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Adiós a Jorge Isaías

por Jorge Brega

Escribe Jorge Brega

El 25 de agosto pasado falleció en Rosario el poeta Jorge Isaías, querido amigo y colaborador de nuestra revista. Había nacido en Los Quirquinchos, provincia de Santa Fe en 1946. A los 20 años se radicó en Rosario, en cuya Universidad Nacional se graduó de Licenciado y Profesor Superior en Letras. Fue docente y activo protagonista de la vida literaria de la ciudad, donde fundó con otros poetas la recordada revista y editorial La Cachimba y donde escribió más de cuarenta libros de poesía, narrativa, crítica y crónicas periodísticas.

Aunque vivió desde muy joven en esa gran ciudad, su alma poética continuó afincada en Los Quirquinchos y su ámbito rural. Eso aventurábamos al comentar el primer tomo de su Poesía reunida (Ed. Ciudad Gótica, 2010),  emparentándolo con la poesía del lar del chileno Jorge Teillier. Si los versos de éste habitan el Arauco natal, entre bosques, aldeas pobres y trenes que parten bajo la lluvia, los de Isaías memoran igualmente el pago propio: “… me he quedado solo/ entre el olvido que tengo de mi pueblo/ y esta memoria feroz de recordarlo todo,/ de enhebrar…/ las cuentas dispersas por el viento de los años”.

Ya la lírica de sus primeros libros, impregnada de amores juveniles, está afincada en ese lar. Los afectos filiales, las amistades de infancia, los oficios de los mayores, todo se escenifica en  un vínculo íntimo con el paisaje, con los cambios de las estaciones y del clima: la lluvia asociada a la nostalgia es tan omnipresente como la llanura. “Dilatado, tendido,/ sin altos ni bajos,/ éste es el suelo mío,/ éste es mi campo”, dice la cita de José Pedroni que abre Oficios de Abdul, libro que, por otra parte, está dedicado al poeta mayor de la “pampa gringa”.

Y también Isaías hace de los inmigrantes objeto de su poesía: “Abuelos italianos –meridionales/ gringos– que vinieron a sufrir,/ rompieron terrones de los otros,/ cosechando lagrimones propios”. Con un lenguaje directo y llano, el  poeta los retrata y exalta, “invadido de historias/ sencillas pero ciertas” (…) “cuentos de hombres adheridos a la tierra,/el sudor del surco y la melancolía/ de ultramar perdida lentamente”.

La entrañable empatía del autor con sus personajes –muchos de ellos miembros de su propia familia– se hace manifiesta en el modo de nombrarlos por sus apodos: Reparito Funes, Pirincho, el Loco Fleitas, Mincho Vega, el Chajá Correa…  En esa familiaridad, la crítica social aparenta no ser premeditada, parece surgir con naturalidad de las historias narradas. Sólo excepcionalmente el poeta se permite salir de la atmósfera mítica para manifestarse políticamente (como lo hace en el poema “Trelew”). Fuera de su ámbito “natural” se siente ajeno, y se excusa: “Acerca del mar, no digo nada,/ mi experiencia es breve, atolondrada./ En cambio conozco los rastrojos,/ de trilladoras con canto monótono en enero”.

Y si bien en un poema de 1985 Isaías declara con humor ser “un poeta verdaderamente nacional” por no haber salido nunca de las fronteras “que por fatalidad llamo «mi tierra»”, años después dedicará el libro El cáliz recobrado (1997) a volcar sus impresiones de un viaje a España. La descripción de sitios visitados evoca siempre a la historia y a sus poetas admirados, como en el poema Segovia: “El Alcázar es bello/ y también ese Acueducto/ que cruza la avenida/ entrando a la ciudad./ Lo hicieron los romanos/ en los tiempos de Augusto/ en un alarde típico de su genio.// Pero es inútil: me emociona/ más saber que aquí vivieron/ Machado, Quevedo/ y Santa Teresa de Jesús”.

Hoy nos emociona también a nosotros despedir a un poeta verdaderamente nacional, compartiendo aquí un puñado de sus poemas.

 

ES MARZO

Arden gaviotas
por el aire
Vuelan erráticas
las semillas de los cardos.

La punta de un pino
se mece en el viento.

SOL

En el campo
brilla el sol
que no detiene
sino el óxido
de la alambrada quieta.

(De Un verso recordado, 1988)

 

TRELEW
a nuestros puros,
numerosos mártires

Cuando los pájaros abatidos caen
¿mueren realmente?
Digo, cuando ya no son
sino aquello amplísimo
inasible, puro
que vemos renacer
en forma de fusil
sonrisa, flor, muchacha.
¿Y cuando caen
adónde estamos nosotros?
¿Qué rituales cansinos, torpes
cumplimos
para no impedirlo?
Digo, cuando mueren, por ejemplo
cuando los matan en un rabioso Sur a secas.
¿Qué improntas teóricas y ciegas
perseguimos?
¿Y cuando no es uno
ni dos ni tres
sino dieciséis pájaros
ensangrentando el aire que robamos?
¡Cuando mueren los pájaros,
hermanos, qué piedra absorta y total
nos hunde el pecho,
qué fiera nos cerca el reverso
de tanta entraña inútil e insurrecta!

(De Pájaro anual, 1974)

 

Entre las flores
que con amor
cuidó mi madre
estaban esas talludas y altas,
que ella llamaba
“cresta de gallo”.
Un gallo que no cantaba
sólo perfumaba
los octubres
hasta que el verano
golpeaba
esos penachos
rojos
y caían muchas
semillitas ciegas
en el fervor maternal
de la tierra abierta.

(De Lluvia de marzo, 2012)

LA MADRE

¿Por qué será
que siempre aparece
joven en los sueños?
¿Por qué tendría
esa manera tan sutil
de no abandonarnos
nunca?
¿Por qué será
que siento aún
que me arropa
en la noche
más fría de los tiempos
reales?

(De El vuelo de la abeja, 2008)

LA PERDIZ

En la serenidad
casi oscura
del campo
la torpeza súbita
de la perdiz
corta la tarde

Su silbido es una flecha
disparada al horizonte.

(De La memoria más antigua, 1982)

Retamas en los velorios

¿Qué hacían las retamas amarillas de mi madre?
¿Qué hacían al pie de esa larga mesa,
en la sala húmeda del Sindicato de Obreros
Rurales, donde velábamos los muertos?
¿Volvían a la vida: el Vasco Echarre, el Pulga
Corvalán, el viejo Ponciano Neyra, Ataliva Galván
que pintó todos los letreros de mi pueblo?
¿Volvían a la vida al olor de las retamas?
Duros sobre la mesa, ajenos ya para esta
vida en que tanto padecieron. Solos en aquélla
sala donde apenas cabían los retratos
de Sacco y de Vanzetti.
¡Qué tristes las mañanas en que alguno moría!
¡Cómo tañía, lúgubre, la campana del cura por el pueblo!
Yo les llevaba mi saludo de niño absorto ante la muerte.
En mi pueblo las abejas libaban los diciembres
y los corazones endulzados del verano. Pero no obstruían
el paso de la muerte, y las olorosas retamas
empecinadamente amarillas, no detenían el dolor
de un niño ante la cercanía descarnada de la muerte.

(De Crónica gringa, 1976)

 

OFICIOS DEL “PIRINCHO”

Por ahí andará el “Pirincho”
por los maxilares
cerros muertos
    dándole vela
    a los tiempos prepotentes

Vimos el mismo cielo juntos
matamos pájaros parientes
y anduvimos saltarines y rapados
por el mismo pueblo

Él no está
    anda venoso
    tozudo
mezclado con lo más alto de los nuestros

Yo sigo aquí
    pero muy cerca
    él molinea este futuro
    y yo lo canto.

(De Pájaro anual, 1974)


Foto inicial de Jimena Ysaía en el libro Calle con paraísos añosos.

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