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Bases y puntos de partida para acabar con la cultura argentina

por Jorge Brega

Compartimos aquí un documento en defensa de la cultura argentina que nos ha hecho llegar Adolfo Colombres para su difusión, acompañado de las firmas de sus primeros adherentes.


 

En su Cuaderno de un retorno al país natal, acaso el mejor y más largo poema sobre el colonialismo producido en Nuestra América, el antillano Aimé Césaire escribe: “Y en medio de todo aquello yo digo ¡hurra!, mi abuelo se muere, yo digo ¡hurra!”, versos en los que cifra el final de una raza esclavizada que por falta de conciencia colabora con quienes vienen a terminar con ella. Y del mismo modo, en los albores de este año 2024 se alzan voces que dicen lo mismo, “¡Hurra!, al fin Argentina se acaba, corramos a repartirnos su cadáver, a vender todo lo que se pueda vender al precio que nos ofrezcan, y con prisa esta vez, antes de que se den cuenta esos trasnochados que aún creen en el mito de la patria, en esa bandera ancestral por la que miles de hombres descalzos dieron la vida, dejando viudas y huérfanos en sus chozas desoladas”. “Vaya romanticismo”, corea con desprecio el vocero oficial de los que mandan.

Muchos creyeron en su ingenuidad en este discurso redentor, casi bíblico, que anunciaba la destrucción de una casta que tenía al país de rodillas con sus especulaciones sin límite, pero no tardaron en comprobar que venían a todo lo contrario; o sea, a proporcionarle todas las herramientas que precisan para cumplir con sus mayores sueños, llevando al neoliberalismo a límites a los que ni siquiera las dictaduras militares se atrevieron, o fracasaron al intentarlo. Para conseguir tan exitosos resultados sin ensuciarse más de lo que ya están pusieron al frente de la empresa una mafia experta en demoliciones, la que en pocos días barrió con las esperanzas de quienes apuestan siempre al país, cualquiera sea su situación. Las armas de estos profesionales del desastre son conocidas: la mentira sistemática, el simulacro, una absoluta falta de ética que no respeta ni a sus propios seguidores, el espionaje, la extorsión, y finalmente clavar el cuchillo en la espalda de sus mismos seguidores y quienes les dieron su confianza. En su país de origen les recomendaron sus mayores no alimentar sentimiento alguno en el ámbito de las tareas que emprendan, pues ellos entorpecen los negocios. Así, para conjurar el ave negra de la piedad, declaran que se mueran todos los que tengan que morirse, de hambre o alguna de esas pestes que la Providencia generosamente manda para acabar con la gente que sobra y reclama ayuda. Toda mano negra, dicen las corporaciones que pagan sus buenos servicios, precisa de guantes blancos, y nosotros ya hicimos acopio de ellos.

Y les pidieron también a estos profesionales del desastre que se ocuparan especialmente de eso que llaman “cultura”, como ya les advirtió varias décadas atrás el maestro Goebbels, quien sacaba la pistola cada vez que escuchaba esta mala palabra, pues bien sabía ese iluminado por los dioses que en ella se sustenta la identidad, otra palabreja que se debe abolir si queremos vender todo lo público sin conmiseración, nuestro deporte preferido, pues nos permite desplegar al máximo nuestras destrezas comerciales. Bien saben ustedes, con la astucia y visión que les dio la Divina Providencia, que ya no hay valores, esos inventos del Demonio para atacar la esencia de nuestra Libertad, la que por suerte avanza arrasando toda resistencia, prueba de que la Razón siempre triunfa sobre las debilidades de los sentidos. Esos desgraciados que se nos oponen no se dieron aún cuenta que no hay ya valores, sino tan solo precios, y que todo habitante, lo admita o no, lo lleva prendido en la camisa con la sutileza de la marca, a la que ostentan como una divisa de poder, pagando por ella más de la cuenta, y en su fanatismo no faltan quienes se tatúan estos signos en su propia piel, algo que antes se reservaba a lo sagrado.

A tales juicios añaden que en este nuevo imperio de las mercancías los gestos patrióticos están de más, son cosa añeja, pues hoy no hay más lógica que la del mercado, la única que nos asigna un lugar en el mundo, por más que algunos terroristas argumenten que nos creemos individuos pero somos solo máquinas que recibimos y transmitimos mensajes codificados por las centrales de pensamientos permitidos, las que hasta nos proveen de una memoria sana, que elimina de cuajo toda huella profunda y dolorosa, y en especial de las que presumen ser parte de la Historia Nacional, ese armado mentiroso que alimenta los trasnochados cultos a la patria y la bandera, entonando himnos de mal gusto, a los que a veces tenemos que fingir que los conocemos y cantamos, moviendo incluso los labios para no despertar sospechas que nos cierren las puertas de sus arcas.

Dejando atrás estos arranques de humor negro, no caben dudas de que la cultura es para tal estamento encaramado al poder una enemiga declarada, a la que ya ataca con una violencia digna de mejores causas, por temor a sus armas secretas, que se esconden en la conciencia de sus adeptos, quienes hasta rechazan de plano los entretenimientos con los que intentan cooptarlos. Y como resulta fatigoso para ellos separar la paja del trigo, señalando lo que es cultura y lo que no, les declaran de frente la guerra y tiran al bulto, para que caiga quien caiga, sin lamentos ni finas exequias, pues no ven otra manera de quebrar la coraza de la identidad nacional, que se opone a nuestra libertad de rematar a este “país fracasado” e inaugurar un nuevo tiempo. 

Bien sabíamos ya que los vientos de la globalización rechazan toda incursión a lo profundo, pues en esos bajos fondos se abrevan y pertrechan quienes alzan los estandartes de la resistencia. Vemos hoy cómo se quiere borrar de un plumazo al Fondo Nacional de las Artes, al Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Nacional de la Música, la industria del cine y otros organismos que no solo son pilares de nuestra cultura y nos dan prestigio internacional, sino que aportan divisas y poco requieren del Estado. Prueba de este odio instintivo a la cultura, que malversa inclusos títulos de Alberdi (Bases y puntos de partida…), es que se deroga también la Ley 25.542, que busca defender a los pequeños libreros de la competencia desleal de las empresas del ramo, tarea en la que el Estado no debe invertir nada. Todo indica que el objetivo es cercenar el derecho a la cultura, que forma parte a nivel mundial de los derechos humanos. A su juicio, los artistas y libreros realizan una tarea subversiva, la que lejos de perseguir un lucro, quieren convertir a la gente común en ciudadanos con derechos, calidad reservada, como bien sabemos, a quienes la “democracia” les otorgó la potestad de matar con el hambre, y de ser preciso también con legales balas, a quienes alzan indebidamente el copete de la dignidad. Y como si fuera poco, esto se complementa con la quita de recursos a la CONABIP, una institución creada por Sarmiento, que hoy se ocupa de abastecer de libros a unas 1500 bibliotecas populares, con títulos que cada una de ellas elige, conforme a sus necesidades educativas.

Cabe destacar que la cultura argentina es una y pertenece a todos, y por lo tanto a todos corresponde cuidarla, cultivarla y enriquecerla. Vale más por sus obras que por las ideas que las inspiraron. Dichas obras pueden surgir tanto de sectores ilustrados como de los populares y los grupos indígenas, y todas merecen el mismo respeto, sin que importen mayormente las ideas del artista y sus militancias. Claro que todo acto de defensa de los valores comunes serán reconocidos, y en especial si el artista dio su vida por la causa que adoptó, No hay una cultura nacional de izquierda y otra de derecha: lo que todo lo bello y significativo que todos creamos pertenece a todos por igual, es nuestro patrimonio simbólico, por el que somos reconocidos. Por eso, destruir este legado es una forma de suicidio moral, de borrar nuestra historia e injuriar a la memoria de todos aquellos que nos dieron una identidad.  

Sin duda, se busca de este modo alcanzar la comercialización integral de la vida, que es la divisa del “tiempo feliz” que se nos propone. Los clubes deportivos deben por eso convertirse a su juicio en sociedades anónimas, al igual que este patético fantasma que llaman “República Argentina”, única forma en que se puede ofrecer a los accionistas que se hagan cargo de este ingrato trabajo una justa retribución, pues ello hasta puede dañar su tan cuidada honra. Y antes de irnos lo venderemos todo, pues de este modo el Amo del Norte, muy halagado por este servicio, nos pagará con la generosidad que lo caracteriza. Eso sí, como subsiste el peligro de de que esta gente que hoy nos halaga nos suelte la mano y niegue el valor de esta verdadera Revolución en la que estamos trabajando con tanto esmero, debemos cuidar nuestros bien habidos ingresos, enviando cada tanto nutridas remesas a una isla paradisíaca, para asegurarnos así un futuro relajado, con un mar turquesa y arenas blancas, donde siempre es verano y nunca pasa nada perturbador, salvo esas muchachas del paraíso que pasan ante nosotros con  su paso sensual.

Adolfo Colombres (escritor y teórico de la cultura y el arte).
Juan Sasturain (escritor y ex director de la Biblioteca Nacional Argentina).
Raúl Eugenio Zaffaroni (jurista, especializado en derechos humanos y pueblos originarios).
Luisa Valenzuela (escritora, por el Observatorio Centro Pen de Argentina).
Cecilia Hopkins (coreógrafa, bailarina, actriz y teórica de la danza y el teatro).
Leopoldo Castilla (poeta y operador cultural).

Buenos Aires, enero de 2024


 

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