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Intelectuales para la revolución

por Silvia Nassif

Escribe Matías Rodríguez Gianneo

La complejidad del mundo nos interpela a llegar a las abstracciones y categorías que puedan explicar los fenómenos y sus leyes. La elaboración de estrategias para transformar la realidad injusta, requiere de la abstracción, de ese “momento intelectual” necesario para la síntesis conceptual que se extrae de la experiencia y vuelve a esta para enriquecerla. Sobre esto reflexiona el autor, quien destaca el rol de “intelectual colectivo” que pueden asumir las organizaciones obreras y populares.


En la construcción del sentido común de cada época, las clases dominantes necesitan romper con la memoria histórica y deformarla, quitarle su contenido transformador, saquear y despojar los elementos culturales y narrativos a partir de los cuales los sectores populares puedan imaginar e inventar un futuro. Marx en La ideología alemana afirmaba con certeza que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. La construcción del sentido común dominante, es parte de la lucha de clases y no se puede entender fuera de ella. Es decir, que es producto de las tensiones de intereses antagónicos, donde hay resultantes que articulan hábitos, costumbres, lenguajes y expectativas.

Uno de los rasgos característicos de nuestra época es la incertidumbre, la sucesión de crisis globales, en primer lugar, con la crisis del capitalismo en el 2008 y, actualmente, con la pandemia del coronavirus en 2020, puso en cuestión la mayoría de las certezas que dieron forma al mundo construido sobre los escombros del Muro de Berlín y el revanchismo capitalista. La ruptura de estas certezas abre un momento excepcional en la disputa por dibujar nuevos caminos para la clase obrera, los movimientos sociales, las luchas antiraciales, antiimperialistas y anticoloniales, de género y socio-ecológicas. El año 2019 dio inicio a una oleada de protestas que estremeció el panorama social y político de América Latina y, en particular, el eje Chile-Perú-Colombia1. Esas movilizaciones, llenas de juventud, están gestando cambios que pueden dar un nuevo ímpetu y empujar al resto del continente.

Pero ¿cómo dibujar y trazar nuevos caminos? ¿Se puede lograr la tarea de inventarse, imaginarse, reclamar un futuro para los pueblos sin un componente intelectual?

La doctora Elisa Loncón académica mapuche, lingüista, activista por los pueblos indígenas, da un discurso tras ser electa presidenta de la convención constituyente de Chile. Foto: Javier Torres / AFP

Usinas de pensamiento y dominación

En sociedades de clase, como la capitalista, las y los intelectuales cumplen una función social. Según Antonio Gramsci “todos los hombres son intelectuales; pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”2, entonces la distinción se refiere a una función social, no es que existan no-intelectuales, sino que existen personas donde el peso de su actividad es la elaboración intelectual. En la sociedad capitalista cada clase social “crea al mismo tiempo y orgánicamente una capa o más capas de intelectuales que le dan homogeneidad y consciencia de su propia función, no sólo en el campo económico, sino también en el social y político”3. Tienen funciones: en el caso de las clases dominantes la de justificar su posición, darle sentido a su existencia y al rol histórico de esa clase dentro de esa sociedad. No es que sean una clase o capa aparte, autónoma y separada, sino que difunden los valores culturales que apoyan una forma particular de organizar la sociedad, para construir una dirección política y moral, en el terreno de las grandes ideas políticas y en los valores de la vida cotidiana. Para llevarlo adelante, son imprescindibles las “usinas de pensamiento” de los sectores dominantes, soportes para propagar su ideología, desde instituciones universitarias hasta grupos de expertos y académicos que influyen en la política y divulgadores que, a través, de los medios instalan agendas y se apropian del lenguaje y las palabras. Dominan la terminología: “libertad”, “modernidad” o “reforma” fueron apropiadas y hoy tienen connotaciones muy distintas a las de hace unas décadas. “Reforma” o “modernidad” se asocian a recortes laborales o de beneficios sociales, también están ligadas a proyectos privatizadores. “Libertad”, con el auge neoliberal, quedó reducida a lo individual, a una libertad respecto del Estado, libertad de mercado o a la libertad para adquirir bienes de consumo o entre diferentes marcas de lo mismo. Es decir, trabajan para que las que clases y grupos sociales oprimidos sientan propias las ideas dominantes, por ejemplo, en la sociedad capitalista: la iniciativa individual y la meritocracia, la competencia, el libre mercado, la propiedad privada, etc.

Los empresarios necesitan generar sus propios intelectuales para tener la capacidad de organizar a la sociedad en general. Ubican cuadros en la política y en los medios, trabajan sobre la opinión pública a través de libros, editoriales mercantiles, suplementos culturales en los grandes multimedios, diarios y programas de televisión, para fabricar el consenso. Inclusive, hasta ellos mismos, se exhiben como “gurúes” del pensamiento humano. Los casos más sobresalientes y paradigmáticos son los empresarios multimillonarios globales de la tecnología como Bill Gates, Jeff Bezos o Elon Musk, quienes “predicen” el futuro sobre el medio ambiente, el trabajo y la tecnología, el fin de la pandemia, los viajes interplanetarios y los usos de la inteligencia artificial.

Experiencia vs. conceptualización: un falso dilema

En marzo de 2021 un enorme buque atorado en el Canal de Suez, dejó a cientos de barcos atascados en ambos extremos sin poder pasar. Algunos transportaban petróleo. Otros transportaban productos electrónicos, ropa, aparatos de gimnasia y hasta insumos para el papel higiénico. El Canal de Suez no es una vía fluvial cualquiera. Es un canal vital que une las fábricas de Asia con consumidores de Europa, provee insumos a la industria en América Latina, así como un importante conducto para el petróleo. La producción, los servicios, la circulación de mercancías se han convertido en cada vez más globales, no lineales y complejas. El hecho de que un contratiempo pudiera sembrar un nuevo caos desde Egipto hasta New York o Shanghái puso de manifiesto hasta qué punto el comercio actual ha llegado a girar en torno a cadenas de suministro verdaderamente globales. Por lo tanto, el mundo actual es un cúmulo de fenómenos, efectos y relaciones en el que resulta difícil ubicar nuestra propia experiencia dentro de ellos.

Casos hipotéticos pero cotidianos: un trabajador de una fábrica automotriz en Brasil es despedido junto a otros miles, porque la empresa es parte de un “proceso de reestructuración global”. La Reserva Federal de Estados Unidos aumenta la tasa de interés y los organismos de crédito internacional adoptan medidas de ajuste y ahogo que ocasionan despidos en empleos estatales en Grecia o Argentina. Estas interacciones globales no pueden entenderse por separado, y esta distancia entre las vivencias cotidianas y lo sistémico, produce una alienación o enajenación en la medida en que no comprendemos los complejos engranajes mundiales en los que vivimos. ¿Cómo ubicar nuestra propia experiencia y vivencia en este cúmulo de múltiples determinaciones? ¿Cómo ubicarla teniendo en cuenta la “lógica ciega” del capital, orientada a la creación de valor y no a la satisfacción de necesidades, realizada bajo un “encubrimiento” de las formas del trabajo y la producción? ¿Cómo hacerlo en medio de vertiginosas transformaciones económicas, tecnológicas y sociales?

Conocer para transformar

Para empezar a pensar este problema utilizaremos el trabajo de Rosa Nassif: “El conocimiento es el proceso complejo, infinito, contradictorio (…) estrechamente ligado a la práctica social (práctica en la producción, en la lucha de clases y en la investigación científica) en todo su desarrollo, y cuya verdad se comprueba también a través de la práctica”.4 Primera afirmación: el conocimiento no puede ser separado de la práctica social.

Al mismo tiempo, para comprender el capitalismo, una nación o una lucha particular, se necesitan de abstracciones, síntesis y conceptos que pueda articular las múltiples determinaciones de lo real en relaciones ordenadas y jerarquizadas lógicamente. Siguiendo con Nassif: “Sólo a través de la elaboración de conceptos y razonamientos puede el pensamiento apropiarse del objeto en toda su riqueza concreta, reflejarlo como un ‘concreto de pensamiento’”.5 Segunda afirmación: a través de la práctica, poder llegar a conceptualizaciones, categorías e inclusive teorías que alcancen un pensamiento que se apropie de los fenómenos para poder conocer, conocer para transformar.

Por ejemplo, haber podido conceptualizar al imperialismo a principios del siglo XX permitió tener una práctica justa a la izquierda revolucionaria ante la Primera Guerra Mundial. Poder estudiar las formulaciones teóricas de Marx sobre el Ejército Industrial de Reserva nos ayuda a comprender el fenómeno de la desocupación. Son conceptualizaciones que, al conocerlas, manejarlas y desarrollarlas a la luz de la realidad concreta de hoy, nos ayudan y dan ventajas para poder elaborar y orientar las luchas.

La experiencia directa y la práctica, son el punto de partida, donde se pone el cuerpo para desarrollar esas experiencias, y no hay posibilidad de construcción y acumulación por fuera de estas experiencias de base con quienes sufren directamente las opresiones y se organizan para combatirlas. Pero constituye un problema si esas ricas experiencias se quedan en la enumeración, descripción, sin llegar a la síntesis y conceptualización que permitan elaborar nuevas teorías para enfrentar los nuevos problemas que surgen. Para ello es fundamental la unidad práctica-teoría y teoría-práctica. No se puede transformar lo que no se conoce, no se puede conocer sin intervenir en la práctica transformadora, y el conocimiento necesita de una base teórico-científica que tiene una acumulación histórica de la cual enriquecerse y que vive en permanente desarrollo.

Por lo tanto, la “fetichización de los resultados inmediatos” conduce a un pragmatismo vacío6 y las acciones terminan siendo un gesto pasajero en un unilateralismo pragmático. La síntesis de la reflexión teórica es la necesidad de trascender la inmediatez temporal y espacial de una experiencia. La complejidad del mundo nos interpela a llegar a las abstracciones y categorías que pueden explicar los fenómenos estructurales, lo sistémico, lo universal, las leyes de tendencia que operan. La elaboración de la estrategia para las transformaciones radicales, necesita de ese componente abstracto, un “momento intelectual” de las organizaciones, partidos y movimientos que aspiren a realizar esas transformaciones. Sin olvidar que esa síntesis, que ese momento intelectual siempre se extrae de la experiencia y se vuelve sobre ella para enriquecerla nuevamente.

Manifestantes detrás de una pancarta que decía ‘El ataque de Marx’ manifestando en la marcha anual del Primero de Mayo en París el 1 de mayo. Fotografía: Christophe Petit Tesson / EPA

Contra el anti-intelectualismo

En los ámbitos universitarios es mayoritaria la representación del intelectual asociado exclusivamente al “investigador” y al “académico”. Las lógicas dominantes en las universidades llevan a trabajos aislados, solitarios, cuyas producciones tienen el fin de ser certificadas en publicaciones arbitradas por instituciones que pretenden la no “contaminación política”, escondiéndose en una supuesta objetividad. Cabe destacar que, si bien predomina en las universidades las ideas de las clases dominantes, la afluencia de sectores populares, el carácter público y su defensa a lo largo de la historia y el co-gobierno hacen que parte del estudiantado, intelectuales y científicos que allí despliegan su trabajo, vinculen con mucho esfuerzo sus actividades al desarrollo de conocimientos que sirven al pueblo y son la base para las necesarias transformaciones. Al mismo tiempo, gran parte del trabajo científico-intelectual está atado a los imperativos de la producción para la generación de ganancias empresariales, con la recurrente y creciente proletarización/precarización del trabajo intelectual. Desde un punto de vista popular, es necesario cuestionar y disputar esta representación y las lógicas de estas instituciones.

Por lo tanto, este cuestionamiento no debe resultar en la renuncia y oposición a lo “intelectual”, por asociarlo automáticamente a lo “académico” o “pequeñoburgués”, y así, caer en la trampa que imponen las lógicas elitistas dominantes. Si las organizaciones populares adoptan estos discursos anti-intelectuales y no disputan estas lógicas, finalmente provocan la disociación y el alejamiento de las prácticas intelectuales con la clase obrera y los movimientos sociales, disociación beneficiosa para los sectores dominantes.

Cabe destacar, que parte importante de la tradición revolucionaria del marxismo, paradójicamente, proviene de extracciones pequeño burguesas y hasta burguesa. Grandes revolucionarios han surgido del seno de estas clases. Engels era hijo de industriales alemanes, Marx era hijo de un abogado, el Che Guevara era hijo de una familia tradicional de estancieros, Alejandra Kollontai pertenecía a una familia aristocrática rusa y su madre provenía de una familia de campesinos fineses que había hecho una gran fortuna en la industria maderera; sobran los ejemplos. Por lo tanto, la disputa por ganarse a capas de intelectuales provenientes de otras clases es clave para los movimientos revolucionarios.

Es fundamental el componente intelectual en el desarrollo de las organizaciones y en la lucha. Quienes militan saben del valor de la escritura. De la necesidad de expresar posicionamientos, ideas y sintetizar experiencias. La necesidad de conocer la historia, las experiencias acumuladas de luchas, triunfos y derrotas. También es la base de la construcción de identidades: que no se limita a develar las condiciones económicas, sino que es un conjunto de actividades y formas culturales, asociaciones, lecturas, que organizan a la clase y, al mismo tiempo, crean identidad. Como lo eran las bibliotecas obreras de principios del siglo XX, los clubes, los periódicos y revistas sindicales, la construcción de la cultura popular. Las organizaciones obreras, los partidos revolucionarios, hasta las internacionales socialistas se formaron con aluviones de intelectuales de origen pequeñoburgués que se transformaron en cuadros revolucionarios.

En momentos históricos particulares, cuando hay luchas sociales que iluminan una época y crece el peso de la clase obrera y las luchas sociales se desarrollan, rápidamente empiezan a interpelar a otras clases con sus demandas y a atraerlos: por ejemplo, al movimiento estudiantil, cuya alianza con la clase obrera nos ha heredado grandes momentos de la lucha en nuestro país y el mundo. Por eso es importante la actitud que asuman estas organizaciones obreras y populares frente a estos sectores, como el movimiento estudiantil y universitario.

Por un intelectual colectivo

Finalmente, es necesario ampliar la concepción de lo “intelectual”, como afirma Néstor Kohan: “Gramsci entiende por intelectual no únicamente a un especialista académico, amplia la noción para incluir a todos aquellos que son capaces de organizar, educar y articular a un grupo social (…) un trabajador revolucionario que logra organizar a sus compañeros elaborando junto con ellos una visión unitaria de la sociedad y de acción política, es un intelectual”.7 Asumiendo así, no solo la necesaria confluencia de capas sociales que cumplen la función intelectual, sino también, la idea ampliada de intelectual o “intelectual colectivo” que asumen las organizaciones en el momento de elaboración de tácticas, estrategias y teorías.

La liberación será la obra de la autodeterminación de la clase obrera, del pueblo y los emergentes sociales que cuestionan al capitalismo en todas sus formas. Para ello, además de dar la lucha reivindicativa, la clase obrera y el pueblo debe apropiarse de la posibilidad de comprender científicamente su propia práctica, las explicaciones y los porqués de su situación, delimitar sus aliados y enemigos, y así orientar esa práctica revolucionaria. Por todo esto, es clave el componente intelectual, como afirmó Mao Tsetung “ningún partido político que dirija un gran movimiento revolucionario podrá alcanzar la victoria si no posee una teoría revolucionaria, un conocimiento de la historia y una comprensión profunda del movimiento práctico”.8


Matías Rodríguez Gianneo es profesor de Historia (UNMdP). Editor de Revista Lanzallamas. Tw: @MatiRg82


Notas

[1] Ver https://revistalanzallamas.com/2021/06/07/reclamar-el-futuro/

[2] Gramsci, Antonio, Antología, Siglo XXI, 2017. Pág. 391.

[3] Ídem, pág. 388.

[4] Nassif, Rosa, ¿Es posible conocer la realidad? Nuevos y viejos debates en el siglo XXI, Ediciones Cinco, 2011. Pág. 94. “De este modo el “concreto real”: unidad de múltiples elementos internamente articulados, en permanente movimiento, que es un automovimiento, por sus contradicciones internas, se refleja en el pensamiento como un “concreto-de-pensamiento”, unidad de múltiples determinaciones”.

[5] Idém. Pág. 90.

[6] Srnicek-Williams, Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo, Malpaso Ediciones, 2016. Pág. 25.

[7] Vidas rebeldes. Antonio Gramsci. Compilación: Néstor Kohan. Ocean Sur,2007

[8] Mao Tsetung, El papel del Partido Comunista de China en la guerra nacional (octubre de 1938).

 

Imagen de apertura: Obra del muralista Solo en la fachada del Istituto Onnicomprensivo Statale “Antonio Gramsci” de Roma. “Estudio. Porque necesitaremos toda tu inteligencia”


 

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