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Elvio Romero, poemas

por Jorge Brega

Elvio Romero nació en 1926 en Yegros, Departamento de Caazapá, Paraguay. Debido a su militancia comunista fue perseguido y debió exiliarse a la Argentina en 1947. Muchos años después, con el derrocamiento de la dictadura de Alfredo Stroessner, pudo regresar a su país, aunque continuó residiendo en Argentina. Fue miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1991.

El novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias, premio Nobel de literatura en 1967, escribió sobre él: “Lo que caracteriza la poesía de Elvio Romero es su sabor a tierra , a madera, a agua, a sol, el rigor con que trata sus temas, no abandonándose ni un solo momento a la facilidad del verso, y el querer interpretar el drama de su país joyoso de naturaleza y triste de existencia, como muchos de nuestros países. Pocas voces americanas tan hondas y fieles al hombre y sus problemas, y por eso universal. (…) Por los intersticios de tanto prodigio como va cantando, se escapa el dolor de los pueblos, gemido y protesta, pero también esperanza y fe”.

Algunos títulos de su obra poética son Días roturados (1948), Resoles áridos (1950), Despiertan las fogatas (1953), El sol bajo las raíces (1956), Esta guitarra dura (1961), Un relámpago herido (1967), Destierro y atardecer (1975), El viejo fuego (1977), Flechas en un arco tendido (1994), Contra la vida quiueta (2003).

Falleció en Buenos Aires en 2004, siendo Agregado Cultural de la embajada paraguaya.

A continuación, reproducimos tres de sus poemas.


 

Allá

Debe, allá, estar lloviendo;
sin pausa estar lloviendo, lloviznando
en los bosques,
sobre las casas pobres, abotonándose
la noche y mesándose la barba envejecida
en los obrajes, allá lejos, lloviendo,
lloviznando en la noche.
Y habrá ya anochecido.
Siempre se me ha hecho tarde entre los tilos
serranos, a la hora de volver, anochecido,
allá lejos, cuando aún no sabía
que no fuera a volver, que se ha hecho tarde
lloviendo, anocheciendo.
En la noche, allá lejos, lloviznando.


Los ayoreos

Los ayoreos sueñan con sus bosques,
con la Tierra-sin-mal que está escondida
más allá del palmar y el horizonte,
con el collar de pluma de sus ritos,
con los misterios hondos de la noche.
(El hombre blanco ha impuesto
su ley en la comarca;
le desterré a sus dioses,
le arrebaté sus máscaras,
su alba de guacamayos,
sus confines de caza.)
Los ayoreos sueñan con sus bosques,
con la iguana que cruza las picadas
y el caimán que bosteza por los bordes
del gran río, en las siestas amarillas,
cuando el calor arrasa con los montes.
(El blanco le ha robado
el venado y la calma,
las antiguas creencias,
la luz antepasada,
la vincha de fulgores
y la vara de danzas.)
Los ayoreos sueñan con sus bosques,
con el panal de fuego del lucero;
descifran el lenguaje y los colores
de las aves que cruzan el desierto,
de las serpientes en los camalotes.
Mientras el blanco trama su emboscada,
los ayoreos sueñan con sus bosques.


Aguafuerte

Sujeto a palos en cruz,
un hombre, quieto,
sobre dos palos en cruz,
con sogas entre los huesos.
Y abajo el viento.
Acaso atada mi tierra
como un tamborón de cuero
sobre dos palos en cruz.
Y enfrente el viento.
¡Toda la patria en el suelo
sobre dos palos en cruz!
¡Y encima el viento!


 

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