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John Berger. El precioso trabajo de la escritura

por Jorge Brega

De A para X. Una historia en cartas

Escribe Mirta Caucia

De A para X fue escrito por Berger (Londres 1926-Antony, Francia 2017) a sus 81 años. Su escritura y su afinada mirada sedimentan en una obra que lleva lo particular a lo simbólico, y retrata en pocas y preciosas pinceladas la opresión, la resistencia y la lucha de los pueblos.


 

Una breve introducción nos informa que al abrirse el año anterior la nueva cárcel de alta seguridad en la ciudad iraquí de Suse, la antigua fue abandonada. Esto efectivamente sucedió en 2006, el copyright del libro es del 2008, y Berger seguramente lo escribió durante 2007. La vieja prisión estaba, al vaciarse, en manos estadounidenses y era famosa por la sistemática violación de los derechos humanos. Allí, en la celda 73, según la ficción que se empieza a pergeñar en esa introducción, se habrían encontrado cartas pertenecientes al último preso que la habitó. Organizadas por el “recuperador” Berger en tres paquetes, dan lugar a tres partes en el libro.

Hasta aquí, una descripción. Y el único dato certero de ubicación en tiempo y lugar. Lo que sigue es la construcción de un universo donde la literatura se manifiesta, una vez más, como vía de acceso a una capa más profunda de lo que llamamos real.

Las cartas son escritas por A’ida (A) para Xavier (X), un preso “acusado de fundar una red terrorista” y condenado a dos cadenas perpetuas. ¿Dónde sucedió esto? ¿En Palestina, en España, en Egipto, en Iraq…? ¿Cuándo? De A para X… tiene una cuádruple dedicatoria: tres a nombres imposibles de identificar; la cuarta, a Ghassan Kanafani, un escritor palestino cofundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina, asesinado en 1972 por el Mossad. Pero las cartas no están fechadas, y algunas anotaciones de X en ellas refieren a hechos actuales, del siglo XXI. El pueblo pobre y desamparado donde vive A’ida parece tierra palestina. Pero los nombres que se mencionan, que, se nos avisa, pueden no ser los reales de las personas aludidas, son propios de diferentes culturas; las ciudades que desfilan pertenecen a distintos continentes; hay palabras en español en el original en lengua inglesa, y en otros idiomas; se cocina y come platos tradicionales de distintas poblaciones.

La ambigüedad en la ubicación es el artificio que permite a la historia particular alcanzar un carácter simbólico: en A y en X se concentran otras miles de historias, y la de la lucha de los pueblos, a través del tiempo y de la geografía, contra la opresión.

Cartas de amor y esperanza

A’ida le escribe a su compañero y amado, y en sus cartas se enhebran hechos cotidianos, su pesar por la ausencia, y las aspiraciones que los aúna en la misma causa, del mismo lado. Sus cartas nos permiten conocer con simpleza quiénes son sus vecinos, los avatares de la vida diaria, la solidaridad entre ellos, su resistencia, pero también el grado de opresión en la tierra que habitan. Y dan cuenta de un entorno donde la maquinaria militar es una presencia constante, que vigila, impone y también mata.

La escritura de A’ida, que es una farmacéutica, es austera: nada sobra, nada se desperdicia en floripondios o adjetivaciones superfluas. Como en una fórmula química, cada palabra ocupa el lugar exacto en la composición del todo. Pero su lenguaje tiene la densidad de lo poético: condensa significación, remite al pensamiento a la vez que a la emoción. Pinta una realidad tanto íntima como social (John Berger fue, además de escritor, pintor). Bajo la apariencia simple de las cartas, el libro denota un precioso trabajo de escritura.

En A’ida y en Xavier se palpita la persistencia del amor, y una espera contra toda esperanza: la de una oportunidad de reunión fuera de las rejas que condenan a la separación, pero también una esperanza que va más allá de la situación personal que atraviesan. Hacia el final, la anotación de Xavier en una de las cartas consigna:

Cuando pienso hoy en lo que hacíamos hace veinte años, me sorprende la precariedad de nuestra situación entonces, una precariedad que, entregados como estábamos a nuestra lucha, desdeñábamos o no veíamos. Y, aunque parezca extraño, esto me tranquiliza con respecto a aquello contra lo que nos enfrentamos hoy, pues sugiere que en la precariedad reside nuestra fuerza.


 

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