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De “pandemias” y “culturas”

por La Marea
«Pandemia», pintura de Diana Dowek
Escribe Cristina Mateu


Sólo quienes pueden adquirir dispositivos electrónicos adecuados, abonar un servicio de telefonía, poseen una conexión a internet ágil y conocimientos de las aplicaciones, logran acceder al “milagro de la tecnología digital”. La autora, a partir de considerar estas condiciones, critica los grandes negocios del consumo masivo de cultura, especialmente aquellos vinculados a la virtualidad que lejos de democratizar establecen nuevas y más extendidas situaciones de desigualdad.

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En estos meses el coronavirus puso un paréntesis en nuestra vida cotidiana, en nuestras actividades, y vínculos laborales y afectivos. El impacto por el giro inesperado, la incertidumbre sobre el restablecimiento de nuestra vida anterior y el futuro, lo que muchos llaman “volver a la normalidad”, nos puso de cara a una infinidad de situaciones que desnudan que no todos están bien parados para recibir el sacudón. Se evidencia que existen determinadas condiciones que facilitan enfrentar o no al virus.

La realidad nos muestra que seguir las recomendaciones sanitarias no es igual para quienes tienen casa, comida e ingresos que para los que viven hacinados, sin agua, sin alimentos, sin ingresos. Por tanto, podemos ver que la pandemia, siendo una y la misma para todos, tiene más de una versión. Una de sus versiones habilita tomar aviones privados y movilizarse para resguardarse en mejores lugares, la otra versión de la pandemia ni siquiera permite acceder a lo más indispensable para sostenerse en cuarentena. Pandemias y pandemias, si las hay, y cada una perfila su cuarentena.

Escuchamos en estos tiempos los reclamos y angustia de muchos artistas, artesanos, actores, músicos, editores, plásticos, bailarines, cineastas y técnicos del área de cultura, comunidades y centros culturales barriales y cooperativas de cultura, empresarios de distintos ámbitos del espectáculo y de la industria cultural por la caída de sus ingresos. El parate es generalizado y existen escasas perspectivas para una recuperación inmediata, como advierten muchos, las actividades culturales serán una de las últimas en reiniciarse. Las grandes empresas vinculadas a la cultural y al entretenimiento trasnacionales y nacionales, grupos privados de autogestión cultural, fundaciones privadas o instituciones culturales estatales calculan y lamentan las pérdidas sufridas en estos meses.

Desde luego, que como en otros ámbitos, en las actividades culturales no todos sufren la crisis del mismo modo. Porque tampoco hay un modo único de hacer, vivir y entender la “cultura”. Término que engloba a una diversidad de realidades complejas y contradictorias relacionadas con la producción, creación, difusión cultural, según el lugar y el momento histórico del que se trate. Existe una inmensa variedad de productores, creadores y reproductores culturales cuyas motivaciones y recursos son muy variados (personales, étnicos, regionales, nacionales, religiosos, estéticos, críticos, ideológicos, políticos, de género, de clase, económicos, etc.). Se puede verificar históricamente que en las crisis florecen esas diversidades culturales de manera excepcional.

 

Necesidad del arte y la cultura

De todos modos, con crisis o sin ellas las manifestaciones artísticas y culturales son una parte esencial de las prácticas humanas; como sujetos sociales creativos desde bebés, además de amantarnos, crecemos con necesidad de palabras, arrullos, cantos. Silbar, cantar, tejer, pintar, bailar, correr, jugar, las mímicas, los chistes… fluyen entramados con las necesidades materiales, no valoradas muchas veces como cultura. Es que, en el largo proceso social, junto con la explotación y expropiación de los medios de producción de unos pocos sobre las grandes mayorías, esas capacidades de expresión y producción creativa (colectivas e individuales) fueron enajenadas y solo algunos lograron cultivarlas, desarrollarlas, siendo consideradas en algunas épocas privilegio o don divino de pocos. Lo que significó un avance en la producción, en la cultura, la ciencia y el arte fue al mismo tiempo, como decía Engels, “un retroceso para la inmensa mayoría”.

Las crisis, pero está crisis en particular agudizada por la pandemia, pone en tensión las contradicciones sobre cómo se produce cultura, para qué y para quiénes y quiénes pueden hacerlo. Entonces para pensar la situación actual de los productores y creadores culturales es necesario considerar ciertas cuestiones previas.

Una de las primeras cuestiones para pensar sobre las culturas y su producción es que, una de las concepciones dominante niega que toda producción artístico-cultural involucra trabajo, trabajo creativo, trabajo simbólico con soportes materiales. Desde los inicios del capitalismo, los artistas e intelectuales fueron liberados de las exigencias ideológicas y estéticas de la iglesia y las cortes feudales, pero también fueron arrojados a buscarse su propio sustento económico y pagar sus insumos e instrumentos. Desde entonces, la precariedad laboral, encubierta históricamente bajo el manto del artista “bohemio” o del intelectual “autónomo”, tiene la doble cara de libertad y autonomía para no someterse los mandatos estéticos, ideológicos y políticos de las clases dominantes, pero con el yugo de sostener su actividad bajo la creciente mercantilización del arte y la cultura que impone el capitalismo, en la que, desde luego, debemos incluir al deporte.

La otra cuestión ligada a la mercantilización de la cultura, es que, aunque miles de productores y creativos, grupos y comunidades culturales demuestran diariamente que “no todo se compra o se vende” y hacen “cultura” a contrapelo del mercado, sin recursos y sin exigir ingresos, deben enfrentar esa mercantilización generalizada que apunta a una concepción de “consumo cultural” masivo con millones de espectadores, alentando entre quienes producen cultura la esperanza de llegar con lo propio a miles de miles. Bajo el dominio voraz del este capitalismo monopólico, esos millones espectadores-consumidores-seguidores representan un negocio rentable para un reducido grupo de empresas y personajes vinculados al campo cultural bajo condiciones monopólicas de la difusión, cuyo sostén –hasta la pandemia– era en consumo en vivo y las audiencias masivas pero que ahora se replantean un consumo cultural “sostenible”. Con el control sobre los medios de difusión y la inversión de grandes empresas las propuestas apuntan a que “a la hora de quedarse en casa” se comparta digitalmente y en forma gratuita para el público, pero con el aval de las grandes empresas, la publicidad y los aparatos de difusión y tecnológicos que controlan y le reportan beneficios.

En tal sentido, otro tema que es necesario pensar en relación a esto es: la debilidad de los países que no producen estas nuevas tecnologías ni controlan los centros de datos y servicios de comunicación e importan o, con suerte, logran producirlos, pero con retraso respecto de las innovaciones de las potencias mundiales.

Entre otras muchas cuestiones más que pueden analizarse, resulta cada vez más importante a medida que los desarrollos tecnológicos involucran instrumentos, insumos, espacios, técnicas y capacitaciones que se imponen como modelos de producción para realizar determinadas actividades artístico-culturales que muchas veces no están a disposición de todos. Recordamos lo que escribían Brecht en 1936: “La base de nuestra posición frente a la cultura es el proceso de enajenación que se produce en lo material. La asunción por nuestra parte tiene el carácter de una transformación decisiva. En este caso no solo cambia el propietario, sino también la propiedad. Y éste es un intrincado proceso. ¿Qué es lo que defendemos, pues, de la cultura? La respuesta debe rezar: Aquellos elementos que deben eliminar las relaciones de propiedad para subsistir” (Bertolt Brecht. Escritos políticos. Editorial Tiempo Nuevo, Venezuela, 1970, pág. 23).

 

Distribución por territorios de las sedes sociales de las 500 mayores empresas mundiales por número de empresas en 1996 y 2006. Fuente: Joan-Eugeni Sánchez, El poder de las empresas multinacionales, Universitat de Barcelona (Forbes y elaboración propia).

 

¿Quiénes se benefician?

Bajo esta coyuntura de crisis sanitaria mundial, los grandes negocios vinculados al consumo masivo de cultura, turismo y deporte encontraron un freno. El vuelco de todas las actividades culturales a la virtualidad, no son democráticos; aunque permite mayor comunicación y abre nuevas puertas a las diversas manifestaciones e identidades culturales y a encuentros inesperados en el campo del intercambio cultural y simbólico, no son democráticas porque los ingresos que pueden generar están mediados por el control y dominio monopólico sobre ellas.

Los artesanos, artistas callejeros, músicos, cantantes, bailarines, artistas visuales, actores y directores de teatro y cine, docentes y formadores de artistas que se mantienen con talleres o clases particulares; las actividades culturales comunitarias, de centros culturales barriales que recaudaban escasos ingresos para mantener su infraestructura sufren la crisis. La gran mayoría, sin recursos, con las limitaciones económicas y tecnológicas, aprovechan lo que ofrecen las redes, porque es necesario para ellos y para quienes los acompañan decir, hacer, compartir, a partir de un compromiso cultural, más allá de los réditos que estos generen. Aunque ciertos “empresarios” de la cultura están mejores posicionados ante las dificultades económicas que sufren al suspenderse megaespectáculos, porque tienen mayores facilidades para resolverlas a través del streaming, de ventas online de espectáculos, con derechos de autor o venta paquetes de espectáculos ya editados. Sin embargo, muchos de ellos han suspendido el pago de los salarios y contratos, o dejaron de pagar aportes patronales de sus empleados, como denunció la Asociación Argentina de Actores a Polka S.A., empresa del entretenimiento que obtuvo enormes ganancias en estos últimos años de la mano de una multinacional como Clarín y que, de todos modos, pide ayuda al Estado.

Las grandes cadenas de exhibición cinematográficas como Cinemark, Hoyts, despidieron a la mayor parte de sus empleados, varias productoras de cine y publicidad suspendieron sus rodajes y afectaron a sus técnicos, trabajadores y actores. Sin embargo, para miles de productores y creadores culturales independientes, grandes y pequeños, profesionales o amateurs, vocacionales o especuladores, comprometidos o despreocupados, que buscan y tienen interés en reorientar su actividad en las redes no van a tener la misma posibilidad de ingresos de las grandes empresas que manejan cantidad de “seguidores”, o “me gustas” de los artistas que promocionan, logrando aumentar con trols y mecanismo de “merchandasing” la cantidad de seguidores lo que facilita el reconocimiento económico de la publicidad.

Obligados a la versatilidad virtual, muchos artistas convertidos en chef o entrenadores virtuales… realizan videos de dos minutos para satisfacer a la fiera hambrienta del mercado… y seguir con recitales gratuitos que permiten importantes ganancias en términos de reproducción de contenidos a “los grandes ganadores dentro del mercado cultural”. Si bien, por ahora muchas de las presentaciones virtuales son gratuitas, los beneficios económicos que genera, por ejemplo, en el caso de la música llevó al reclamo de SADAIC para que todas presentaciones virtuales, aunque gratuitas para el público, pagan derechos. Los sindicatos de actores, de músicos, entre otros, ante la caída de ingresos de sus afiliados se ven afectados por las cuotas sociales impagas.

En las crisis– en esta más que ninguna otra, ya que afectó de manera nunca antes vista a las actividades culturales masivas– hay eslabones débiles y otros que se refuerzan. Dado que las redes e internet se convierten en insumos indispensables, los grandes beneficiarios del distanciamiento, la falta de circulación y la imposibilidad de realizar concentraciones masivas son las empresas como Facebook, Google, Zoom, junto con la china Alibaba, que concentran el cien por cien de los datos digitales y el flujo de conectividad en el mundo y detrás de estas empresas grandes las potencias económicas mundiales en donde se radica: Estados Unidos, China, Alemania, Japón. Además de guardar todos los datos y disponer de ellos para venderlos, destruirlos o reutilizarlos sin restricciones, estas empresas concentran el gran negocio del control de los servidores, aplicaciones, programación y centros de datos. Mientras miles de pequeñas y medianas salas de cine, empresas cinematográficas, actores, sonidistas, camarógrafos, etc., etc., perdieron sus ingresos, la empresa Netflix aumentó su caudal de suscriptores y duplicó sus ganancias en este período, subiendo el valor de sus acciones en el mercado financiero un 40 % desde marzo. Amazon vende 10.000 dólares por segundo y se registra como gran servidor del comercio virtual, en tanto que, el pequeño comerciante de barrio está en la ruina. La china Alibaba, dirigida por Daniel Zhang, tuvo entre febrero y marzo un aumento en sus ingresos del 38%. En pocos meses crecen unas pocas empresas que compiten para dar ventajas en las videoconferencias y streaming. Zoom, dirigida por Eric Yuan, chino radicado en Estados Unidos tuvo un crecimiento en la bolsa de valores de un 22% y compite con Google meet que facilitó más tiempo gratis en pantalla, siendo la ruina de empresas de espectáculos que debieron reciclarse en las presentaciones digitales. Es decir, que todo los que se supone será el flujo económico de estos tiempos está siendo concentrado por muy pocas empresas a nivel mundial y obliga a repensar la rentabilidad de lo masivo a las actividades en pequeña escala.

El mundo de las redes se presenta como más democrático y accesible, acorta distancias, comunica, “informa y forma” la cultura, está al alcance de todos; sin embargo, condensa en sí una de las contradicciones inherentes del capitalismo que señalaba Marx, mientras que genera una producción social de productos, impone una apropiación privada e individual de todos los bienes. Es decir, comprando solo dispositivos electrónicos adecuados, pagando una conexión a internet ágil o un servicio de telefonía y teniendo un manejo de las aplicaciones y recursos técnicos se consigue “el mundo en un instante”, milagro de la tecnología digital en el mundo globalizado, pero eso sí ¡tendrás que tener trabajo o recursos propios para pagarlo!

El teletrabajo, la educación virtual, las presentaciones artísticas y culturales, las conferencias o los espectáculos por streaming obligan a disponer de estos recursos. ¿No debería ser la conectividad de libre acceso? ¿No deberían tener los estados independencia tecnológica para disponer de las necesidades de comunicación de sus pueblos? ¿No deberían compartir las patentes de producción de los bienes culturales para que se produzcan en todas partes?

Nuevamente, vemos que un 1% de los más ricos en el mundo y en el país no quieren perder sus ganancias, disputan entre ellos y no reducen los precios, por el contrario, se aprovechan de su situación privilegiada. Y, nuevamente, se verifica que la crisis la sufren los que no tienen más que el trabajo como su principal recurso, los que día a día, a pesar de las condiciones restrictivas deben trabajar para poder pagar lo que el mercado les exige ser incluidos.

Entonces, ¿el coronavirus tendrá el poder de socavar la propiedad de los medios de producción de los grandes monopolios culturales? ¿Tendrá el poder de generar igualdad en el acceso y en las condiciones de la producción cultural? Por tanto, aunque parece poco romántico como sostenía Brecht, el reclamo por acceso y reconocimiento igualitario y libre de la producción y formación cultural, el acceso a participar en los presupuestos culturales, la necesidad de tener un control de los medios para su realización, difusión, exhibición es parte de los reclamos de todo el pueblo, es necesario reivindicar el rol del trabajo en la cultura, en tanto produce bienes simbólicos y económico, porque son los artistas y productores culturales populares a los que este sistema sistemáticamente se les enajena sus posibilidades de expresar y manifestar sus identidades y se les imponen un ajuste económico y simbólico, bajo la impronta del “me gusta” del “mercado” que no da cuenta del intercambio y modalidades de las diversidades culturales.

CABA, 31 de mayo de 2020.

 

Cristina Mateu. Historiadora y docente UBA.

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1 comentario

Unknown junio 15, 2020 - 11:50 am

Excelente y necesario texto Cristina. Devela lo que se insiste en ocultar. Hoy es imperioso conocer porque tal como mostrás, la disputa está en pleno desarrollo. Gracias por este aporte. Es nuestra tarea difundirlo.

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