En el centenario del nacimiento de la gran poeta paraguaya Carmen Soler (Asunción, 4 de agosto de 1924 – Buenos Aires, 19 de noviembre de 1985), se la recordó en la sala «Meyer Dubrovsky» del Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543, CABA), el viernes 8 de noviembre a las 19 hs. Su nieta, la actriz Paula Rosenfeld, organizadora del homenaje, realizó una emotiva semblanza de la poeta, su vida y su militancia social por la cual sufrió cárcel, torturas y exilio durante la larga dictadura del Gral. Stroessner en su país natal. Paula ilustró su intervención con la proyección de fotografías, algunas de las cuales pueden verse aquí. Estuvo acompañada por la periodista y profesora de Literatura Mirta Caucia, cuya exposición reproducimos más abajo. Participó también Jorge Brega, integrante de la dirección de nuestra revista, quien presentó la antología poética de Soler editada anteriormente por La Marea y que fuera compilada por Matena Aponte Soler (1946-2019), madre de Paula.

Carmen Soler
Escribe Mirta Caucia
El 4 de agosto de 1924, hace 100 años, nacía en Asunción del Paraguay Carmen Soler. Si las circunstancias y el lugar social en que nacemos tienen peso en nuestro futuro, más lo tiene, y sobre todo en este caso, la construcción que hacemos de nuestra propia vida. La construcción que hizo de su vida Carmen Soler hace que hoy la recordemos; y que la recordemos como poeta y luchadora social y política.
La poesía no es solo un conjunto de palabras y signos ortográficos mejor o peor encadenados: la poesía cuaja en escritura una manera de ver el mundo. Una sensibilidad para percibirlo. Es expresión para quien la escribe, pero para nosotros una forma de conocer a ese ser humano en su experiencia del mundo y conocer la realidad de la que, intencionalmente o no, da cuenta. Además, claro, esas palabras resuenan en nuestra propia subjetividad y experiencia, en el mundo en que nos toca vivir.


Recorriendo esta antología poética de Carmen Soler, recopilada por la mano amorosa de su hija, Matena, accedemos al universo de una mujer que sintió al mundo en carne viva, y, al mismo tiempo, a los avatares de un pueblo y un país desangrados por una brutal tiranía.
¿Hay experiencias que nos marcan y delinean un camino futuro? A veces sí. Pero ¿cómo es que llegamos a esas experiencias? ¿Qué desde nuestro interior nos conduce a ellas? En el caso de Carmen, ir apenas terminado el secundario, con 19 años, a ejercer como maestra rural en el Chaco paraguayo la sumergió en una realidad que sin duda la marcó. Pero también, fue una decisión dejar lo que podría haber sido una vida de burguesía acomodada en Asunción y comprometerse con esos semejantes para los que, muchísimo antes de que se sancionara como norma, impartía las clases en español y en guaraní.
La explotación más descarnada en los establecimientos tanineros, el sometimiento y la marginación de los originarios, las penurias de los campesinos, tal como se mencionan en los datos biográficos de esta edición, no pudieron menos que impactar su sensibilidad. Y, por sobre todo, la opresión de las mujeres bajo esas condiciones.


Con 22 años participa en la fundación, en 1946, de la Unión Democrática de Mujeres junto a Esther Ballestrino, secuestrada y desaparecida más tarde por la dictadura argentina junto con Azucena Villaflor y otras fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Milita en el Partido Revolucionario Febrerista y luego se afilia al Partido Comunista Paraguayo, del que ya formaban parte sus hermanos Dalila y Miguel Ángel, este último secuestrado y desaparecido por la dictadura de Stroessner en 1975. Tras el impacto en Paraguay de la Revolución que derrocó al dictador de Cuba, Batista, Carmen empieza a trabajar para el FULNA, Frente Unido de Liberación Nacional, de Paraguay. Lucha contra la tiranía de Stroessner, pero también contra la explotación de clase y de género, por un cambio profundo para hacer de este un mundo más justo. Sufre arrestos, torturas, destierro. Lucha en los frentes de la militancia política, y escribe.
En la escritura parece prolongarse, encontrar cauce a las penas, cobijo, pero también un instrumento con el que dar cuenta y empatizar con los que sufren injusticias, visibilizar a los más oprimidos y en primer lugar entre ellos a las mujeres, y hablar de la esperanza en un mundo distinto y posible.


La poesía “social y popular”, en la que la ubica Augusto Roa Bastos, contemporáneo de Carmen y uno de los escritores paraguayos más importantes, se ajusta a la manera en que ella ve y vive el mundo. Esta opción, sin embargo, le acarrea críticas “a veces muy violentas y mordaces”, que contesta en su obra, donde ratifica por qué, para qué y para quiénes escribe.
En “Más palabras mías” dice:
Perdonadme, amigos literatos.
Mis queridos amigos retóricorretorcidos,
perdonadme.
No seguí la carrera de poeta.
Crecí nomás con esta
vocación de trabajar palabras
pero nunca supe amaestrarlas.
Son incultas:
no hacen reverencias.
Son salvajes:
no pulen sus violines.
Son sencillas:
no se adornan con plumas alquiladas.
Y más abajo:
Dejadme allí en las calles
con la gente sencilla,
que Juan, María y Pedro
repitan mis canciones,
las metan en las fábricas,
las lleven al mercado,
las manden al obraje.
Dejad que las repitan
ahora y mientras tanto
les sean necesarias.
Después, mañana, pronto,
las habrán olvidado.
Y está bien así.
Definiciones semejantes, como un manifiesto y una defensa de su elección, se repiten en “La alondra herida”, en “Poeta ‘nuevo’”.
Claro, la vida de Carmen Soler se desarrolla en una época agitada por las grandes revolucione sociales, en la que late la esperanza de cambios profundos que terminen con la explotación del hombre por el hombre y transformen el mundo. En su obra resuenan otros grandes poetas comprometidos con esos tiempos, como Nicolás Guillén y Federico García Lorca. En sus poemas habla de Cuba, de Guatemala, de Vietnam, y sobre todo, de su patria, Paraguay, y la sangrienta dictadura que la oprime. Habla de tiranías, cárceles, exilios, que ella sufrió en carne propia. Canta a Patricio Lumumba, a Celia Sánchez y al Che, al “hombre nuevo” que se construirá con la lucha de los pueblos.
Pero lo que fluye en su pluma proviene de la mirada y la sensibilidad de una mujer. “Representa por primera vez en la poesía paraguaya la irrupción de la mujer como poeta de combate”, dice de ella Roa Bastos. Y Carmen tiene claro que el combate es doble cuando se trata de mujeres. “Son penas muy encimadas / el ser pobre y ser mujer”, escribe en “Penas encimadas”. En “La alojera”, “La obrerita”, “La empenada” recoge los sufrimientos de las más oprimidas entre los oprimidos; pero también, su rebeldía.
Supe de Carmen Soler a través de su hija, Matena Aponte Soler. En «Irreemplazable”, Carmen dice de su hija: “en ella soy irreemplazable como mi madre en mí”. Casualmente, a Matena la conocí en 1986, mientras se celebraba el Primer Encuentro Nacional de Mujeres en la Capital Federal. Yo iba a participar y escribir una nota sobre el Encuentro, y me habían conseguido una cita con ella, que había estado en los prolegómenos organizativos, para ponerme al tanto. Matena vivió en la Argentina, fue una militante política que luchó contra la dictadura y siempre, contra la injusticia; sufrió cárcel y tortura en Paraguay, antes de llegar aquí; e hizo de la opresión de género, en todas partes, una causa de la lucha. Ciertamente, ella también fue irreemplazable para el reconocimiento de su madre y la difusión de su obra. Labor que hoy retoma Paula, hija de Matena, nieta de Carmen.
Porque, como esta última escribiera, y es bueno recordar en estos tiempos tan oscuros que vivimos:
Algo queda, algo va
quedando en la tormenta,
siempre.
Y yo me encontré con
esto entre las manos,
ni sé cómo.
Tal vez sirva para
avivar el fuego
y que ardan las hogueras
¡hasta que salga el sol!
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