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Manuel Belgrano: científico, pensador y político revolucionario

por Jorge Brega

Escribe Benito Carlos Aramayo

La historia oficial se ha limitado a relacionar a Belgrano solamente con el acto patriótico de la creación de la nuestra bandera, mientras procura mantener en el olvido su pensamiento y su accionar revolucionario. En este artículo, el autor hace un recorrido por las ideas políticas y económicas de este abnegado patriota que renunció a los honores y entregó su vida a la causa revolucionaria.

A Manuel Belgrano la historia oficial argentina se limita a relacionarlo tan solo con un día en el calendario. Ese día es el 20 de junio, día de la Bandera Nacional, de la cual Belgrano fue el creador, a la vez que se conmemora la fecha de su fallecimiento en 1820, cuando acababa de cumplir 50 años de edad. Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano había nacido el 3 de junio del año 1770 en Buenos Aires. Manuel no se casó, pero tuvo dos hijos, Pedro Pablo con María Josefa Ezcurra y Manuela Mónica con María de los Dolores Helguero. Desde su regreso de España su salud fue muy frágil y en varias ocasiones en el Consulado tuvo que pedir licencia; lo reemplazaba su primo hermano Juan José Castelli. Por lo general se habla de él en relación a las efemérides de la Guerra de la Independencia, particularmente cuando se trata del glorioso Éxodo Jujeño del 23 de agosto de 1812, de la Batalla de Tucumán y de Salta, por lo cual merece ser reconocido como un buen militar. Hay que resaltar que se hizo soldado primero por las Invasiones Inglesas y luego por las necesidades y las obligaciones que surgían de la Revolución de Mayo, la única y auténtica Revolución que hicimos los argentinos. Fue así porque cambió el carácter político del Estado, de la disolución del Estado Colonial pasamos al intento de fundar un Estado Republicano.

Es inadmisible que desde la cultura oficial y el Estado se difunda muy poco o casi nada respecto al Manuel Belgrano científico, pensador, economista, revolucionario con fundamentos, formado en la escuela del pensamiento económico de los fisiócratas y clásicos. Suele eludirse lo esencial de su pensamiento programático revolucionario, como el que plasmó en el “Reglamento de las Misiones”, o en el “Plan Revolucionario de las Operaciones” del cual fue el principal guionista, siendo Mariano Moreno el encargado de redactarlo y presentarlo por mandato de la Primera Junta. Los escritos mencionados dejan claro que para un sector de los patriotas la Revolución tenía que resolver dos tareas fundamentales: la primera democratizar la sociedad, para lo cual era imprescindible devolver a los pueblos originarios la tierra de la cual habían sido despojados durante la Colonia por los conquistadores, y la segunda, terminar con la dominación de España declarando la Independencia, cuestión que por su presión junto con la del Gral. San Martín y de Güemes, entre otros, se decidió en el Congreso de Tucumán el 9 de Julio de 1816. Estando Manuel presente en las sesiones, propuso como forma de gobierno una monarquía constitucional de la “dinastía de los Incas”, “por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa, tan inicuamente despojada del trono”. Después de declarada la Independencia, a los pocos días, se agregó la formulación “de toda dominación extranjera”, que significaba “ni amo viejo, ni amo nuevo, ningún amo”. Se hacía de tal modo por conocimiento de las negociaciones con los ingleses.

Formación académica
En 1786, a los 16 años, Manuel Belgrano ingresa a la Universidad de Salamanca y en enero de 1789 se recibe de Bachiller en Leyes. En 1793 se gradúa como abogado en la Universidad de Valladolid con excelentes calificaciones. De inmediato solicita al papa Pío VI permiso especial para leer libros que estaban prohibidos en aquel entonces. Autorizado por el Vaticano, leyó a Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Quesnay y Adam Smith, grandes pensadores de la Ilustración. Leía en castellano, latín, inglés, francés e italiano. Tradujo, en su estadía en España, Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor de Quesnay. Este economista fisiócrata había elaborado el primer “modelo” económico que se conoce como “Tabla Económica”, en la cual analiza la producción y circulación de la riqueza entre las distintas clases sociales que formaban parte de la sociedad francesa. En 1792, cuando se realiza la traducción al francés, la Inquisición prohibió la lectura de Quesnay y de Adam Smith porque eran sospechados de jacobinos (grupo de revolucionarios considerados como el ala más radical de la Revolución Francesa).
En 1792, Carlos Martínez de Irujo tradujo al español un compendio de la obra de Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones y en 1794 se traduce la obra completa a cargo de José Alonso Ortiz. Para Adam Smith, el principio fisiócrata de “dejar hacer, dejar pasar” no era absoluto en la medida que también era partidario de la intervención del Estado para fomentar la educación y en contra del monopolio comercial. Belgrano, leyendo a Adam Smith –quien es considerado el fundador de la economía liberal burguesa–, pudo comprobar el grado de inquina que éste profesaba hacia la clase de los terratenientes. En el capítulo I del Libro Segundo, Smith escribe que “de las tres clases citadas (obrero-terrateniente-capitalista), ésta es la única que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino de una manera, en cierto modo, espontánea, independientemente de cualquier plan o proyecto propio para adquirirla”. Hasta este capítulo pareciera que nunca llegaron los partidarios liberales de Adam Smith en la Argentina, o lo obviaron deliberadamente, en tanto que Belgrano sí lo conocía en su totalidad. Por ello coincide con que la riqueza proviene del trabajo de la población que vive de sus salarios o los beneficios del capital.
En 1794 Belgrano vuelve a Buenos Aires para ocupar el cargo de Secretario perpetuo del Consulado, recién creado, y en esta función escribe las Memorias que lee en las sesiones de la Junta de Gobierno del Real Consulado de Buenos Aires.
En la Memoria del 15 de junio de 1796 se puede seguir el pensamiento económico de Belgrano. En ella hay una combinación de ideas fisiócratas con ideas de la economía clásica de Adam Smith. Comienza diciendo: “Fomentar la Agricultura, animar la Industria y proteger el Comercio, son los tres importantes objetos que debe ocupar la atención y cuidado de V.S.S.”; y agrega: “son las tres fuentes universales de la riqueza”. Su pensamiento fisiocrático es evidente porque arranca con la Agricultura, y es clásico porque introduce a la Industria como objetivo. Habla de que “las artes” –así se denominaba a la industria– estén “en manos de hombres industriosos con principios”. Se mantiene a pleno en la fisiocracia cuando refiere: “La Agricultura es el verdadero destino del hombre (…) todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él, no hay materias primas para las Artes, por consiguiente, la industria que no tiene como ejercitarse, no puede proporcionar materias primas para que el Comercio se ejecute. Cualquier otra riqueza que exista en un Estado Agricultor, será una riqueza precaria”.
En consecuencia, propone la creación de una Escuela de Agricultura. Es detallista al hablar de los abonos, las semillas, los arados, de la rotación de cultivos. Respecto de esto último, dice: “lo que deberá observarse es no sembrar una misma semilla seguida, sino variar”. Hoy, Belgrano se habría opuesto absolutamente al monocultivo sojero. Recomienda la cría del ganado lanar y lo vincula a la producción textil: “recomiendo la Vicuña y la Alpaca, cuyas lanas saben toda la estimación que tienen en Europa (…) hasta hace poco tiempo no se ha exportado otro fruto de este país que el cuero”.
Por otra parte, su posición pro industrial se manifiesta claramente cuando propone “el establecimiento de Escuelas de hilazas de Lana para desterrar la ociosidad y remediar la indigencia de la Juventud de ambos sexos”, lo mismo cuando se refiere al cultivo del lino y cáñamo, vinculando a ambos a la construcción de “buques mercantes”, para lo cual también incluye a los “cables” (sogas), que pueden ser trabajados “principalmente por el Sexo femenino, el que en este país, desgraciado, y expuesto a la miseria y desnudez, a los horrores del hambre, y los estragos de las enfermedades que de ella se originan, expuesto a la prostitución”. Al pie de su escrito agrega, respecto a las mujeres:
Parecerá una paradoxa esta proposición, a los que deslumbrados con la general abundancia de este país no se detienen a observar la desagraciada constitución del sexo débil. Yo suplico al lector que este poseído de la idea contraria, examine por menor quales son los medios que tiene aquí la mujer para subsistir, que ramas de industria hay a que se pueda aplicar, y les proporcionen ventajas, y de qué modo puede reportar utilidad de su trabajo: estoi seguro que a pocos pasos que dé en esta asperesa el horror le retraherá, y no podrá menos de lastimarse conmigo de la miserable situación del sexo privilegiado, confesando que es el que más se debe atender por la necesidad en que se ve sumergido, y porque de su bien estar que debe resultar de su aplicación, nacerá, sin duda, la reforma de costumbres y se difundirá al resto de la Sociedad…
Relaciona a la construcción de barcos con “los Minerales de Brea que se encuentran en las jurisdicciones de Salta y Mendoza”. Al tocar este tema vamos a su pensamiento de fondo, propone que el hilado se extienda al algodón, y dice: “así se recabaran los jornales que en eso se emplean en la Península, nuestros compatriotas, y las Fábricas se encontrarían abastecidas de materias primas, ya en disposición de manufacturarse, y con mayor porción de brazos para el aumento de sus Telares”, agrega: “Para esto sería preciso se trajese de Europa todos los Tornos necesarios y maestros que enseñen su uso”.
Setenta y dos años después, en el debate parlamentario de la Provincia de Buenos Aires impulsado por un sector político que encabezaban el Gobernador Carlos Casares y su Ministro de Hacienda, Rufino Varela, se proponía lavar e industrializar la lana. Esta posición fue derrotada, tras lo cual se impuso el tipo de país agro exportador de la llamada Organización Nacional, que hasta el día de hoy está vigente y hace de la Argentina un país dependiente de potencias extranjeras e imperialistas.
Su condición de economista se destaca en la Memoria del 14 de junio de 1798, cuando escribe que tiene “el honor de ser miembro de la Academia de Economía Política en la Universidad de Salamanca”, creada en 1789. Cita a Quesnay y a sus máximas sobre la libre concurrencia en el mercado, pero lo más importante es que se refiere al “Señor Campomanes”.
¿Quién fue Campomanes y como influyó en Belgrano?
Pedro Rodríguez de Campomanes (1723-1803), fue nombrado en 1762 por Carlos III Ministro de Hacienda. Durante su gestión tuvo la oposición eclesiástica porque proponía entregar las tierras sin cultivar que tenía la Iglesia a agricultores no propietarios; fue autor de las leyes que liberaron el comercio y a la agricultura de los impuestos que impedían su crecimiento; propone la libre circulación de los cereales y reformas agrarias para el reparto de tierras entre pequeños propietarios. Campomanes es recomendado para el cargo por Gaspar Jovellanos (1744-1811), autor del “Informe en el Expediente de la Ley Agraria”, trabajo que influyó en el pensamiento económico de Belgrano. Jovellanos era contrario al latifundio, ya que proponía disolver la institución feudal de La Mesta, gremio de ganaderos transhumantes que controlaban el territorio y las mejores tierras de España, ante la necesidad de producir lana para la industria.
En la Memoria del 14 de junio de 1802, Belgrano, avanza aún más en el pensamiento clásico y define con profundidad su posición industrialista: “Todas las Naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir, no solo el darles nueva forma, sino en atraer las del Extranjero, para ejecutar lo mismo y después vendérselas”. Cuando se refiere al curtido del cuero, dice algo muy significativo: “desterrará la ociosidad y veremos volverse en manos laboriosas lo que hoy yacen en el estado de mayor languides, y que el menos Patriota no puede ver sin dolor, ayudémoslas no nos contentemos con llorar su miseria, con vituperar su decidía, enseñémosle a trabajar”.
Un apartado especial merece la preocupación y las propuestas de Belgrano para crear un sistema educativo para la niñez de ambos sexos, que los sacara del analfabetismo y los preparase también técnicamente con conocimientos útiles para la actividad comercial, agraria, industrial, la navegación, dibujo y estadísticas. En el año 1798 presentó un proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria. En el mes de marzo de 1810 escribe en el Correo de Comercio lo siguiente: “¿cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, sin no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?”.

La Revolución en marcha
Producida la Revolución del 25 de mayo, la Primera Junta le encarga a Mariano Moreno, el 15 de julio de 1810, la redacción del “Plan de las Operaciones”; el 30 de agosto Moreno lo presenta a consideración de la Junta y ésta lo aprueba. En el contenido de lo que fue un verdadero Plan Económico, Social, Militar y Diplomático, está la formación científica de Belgrano, quien estaba muy entusiasmado con la economía política y junto a Mariano Moreno eran los de mayor conocimiento científico y técnico entre los miembros de la Primera Junta. En el Plan se había escrito: “(…)hacer publicar en todos los pueblos que a todas las familias pobres, que voluntariamente quisiesen trasladarse a la Banda Oriental y a las fronteras a poblar, se les costeará el viaje, dándoles las carretas y demás bagajes para su transporte y regreso, y contemplándoles como pobladores, se les darán terrenos a proporción del número de personas, que comprenda cada familia, capaces y suficientes para formar establecimientos, siembras de trigo, y demás labores y esto por el término de diez años, que serán los periodos que deberán habitarlos, y pasado dicho término, podrán venderlos, o enajenarlos como más bien les pareciere, sin que el valor de dichas tierras tengan que abonarlo”. El Plan fue la guía que llevaban en sus alforjas Vieytes, Castelli, Belgrano y otros patriotas de avanzada en el recorrido de la Guerra de la Independencia, para construir una Argentina moderna, una vez logrado el objetivo Revolucionario. Son también las ideas de Bernardo de Monteagudo, el revolucionario tucumano que a los 19 años había escrito la proclama del levantamiento revolucionario de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809.
Es muy valioso hacer referencia que en el mismo mes de agosto de 1810 Manuel Belgrano escribe en el Correo de Comercio respecto de los terratenientes: “¿No escandaliza que un poseedor de terrenos inmensos, los más de ellos abandonados, prive a sus conciudadanos de una porción de tierra a las orillas de un rio navegable, para que traigan sus ganados en pie para matarlos, cuando por ese medio ahorrarían los gastos inmensos de conducciones en unos países de tan poco arbitrio?”. Éste es el Belgrano que la cultura oficial oculta. También es sorprendente su nivel de conocimiento de los países y la economía del mundo, el 10 de junio de 1810 escribe sobre China y dice: “no hay país más poblado que el que habita, ni Nación más poderosa en el Orbe”; destaca el rol del comercio interno de China y las ventajas de promoverlo en relación a la agricultura y la industria, agregando: “si nuestros antepasados se hubieran fijado en estas ideas y no se hubiesen deslumbrado con las riquezas de convención, tan pasajeras y precarias, que las atraía el comercio marítimo o exterior, seguramente estos países presentarían un aspecto muy diferente del que tienen”.
La concepción de la relación entre los pobres, los pueblos originarios y las tareas de la Revoluciones, es la que Belgrano plasma en la práctica a través de su “Reglamento para las Misiones”, de diciembre de 1810. Allí, en lo que se puede considerar como la primera Constitución redactada después de mayo de 1810, en su artículo 1º establece que: “todos los naturales son libres, gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode”, por lo que podemos considerar que un claro programa de devolución de la tierra a los pueblos originarios. En abril de 1810, en el Correo de Comercio, había propuesto una Reforma Agraria en los siguientes términos: “es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades (…) que se podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen tierra enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitantes están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo porque no adelantan”.
Otro hubiese sido el destino de nuestra Patria Argentina de haber triunfado el ala más avanzada y esclarecida de la Revolución de Mayo, a la que pertenecía Belgrano, habiendo sido derrotada porque la hegemonizó un sector de terratenientes y mercaderes sólo interesados en resolver el problema del libre comercio, “los partidarios de sí mismos”, como él los denominaba y caracterizaba con justeza. Con ello, la tarea democrática agraria y el anhelo de hacer un país con verdaderos agricultores y con industrias no se pudo concretar, quedando así la Revolución de Mayo inconclusa.
En el curso de los diez años que transcurren entre mayo de 1810 y junio de 1820, Manuel Belgrano tuvo alegrías y amarguras, aciertos y errores; en él predominaba el optimismo y la felicidad de estar luchando por una causa justa, donde sus aciertos políticos y militares definieron el triunfo sobre los españoles. Tenía admiración por el heroísmo de la guerrilla gaucha que dirigía Güemes. En una ocasión llegó a escribir: “yo abandono mi Anacarsis (filósofo griego que escribía poemas de elogio a los guerreros), ¡Qué Griegos! yo he visto a los gauchos realizar acciones que los superan”. Y en relación a las 30 mujeres “Heroínas de la Coronilla”, que murieron combatiendo a Goyeneche, expresó “¡Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con un entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras“. Después de conocer el informe al respecto del soldado Turpin, mandó que todas las noches los oficiales del Ejército al pasar lista preguntasen: “¿Están presentes las mujeres de Cochabamba?”. Fue duro con los vacilantes y “desnaturalizados”, como denominaba, a la “gente principal” que se quedó en San Salvador de Jujuy, desobedeciendo su mando del 29 de julio de 1812, y que formaron gobierno con el jefe realista Pío Tristán la noche del 23 de agosto, cuando el General y su pueblo habían emprendido el camino rumbo a Tucumán, lo que terminó siendo una de sus mayores amarguras.
Hay quienes le señalan el error político-militar de liberar a Pío Tristán y a sus oficiales tras el triunfo de Salta, bajo juramento de no volver a tomar las armas hasta un armisticio, cuestión que Tristán “cumpliría a rajatabla su juramento”. Belgrano volvió a San Salvador de Jujuy el 21 de marzo de 1813 y en reconocimiento al heroísmo del pueblo jujeño creó y donó una Bandera especial, que es conocida como “La Bandera de la Libertad Civil”, la que hoy se conserva en Casa de Gobierno de nuestra provincia. Distintos sectores de clases dominantes y políticos a lo largo de la historia se apropiaron de la significación del Éxodo Jujeño para tergiversar los hechos y lograr una hegemonía de clases de su simbolismo.

Ante la restauración monárquica contrarrevolucionaria
En marzo de 1814, Fernando VII reasumió el trono de España y comenzó los preparativos contrarrevolucionarios para recuperar las colonias con una gran fuerza militar. Ante ello, en diciembre de ese año el Director Posadas designó a Belgrano y a Rivadavia para la misión diplomática de conocer el comportamiento de Inglaterra ante la pretensión de España. Poca gracia le causó a Belgrano compartir la tarea con el personaje que le había ordenado retirarse hasta Córdoba sin presentar combate a los realistas después del Éxodo Jujeño, el mismo que antes le había prohibido enarbolar la bandera celeste y blanca enviándole a cambio la bandera española. Estuvo en esa misión hasta noviembre de 1815; no lograron el objetivo de consensuar con los ingleses y con un sector de la Corona Española en contradicción con Fernando VII. Rivadavia, por su parte, utilizó su estancia en Londres para hilvanar sus propios negocios con la Banca, que usaría a pleno cuando llegara a la Presidencia y, entre otras cosas, contraería el empréstito con la Baring Brothers, origen de la política de endeudamiento externo de la Argentina.

Enfermo y preso, decide volver a Buenos Aires
Tras un levantamiento militar en Tucumán en noviembre de 1819, paradojas de la Patria, el General Manuel Belgrano fue apresado y estuvo al borde de ser engrillado, lo que anticipaba que la guerra civil se profundizaba y sobrevendría “la anarquía de los años 20”. Su arresto obedecía, además, a su relación y acuerdos con su confidente “amigo y compañero querido”, el General Martín Miguel de Güemes, tal como lo llamaba en su correspondencia. En abril de 1816, ante las luchas internas entre fracciones a las que se oponía, había escrito: “quiero ir a vivir con los indios”. En 1818, coincidieron con Güemes en que el llamado “Bando del Fuero Gaucho” tenía que ser avalado por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, trámite que aprobó y facilitó Belgrano, de manera de tener más poder para neutralizar a la oposición de la clase terrateniente-mercantil del Noroeste Argentino, que se autodenominaba “gente decente”, opuesta al “bárbaro” Comandante de gauchos. Después de 1815, Güemes dispuso que ningún gaucho sería obligado a prestar servicio a sus patrones estando en las filas de la guerrilla que combatía a los españoles. Se trataba de una cuestión de fondo en un proceso revolucionario, porque cuestionaba las relaciones sociales de producción serviles y dominantes establecidas por el sistema feudal-colonial. La élite porteña opinaba lo mismo de él. Bartolomé Mitre, el máximo exponente de la historia liberal oficial, lo llamaría, en su libro Historia de Belgrano, “déspota” que sublevaba “contra él a todas las clases ilustradas de su provincia”. Los “decentes” de Salta, Jujuy y Tucumán cometieron la infamia de conspirar contra Güemes, llegando al colmo de intercambiar correspondencia y mensajes con Olañeta, Jefe del ejército realista, para planificar su ingreso a Jujuy y Salta, logrando con la traición su asesinato en junio de 1821. No olvidamos que tras la ocupación de Salta, el 7 de junio, una parte de los “decentes” formaron gobierno con el Español Olañeta.
El 17 de enero de 1820 Manuel Belgrano escribe desde Tucumán al Gobernador de Cuyo que ha dispuesto trasladarse a Buenos Aires, dado su precario estado de salud. Tras un penoso viaje es llevado a una casa en San Isidro, escribiendo su testamento el 25 de mayo. El Licenciado Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano falleció a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820. Murió solo y pobre, el científico de la economía política, el pensador revolucionario y abnegado patriota; hombre honesto y desprendido de todos su bienes materiales, que donaba la mitad de su sueldo para que los soldados se alimentaran mejor; que rechazó el título honorifico de Capitán General argumentando que “no veo en él sino más trabas para el trato social y más gastos … para el sostén de una escolta”; quien siendo Jefe del Ejército del Norte dio por su valor en combate el rango de Capitana a María Remedios del Valle, de origen africano, y para Juana Azurduy propone su designación como Teniente Coronel; quien habiendo nacido en el seno de una familia acomodada murió en la pobreza. No fue noticia importante para quienes gobernaban Buenos Aires en esos días. Su ejemplo de vida patriótica, entregada a la Revolución, vive hoy principalmente en el corazón de los pueblos que lo aman y habitan en el territorio donde libró sus principales combates militares y políticos por la Guerra de la Independencia. Su legado nos impulsa a luchar para conquistar una Segunda y Definitiva Independencia, que esta vez finalmente resuelva la cuestión agraria, la democratización de la propiedad de la tierra y la Soberanía, que él no pudo concretar porque, como señalamos más arriba, la Revolución de Mayo fue cooptada y usurpada por los “partidarios de sí mismos”, que sólo estaban interesados en el libre comercio y en apropiarse de la tierra pública desde el gobierno, primero con la enfiteusis de Rivadavia y luego con las mal llamadas campañas al desierto.
Por último, de su gran humildad recordamos sus palabras:
Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella.
Honor y gloria eterna para el gran revolucionario, licenciado y General Manuel Belgrano.

Jujuy, junio de 2020

Benito Carlos Aramayo es Licenciado en Economía (UBA) y Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Jujuy�

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