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Josefina Racedo: «La vida cotidiana no se organiza igual en ningún lado»

por La Marea

De la disrupción a la reorganización

Desde que se decretó a nivel nacional el aislamiento para prevenir la propagación del coronavirus, se ha producido una alteración casi completa de la vida cotidiana de la mayoría de los argentinos y argentinas. Esa disrupción no sólo altera nuestro mundo interno y nuestros vínculos, sino que –además de poner al descubierto las enormes desigualdades que anidan en nuestra sociedad– también amenaza con desestructurar nuestros lazos sociales y comunitarios. En este artículo, la reconocida psicóloga social y formadora de profesionales Josefina Racedo sostiene que en un contexto como éste es necesario recuperar la experiencia histórica de nuestro pueblo, que en circunstancias dramáticas ha sabido encontrar los caminos para salir de las crisis. Según la autora, esa memoria histórica se encuentra viva en innumerables sectores y organizaciones que con su ejemplo de solidaridad y cooperación demuestran diariamente que es posible planificar la esperanza.
El siguiente texto es la síntesis de una entrevista realizada por videoconferencia el 27 de marzo de 2020 por la Asociación de Profesionales de la Psicología Social Argentina. Josefina Racedo es Directora de la Maestría en Psicología Social de la Universidad Nacional de Tucumán y Directora del Instituto Superior de Psicología Social de Tucumán. 
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Cuando decimos por qué se puede desnaturalizar aquello que era tan obvio, tan lógico, cuando hablamos de la vida cotidiana, es porque esto que ha pasado es una disrupción. Tan brusco e inmediato que ha impactado muchísimo en esa organización cotidiana que tenemos. Por ejemplo, quienes tenemos trabajo estable, estamos organizados para cumplir determinadas pautas y rutinas. Y los que no tienen trabajo estable también poseen una organización que van construyendo a diario. Por ejemplo: saber adónde ir a buscar la changa o determinar qué zona de la ciudad se puede cartonear. Lo mismo ocurre con los campesinos y jornaleros rurales. Cito a estos últimos, porque pareciera que la obligatoriedad está destinada únicamente a los que viven en zonas urbanas, con un montón de cosas ya resueltas.
 

 

Josefina Racedo (der.) junto a Ana Quiroga

 

Tenemos un país muy amplio, extenso y también muy diverso. No sólo por aquellas procedencias que configuraron el mapa humano de Argentina. También por la desigualdad social, que no es de hoy ni de ayer sino que tiene un origen antiguo. Por eso, esta crisis no es solamente por el coronavirus. Es una crisis complejísima que abarca a todo el país. Tenemos una economía tremendamente afectada, con situaciones que no aparecen en la pantalla de televisión. 
Hoy nos mandan a guardarnos en casa, o sea, cerrar la puerta. Pero acá, en el norte, traemos una larga tradición: a pesar de todas las situaciones que hemos vivido, siempre somos abiertos, confiados y atentos con los que conocemos y queremos; pero también con los que se presentan como nuevos. ¿Qué tal que de un día para otro no podemos hablar con nadie, ni podemos salir? Nos dicen: “Puede hablar…”, claro, si se tienen los medios. Pero es sabido que no todo el pueblo accede a los medios tecnológicos existentes, ni es posible incorporarlos o familiarizarse con su uso en un rato. 
Tenemos que pensar que el conjunto de la vida cotidiana de los argentinos, en sus diversas formas de organización, está alterado, está quebrado. Quienes están dentro de sus casas, luchan por re-organizarla (cuando se puede). ¿Pero aquellos que “no tienen casa” –ya porque su vivienda es precaria, ya porque se acumulan madre, padre, hijos, abuelos, y parientes en un solo espacio–, cómo hacen? 
Esto, primero, nos lleva a pensar en dimensiones que cotidianamente no vemos: las causas de por qué están las cosas así. No solamente la causa del “enemigo invisible” que avanza y del que tenemos que cuidarnos –con lo que estamos de acuerdo–, sino las causas estructurales que vuelven todo mucho más complicado. Es real: debemos cuidarnos, pero ¿cómo? ¿Cómo hacen muchos compatriotas para tener dentro de sus casas, las 24 horas, a tres o cuatro niños cuando no hay espacio? ¿Cómo hacer para que el mensaje online que manda el sistema educativo llegue y se cumplan las tareas, cuando sus padres no tienen computadoras para bajar la clase…? Estas preocupaciones son clara muestra de que la vida cotidiana no está solamente alterada al interior de cada persona. El mundo interno se desestructura, a veces, por falta de posibilidades de seguir haciendo lo que se venía haciendo. 
A muchos adultos mayores se les desestructura su cotidiano, se sienten solos. Nosotros, ¿qué hacemos en esta circunstancia? ¿Qué hemos hecho hasta ahora? Nos conectamos, hacemos una especie de red entre los que tenemos vínculos más cercanos, entre los familiares y los de amistad, y lo llamamos. Le preguntamos cómo anda, qué cuenta qué come… Cinco minutos; escuchamos qué nos dice. ¿Qué es lo que en verdad necesita aquel que tiene alterado su mundo interno y el externo? Necesita ser escuchado. Doy este ejemplo para entender mejor que la vida cotidiana, que es un organizador, cuando se desorganiza también hay que buscar cómo resolverla.

 

Confiar en la capacidad de adaptación activa para encontrar soluciones juntos

En estos momentos, es clave estar conscientes de que tenemos una experiencia social histórica como pueblo, como país. Esta crisis nos dice que hemos sido capaces de afrontar y resolver otras anteriores, tremendas. Una muy cercana es la de 2001. Si tenemos recuerdo, en la segunda mitad de los 90’ vivíamos una grave desestructuración por los cientos de miles de trabajadores que perdieron su fuente de trabajo. Además, les habían dicho que no servían, que no tenían capacidad, que ya estaba “antiguo” lo que sabían. Y el afectado no era solamente aquél que había perdido el trabajo: era todo su grupo familiar, su contexto inmediato, su lugar… Crisis que estudió muy bien Ana Quiroga. Ella pudo señalarnos dónde comenzó a manifestarse esa gran mayoría. Ana decía que estos sujetos des-ocupados, des-empleados salieron cuando descubrieron que podían ser sujetos sociales de poder, o sea: obreros desocupados, porque un modelo económico los había excluido. Y eso nos sirvió para entender también, en psicología social, que en las crisis hay un proceso, más largo, más contundente, más impactante, más tremendo. Pero las crisis también dan la posibilidad de que nos apoyemos y apelemos a las experiencias anteriores, de las que hemos salido adelante. 
La vida cotidiana no se organiza igual en ningún lado. Menos en esta etapa, cuando se oyen mensajes como “nada vale la pena”, “tenés que pelear por la tuya”, o se exalta la “meritocracia”…; son todos caminos que conducen al egoísmo personal. Pero frente a eso, principalmente los jóvenes (que son los que históricamente se levantan y ponen su sangre y su vida para que las cosas cambien), salieron y están saliendo. Los vemos en Buenos Aires, por ejemplo, trabajando en los merenderos; en Rosario, por “ni un pibe menos por la droga”; en Tucumán está pasando lo mismo: siguen atendiendo a los más pobres, a los que más necesitan, en zonas olvidadas. También hay hombres y, fundamentalmente, mujeres mayores (algunas son abuelas) que no dejan de actuar solidariamente en merenderos, comedores populares, etcétera. 
¿Por qué ocurre esa solidaridad? Yo la llamaría “cooperación humana”. En verdad, existimos como humanos porque hemos podido ser solidarios y cooperar para que la vida del otro siga. Por eso, fue muy importante que se creara un comité de emergencia social nacional. Una buena manera es articular las acciones y recursos que tiene el Gobierno con todas estas estructuras que están desde antes, y con las que pueden armarse ahora, para trabajar coordinadamente donde están las necesidades. El desafío es recuperar la experiencia acumulada, no coartar la cooperación, la solidaridad, el estar con otros. Existen innumerables ejemplos, como el de los estudiantes de la Universidad de Rosario, con una convocatoria que ha permitido acercar a docentes y con ellos armar un sostén para los que están más desprotegidos en esta crisis. Hasta ahora, los grandes medios de comunicación han ignorado totalmente esto. 
Hay una sobre-estimulación de mensajes repetitivos, homogéneos. Como si todo el país lo pudiera realizar, repiten casi monótonamente que si nos quedamos en casa vamos a sobrevivir (sin darnos otra opción que el entretenimiento). ¿Será verdad? Está bien que nos cuidemos; debemos cuidarnos, pero también cuidando a otros. Hagamos todo lo posible por ser útiles no solamente para la familia y los que están dentro de casa, sino también para otros. Y eso está sucediendo en el seno del pueblo. Doy un ejemplo: las maestras envían online las tareas, pero muchas veces –tanto en la ciudad como en las zonas rurales de Tucumán–, de todas las mamás de un curso hay una sola que dispone de computadora, internet e impresora. Esa mamá baja la tarea, la imprime, le saca una foto y la envía a las mamás que están en un grupo de Whatsapp. Ésa es la realidad acá, aunque no aparezca en los medios.
Lo inédito en la vida cotidiana son justamente estos aspectos que no han aparecido como posibles, sino que quedan como naturales. Por eso hablo de la desnaturalización. Estas condiciones concretas de existencia son profundamente sociales, y al mismo tiempo no se nos muestra que esa reestructuración, esta reorganización, depende mucho más de nosotros hoy. Sobran ejemplos: como las agrupaciones de profesionales de la salud que organizan actividades con el lema: “tomar la salud en nuestras manos”, ya que no alcanza con lo que el gobierno implementa. Pero también necesitamos que la voluntariedad no sea una cosa benéfica y beatífica.

 

Herramientas para analizar la crisis

Hay dos conceptos que son importantes tener en cuenta desde la psicología social. Además del análisis de la crisis desde una concepción dialéctica, el vínculo es una construcción histórica en cada uno de nosotros. Porque se establece con personas que están fuera de nosotros, en un primer momento, pero que organizan nuestro mundo interno. Como personas que tenemos esos vínculos vivos, –más allá del encierro obligatorio y la opción de “entretenernos”–, tenemos que seguir conectados. Tenemos que contribuir a reforzar la relación entre el mundo que está adentro de casa, y adentro de la persona, con lo que está afuera. Establecer pequeñas redes de contacto, a través de las diversas formas posibles en las actuales condiciones de vida.
Ahí está la tarea para nosotros, los psicólogos sociales: una participación activa en un mundo que sigue andando. 
Y también pensar que el concepto de vínculo incluye los aspectos sociales. Esa relación, vincular-social se establece con los que cotidianamente convivimos. Pensemos lo que son los gremios, las asociaciones de lucha. Actualmente hay un ejemplo enorme: las mujeres feministas que pudimos dar saltos históricos porque nos hemos juntado, vivido y afrontado las defensas y resistencias que ya conocemos, aún vigentes. Pero que hoy aparecen convocándose para atender a aquellas que, en el interior de sus casas, en el interior del barrio, padecen un reforzamiento de la violencia. La psicología social debe estar con ellas en estas situaciones. 
La salud, como nosotros la definimos, es una adaptación activa a la realidad. La salud general, pero mucho más la salud mental, se construye con otros. Entonces, ¿podemos preguntarnos qué hacer cuando sabemos qué hacer? Es tomar la decisión de organizar nuestras posibilidades para transmitirlas a aquellos que sí están viviendo la primera línea de trincheras. Pero también son los que están resolviendo la situación más inmediata y urgente, que hace perder la salud.

 

El miedo al virus, miedo a morir… 

El miedo es la posibilidad de reconocer dónde está el peligro, si no tenemos miedo, estamos inermes. O peor: pasamos al pánico, que es la paralización de todos los sentidos. Entonces, saber que tenemos miedo es muy importante, porque así también afrontamos las cosas desconocidas, de las que no teníamos experiencias. Al miedo hay que conversarlo. Pichon decía que el terreno principal del trabajo, para los que hacemos psicología social, es el terreno de los miedos. Son parte de esto que hablamos, de las ansiedades que se presentan ante lo conocido y lo desconocido, aquello que siento que me hace perder lo que sé, lo que me va a atacar… Situaciones dinámicas y veloces que, si no están mínimamente en contención, desestructuran a la persona.
La salud no es solamente que no entre el coronavirus; también es afrontar esos nuevos obstáculos que reconocemos, y hallar herramientas para vencerlos. La adaptación activa quiere decir eso: tener acción frente a lo que nos pasa. La pregunta es: ¿cómo puedo hacer lo que sí puedo hacer? Creo que hay que salir de la adaptación pasiva: “Cumplo quedándome y voy a ser feliz”. No es así; nadie puede ser feliz recluyéndose, sabiendo que hay otros que no pueden estar bien. Podemos acercar nuestra voluntad, nuestro conocimiento primero para conocer a fondo, si es que no lo podemos resolver en estos días (y ojalá, después las cosas no vuelvan a ser como antes.) Ojalá que, si hoy estamos preocupados por la salud, sigamos preocupados por la salud en todos sus niveles, el Gobierno y la población. Tenemos que ver cómo es este momento; tenemos que saber cuáles son las causas por las que la salud de Tucumán, particularmente, la de Chaco, Salta, Jujuy, las provincias que hacemos el Norte Grande, está tan deteriorada. Tenemos que ver por qué hay tantos chicos desnutridos. Es un deterioro que tiene más de veinte años, una situación que excede a estos últimos cuatro años, que han sido tremendos porque desmantelaron el sistema de salud nacional, aunque no lograron destruirlo.
Cuando los jóvenes científicos de nuestro país hicieron un llamado para quienes voluntariamente quisieran hacer algo por los demás, al día siguiente ya había 1700 voluntarios. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que sólo falta que nos organicemos. Y no hace falta incumplir el aislamiento social y preventivo; en principio alcanza con compartir estas ideas, estas iniciativas. Sentir que otros las están haciendo y nos satisface. Conocer las causas es el mejor modo de resolver los procesos que llevan a las situaciones de enfermedad. Estamos en un momento donde podemos afrontar la crisis sanitaria y trabajar para eso; para esto tenemos estas herramientas. 
La palabra “guardarse” es muy egocéntrica. “Cuidarse” y cuidar a otros, es mejor. Cuidarse es tener los recaudos que necesitamos para ser útiles después, no sólo ahora. La cuestión es cómo, adónde, para qué, con quiénes. Eso es lo importante. Por eso hablo de que lo mejor que tenemos es la capacidad de organización. Vuelvo al ejemplo de los ’90: los que no tenían empleo, mientras estaban desesperados y “sueltos”, fueron víctimas de distintas afectaciones que los conducía a la depresión. Cuando pudieron organizarse, resolvieron desde aquel momento y hasta el presente. Porque si hay organizaciones poderosas en el país, hoy, son las organizaciones sociales, como la CCC entre otras tantas. Y varias de ellas, ahora fueron capaces de aunar voluntades en lo de la Economía Popular. Esto expresa que somos capaces de articular.
Es oportuno señalar que estas personas que, lejos de “guardarse”, hoy deciden tener un rol bien activo ante la crisis, no lo hacen desaprensivamente. Los vemos a todos con sus barbijos y guantes. Es decir, lo hacen conscientes de la necesidad de cuidarse y cuidar al otro. Esa es la mejor manera de cuidarnos todos, resguardándonos en el afecto, en el compromiso y el calor que da lo compartido con los que queremos. No importa tanto que hoy no podamos abrazarnos; lo vamos a volver a hacer, o quizá encontremos otras formas más lindas. Lo importante es no perder y ejercer la convicción de ser solidarios. Y contribuir para que se aborden los verdaderos problemas. 
Hoy nos dicen: “Podés hacer todo lo que quieras mientras no salgas de tu casa”. ¡Como si fuera lo mismo estar en un country, en un barrio o en la Villa 31! ¿Adónde nos lleva eso?
Cuidarse no es, de ningún modo, aislarse como sujeto. Es necesario conversar, preguntar, conectarse. Atender los vínculos, que no se deshilachen, que no se empobrezcan, para salir más fortalecidos y generar nuevos vínculos con otros que también van en el mismo sentido, que tienen la misma convicción. Debemos lograr que la familia, ya en la villa, ya en un barrio, acá en la Costanera, y en tantos lugares del país donde hay un enorme porcentaje de pobres y desatendidos históricos, puedan sentir que hay otro que está pensando igual, que sabe de su existencia.

 

Sobre el rol que pueden cumplir los docentes 

Para todos los docentes esta es una experiencia absolutamente inédita. No es igual transmitir contenidos en un aula que online. Hoy se desvela trabajando –más cuando es maestra común– para armar clases, corregir trabajos y volver a mandar los resultados. Una colega, casi llorando, me dijo: “No es lo mismo estar con los chicos todos los días”. Creo que eso define a los que asumimos la docencia. No se trata, tan sólo, de empleados del Estado que percibimos un sueldo y listo, lugar en el que muchos pretenden colocarnos. No. Somos trabajadores de la educación que hemos elegido la educación. Acaso, también para sobrevivir junto con nuestra familia, por qué no. Pero nos ha ganado, a la inmensa mayoría, el amor por la docencia, que es el amor por los chicos, los adolescentes, por enseñar, por darles la mejor posibilidad de futuro. Y cuando acertamos, vale la pena. Por eso, para la inmensa mayoría de los docentes, esta situación no es fácil. Se extraña el contacto personal con los alumnos, se vuelve una necesidad no perder tal conexión. Quizá no con el criterio de que los alumnos sigan aprendiendo dónde queda Roma o Persia… Hoy es primordial mantener el vínculo con cosas cotidianas. Por ejemplo, lo que sé de ese alumno concreto, lo que conozco de su vida quizá permite establecer mejores vínculos, y las maestras saben mucho de cómo hacerlo. Podemos contribuir, tanto la familia, los maestros, y los que podemos hacer algo por ellos, para que salgamos fortalecidos de esto; no mágicamente, sino porque hemos peleado bien, hemos luchando y hemos logrado resolver una crisis tremenda como es ésta.

 

Qué hacer con la Psicología Social

Podernos reconocer, los formados en Psicología Social, es un sostén importante. Hay compañeros colegas que han cursado en nuestras Escuelas, que se han recibido, que han hecho la Maestría, y a veces no advierten que están –en sus tareas diarias– haciendo psicología social. Muchas veces estamos haciendo cosas y creemos que no estamos haciendo psicología social. Justamente de eso se trata la psicología social; no andamos con un cartelito adelante, diciendo “yo te sostengo, yo te atiendo, yo te escucho”. No, lo que hacemos es dar cuenta de qué situación social tenemos, y con toda suerte en el país, somos muchos más que dos, como diría Benedetti. Porque somos capaces de ir transmitiendo eso que aprendimos y los cambios que tenemos, en las formas que abordamos, en las opiniones que damos. Ahí está la psicología social viva.

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3 comentarios

Unknown junio 6, 2020 - 9:37 am

Importante la visión que permite reconocerse en lo que se esta viviendo.Tranqiliza y nos hace refleccionar.

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Unknown mayo 14, 2020 - 6:09 pm

Estimada Josefina, siempre tan humana, con un lenguaje directo y claro pero tan profundo. Me pareció un texto necesario en estas circunstancias, especialmente para lxs docentes!!!

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Unknown mayo 10, 2020 - 8:27 pm

Una visión de la pandemia a la altura de lo que necesitamos para atravesar este difícil momento que nos toca vivir. Gracias Josefina por tus palabras y tu claridad de siempre. Un fuerte abrazo. Carlos Torreiro. Mar del Plata

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