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Adiós y gracias a Pino Solanas

por Jorge Brega

La muerte de Fernando Pino Solanas nos entristece. Fue un hombre del pensamiento nacional y popular que tuvo la valentía y el acierto de sostener siempre sus principios, tanto en su actividad artística como en su militancia política. Cabe nuestro agradecimiento por su obra cinematográfica y por su trayectoria como intelectual comprometido con el destino de su pueblo y de su país.

Aquí reproducimos una entrevista publicada en La Marea N° 25 en la cual se define con claridad en favor de un cine que exprese la realidad de los problemas sociales. La misma fue realizada por Cristina Mateu con motivo del estreno en 2006 de su filme La dignidad de los nadies.


La dig­ni­dad de los na­dies re­po­ne pro­ta­go­nis­tas y un pro­ce­so que los gran­des me­dios de co­mu­ni­ca­ción in­ten­tan bo­rrar de la me­mo­ria. ¿Cuál fue el ob­je­ti­vo de la pe­lí­cu­la?
—No hay un ob­je­ti­vo pre­ci­so. Co­mo en cual­quier obra ar­tís­ti­ca se jue­gan dis­tin­to ni­ve­les, al­gu­nos im­pon­de­ra­bles, que ha­cen al ima­gi­na­rio de la gen­te y a la ima­gen mis­ma. La so­cie­dad es­tá fuer­te­men­te in­fluen­cia­da y la opi­nión pú­bli­ca ca­si con­du­ci­da por los me­dios de co­mu­ni­ca­ción ma­si­va. Los me­dios de co­mu­ni­ca­ción de ma­sas son al­ta­men­te pe­li­gro­sos por­que crean una ima­gen. Una ima­gen se for­ma por in­nu­me­ra­bles in­for­ma­cio­nes. Hay una ima­gen fí­si­ca, fo­to­grá­fi­ca, pe­ro si no exis­te és­ta, en­ton­ces las co­sas que es­cu­cho y leo de una per­so­na me dan una ima­gen de ella. Los me­dios crean, siem­bran y alien­tan el ima­gi­na­rio. Lo que yo ven­go ha­cien­do a lo lar­go de cua­ren­ta años es dar otra mi­ra­da y otra ima­gen. En el ca­so de los do­cu­men­ta­les es­to es más de­li­be­ra­do. Me­mo­rias del Sa­queo tien­de a ex­pli­car la his­to­ria, dar la con­tra-ima­gen. La Dig­ni­dad de los na­dies ex­pli­ca y tam­bién ex­pre­sa. Son los pro­ta­go­nis­tas quie­nes se ex­pre­san. Pe­ro la im­por­tan­cia po­lí­ti­ca de la pe­lí­cu­la es que esas diez his­to­rias con­ta­das por sus pro­ta­go­nis­tas con­tra­rres­tan, con­tes­tan o rom­pen la fal­sa ima­gen crea­da por el sis­te­ma me­diá­ti­co, la fal­sa ima­gen de los ac­to­res rea­les de las ca­pas más po­pu­la­res, que han si­do se­ria­men­te cas­ti­ga­dos por el mo­de­lo neo­li­be­ral. La pe­lí­cu­la no es so­la­men­te de de­so­cu­pa­dos pi­que­te­ros, hay obre­ros or­ga­ni­za­dos que ocu­pan una fá­bri­ca que fun­cio­na muy bien, hay pe­que­ños pro­pie­ta­rios de la tie­rra, hay em­plea­dos pú­bli­cos co­mo son los asis­ten­tes so­cia­les y mé­di­cos del hos­pi­tal Po­sa­das, hay un maes­tro, un jo­ven sa­cer­do­te y un mo­to­que­ro que tra­ba­ja y es­cri­be…

La pro­pues­ta del fil­me pa­re­ce ser la de va­lo­rar el es­fuer­zo co­lec­ti­vo y la so­li­da­ri­dad co­mo ver­da­de­ra es­pe­ran­za…
—No hay so­lu­cio­nes in­di­vi­dua­les, es­pe­cial­men­te pa­ra los sec­to­res más cas­ti­ga­dos. La úni­ca po­si­bi­li­dad de sa­lir de las gran­des ca­tás­tro­fes, co­mo la eco­nó­mi­ca y so­cial que pa­de­ció la Ar­gen­ti­na, ha si­do siem­pre con so­lu­cio­nes co­lec­ti­vas. Las pe­que­ñas so­lu­cio­nes co­lec­ti­vas for­man par­te de una gran epo­pe­ya. La úl­ti­ma epo­pe­ya gran­de del pue­blo ar­gen­ti­no, que pro­ta­go­ni­zó con gran sa­cri­fi­cio, fa­vo­re­ció la re­cu­pe­ra­ción eco­nó­mi­ca. No la pro­por­cio­na­ron Kirch­ner-La­vag­na, so­la­men­te. Aun­que, es­toy en con­tra de La­vag­na por la re­ne­go­cia­ción de la deu­da y otras me­di­das, hay que dis­tin­guir que La­vag­na no es Ca­va­llo.

Su obra man­tie­ne las pre­mi­sas del Gru­po Ci­ne Li­be­ra­ción: con­te­ni­do po­lí­ti­co y pro­ta­go­nis­mo de los sec­to­res po­pu­la­res. ¿En qué se ba­sa es­ta co­he­ren­cia?
—Tie­ne que ver con que uno es una uni­dad. Y tam­bién con mi vi­sión de la Ar­gen­ti­na. Asu­mí mi vi­da con una im­pron­ta mi­li­tan­te. A la vez ha­go un apor­te cul­tu­ral, no só­lo po­lí­ti­co. Así co­mo Sca­la­bri­ni Or­tiz hi­zo su apor­te es­cri­bien­do, lo mío es des­de el ci­ne. Y tam­bién es des­de lo so­cial. Por ejem­plo, fun­dé con otros el Mo­vi­mien­to por la Re­cu­pe­ra­ción de la Ener­gía Na­cio­nal (Mo­re­no). Reac­ti­va­mos el de­ba­te so­bre la cues­tión ener­gé­ti­ca na­cio­nal. To­do es­to tie­ne que ver con las pe­lí­cu­las que ha­go. Dar ima­gen y pre­sen­cia. Me ocu­po de los pro­ble­mas de los que no se ocu­pan otros.

Es­ta mi­ra­da es­ta­rá plas­ma­da en va­rias pe­lí­cu­las…
—Es­ta pe­lí­cu­la se­cun­da a Me­mo­rias del sa­queo, for­man par­te de una se­rie. Se­gui­rán otras dos que voy a em­pe­zar a fil­mar pron­to. Una es Ar­gen­ti­na la­ten­te, el país que pu­do ser y que to­da­vía pue­de ser. No es un país po­bre, es un país em­po­bre­ci­do por quie­nes lo han di­ri­gi­do, que es dis­tin­to. La pe­lí­cu­la par­te de los bie­nes ma­te­ria­les que tie­ne la Ar­gen­ti­na has­ta sus gran­des lo­gros en in­dus­tria, cien­cia y téc­ni­ca. Por­que no so­mos cons­cien­tes de lo que tie­ne el país. En­ton­ces, qué es lo que pri­ma. Pri­ma lo que nos ha­ce sen­tir la má­qui­na me­diá­ti­ca: que so­mos po­bres, flo­jos, una ba­na­li­za­ción si­len­cio­sa. No te for­man edu­cán­do­te en tus de­re­chos, la uni­ver­si­dad no en­se­ña que el país te per­te­ne­ce por el sim­ple he­cho de ser ar­gen­ti­no. Al me­nos una 37 mi­llo­né­si­ma par­te del pa­tri­mo­nio pú­bli­co nos per­te­ne­ce. Pe­ro na­die sa­be qué es el pa­tri­mo­nio pú­bli­co. Ar­gen­ti­na la­ten­te po­ne la lu­pa en eso. El otro te­ma es el de la tie­rra, des­de la ex­pro­pia­ción vio­len­ta a los ori­gi­na­rios has­ta el ac­tual in­cum­pli­mien­to de la Cons­ti­tu­ción Na­cio­nal, que les re­co­no­ce el de­re­cho a las tie­rras que po­seen. Re­fie­re al la­ti­fun­dio, la ex­tran­je­ri­za­ción de la tie­rra y sus ri­que­zas mi­ne­ra­les. Es­ta pe­lí­cu­la va de los ma­pu­ches a los obre­ros pe­tro­le­ros del nor­te.

Las dos pri­me­ras pe­lí­cu­las de la se­rie, ade­más del con­te­ni­do po­lí­ti­co y el pro­ta­go­nis­mo po­pu­lar, mues­tran su in­vo­lu­cra­mien­to per­so­nal, su es­tar en el lu­gar.
—Es muy di­fí­cil no es­tar ahí. No lo to­mo co­mo al­go nue­vo. Es im­po­si­ble ha­cer una pe­lí­cu­la que re­ve­le lo que pien­sa y sien­te la gen­te, lo que es el al­ma de la gen­te si no in­ti­más ni es­tás allí. El do­cu­men­ta­lis­ta que no es­tá en el cam­po y es­ta­ble­ce una re­la­ción im­por­tan­te con lo que va a fil­mar, ¡ojo con lo que ha­ce! Por eso, pa­ra mí, lo más im­por­tan­te que tie­ne La dig­ni­dad… es que cap­ta mo­men­tos con­fe­sio­na­les, car­ga­dos de ver­dad. Y es ese su ma­yor va­lor po­lí­ti­co, no mis fra­ses. El va­lor de la pe­lí­cu­la es que des­cu­brís a esa gen­te y te de­cís “qué bue­na gen­te es, qué bien pien­san”.

La dig­ni­dad… se ex­hi­bió en dos sa­las de Ca­pi­tal Fe­de­ral. ¿Cuál es la re­la­ción de la pro­duc­ción ci­ne­ma­to­grá­fi­ca con la dis­tri­bu­ción y la ex­hi­bi­ción?
–Al ne­go­cio ci­ne­ma­to­grá­fi­co no le im­por­ta có­mo es­tá he­cha o si es­tá de acuer­do con la pe­lí­cu­la. Si le es re­di­tua­ble la ex­hi­be. Pa­ra que una pe­lí­cu­la ten­ga buen pú­bli­co te­nés que acom­pa­ñar­la con una bue­na cam­pa­ña de pu­bli­ci­dad. Es­tá com­pro­ba­do que an­te pe­lí­cu­las muy flo­jas –que uno no en­tien­de có­mo se pue­de ver se­me­jan­te es­tu­pi­dez– la gen­te va al ci­ne por­que hay una cam­pa­ña me­diá­ti­ca. El ca­so más re­cien­te es El au­ra, un po­li­cial, vio­len­cia, asal­to, cri­men. Es una pe­lí­cu­la es­truc­tu­ra­da al es­ti­lo nor­tea­me­ri­ca­no, des­pro­vis­ta de re­fe­ren­cias al con­tex­to so­cio­cul­tu­ral. La do­blás a cual­quier idio­ma y pue­de su­ce­der en los bos­ques de Ca­na­dá, Es­pa­ña, Es­ta­dos Uni­dos o Fran­cia. Es una pe­lí­cu­la abu­rri­da por mo­men­tos, y le so­bran quin­ce o vein­te mi­nu­tos. Sin em­bar­go, ha­ce mu­chos años que una pe­lí­cu­la ar­gen­ti­na no tie­ne tan­to pú­bli­co. ¿Por qué ra­zón? Por la mo­nu­men­tal cam­pa­ña pu­bli­ci­ta­ria que tu­vo por te­le­vi­sión, su­ma­do al he­cho de que es­ta­ba di­ri­gi­da por un di­rec­tor que ha­bía he­cho una bue­na co­me­dia: Nue­ve Rei­nas. Ade­más, la crí­ti­ca de los dia­rios y los me­dios di­je­ron que esa pe­lí­cu­la era el “non plus ul­tra”, le pu­sie­ron diez pun­tos. Es­ta cos­tum­bre atroz de co­lo­car no­ta es la­men­ta­ble. Cuan­do un di­rec­tor es­tre­na una pe­lí­cu­la sa­len los dia­rios, co­mo maes­tras tar­días, a po­ner la no­ta. Al­go muy ne­ga­ti­vo.

¿Y por qué se sigue es­te criterio?
—Por­que lo que es­tá vi­vien­do la Ar­gen­ti­na es una fuer­te des­po­li­ti­za­ción. Es­ta es la tra­ge­dia. Los pro­gra­mas de opi­nión me­diá­ti­cos son la­men­ta­bles, ade­más cen­su­ran. En los po­cos pro­gra­mas de opi­nión que existen no se ven a los re­fe­ren­tes pro­gre­sis­tas o in­de­pen­dien­tes. Hu­bo un mo­men­to muy in­te­re­san­te en el 2002, una ola re­fres­can­te y de­mo­cra­ti­zan­te en la cual los me­dios tu­vie­ron una cier­ta aper­tu­ra. A dos se­ma­nas de las elec­cio­nes del 2005 no hubo de­ba­tes de los gran­des te­mas na­cio­na­les. En ese cli­ma de des­mo­vi­li­za­ción y des­po­li­ti­za­ción im­pe­ra un sen­ti­mien­to de in­mo­vi­li­dad y re­sig­na­ción de la cul­tu­ra de la de­rro­ta. Im­pues­ta en la dé­ca­da del 90 nos di­ce: “¡no se te ocu­rra cam­biar el mun­do, es va­no! Lo úni­co que po­dés ha­cer es aco­mo­dar­te a los nue­vos tiem­pos”. He­mos vis­to to­dos los gi­ros que hu­bo ha­cia la de­re­cha en esos años. El pio­la es el que ha­ce una pe­lí­cu­la ta­qui­lle­ra. Es el mo­de­lo nor­tea­me­ri­ca­no. Eu­ro­pa no es­ca­pó a es­to. Es­pa­ña no lo­gra te­ner un buen ci­ne, Ita­lia con la te­le­vi­sión y Ber­lus­co­ni es un de­sas­tre. Otra vez el rol de los me­dios de co­mu­ni­ca­ción…

En la Ar­gen­ti­na el fomento a la industria cinematográfica no alcanza…
—Sí, pe­ro no hay nin­gún com­pro­mi­so por par­te de la te­le­vi­sión ar­gen­ti­na de ex­hi­bir ci­ne na­cio­nal, me­nos do­cu­men­tal. Es de­cir, no hay his­to­ria, no hay me­mo­ria. Es­tás des­ce­re­bra­do. En otros paí­ses in­vier­ten su­mas fa­bu­lo­sas pa­ra de­di­car­le una pe­lí­cu­la a ca­da uno de sus re­fe­ren­tes so­cia­les, his­tó­ri­cos, cul­tu­ra­les. Aquí na­da, ni do­cu­men­ta­les so­bre los gran­des pro­ble­mas, ni so­bre las es­cue­las ar­tís­ti­cas o cien­tí­fi­cas. Es­to es Amé­ri­ca La­ti­na, don­de im­pe­ra el peor sis­te­ma me­diá­ti­co del to­do el mun­do. Exis­te pu­bli­ci­dad den­tro de los pro­gra­mas, no hay com­pro­mi­so con la pro­duc­ción y ex­hi­bi­ción de do­cu­men­ta­les y lar­go­me­tra­jes. ¿Por qué el pú­bli­co va a ir a ver una pe­lí­cu­la do­cu­men­tal ar­gen­ti­na si no es­tá den­tro de las tra­di­cio­nes ni de las mo­das? Lo más gra­ve es que no hay pro­hi­bi­ción de ex­hi­bir mis pe­lí­cu­las. Lo más gra­ve es que ni los que coin­ci­den con tu pen­sa­mien­to van a ver la pe­lí­cu­la. Al ci­ne va la ca­pa me­dia y la bur­gue­sa que pue­de pa­garlo. Los sec­to­res de las cla­ses me­dias ba­jas van de lu­nes a miér­co­les [con descuento] o a las sa­las del Ins­ti­tu­to del Ci­ne. Bue­na par­te de los sec­to­res a los que le in­te­re­sa­ría ver mi pe­lí­cu­la, no tie­ne me­dios eco­nó­mi­cos pa­ra ver­las. Pe­ro exis­ten de­ce­nas de mi­les en bue­na po­si­ción eco­nó­mi­ca que se ubi­can en el cam­po pro­gre­sis­ta y que pue­den pa­gar en­tra­das. Gen­te que la­bu­ra, es­tá con­tra la re­pre­sión, de­fien­de las li­ber­ta­des pú­bli­cas, se opo­nen a las co­rrup­te­las, quie­ren un país in­de­pen­dien­te. To­dos es­tos con­te­ni­dos es­tán en mis pe­lí­cu­las. A esos que me di­cen: “¡Gran­de de Pi­no!, ¡Bra­vo!”, les pre­gun­to ¿la vis­te? y me di­cen “no pu­di­mos, pe­ro la ire­mos a ver”. Y si pre­gun­tás qué vie­ron, fue­ron a ver una co­me­dia. A es­ta pe­lí­cu­la la fue a ver la ter­ce­ra par­te de gen­te que fue a ver Me­mo­ria de un sa­queo, sien­do que tu­vo más pre­mios, es más emo­ti­va y con ma­yor co­mu­ni­ca­ción con el pú­bli­co que Me­mo­ria….

¿Se aso­cia al ci­ne con el en­tre­te­ni­mien­to y el ocio?
—El pro­ble­ma es más gran­de. Acá hay una so­cie­dad des­mo­vi­li­za­da, don­de las pre­fe­ren­cias se vuel­can ha­cia mo­de­los que no son los de la rea­li­dad con sus pro­ble­mas. El ci­ne si­gue sien­do una de las for­mas de la dis­trac­ción y ocu­pa el lu­gar de la sa­li­da se­ma­nal en la vi­da del hom­bre ur­ba­no.

Sin em­bar­go, la ca­li­dad de sus pe­lí­cu­las ha­rá que ten­gan me­jor for­tu­na histórica que otras que só­lo go­zan de un éxi­to ta­qui­lle­ro mo­men­tá­neo.
—No me ca­be du­da que es­tas pe­lí­cu­las van a que­dar. Y no ha­brá otra Me­mo­ria del sa­queo, ni dos Dig­ni­dad de los na­dies. Hay una idea de que es­tas pe­lí­cu­las no son pa­ra ver­las en una sa­la de ci­ne. Te di­cen “trae­la a la fa­cul­tad” (gra­tis), o “la ve­mos en ca­sa”… Pe­ro yo no trai­go un psi­có­lo­go o un es­pe­cia­lis­ta a ca­sa y le di­go aten­de­me gra­tis. Ni pi­do pres­ta­da la cá­ma­ra. Pro­du­cir es­te ci­ne es di­fi­ci­lí­si­mo, es un es­fuer­zo mo­nu­men­tal y te em­pe­ñás has­ta la ca­be­za. Y yo pa­go to­do, im­pues­tos, se­gu­ri­dad so­cial, etc. No hay una con­cien­cia de que es­to no pue­de re­ga­lar­se, por­que cuan­do yo pro­duz­co no me re­ga­lan el la­bo­ra­to­rio, los in­su­mos, etc.

¿La pro­duc­ción ci­ne­ma­to­grá­fi­ca de­be­ría te­ner un apor­te es­ta­tal?
—Lo hay, pe­ro cuan­do la pe­lí­cu­la va a los ci­nes. Si no hay es­pec­ta­do­res, ese apo­yo no lo te­nés. La re­gla­men­ta­ción es­tá pen­sa­da pa­ra las pe­lí­cu­las pre­mia­das, las que fun­cio­nan bien, las otras mue­ren. Lo que re­ci­bís del Ins­ti­tu­to del Ci­ne hay que de­vol­ver­lo.

La dig­ni­dad de los na­dies re­ci­bió va­rios pre­mios…
—Tu­vo cua­tros pre­mios en Ve­ne­cia: al me­jor do­cu­men­tal, el de las aso­cia­cio­nes de ci­ne por me­jor pe­lí­cu­la la­ti­na, el del ju­ra­do de De­re­chos Hu­ma­nos y el de la UNES­CO. En el Fes­ti­val de Ca­na­dá ga­na­mos el pre­mio al me­jor do­cu­men­tal da­do por el Or­ga­nis­mo de Ci­ne Ca­na­dien­se en Na­tio­nal Film. Se ex­hi­bió en Bra­sil cuan­do la Fe­de­ra­ción In­ter­na­cio­nal de la Crí­ti­ca me dio el pre­mio a la Ca­rre­ra. A pe­sar de tan­tos pre­mios, el pú­bli­co no se ha sen­ti­do mo­ti­va­do. Com­pe­ten­cia, ri­va­li­dad, es al­go que es­tá pre­sen­te. Lue­go hay to­do un sec­tor que an­te pe­lí­cu­las que ha­cen pen­sar tie­ne una ac­ti­tud de eva­sión de la rea­li­dad. Los sec­to­res que no han ve­ni­do a ver­la no son los que pien­san dis­tin­to. Los sec­to­res de ca­pas me­dias po­pu­la­res, de cen­troiz­quier­da, pro­gre­sis­tas no han ve­ni­do a ver la pe­lí­cu­la, no les in­te­re­sa, es­tán des­mo­vi­li­za­dos y no quie­ren con­fron­tar, no quie­ren ver. Tal vez en al­go mis pe­lí­cu­las los cul­pa­bi­li­zan, les lle­va a pre­gun­tar­se “¿dón­de es­ta­ba yo?”. ■

Pino Solanas junto a Gerardo Vallejo y Octavio Getino reunidos con Perón en Madrid,1971.

Ver artículo completo en La Marea número 25.

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