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La batalla cultural “libertaria”

por Julian Monti

Escribe Cristina Mateu

El presidente Javier Milei apeló recientemente a la figura de Antonio Gramsci para referirse a la lucha ideológica. En este artículo, la autora sostiene que el presidente interpretó bien los conceptos esenciales del intelectual italiano, ejerciendo el poder, por un lado, a través de la coerción y, por otro, a través del consenso por la vía de mensajes violentos en las redes sociales.


Javier Milei recorta con su “motosierra” las instituciones estatales y también bombardea a diestra y siniestra la cultura mientras lanza bombas de profundidad destruyendo la actividad productiva y aniquilando a los sectores pobres y medios de argentinos/as. Utiliza la misma estrategia del fascismo alemán, “la guerra relámpago”, atacando todo y a todos simultáneamente.

Desde dentro mismo del poder del Estado y el sistema capitalista, como un animal que se muerde la cola, desactiva y desfinancia todos los resortes de la organización estatal para luego sentenciar su muerte. Al tiempo que se propone una “batalla cultural” para combatir a los enemigos en su “cruzada libertaria express”.

Me permito –aunque reconozco que en estas épocas de “X” o Tik Tok no es aconsejable este método– citar fragmentos de párrafos textuales con referencias bibliográficas de autores, para no hacer un uso simplista o distorsionado de esas ideas.

La paradoja de la “batalla cultural” de Milei es que, mientras condena al marxismo, al comunismo, a los «zurdos», apela a conceptos e ideas centenarias difundidas por la izquierda. Comenzando desde el propio nombre de su movimiento, difundido por el anarco-comunismo desde fines del siglo XIX para esquivar la censura de la burguesía de entonces.

Agustín Laje, uno de los mentores de nuestro presidente, en una interesante entrevista radial con Ernesto Tenembaum del 20/2/24, justifica por qué el “león libertario” habla de esta batalla. Para él, Milei tiene razón cuando dice que “el Estado es el monopolio del uso de la fuerza”. Y agrega que no sólo éso es el estado, “también de él depende todo un sistema productor de consensos culturales del cual depende para no ser simplemente el uso bruto de la fuerza física”.

Agustín Laje, el politólogo de ultraderecha que es referente de Javier Milei.

Laje sostiene que “la cultura es poder” porque, siguiendo una de las premisas de Gramsci, “se produce desde las escuelas, desde las universidades, de la prensa, y aquí hay un agente que es fundamental que son los intelectuales para Gramsci. Los intelectuales son creadores de marcos interpretativos del mundo”. Laje aclara que las personas no adquieren “marcos interpretativos porque leen directamente a los intelectuales”, sino por “vía del sentido común que se produce en otras instancias de aparataje cultural, por ejemplo, los periodistas, los profesores del colegio, los medios de comunicación, el cine, la música, el teatro, etc., etc.”. Y prosigue: “La cultura en la medida que marca y fija los marcos interpretativos de la acción humana es también una forma de guiar la vida de los individuos”. Cuando Milei pelea con ese mundo es “porque reproduce una serie de significaciones que en la lectura de Milei frenan un proyecto político económico que es el que ha ganado en las urnas».

La alianza derechista LLA, junto al PRO, ganó en las urnas, en parte, porque supo captar el malestar y descontento de las grandes mayorías por el deterioro creciente de las condiciones de vida, y porque canalizó un viejo sentimiento de un sector “gorila”, sobre la cruel realidad socio-económica. Redirigieron el odio popular a las clases dominantes y a sus privilegios hacia una “casta” abstracta e innominada, fomentando un sentido común que avala: “es duro, pero se habían robado todo y hay que hacer un esfuerzo”; “está cortando los privilegios de los políticos chorros”; “se acabó el curro de los sindicalistas corruptos”.

El presidente ¿libertario?, recurre a Antonio Gramsci, intelectual y dirigente italiano comunista encarcelado por Mussolini, a instancias y recomendación de Laje, seguramente, luego de digerir un brevísimo resumen. En uno de sus textos Gramsci escribe: «una de las características sobresalientes de todo grupo en desarrollo hacia el poder es su lucha por conquistar y asimilar la ideología del intelectual tradicional, y esto se produce con mayor rapidez y eficacia cuando el grupo dado, pronta y simultáneamente, crea sus propios intelectuales orgánicos”.1

Milei comprendió los conceptos esenciales del intelectual italiano. Por un lado, la necesidad de la coerción a través del protocolo represivo de Bullrich y, por otra parte, el consenso a través de la cultura por la vía del mensaje mediático violento y ramplón en las redes sociales contra los opositores. Según decía Gramsci: “Si no todos los empresarios, sí un núcleo selecto, requerido por la necesidad de establecer las condiciones más favorables para la expansión de su clase, debe poseer una aptitud adecuada de organizador de la sociedad en general, desde sus múltiples instituciones de servicios hasta el organismo estatal. Y en todo caso, tiene que tener la suficiencia para seleccionar y elegir a los «encargados» o empleados especializados a quienes confiar esta actividad organizadora de las relaciones generales al margen de la administración”.

También la idea de la batalla cultural, especialmente, fue justificada por Mao Tsetung en lucha contra el imperialismo japonés. Cuando analizaba las condiciones históricas de China y guiaba la guerra contra el imperialismo japonés, sostenía que “un ejército ignorante no puede vencer al enemigo”. Mao afirmaba que la ignorancia, el analfabetismo, el fetichismo eran vestigios feudales; enemigos con los que muchas veces es “más difícil luchar” que con el propio imperialismo. Entonces proponía la construcción de un “ejército de fusiles y un ejército cultural”.2

Mao Tsetung, el líder de la Revolución China.

Mucho antes, Carlos Marx, en La Ideología Alemana, decía: “En efecto, cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve obligada, para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresando esto mismo en términos ideales, a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a presentar estas ideas como las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta. La clase revolucionaria aparece de antemano, ya por el solo hecho de contraponerse a una clase, no como clase, sino como representante de toda la sociedad, como toda la masa de la sociedad, frente a la clase única, a la clase dominante”.3

De tal modo, la resignificación de los términos acuñados y desarrollados por la lucha popular, las organizaciones políticas de la clase obrera y sus “intelectuales órganicos” (los que ponían en evidencia, a partir de la práctica política, social y cultural, las condiciones de la cultura en el proceso de la lucha de clases) es ahora manipulado por un grupo minúsculo que, como sostiene Laje, ganó en las urnas pero que aún no es acompañando en sus políticas antidemocráticas y antipopulares con las que buscan confundirnos.

Los autodenominados libertarios han ido más a fondo que ningún otro sector en disputar y ganar el sentido común, proponiendo culpables o chivos expiatorios de la pobreza (al Estado, los políticos, los sindicalistas, los “zurdos”), disfrazando viejos modales nazifascistas de «anarco-capitalistas». No busca eliminar el Estado, ni evitar que el Estado regule: en realidad, ahora regula en favor de los capitales monopólicos para garantizarles sus porciones de mercado, sus niveles de ganancia, su control de materias primas y recursos estratégicos, sus rentas de monopolio; impone precios relativos: sube el del dólar, baja el de la fuerza de trabajo; se recortan gastos sociales, pero se incrementa el pago de deuda, al tiempo que se contraen nuevos préstamos.

Este gobierno comparte la vieja estrategia reaccionaria que en 2014 explicitó Esteban Bullrich cuando era Ministro de Educación de Macri en la ciudad de Buenos Aires, según la cual: “Hay que lanzar varias iniciativas al mismo tiempo, le abriste 12, el gremio focaliza en una y las otras 11 avanzan».

Aunque puede afirmarse que tarde o temprano la realidad choca contra el mejor de los “sentidos comunes” construidos por las clases dominantes, que el ajuste abre un cauce de luchas sociales, es necesario dar la “batalla cultural” para desenmascarar la política de esta derecha reaccionaria, descubrir los mecanismos de la explotación capitalista, la dominación imperialista y la opresión social y garantizar una salida político-social que favorezca una amplia participación popular en el proceso democrático y económico y en la soberanía nacional.

Estaremos dispuestos a atajar y que no pase ninguna. Daremos la batalla cultural para dar vuelta la avanzada capitalista.

Notas:

1 Gramsci, A. Los intelectuales y la organización de la cultura. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, 1972, p. 14.

2 Mao Tse Tung. “El frente único en el trabajo cultural”. Obras Escogidas. Tomo III. Editorial Ágora, Buenos Aires, 2018. P. 187. Ver también, “Intervenciones en el Foro de Yenan sobre arte y literatura”. Obras Escogidas, Volumen 3, Ediciones La Rosa Blindada, Nativa Libros, Buenos Aires, 1973. P. 69.

3 Marx, C. y Engels. F. La ideología alemana. Grijalbo. México,1987, p. 52.


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