentinos, pero algunos insensatos no lo entienden y las ambiciones y puñeterías de los apresurados me llenan de amargura. […] Gelbard anda bien, pero lo tenemos muy controlado. López Rega, enloquecido, me crea cualquier cantidad de problemas; así le irá”.

2 En su artículo “De la Triple A al biodiesel. La derrota antes y después del 24 de marzo de 1976”, narra Jorge Rulli, ex dirigente de la Juventud Peronista: “Con un grupo de compañeros de hierro habíamos peleado nuestra identidad peronista a lo largo de los últimos años con denuedo y a todo riesgo, riesgos que en esa época no eran escasos, le pusimos el hombro al Gobierno popular, denunciamos las provocaciones y los atentados que provenían desde la izquierda y desde la derecha, trabajamos noche y día para levantar el Estado y generar nuevos empleos. (…) Éramos muchos los leales en aquel año 74 (…) La nuestra fue una pelea sin horizontes y a finales de ese año 1975, cuando ya era evidente que la Triple A parecía concertada con Firmenich, tal como bromeábamos entonces, con ese humor negro tan argentino, tan sin ilusiones, cuando la Triple A parecía concertada para limpiar la cancha de terceros, y asesinados el Pelado Ortega Peña, el Padre Mugica, Troxler y tantos otros que al igual que nosotros tratábamos de salvar el proceso institucional” (marzo de 2006).

3 Clarín, 25-3-76: “Aunque resultara innecesario justificar las motivaciones de la acción militar del 24 de Marzo –porque nada fue más evidente que la incapacidad del anterior gobierno para modificar el rumbo que nos conducía a todos al desastre– ha sido oportuno que el país escuchara las explicaciones de su nuevo presidente. Ellas ratificaron el hecho conocido de que las Fuerzas Armadas no han interrumpido el proceso que se venía desarrollando, sino cuando tuvieron el convencimiento de que se hallaban agotados todos los recursos susceptibles de operar la indispensable rectificación”.

La Nación, 25-3-76: “En la madrugada de ayer concluyó el desmoronamiento de un gobierno cuya única fortaleza consistía, en los últimos seis meses, en el empeño que para sostenerlo pusieron quienes no compartían sus propósitos. Nunca hubo en la Argentina un gobierno más sostenido por sus opositores. (…) Hubo, ciertamente, insensibilidad y obcecación en quien asumió en 1974 la presidencia de la República, así como la hubo en el grupo que guió sus pasos (…) ella se acrecentó con un intolerable lastre de corrupción, despilfarro, incompetencia e inseguridad colectiva (…) que incluye a todo el gobierno peronista a partir de mayo de 1973”.

La Opinión, 25-3-76: “Si los argentinos, como se advierte en todos los sectores –aun dentro del ex oficialismo–, agradecen al Gobierno Militar el haber puesto fin a un vasto caos que anunciaba la disolución del país, no menos cierto es que también le agradecen la sobriedad con que actúan.

“De una etapa de delirio, donde torpes y vanas figuras gritaban sus amenazas a voz en cuello, vivían en el desplante y la impunidad, o daban lecciones de moralidad exhibiendo sus encendedores o sus corbatas, la Argentina se abrió en pocos minutos a una etapa de serenidad de la cosa pública. Porque las nuevas autoridades demuestran un pudor, un recato tan beneficioso para ellos como para su relación con los gobernados”.

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