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La música en la estética de Byung-Chul Han

por Julian Monti

Escribe Julián Monti

Byung-Chul Han es uno de los más conocidos filósofos de la actualidad. En este artículo, el autor realiza un análisis crítico de su obra a partir del lugar que ocupa la música en sus escritos sobre estética.


Dentro del panorama de los filósofos y pensadores actuales, hay algunos que no sólo logran ejercer influencia sobre sectores no necesariamente académicos, sino que incluso se han convertido en verdaderos formadores de opinión pública. Sin ir más lejos, a poco de conocerse las dimensiones pandémicas del llamado “coronavirus”, varios de ellos publicaron en diarios y revistas –especialmente de Estados Unidos y Europa– artículos referidos al asunto que tuvieron una importante difusión, y que más tarde fueron recogidos en un libro digital bajo el título Sopa de Wuhan.

De ese reducido número de pensadores mundialmente conocidos, Byung-Chul Han puede decirse que es el filósofo de moda.

Han nació en Corea del Sur, pero hay quienes no dudan en calificarlo de “filósofo coreano-alemán”. No es casual: no sólo estudió en Friburgo y Múnich y enseña actualmente en Berlín, sino que además escribe en alemán, y en sus trabajos abundan las citas a Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger y otros. Sin embargo, lejos de la densidad, de la aspereza, características de la escritura de éstos, el lenguaje de Han es notablemente más accesible, y ninguno de sus libros contiene más de 150 páginas. Quizás éstas sean algunas de las claves del éxito editorial en que se han convertido sus más de veinte libros publicados. Pero no las únicas: sus agudas críticas a la llamada “sociedad posindustrial”, su capacidad de crear conceptos que dan cuenta de manera novedosa de algunos aspectos del modo de vida contemporáneo, y su estilo casi aforístico pero no fragmentario, entre otras cosas, hacen de Han un pensador sumamente atractivo.

La gran difusión y el interés que despiertan sus trabajos, más la aceptación que tienen sus ideas en distintos ámbitos intelectuales y artísticos, pues, son razones más que suficientes para no soslayar su importancia y hacer una lectura crítica de su obra.

Dentro de su muy vasta producción, naturalmente, no podría estar ausente la reflexión estética, ya que los rasgos de la vida contemporánea que él describe muestran una sociedad altamente estetizada. Aunque no es su preocupación principal, ha dedicado algunos trabajos específicos al tema que son muy conocidos fuera del ámbito estrictamente filosófico, principalmente entre los artistas visuales.

Byung-Chul Han es un pensador de gran cultura, pero, como sucede a menudo entre los filósofos (salvo notables excepciones), no demuestra tener demasiado conocimiento específico sobre aspectos musicales. Sin embargo, en uno de sus libros más recientes el autor apela a la música como puntapié para desarrollar los conceptos principales de un trabajo que está enteramente dedicado a cuestiones estéticas. Si bien casi no hay otras referencias en sus otros textos, el lugar que la música ocupa en Buen entretenimiento permite comprender una parte importante de su concepción estética y de ésta dentro de su concepción de la sociedad actual.

Un pensador posmoderno

Casi toda la obra de Byung-Chul Han es una crítica de la sociedad contemporánea y, por ende, aparece como una crítica al capitalismo, por lo cual erróneamente a menudo es asociado al marxismo. O, mejor dicho, a lo que algunos entienden como la superación del “marxismo clásico”, es decir, a las distintas teorías que sostienen que la teoría de Marx no puede dar cuenta ya de las nuevas condiciones del capitalismo y por ello realizan una revisión de sus fundamentos.

Independientemente de que Han no se reconozca a sí mismo como posmarxista, posestructuralista o posmoderno, en lo esencial sus concepciones son opuestas a las de Marx. La tesis principal del materialismo histórico, aquel “resultado general” que Marx consideraba el “hilo conductor” de sus estudios, al que había llegado investigando la economía política y que formuló brillantemente en el Prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política, es cuestionada por Han en los siguientes términos:

“Frente a la presunción de Marx, no es posible superar la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones productivas mediante una revolución comunista. Es insuperable. El capitalismo, precisamente por esta condición intrínseca de carácter permanente, escapa hacia el futuro. De este modo, el capitalismo industrial muta en neoliberalismo o capitalismo financiero con modos de producción posindustriales, inmateriales, en lugar de trocarse en comunismo.”1

La concepción contenida en este párrafo atraviesa toda su producción, lo que nos permitiría decir, en términos generales, que estamos frente a un descendiente de las corrientes posmodernas. Por ello, tal como sucede con otros intelectuales, las críticas de Han a la sociedad contemporánea no se dirigen al capitalismo en su etapa actual, imperialista –lo que implicaría admitir la posibilidad de su superación por otro modo de producción–, sino hacia el neoliberalismo.

Postulado, pues, el carácter “insuperable” del capitalismo, Han se dedica a describir una sociedad signada por el consumo, la revolución tecnológica, las nuevas formas de comunicación, las redes sociales, los big data, en la que –según él– se producen ciertos trastrocamientos en la conciencia de los individuos: el control se transforma en autocontrol, la dependencia en sensación de libertad, la explotación en autoexplotación.

La sensación de libertad que produce la capacidad de consumo, según Han, convierte al capitalismo “posindustrial” en una “sociedad del rendimiento”, en la que los individuos conciben al trabajo (nunca menciona el trabajo asalariado) como imperativo moral del rendimiento individual, con lo cual la explotación trastrueca en autoexplotación, aumentando la productividad del trabajo y, por ende, favoreciendo la acumulación del capital. Con ello, se desdibuja la lucha de clases y palidece toda posibilidad de transformación del régimen social.

Según Han, el “paradigma disciplinario” con que Foucault caracterizó a la modernidad es sustituido en la actualidad por el “paradigma del rendimiento”, con sus propias consecuencias a nivel de la salud mental: “La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la prohibición. […] A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.2 La única forma de evadirse de este agobiante modo de vida sería apelar a la idea –acuñada por el novelista Peter Handke– de un “cansancio fundamental”: un cansancio que, lejos del estado de agotamiento (del tipo burn-out), permitiría “el acceso a una atención totalmente diferente, de formas lentas y duraderas que se sustraen de la rápida y breve hiperatención”.3 Aunque, dicho de esta manera, este cansancio “elocuente, capaz de mirar y reconciliar” pueda ser quizás necesario para la experiencia estética, como escapatoria a semejante enajenación adopta un carácter meramente contemplativo, con lo cual Han se aleja aún más de la concepción filosófica de Marx.

Aunque Han no proviene de la izquierda ni de la tradición marxista, sus ideas se pueden entender como una continuidad de las de aquellos que en la década de 1970, desilusionados por la derrota de los movimientos de 1968 en Francia, se alejaron definitivamente del marxismo y renunciaron a la posibilidad de la revolución. Aquellos intelectuales, que incluso habían tenido participación activa en movimientos revolucionarios (como Jean-François Lyotard, por ejemplo, autor del célebre ensayo La condición posmoderna), aceptaron la idea –desarrollada principalmente en Inglaterra después de la segunda guerra mundial– de una sociedad “posindustrial”, en la que el capitalismo de la gran industria habría cedido su lugar preponderante a la economía de los servicios y del conocimiento y, por ende, en la que la clase obrera habría dejado de ser el sujeto social y político capaz de realizar transformaciones radicales, dando lugar al predominio de los sectores medios urbanos, sin aspiraciones revolucionarias.4

Más allá de que el desarrollo del sector de servicios y de la llamada “economía del conocimiento” –por más peso que hayan adquirido en la economía mundial– no niega de por sí el modo y las relaciones de producción capitalistas (ni, por tanto, sus contradicciones intrínsecas), es evidente que tanto Han como aquellos que proclamaron “el fin de los grandes relatos de la modernidad”, sólo consideran las condiciones de vida de ciertas clases o sectores sociales y de determinados países, y las elevan a características generales de toda la humanidad en esta etapa histórica. Ésa es, quizás, otra de las razones por las cuales las ideas de Han logran gran adhesión en ciertos sectores de intelectuales.

Sin embargo, aunque su mirada es parcial, la descripción de Han de una sociedad hiperconectada, hipermediatizada, no deja de aportar ideas interesantes que dan cuenta de una parte de la realidad. Su análisis del funcionamiento de las redes sociales, por ejemplo, de los efectos que producen en los individuos al exponer sus vidas privadas y entregar voluntariamente información sobre sus pensamientos e intereses a las grandes empresas, ayuda a comprender el refinamiento que han alcanzado los mecanismos que utilizan las clases dominantes para conservar su hegemonía.

“El poder se vuelve indestructible cuando se percibe como poder de nadie”, afirma Han.5 Esa apariencia –lo que algunos llaman “la mano invisible del mercado”– oculta, no obstante, a los verdaderos factores de poder, que tienen nombre y apellido: los monopolios, el capital financiero y los estados como aparatos de dominación a su servicio, dirigidos por los gobiernos de clase. Sin embargo, Han nunca personifica al poder: la sociedad contemporánea –a la cual llama, según desde qué aspecto la observe, “sociedad de la transparencia”, “sociedad porno”, “sociedad de la información”, “sociedad del rendimiento”, etcétera– aparece también en sus obras como producto de un poder omnímodo, impersonal, diluido en el concepto de “neoliberalismo”, que además constituiría el último estadio de la historia de la sociedad humana, como se desprende del párrafo citado más arriba.

La estética sin negatividad de la sociedad contemporánea

“La sociedad de la transparencia se manifiesta en primer lugar como una sociedad positiva. Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allanan, cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información.”6 Esta idea de una sociedad “sin negatividad” es fundamental para comprender toda la filosofía de Byung-Chul Han.

La concepción de una sociedad “positiva” –donde, como hemos visto, no habría lucha de clases– lo ha llevado a Han, incluso, a postular “el fin de la época viral”: entendiendo al virus como a un “otro” al que hay que repeler, sostiene que el comienzo de nuestro siglo “desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal”, en el que predominan la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el síndrome de desgaste ocupacional, que son “infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad”.7

Más allá de que, por un lado, a la luz de la pandemia actual podamos considerar como un traspié a estos conceptos publicados en 2010, y, por otro, podamos calificar de “antidialéctica” a la idea de una sociedad “sin negatividad”, “sin resistencia” (que ignora, además, las convulsiones sociales que se producen constantemente en todo el mundo, a pesar de que no logran coronar en revoluciones o que, si se quiere, no se plantean como objetivo el socialismo), en esta “sociedad transparente” que describe Han juega un papel importante la dimensión estética humana. Más aún: vivimos en una sociedad no sólo altamente estetizada, sino que produce además un arte acorde a ese exceso de positividad, y lo refuerza.

Según Han, vivimos en una sociedad “calocrática”, donde impera una belleza también sin negatividad, una belleza agradable que se manifiesta plenamente en “lo bello digital”: “En lo bello digital, la negatividad de lo distinto se ha eliminado por completo. Por eso es totalmente pulido y liso. No debe contener ninguna desgarradura. Su signo es la complacencia sin negatividad: el ‘me gusta’”.8 Es decir, una sociedad donde todo se inserta sin resistencia en la lógica consumista del neoliberalismo tiene que producir objetos e imágenes de agrado pasajero que excluyan –podríamos decir– toda contradicción.

Para Han, pues, las señas de identidad de esta época son lo liso, lo pulido, lo terso, lo pulcro, lo satinado y lo impecable. Estos rasgos se manifiestan en todas las esferas sociales, tanto en el diseño de los objetos cotidianos, como en el ideal de los cuerpos bellos (de las mujeres, deberíamos aclarar), de los que se trata de eliminar mediante distintos tratamientos todo “defecto”, toda “negatividad”; y también, por supuesto, en el arte propiamente dicho, para lo cual Han utiliza como ejemplo las esculturas de Jeff Koons: superficies absolutamente pulidas, impecables y de efecto inmediato, en las que no existe ningún quiebre, ni se aprecia ninguna costura o juntura, y donde no hay nada que interpretar, descifrar, ni reflexionar,9 como en el espacio de la hipercomunicación, que es “un espacio sin misterio, sin extrañeza ni enigma”.10

“El Balloon Dog no es ningún caballo de Troya. No esconde nada. No hay ninguna interioridad que se oculte tras la superficie pulida”, dice Byung-Chul Han sobre la escultura de Jeff Koons.

Han sostiene que la creciente estetización de la cotidianeidad –con el predominio de lo agradable, de lo bello sin negatividad que se agota en el “me gusta”– deviene, pues, en “anestetización”, produce la sedación de la percepción.11 De esta manera queda integrada la estética a su pesimista concepción de la sociedad.

Por el contrario, “lo bello artístico” –donde Han sí encuentra esa “desgarradura”, esa “herida”, esa negatividad– sería “una resistencia contra el consumo”; la tarea del arte consistiría, pues, en “la salvación de lo otro”, “la salvación de lo distinto”. En línea con aquel “cansancio fundamental” que considera necesario recuperar para evadirse del imperativo del rendimiento, Han realza aquí la necesidad de “demorarse en lo bello” como una forma de resistencia contra el neoliberalismo.

El “buen entretenimiento” y la música

En términos muy generales, encontramos en esta categorización de lo bello la clara adscripción de Han a la tradición del idealismo alemán. Por otra parte, es posible entender a la idea de la “anestetización” como parte de una crítica a la cultura de masas, lo que podría trazar una línea con la Escuela de Frankfurt. Pero Han no es un crítico de la cultura como lo es, por ejemplo, Fredric Jameson, con sus investigaciones sobre el posmodernismo en tanto “lógica cultural del capitalismo tardío”.

Han, desde su posición de filósofo, hace una crítica de la sociedad contemporánea integrando en ella a la dimensión estética. Por eso, mientras en los trabajos de Jameson se hallan exhaustivos análisis sobre literatura, arquitectura, cine, televisión, música, etcétera, en los de Han –incluso en sus trabajos más “estéticos”– el arte no aparece sino como referencia de conceptos filosóficos más generales.

Así como las esculturas de Jeff Koons son el puntapié para explicar la estética de lo liso y lo pulido, en uno de sus trabajos más recientes Han parte de la música –o, si se quiere, de la estética musical– para hacer referencia a dos conceptos que considera constitutivos de la historia del arte occidental: el “arte como Pasión” y el “arte como entretenimiento”.

Para Han, la sociedad del rendimiento es la forma actual que adquiere el imperativo moral de toda la cultura occidental: la “Pasión”, el padecimiento, el sacrificio. Pero la sociedad contemporánea es también la de la totalización del entretenimiento, al que la cultura occidental –el “espíritu de la Pasión”– ha interpretado tradicionalmente como decadencia. Han sostiene que, en el fondo, pasión y entretenimiento no son completamente distintos: “Después de todo, el puro absurdo del juego es afín al puro sentido de la Pasión. A la sonrisa del bufón se asemeja fantasmagóricamente el rostro demudado de sufrimiento del homo doloris”.12

Para decir en términos dialécticos lo que Han entiende como una “paradoja”, la pasión y el entretenimiento serían los polos de una contradicción que atraviesa toda la cultura occidental.

La música, ausente en casi toda la obra de Han, cobra aquí importancia: para ilustrar esa contradicción (y lo que podríamos llamar esa identidad de los contrarios), Han apela, entre otras varias cosas, a las polémicas que desató el estreno en 1727 de La Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach y, por otro lado, a las consideraciones de varios filósofos y críticos acerca de la obra de Gioachino Rossini.

En el caso del estreno de La Pasión según San Mateo –una de las obras sacras más profundas de la historia de la música, escrita sin dudas por el compositor más devoto– Han cita fuentes de la época en las que, curiosamente, se cuestiona su carácter “teatral”, propenso a la voluptuosidad, indigno de la celebración litúrgica, y en las que se condena que la música vocal quede subordinada de tal forma a la música instrumental que no anime a los oyentes a la devoción, sino más bien a todo lo contrario.

Sobre Rossini, es sabido que tenía fama –quizás por lo exitosas que fueron sus óperas– de compositor frívolo, ligero, efectista, cuyas obras buscaban el agrado del público y carecían de seriedad y profundidad; Rossini sería, en este sentido, el modelo del compositor de música para el mero entretenimiento, en cuyas antípodas se encontraría, desde luego, Wagner. Sin embargo, señala Han, es notable que varios filósofos para quienes el arte tiene una carga moral indiscutible se hayan entusiasmado tanto con la música del italiano: Hegel, por ejemplo, que en sus Lecciones sobre estética califica de “arte servil” a aquel que sólo sirve para divertir y entretener, después de haber asistido a una función de El barbero de Sevilla (una ópera cómica) incluso tomó partido a favor de él, en contra de sus detractores.13

El análisis de Han en este punto se torna realmente interesante y merece ser leído para apreciar su profundidad. Pero aquí nos bastará con detenernos en estas dos circunstancias para comprender que pasión y entretenimiento, es decir, el imperativo moral (educativo, religioso y hasta podríamos decir lo ideológico) y el puro goce estético desinteresado (el juego, y también podríamos decir el llamado arte por el arte), son dos tendencias opuestas y al mismo tiempo inseparables. Las razones por las cuales, en opinión de Han, esa contradicción es constitutiva de la cultura occidental habría que buscarlas, desde ya, en las condiciones materiales que la han originado en lo que se llama Occidente; pero no es ése el objeto de este artículo.

Aunque quizás Han no haya querido adentrarse en el resbaladizo terreno de la estética musical en sus reflexiones en torno a lo liso y lo pulido, sin duda abundan en la música actual ejemplos con los que también se podrían ilustrar esos conceptos; optó, en cambio, por referirse a las artes visuales, específicamente a las esculturas de Koons. Ahora bien, ¿por qué para mostrar en toda su complejidad la contradicción entre la pasión y el entretenimiento Han necesita apelar a ejemplos musicales? Quizás la respuesta haya que buscarla en las particularidades de la música misma.

La tensión planteada por Han entre pasión y entretenimiento puede ser reducida –aunque resulte un poco anticuado– a la tensión entre contenido y forma. Lo que Han llama “Pasión”, el imperativo moral, la espiritualidad, las ideas, es todo lo que la música por sí misma no puede contener, ni transmitir, sin el auxilio de la palabra o de la imagen. Sin éstas, la música es asemántica, o –si se prefiere– no tiene dimensión semántica socialmente convencionalizada (al menos desde el momento en que se autonomiza de funciones cultuales o rituales); unida a ellas (e incluso cumpliendo funciones rituales), nunca pierde del todo su autonomía como forma. ¿Por qué, si no, una obra cuyo texto es tan profundamente religioso como La Pasión según San Mateo pudo ser interpretada como una incitación a la voluptuosidad? ¿Qué hizo que dos recios filósofos alemanes como Hegel y Schopenhauer se olvidaran, quizás, del estereotipado argumento de la ópera bufa de Rossini, con el que se divertía a carcajadas la burguesía, y elogiaran sus ingeniosas melodías?

Una de las arias de La Pasión según San Mateo, de Bach.

La historia de la música está llena de estos curiosos desplazamientos. Por eso, no es casual que Han haya apelado a ejemplos musicales para desarrollar la unidad entre pasión y entretenimiento como una “paradoja”. En la música –para seguir pensando dialécticamente–, esa unidad de contrarios entre forma y contenido adquiere una particularidad: la forma (que es la materialidad sonora misma) es el aspecto dominante de la contradicción, tanto como no lo es en casi ninguna otra disciplina. El sonido, pues, incluso unido a la palabra (como música cantada), a la imagen o a una idea, nunca termina de confundirse con éstas, dejando al descubierto muy claramente las singularidades de la experiencia estética, lo que sin dudas constituye una parte esencial de lo humano y, como tal, también de lo social y de lo político.

Como hemos dicho, para Han el imperativo del rendimiento es la forma actual que adquiere la pasión. Ese imperativo –que produce en los individuos la tendencia a la autoexplotación y con eso vuelve “insuperable” al capitalismo– está mediado por el entretenimiento, por un entretenimiento que “degenera en una desconexión mental” y que termina confundiéndose con el trabajo mismo: “La producción se ludifica”.

Ésta sería la faz perversa del entretenimiento, entendido como lo estético propiamente dicho, puesto al servicio de la reproducción del régimen social. Del otro lado encontraríamos lo que Marx llama actividad libre (de necesidad), o creación “de acuerdo a las leyes de la belleza”, que distingue al ser humano del animal, pero que el régimen del trabajo asalariado termina por trastrocar en trabajo alienado, en el que la actividad vital se convierte en medio para la mera existencia.14

En el fondo, podríamos decir que toda la reflexión de Han gira en torno a la cuestión de la alienación. Pero, lejos de Marx, la salida que encuentra es, una vez más, contemplativa: al entretenimiento que genera “anestetización”, o “desconexión mental”, Han le contrapone un “buen entretenimiento” y un “bello entretenimiento” al que la humanidad podrá arribar “si alguna vez llega a superarse realmente el tiempo de la Pasión”.

Fin de la historia

Como puede apreciarse, las concepciones estéticas de Byung-Chul Han no sólo están integradas a su concepción general de la sociedad actual, sino que son una parte fundamental de ésta. El lugar que allí ocupa la música nos ha permitido comprender que, en el fondo, su reflexión gira en torno a las particularidades de la experiencia estética, que él asocia con lo lúdico, y que sería una de las palancas fundamentales –junto al imperativo moral– de las que se sirve el llamado neoliberalismo para imponer su lógica perversa.

No son desatendibles estas consideraciones, si no fuera por la circularidad de su reflexión, en la que describe una sociedad prácticamente distópica, y para la cual sólo se atreve a imaginar salidas contemplativas, individualistas, utópicas.

Desde luego, Han no es el único pensador actual descendiente de las teorías del “fin de la historia”, pero la considerable influencia que ejerce sobre amplios sectores de la intelectualidad –producto entre otras cosas de la atractiva forma de su exposición– vuelve necesario, pues, no sólo hacer un análisis crítico de sus ideas, sino también –y fundamentalmente– persistir en el debate.

NOTAS:

1 Han, B.-C.: Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, Herder Editorial, Barcelona, 2014.

2 Han, B.-C.: La sociedad del cansancio, Herder Editorial, Barcelona, 2017.

3 Ídem.

4 Callinicos, A.: Contra el posmodernismo, Buenos Aires, Ediciones Razón y Revolución, 2011.

5 Han, B.-C.: Sobre el poder, Herder Editorial, Barcelona, 2016.

6 Han, B.-C.: La sociedad de la transparencia, Herder Editorial, Barcelona, 2013.

7 Han, B.-C.: La sociedad del cansancio, edición citada.

8 Han, B.-C.: La salvación de lo bello, Herder Editorial, Barcelona, 2015.

9 Ídem.

10 Han, B.-C.: La expulsión de lo distinto, Herder Editorial, Barcelona, 2017.

11 Han, B.-C.: La salvación de lo bello, edición citada.

12 Han, B.-C.: Buen entretenimiento, Herder Editorial, Barcelona, 2018.

13 Ídem.

14 Marx, K.: Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Colihue, Buenos Aires, 2010.


Julián Monti es Profesor Superior de Música, docente del Conservatorio Superior de Música de la Ciudad de Buenos Aires “Ástor Piazzolla”.

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