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Poemas de María Teresa Andruetto

por Jorge Brega

María Teresa Andruetto nació en Arroyo Cabral, Córdoba, en 1954. Es profesora y licenciada en Letras Modernas por la UNC. Publicó los libros de poesía Palabras al rescoldo (1993), Pavese y otros poemas (1997), Kodak (2001), Beatriz (2005), Sueño americano (2009), Tendedero (2010), Rembrandt/Beatriz (2018) y Poesía reunida (2019). Además, es autora de numerosas obras de narrativa, ensayo y teatro, géneros todos en los que ha merecido importantes distinciones, entre ellas el prestigioso premio internacional Hans Christian Andersen de literatura infanto-juvenil. Su libro La mujer en cuestión (Premio Fondo Nacional de las Artes 2002) es una de las mejores novelas que se hayan escrito sobre el terrorismo de Estado practicado en la Argentina por la última dictadura militar.
“Si tuviera que mencionar un solo asunto para resumir lo escrito –ha respondido en una entrevista respecto de su literatura–, diría que el tema es la identidad. Lo que Clarice Lispector llama el largo camino hacia la propia cosa, solo que a ese lugar una se aproxima muchas veces hurgando en la identidad de otros (personajes, narradores, puntos de vista) y que, en esa exploración, en esa búsqueda de lo singular siempre aparece, o al menos me aparece a mí, lo colectivo, porque en lo más propio, en lo íntimo, se refleja la sociedad en la que un personaje o quien cuenta una historia está sumergido”.

A continuación, reproducimos el texto inicial y un poema de su libro Pavese…, seguidos de dos poemas de Kodak y otros dos de Sueño americano. (Ver además La Marea N° 23). También incluimos sus palabras de cierre al 8° Congreso de la Lengua Española.



…hacer poesía es como hacer
el amor: no se sabrá nunca si la
propia alegría es compartida.

Cesare Pavese.
17 de noviembre de 1937.
Diario.


Recién terminada la guerra, un hombre al que arrastran dos perros dálmatas, camina por una ciudad devastada. Atravesar una calle para escapar de su casa lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que recorre las calles todo el día, no es más un muchacho y no escapa de casa. Es Torino la ciudad devastada y el hombre al que arrastran los perros, se llama Cesare.
Quien recuerda es mi padre, todo esto me ha dicho y no habla italiano, usa, pausado, el dialecto que, lo mismo que las piedras de estas colinas, es tan escabroso que veinte años de idiomas y océanos diversos no le han hecho un rasguño, se recuerda un muchacho, partisano de Ghío, escapando, y recuerda también a su padre que buscaba las trufas, y al amigo perdido, porque el hombre sólo escucha la voz antigua que sus padres, en el tiempo, han oído, clara.
Cada vez que leo a Pavese vuelven los perros, la ciudad devastada, los partisanos de Ghío, la guerra, mi padre que recuerda, la voz que un día detuvo el padre de mi padre y cada uno de los muertos de la sangre. Porque decir Pavese es también nombrar la muerte, los muertos que heredamos, la propia muerte, su presencia constante en la memoria.
Finalmente, decir Pavese es también hablar de aquel poema-relato del que él hablaba, el poema que viene a contar las historias que no pudimos narrar, aquellas que escuchamos de niños, para que después, cuando se vuelve, como yo, a los cuarenta años, se encuentre todo nuevo, todo de nuevo, en la memoria.



Se parece a mí, que me busco
el trabajo en el corazón.

C.P. l2 de setiembre
de l942. Diario.


Pavese

Entre mujeres solas hemos hablado de él
uno de estos días de marzo,
y de la tarde en que mi padre lo vio
pasando la caserma. Dos perros
lo arrastraban y esa tristeza
que no ha vencido nadie. Il diavolo
sulle coline acecha. Es el 45 y la guerra
cansa. Están en Piazza Cavour
o en Superga. En Torino, no en Le Langhe.
Mi padre muerto parece que me dice
al oído “he pasado Stupinigi
hacia mi pueblo”. El otro se llama Cesare
y escribe en plenitud acerca de esas cosas
pequeñas que nos suceden a todos
y de volver y no encontrar ya nada.
Mi padre es partisano, un partisano
de Ghío, y ha cumplido veintitrés. Antes
que cante el gallo me dará esas voces
que se oyen desde lejos, el eco
en la colina. Están cerca las tierras
fértiles, el cuerno de oro devastado,
y la ciudad que es gris, no tiene
cielo. Alguna vez dirá no escribo más,
el lápiz cruzado sobre el diario,
y acabará el oficio de vivir. No habrá
qué hacer en la ciudad vacía sino esperar
y esperarás que llegue. Por esta calle
hasta el hotel mañana, vendrá la muerte
y tendrá tus ojos.

Nota: en bastardilla frases o títulos de libros de Pavese.
Este poema tiene dos versiones; la segunda puede leerse en La Marea n° 23.



Extravío

Aún no sabe decir
su nombre y la han mandado
(a lo de Rabachino,
a comprar harina, azúcar
negra, polvo de hornear).

Si lo hace bien,
le darán
(caramelos, estampitas,
besos).

En el bar hay olor
a hombres, y a vino viejo.
        También un piso
flojo de madera,
        y ya está el miedo
de pisar en falso.

Lleva un papel escrito
(en el hueco de la mano
lleva la letra de su madre).

Le han ordenado:
No te pierdas, y va mirándose
los pies, cuenta
los pasos.

Cree
(…pero es una intuición
oscura) que quien se mira
los pies no se extravía.

Cuenta los pasos
(y después las sílabas,
los cuentos, las monedas),
con los ojos fijos en los zapatos,
pero lo mismo se pierde
en el recuento.



Desnuda en la tienda

No era coqueta
Era fuerte.
June Jordan


Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.

Como no había asientos ni percheros
te ofrecí mis brazos.

Te sacaste el vestido, la campera,
te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.



Lección de piano

Brilla el asfalto como un vestido de seda
bajo las luces de un teatro. Otra vez marzo
en la avenida que lleva a la maestra de piano.
La llovizna humedece los silos, la alameda,
la resaca de la noche en el billar. Alguien
seca al sol las fachadas de laja en las casas
del centro. Levantan puntos de media
las chicas de Los Vascos y el verano
peina el pelo en colas de caballo. Cuando
sea grande, seré concertista, dice a todos
la niña que va a piano. Serás profesora,
dice la madre a la vuelta de los años. Piensa
en eso la niña mientras muerde la madera
del piano. Va su pensamiento lejos del pueblo,
más allá de la maestra y del verano.



Muchacha de Ucrania/ 2003

¿Cómo van en tu tierra las cosas?, pregunto.
Siempre peor, me responde, es todo una mafia.
Mi prima allá abajo levanta la mano. La chica
se llama Alexandra y va a trabajar a Gerona.
Tiene a su padre en Valencia y a su madre limpiando
un albergue en Milano.
        Su hermano,
que cumple catorce, se ha quedado en Ucrania
cuidando la casa. Hablo tres lenguas, me dice,
ucraniano, moldavo y rumano, pero eso no sirve
en España. En el bus van gitanos, letones y húngaros,
y esta chica que tiene a su madre en Milano.
También va una mujer de Trujillo que no tiene
papeles, me lo dijo comprando el pasaje. Hay
un sitio mejor y está lejos.

                          (Por la tarde
        he llamado a mis hijas.
                           No estaban)

Yo quería quedarme
cuidando la casa, me dice la chica de Ucrania,
pero es mejor que se quede mi hermano.
Conversando, he olvidado que estoy todavía
en Torino, que el bus no ha arrancado,
que mi prima allá abajo levanta
la mano.


 

 

Discurso de M.T.A. en el Congreso de la Lengua, Córdoba, 2019.

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