Escribe Rosana Brusain
La autora narra una historia real, acontecida en 1984 en Río Negro, en medio la gran nevada de ese año, que ilustra acerca de la importancia de Vialidad Nacional.
Para presentarme: Soy Rosana Brusain, nací en el año 1974 y crecí en la misma tierra, Fiske Menuco (General Roca), Patagonia Norte. Vengo de una familia de trabajadores. Mi madre Beatriz Ventelau, ama de casa, embaladora de los Galpones de Fruta de pera y manzana, actualmente jubilada, ayuda a la economía del hogar trabajando como repostera artesanal. Mi padre Pedro Brusain, se inició como ayudante de camionero a los catorce años. Luego se desempeñó como chofer de colectivo, en larga y mediana distancia hasta jubilarse. Yo, comencé a trabajar a los dieciséis años como asistente de clase, en una institución artística. Me formé entendiendo que el trabajo es un organizador de la vida, un principio para la formación en la actividad grupal, la solidaridad, el compañerismo. Será por eso que, en estos tiempos grises, me siento atravesada por recuerdos que me renuevan y nutren en fuerza para seguir alimentando la esperanza.
Invierno de 1984, a mis nueve años, Pedro Brusain, mi padre, trabajaba como chofer de transporte de pasajeros en la Cooperativa El Valle, uniendo la ruta entre Fiske Menuco (General Roca) con destino final en Ingeniero Jacobacci y parada intermedia en Los Menucos. También hacia la ruta desde Ingeniero Jacobacci con parada en Chasicó. Por ese tiempo los caminos eran de ripio.
Mi evocación se remonta a ese año 1984. Al inicio de ese invierno había muerto mi hermana Marcela, luego de padecer por años la leucemia. Mi familia estaba devastada. Recuerdo el profundo sufrimiento que me embargaba. A modo de consuelo, mi padre decidió llevarme con él a su trabajo. Ese día hicimos el tramo Fiske Menuco – Ingeniero Jacobacci, allí arribamos al atardecer, justo al tiempo que se iniciaba la nevada que cayó toda la noche. Al amanecer nos informaron que la población había quedado aislada y se pronosticaba la continuidad del mal tiempo. Mi padre, como único conductor del transporte, responsable además de la seguridad de los pasajeros, decidió que no viajaran los adultos mayores y los niños. Solo permitió viajar a un grupo de hombres y mujeres jóvenes, que pudieran autovalerse y ser de ayuda ante las posibles complicaciones del viaje. Fue así que a las nueve de la mañana dio inicio al viaje.
Ese día la empresa debía cubrir los 140 kilómetros hasta Colan Conuhe –nombre mapuche que significa Aguas Perdidas–, haciendo conexión a Chasicó. A poco de iniciado el camino todo empezó a cubrirse de espesa nieve, a este temporal se sumó un fuerte vientos que arrastró la nieve precipitada, provocando acumulaciones en la ruta y reduciendo la visibilidad. Este suceso meteorológico se conoce en la Patagonia con el nombre de viento blanco, tan temido porque en casos extremos puede producir ceguera, pérdida de la percepción, inmovilidad y muerte por aislamiento.
En esa instancia, alrededor de las 16 horas, el colectivo comenzó a derrapar en la nieve hasta quedar atascado, fuera de la ruta, en un pedrero.
Hubo un primer tiempo de desorden y confusión entre los pasajeros, hasta que mi padre logró contener la situación. Luego explicó que él había decidido ir caminado hasta el puesto de Vialidad Nacional, ubicado al lado de la Estancia Chasicó. En ese momento me desesperé. No pude entender lo heroico de su acto y lejos de apoyarlo solo pude llorar, porque mi realidad era que quedaba sola entre personas desconocidas. A tan temprana edad vivencié el acto solidario de uno de los hombres del grupo que, conmovido ante mi tragedia, se ofreció a ir en lugar de mi padre. Hoy lo honro en mi memoria al señor Eduardo Mora, que continuando en la misma senda solidaria se desempeña como enfermero en el Centro de Salud de El Cuy.
Entonces, vi como él bajaba del colectivo y se hundía en la nieve, en un vano intento por avanzar. Se detuvo un momento y ante la sorpresa de los que mirábamos por las ventanillas, él optó por acostarse distribuyendo el peso del cuerpo sobre la nieve para avanzar rodando. Luego se incorporaba y otra vez retomaba la caminata, así siguió hasta que lo perdimos de vista. Más tarde supimos que de ese modo logró llegar al puesto de Vialidad Nacional.

Vivimos largas horas de espera, dentro del colectivo encajado en la nieve. Cayendo la tarde vimos que a lo lejos se acercaban los operarios de Vialidad Nacional con dos máquinas niveladoras manejadas por los señores Folk y Servera; esto me lo recuerda mi padre. Así comenzó la obra para liberar la unidad, el operario Severa se metió al pedrero para tirar del colectivo, y su compañero Folk tiraba a la otra máquina y a la vez al colectivo. Finalmente, alrededor de la medianoche lograron llevar el coche colectivo hasta la Estancia Chasicó.
Mi padre rememora que nos recibió el puestero encargado de la estancia, Don Francisco Cheuquen, quien junto a su familia nos preparó mates y bebidas calientes acompañadas con tortas fritas, también se encargó de mantener a los pasajeros toda la noche con el fogón prendido y ofreciendo alimentos. Así mismo nos brindó resguardo para pernoctar en su casa. Al amanecer del día siguiente compartió con nosotros su desayuno de mate y tortas fritas.
Ya estábamos en condición de iniciar el regreso a Fiske Menuco, debido al trabajo que llevara adelante el Equipo de Operarios de Vialidad Nacional.
Recordamos que los maquinistas iban delante del colectivo despejando de nieve el camino, hasta llegar a Trapalcó. Allí finalizaba la nieve de la ruta. Había llegado el momento de despedirnos; con emoción lo hicimos entre apretones de mano y abrazos.
Hoy tengo 50 años, dos hijas adolescentes y un compañero con los que voy haciendo la vida.
En este frio invierno del año 2025, vuelve a mí la imagen de la tragedia de aquella niña que fui llorando en medio de una tormenta de nieve, cuando fui acunada por la solidaridad de mi gente.
Se reactivan aquellos recuerdos y me conmueve la tragedia que vivo, siendo parte del pueblo argentino, ante el desmantelamiento y cierre de Vialidad Nacional.
Hace 41 años un grupo anónimo de argentinos estuvo perdido en una ruta patagónica. Todos fueron rescatados y puestos a salvo por el compromiso disponibilidad y valentía de los operarios de Vialidad Nacional que contaban con las maquinarias y demás recursos que proveía el Estado a la institución para llevar adelante tales acciones.
Fue en la articulación de un acto colectivo, con la presencia del Estado, la institución y el pueblo que pudimos regresar sanos y reconfortados a nuestro hogar. Ya lo dijo nuestro querido Jorge Bergoglio: “Nadie se salva solo”.
Foto inicial: Señores Servera y Pedro Brusain.
Rosana Brusain es Bachiller con Orientación Docente, Profesora de Danza y coordinadora de talleres de arte en las escuelas públicas de la Provincia de Río Negro.

1 comentario
Emocionante relato hasta lagrimear un poco. Inconcebible, doloroso el cierre de Vialidad ESTAN LASTIMANDO TANTO ESTA ARGENTINA BENDITA… ojalá llegue lejos este relsto