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Una realidad recorre Europa… y la literatura da cuenta

por Silvia Nassif

Escribe Mirta Caucia

En la orilla, La capital, La hora de los hipócritas: tres novelas, tres autores, tres países y la realidad de un capitalismo sanguinario y agotado en el continente que lo vio nacer.


En 1938 aparecía con la entidad de trilogía USA, de John Dos Passos. A lo largo de los tres libros que la integran –Paralelo 42 (1930), 1919 (1932) y El gran dinero (1936)– es posible recorrer el brutal desarrollo del capitalismo en EE.UU. durante las primeras décadas del siglo XX. Ni los avatares de la Primera Guerra Mundial, ni la llamada Gran Depresión, parecían entonces poder derribar a la bestia joven y pujante, depredadora y creativa, que devoraba la vida de muchos de los personajes, en tanto encumbraba a otros, que de la nada pasaban a tener la “llave” del mundo.

Sus páginas vienen a la memoria con la lectura de tres novelas contemporáneas: En la orilla, del español Rafael Chirbes (1949-2015), La capital, del austríaco Robert Menasse (1954) y La hora de los hipócritas, del griego Petros Márkaris (1937). Con algo menos de la maestría con que lo supo hacer Dos Passos, las tres, sin embargo, nos permiten atisbar que cien años después, el capitalismo es en el continente que lo vio nacer una bestia tan sanguinaria como agotada, cuya piel ha perdido todo brillo, y cuyas lacras ya no hay maquillaje que las oculte.

Tres manifestaciones y un solo dios 

Rafael Chirbes, En la orilla

Al finalizar la última página de En la orilla –la más potente de estas novelas– Rafael Chirbes fecha “julio de 2012”. La obra fue publicada a principios de 2013, recibió el mismo año el Premio Francisco Umbral al Libro del Año y en 2014 el Premio Nacional de la Crítica, ambos en su país de origen.

El comienzo de En la orilla es apenas una puerta a un universo que se despliega a medida que avanza. La tercera persona se troca rápidamente en la primera del protagonista y la de las voces de otros personajes, y la sospecha inicial de una trama policial deja paso a la certeza de una clase de crimen del que son víctimas sociedades enteras. El marjal –pantano cierto pero también simbólico– y un pueblo ficticio, Misent, que reúne las características de varios reales, serán el escenario donde veremos desfilar a España tras la crisis financiera del 2008 y el estallido de la burbuja inmobiliaria.

Chirbes, quien manifestó en un reportaje1 haber leído a Marx y tener subrayados todos los tomos de El Capital, no se permite el menor desliz hacia lo teórico, como tampoco ningún juicio de valor sobre sus personajes. Es la elección plural de los mismos y el entramado de sus vidas –tal como en Dos Passos– lo que nos va a sumergir en una realidad dolorosa, en la que imperan el fracaso, la desazón, el vacío, el despilfarro, la marca de los tiempos que corren. La peripecia individual y subjetiva enlazada sin redención a los acontecimientos sociales es lo que nos va a llevar a un tiempo histórico que trasciende la novela. Amargura, sarcasmo, pero también nostalgia del pasado, predominan en el tono con que nos guía el relato.  

Robert Menasse, La capital

La capital, de Robert Menasse, fue publicada en 2017 y premiada con el Deutscher Buchpreis, galardón de los editores y libreros alemanes a la mejor novela del año. Bruselas –donde el autor residió por cuatro años antes de escribirla–, capital institucional de la Unión Europea, sede de su Comisión, es el núcleo que arracima las vidas en las que un narrador omnímodo nos introduce. Antiquísima urbe aggiornada, que concentra los estamentos de un suprapoder, Bruselas no se parece a Misent. Tampoco el tono del relato se parece al de En la orilla: aquí campean la ironía afilada, el juego, una fluidez que distancia de los sentimientos más fuertes. Urbe de por sí políglota, la congregación de funcionarios de la UE provenientes de distintos países va a multiplicar identidades y culturas, babilonia maquillada con la jerga común salpicada de varios idiomas, usada por la nueva camarilla. Hay en La capital un crimen inicial, su autor, y un comisario, y también otros crímenes, pasados y futuros, pero no se podría decir que es una obra del género negro.  

Por último, La hora de los hipócritas es la más reciente de las tres novelas. Fue publicada en 2019 (abril de 2020 en Argentina) y no es la mejor de Petros Márkaris. Quienes amamos la dupla Márkaris-Kostas Jaritos (su personaje) y venimos siguiendo la saga de la crisis griega, podemos sin embargo perdonárselo.

Atenas, capital de un país del tercer mundo que, como dice Márkaris, vivió en los 90 “un período de riqueza virtual y de felicidad virtual”2, difiere de los escenarios que describimos hasta aquí. A medio camino entre los dos, comparte sin embargo con la Misent de Chirbes las consecuencias devastadoras de la crisis, y padece la intervención opresora de las políticas de la UE que vemos palpitar en La capital, donde incluso una de sus protagonistas es una chipriota-griega.

La hora… es, con todas las de la ley, una novela policial. Los crímenes, por lo tanto, son el hilo conductor del relato. Pero alternan con los sucesos de la vida familiar de Jaritos. La primera persona habitual en la serie del comisario mantiene un tono de equilibrio: la ironía no hiere, la amargura no mata, aún en medio de las injusticias podemos disfrutar de la familia y la amistad, que nos contienen. Hay un momento para renovar la vida en los descendientes, y para obtener pequeños triunfos en la profesión. Esas premisas encarnan en un lenguaje trabajado para resultar sencillo, que muestra un personaje tan querible como poco creíble fuera de la ficción, con la modestia que cabe a un “héroe” del tercer mundo, y que nos da permanentemente el respiro del humor. Tono, por lo demás, alejado del de Offshore (2016), donde Márkaris nos sorprendió con una amargura inédita, una desesperanza manifiesta, sobre todo en un final sin atajos.

Hasta aquí, tres autores y tres novelas, con tres escenarios y tres tonos distintos para narrar. Pero un sustrato que las enlaza y reflejan, como tres buenas obras literarias que son: la sociedad europea en la última década. La realidad de un capitalismo “global” manifiesta en lo grande y en lo pequeño, en la vida diaria y en la superestructura, en los temas políticos y sociales, pero también en lo más profundo de los pilares que lo han sostenido como sistema: la familia, el trabajo, su “moral”.  

La hipocresía, una marca

Márkaris, con la lucidez que lo caracteriza, tituló La hora de los hipócritas. La hipocresía (y su condena) es central en su novela, pero la trasciende, como rasgo sobresaliente de una sociedad en la que la apariencia (o lo que se aparenta) oculta un fondo que la contradice. Si con suma hipocresía, los funcionarios ocultan la desocupación, la miseria y el sufrimiento de miles de personas bajo estadísticas oficiales que celebran el aumento del producto bruto interno (La hora…), con no menos hipocresía los representantes de los países en la Unión Europea manipulan proyectos, los aprueban en general mientras suman trabas particulares que los hagan olvidar para siempre (La capital). Si la hipocresía encubre el lavado de dinero y la superexplotación de trabajadores tras la fachada de una fundación solidaria (La hora…), no está menos presente en la tertulia del bar de Misent, donde se codean sujetos enriquecidos con turbios negocios, que van desde la contaminación hasta la trata de personas, pero que todos simulan ignorar (En la orilla).

Como marca que se ha profundizado en la época, la hipocresía ha coagulado en el lenguaje. “En los últimos años había tenido lugar en la casa una asombrosa desviación del lenguaje (…) Si antes se decía resolver un problema, ahora eso era llevar el problema hacia una solución…”, se explicita en La capital. Cuando el profesor Erhart llega para participar en el think-tank New Pact for Europe, vinculado al presidente de la Unión Europea, se encuentra con que es el único con un viejo portafolios entre jóvenes con mochilas y ordenadores portátiles, “todos parecidísimos entre sí”. Poco después advierte, también, que el lenguaje común entre quienes lo rodean, bajo la apariencia de debatir lo nuevo, formaliza lo viejo: no es más que el aval al statu quo, que se sirve de ello (La capital). 

Petros Márkaris, La hora de los hipócritas

Palabras como offshore o fake news dan cuenta de actos delictivos al mismo tiempo que los naturalizan, los convierten en entidades que apenas condena una porción de la sociedad. La hipocresía escala un grado más hasta el cinismo: el funcionario alemán de Europol en La hora… coincide con el análisis de los rebelados contra la hipocresía, pero ante las autoridades su discurso gira 180 grados, porque, dice, “no estoy del lado de los perdedores”.

Pero tal vez la mayor hipocresía del capitalismo, esa grieta entre la apariencia y la esencia, está en el escamoteo de que vivimos en una sociedad dividida en clases, en la que, pese al discurso mediático y la oferta de consumo supuestamente igualadores, en los últimos años se acentuó la brecha entre ricos y pobres. Es explícitamente la clase media que se precipita en caída libre la que reacciona contra su desaparición en La hora… Y es la clase trabajadora la que apoya sus argumentos, porque sufre más y peor las injusticias del sistema. En la orilla… grafica esa caída en Esteban, que por primera vez apostó a morder en el negocio que le permitiría vivir de renta en la vejez y fue condenado con un fracaso que lo enfrenta, también por primera vez, a los trabajadores de la carpintería heredada. La internacionalización del comercio y sus avatares pone en jaque la empresa familiar de los Susman en La capital; lo que fue una pyme pujante crecida en años anteriores, pasa ahora al desmoronamiento. (Y son los empleados quienes van a soportar la peor parte.)

Bajo la apariencia de democrática igualdad, fraternidad y libertad, pugnan las diferencias de clase (y entre países). Lo patentiza en La capital de forma extraordinaria el intercambio entre Romolo Strozzi, jefe de gabinete en la UE, y Fenia Xenopoulou, directora de la ninguneada área de Cultura. Los códigos con que se manejan el descendiente de una familia de la nobleza italiana y la joven y arribista chipriota-griega tienen poco que ver. Por el contrario, los “entre nos” de “los círculos de las élites de Inglaterra”, condensadores de una concepción del mundo y sus relaciones, son reconocidos por su colega Grace Atkinson como facilitadores a la hora de tomar decisiones políticas.

Las clases y sus miembros, mal que le pese al discurso posmoderno, reconocen una historia (y en las “superiores”, no precisamente de méritos), y esta historia opera en el presente. La genealogía de Strozzi, en La capital, arranca por el 1200, y un abuelo criminal de guerra durante el fascismo no empaña la saga familiar. Para Xenopoulou, en cambio, hija de una humildísima familia, “los antepasados eran algo sobre lo que sólo se tenía conocimiento desde que existía la fotografía, y entonces tampoco se sabía mucho más que los nombres”. “Si para algo sirve el dinero es para comprarle inocencia a tus descendientes”, reflexiona Esteban en En la orilla. Su viejo amigo Francisco ilustra la máxima: el presente holgado y aparentemente impoluto es la culminación de negocios poco diáfanos y un capital “ético” acumulado en una juventud de flirteo con la izquierda. Todo ello permitido por la bonanza de una familia cuya fortuna amasó el padre con carnet de falangista y cacería de maquis tras la derrota de la República.

Se niegan o se encubren las historias personales, así como se niega y se encubre la Historia, o se la vuelve un producto light. Auschwitz es un símbolo que se vacía de contenido y en el campo donde sufrieron tortura y muerte cientos de miles de personas, modernas máquinas expendedoras brindan chocolate caliente a los tours de turistas. Del mismo modo, el número estampado en el brazo de David De Vriend puede ser una curiosidad o impactar a la asistente del geriátrico, pero nada lo salva de la congelada categoría de “viejo”, minusválido carente para los otros de una historia, salvo que se puedan servir de ella (La capital). Quienes lucharon por cambiar la Historia, como el abuelo y el padre de Esteban, integran la lista de los perdedores. Perdieron antes y siguen perdiendo ahora: son manifestaciones de un pasado en una sociedad que reniega del pasado (En la orilla).

Ser blanco y europeo, si se es pobre, no salva de ser elidido de la historia; pero ser un inmigrante pobre en Europa, lleva todavía más abajo. Colombianos, marroquíes, rusas, rumanas, son en la España en crisis nada más que mano de obra superexplotada y barata, que no alcanza siquiera el lugar de un ciudadano de segunda (En la orilla). Los “hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y niños” desesperados que, tras cruzar la frontera húgaro-austríaca, asaltan la autopista por donde se desliza Florian Susman, a diferencia del taxista que lo choca, muestran aún rasgos de humanismo. Pero ¿por cuánto tiempo les será permitido, en las condiciones que los empujan y las que aguardan a los nuevos refugiados? (La capital).

Si el capitalismo se desarrolló sobre la base de un tipo de familia y de relaciones de producción que legitimó con una sólida construcción ideológica como únicas verdades (casi como las antiguas monarquías legitimaban su poder en la procedencia divina), hoy asiste al funeral de sus propios pilares. Las familias se dispersan, ya no funcionan como núcleo económico, y las distancias no son sólo geográficas, como vemos en estas novelas; la expansión del capital financiero y la especulación impactan en las formas y las relaciones de trabajo. Los que se salvan son muy pocos, y siempre ocultan, tras la fachada, conductas que se originan en el sistema y, a la vez, atentan contra el sistema (como los bancos en La hora… o el personaje de Pedrós en En la orilla).

¿Y ahora qué?

Los crímenes y lo siniestro tienen una presencia fuerte en las tres novelas. Emergente que provoca una disrupción en lo hipócrita; marca de una sociedad donde ha quedado al descubierto la criminalidad a nivel de los Estados, y su capacidad de ocultamiento (aun cuando se trate de cadáveres, como En la capital).

Disrupción también en la presunta “racionalidad” de lo establecido, que puede estallar (La capital), ponerse en duda (La hora…) o manifestarse en conflicto (En la orilla).

Una sociedad llena de agujeros, carcomida en sus fundamentos, que no vislumbra un cambio futuro: esa es la realidad que pintan estas novelas. Quienes encarnaron otros ideales, como el abuelo y el padre de Esteban (y en ellos los republicanos españoles) en En la orilla, o Zisis (ex militante del Partido Comunista) en La hora de los hipócritas, quedan reducidos a viejos idealistas: su lucha sólo se materializa en sostener sus principios pese a todo, o en la ayuda solidaria a los de su clase. Los “cincuentones” que van más lejos en La hora… “no quieren derribar al sistema”, sólo “quieren castigar a aquellos que se aprovechan de este sistema”.

En esta realidad, en un momento histórico que no encuentra su salida –y sobre este llovido aún no había mojado la pandemia– la única de estas tres obras que no ha renunciado del todo a la épica es La hora de los hipócritas. Aunque el conato de rebelión no llega muy lejos. Esboza, también, un tímido gesto de esperanza: desafiando la costumbre, se da al recién nacido el nombre del viejo militante de izquierda, proyectado así a futuro. Y el futuro dirá.  

 

Notas:

1 ABC España, mayo de 2013. https://www.abc.es/cultura/libros/20130526/abci-entrevista-rafael-chirbes-201305241354.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com.ar%2F.

2 El Cultural, España, mayo de 2020. https://elcultural.com/petros-markaris-la-unica-via-de-reforma-social-es-redistribuir-la-riqueza elcultural.com.


Mirta Caucia es graduada en Letras en la Universidad de Buenos Aires.

Imagen de apertura: pintura del artista italiano Fortunato Depero (1892-1960), New York, 1930.

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