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Que las llamas no tapen el bosque

por Julian Monti

Escribe Cintia Palavecino

En medio del debate por la ley de humedales, la autora de este artículo advierte sobre las causas que están ocasionando incendios masivos en todo el planeta, y que hoy está afectando especialmente a Latinoamérica y a nuestro país.

 


El año pasado fueron noticia los grandes incendios forestales acontecidos en el Amazonas de Brasil y en gran parte de Australia. Nos estremecíamos viendo imágenes impactantes de un fuego que arrasó todo a su paso. El 2020 también es un año de mucho fuego pero opacado por la pandemia. Fuego en el suroeste de China, en zonas rurales de Reino Unido, en Siberia (sí, la Siberia de clima subártico) y en el Estado de California de los Estados Unidos, por mencionar algunos casos. Latinoamérica no quedó exenta de un 2020 donde gran parte de nuestro planeta está al rojo vivo: más de 700.000 hectáreas destruidas por el fuego en el Pantanal (el humedal más grande del mundo que se encuentra entre Brasil, Bolivia y Paraguay), 300.000 hectáreas en México y 175.000 hectáreas en Argentina, donde las regiones más afectadas son la cuenca del Paraná (principalmente en el Delta), Córdoba, Cuyo y Noroeste.

Según el informe RIOCCADAPT (Adaptación frente a los riesgos del cambio climático en los países iberoamericanos), este patrón global de fuego es un fenómeno multicausal donde existen cuatro factores que se interrelacionan entre sí: cambio climático, dinámicas demográficas, cambios en el uso del suelo y políticas de manejo del fuego.

En primer lugar, hay que mencionar al cambio climático que se expresa en incrementos en las temperaturas, sequías y cambios en los patrones de lluvias. El año 2019 fue el año con la temperatura global más elevada desde 1880. La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera subió de 360 ppm a 400 ppm entre 1992 y 2012. Esta son algunas de las evidencias de esta crisis climática, que algunos líderes mundiales como Bolsonaro o Trump se atreven a negar. En segundo término, el aumento de la población urbana y la consecuente disminución de la población rural agravan aún más este tema. Por ejemplo en Argentina, el 92% de la población se asienta en zonas urbanas. Según el último censo agropecuario, han desaparecido 80.000 pequeños y medianos productores en los últimos años. Este abandono del “campo” es consecuencia del modelo productivo agroexportador y ocasiona por un lado un desarraigo con la naturaleza de generaciones enteras y por otro lado, ha empobrecido a miles de familias y ha enriquecido cada vez más a ciertos sectores que concentran la tierra y la producción. Y si hablamos de modelo productivo tenemos que nombrar el cambio del uso del suelo que se traduce en la transformación de biodiversidad en monocultivo, pero también en la urbanización y la industrialización sin una planificación seria y a largo plazo. Por último, tenemos el (mal) manejo del fuego: prácticas que no tienen en cuenta la relación de los ecosistemas con la dinámica del fuego; escasas instancias de participación ciudadana; invisibilización del conocimiento tradicional de pueblos originarios y campesinos; institucionalidad débil y desarticulada.

El fuego global que arrasa con nuestros ecosistemas es una grave amenaza a nuestra casa común, pero no la única: que las llamas no tapen el bosque. Hace muchos años que la comunidad científica viene anunciando que estamos en una nueva extinción masiva de especies. En el pasado se estima que hubo cinco fenómenos de extinción masiva y todos habrían tenido causas naturales. La actual crisis que afecta a todas las especies del planeta no es impulsada por todos los seres humanos por igual. Es más, la mayor parte de la población no ha participado del proceso más que siendo una víctima más. Estamos viviendo cada vez más intensamente las consecuencias socioambientales producto de la crisis del sistema capitalista. Ambiente y sociedad están siendo degradados a la par. Lo notamos al observar cómo coinciden los mapas de la pobreza con los mapas de degradación ambiental y del avance de la sojización en provincias como Chaco o Santiago del Estero. Lo evidenciamos en las denominadas “enfermedades desatendidas” que golpean a una parte de la población más vulnerada y de bajos recursos. Hoy lo estamos viviendo con la pandemia de COVID-19: la expansión de la frontera extractivista propicia las condiciones para que se desarrollen nuevas pandemias. Se produce el fenómeno de «desbordamiento» o «derrame» (spillover, en inglés), que es el pasaje de un patógeno desde su portador no humano a su primer portador humano. ¿Cómo se da? Por un lado, a partir de la explotación de especies silvestres por medio de caza, captura y tráfico. Esto ocasiona que aumentemos el contacto con animales silvestres y con los patógenos que transmiten. Al mismo tiempo, los animales son desplazados de su distribución habitual y se ven obligados a migrar, entrando en contacto con otras especies. Por otro lado, la proliferación de granjas de animales a gran escala es otra potencial fuente de derrame de patógenos por las condiciones en las que se encuentran. Esto último ha estado muy presente en el debate por el proyecto de instalación de mega granjas porcinas en nuestro país para exportar carne a China, que ahora quedó en vilo hasta noviembre gracias al amplio rechazo de intelectuales y organizaciones ambientales y por los derechos de los animales.

Por eso decimos que defender el ambiente es defender la soberanía. Porque con la idea de generar divisas para pagar la deuda externa estamos poniendo en riesgo la salud del ambiente y la nuestra. Y porque la gran mayoría de nuestra población no elije qué y cómo producir. Mientras tanto, algunos países imperialistas se jactan de buscar una transición a un modelo más sustentable (capitalismo verde) son los mismos que nos chantajean con la deuda externa. Esos mismos países deberían ser quienes paguen la deuda socioambiental que tienen con países dependientes como el nuestro. ¿Cuánto vale un ecosistema? Un humedal, por ejemplo, cumple funciones necesarias para nuestra existencia y la de otras especies y nuestro país es 21% humedales (el promedio mundial es 5%). Algunas de esas funciones son: mitigación del efecto invernadero, regulación de la temperatura, prevención de inundaciones, contienen una biodiversidad única, algunos de ellos son grandes reservas de agua dulce, por nombrar algunas. Sobran razones para conocer más acerca de nuestros ambientes naturales y conservarlos.

El libro de Sergio Federovisky

Cuando cursaba el primer año de la Licenciatura en Biodiversidad me regalaron el libro de Sergio Federovisky “El medio ambiente no le importa a nadie”. Un libro que relata las grandes atrocidades ambientales que han sucedido en suelo argentino –sobre todo en el siglo XX– y cómo han sido sistemáticamente ignoradas por el Estado. Si bien en los últimos años empezaron a aparecer en los discursos cada vez más palabras como “sustentable”, “amigable con la naturaleza” los hechos demuestran un rápido avance del deterioro ambiental. Al momento de leer el libro supe que la carrera que había elegido había sido la correcta y que iba a intentar hacer lo que estuviera a mi alcance desde mi lugar para que el medio ambiente sí importe. Hoy, diez años después de haberlo leído y haber recorrido toda una carrera de estudio formal y de activismo entiendo que en Argentina el medio ambiente no le importa a los sectores concentrados del poder. Porque el “tema ambiental” pone en jaque el modelo productivo imperante de fondo, tocando los intereses económicos más rancios. Está en manos de los movimientos ambientalistas, de los científicos críticos y de la juventud seguir visibilizando las problemáticas ambientales.

 


Cintia Palavecino es licenciada en biodiversidad y actualmente cursa un doctorado en Ciencias Veterinarias. Es integrante de la agrupación ConCiencia Crítica y de la Multisectorial por los humedales Santa Fe-La Capital.

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