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Editorial: El pueblo no está dormido

por Julian Monti

La cifra del 40,9% de pobreza sacude, pero no sorprende. Nuestro país, luego de los largos cuatro años del nefasto gobierno macrista, no logra aún encontrar el camino para detener el retroceso que hoy nos coloca en una situación social y económica similar a la del año 2005, cuando todavía se sentían los estragos de la crisis que había llevado al estallido de diciembre de 2001. Pero a diferencia de aquel 2005 en el que, luego de la suspensión del pago de parte de la deuda externa y de la devaluación de la moneda, la rueda de la economía comenzaba a girar, hoy la crisis desatada por la pandemia no permite augurar una pronta recuperación. No, al menos, sin un verdadero cambio de rumbo.

La Argentina está incendiada. No sólo porque, literalmente, en varias provincias el fuego está arrasando miles de hectáreas, producto de la avaricia de sectores que se quieren beneficiar aún a costa de provocar un desastre ecológico de grandes dimensiones, sino porque todas las desigualdades se han agudizado: las desigualdades económicas, sociales,  educativas, de género (los femicidios han aumentado durante la pandemia y, a pesar de las luchas, aún no se declara la emergencia en violencia contra las mujeres), y un largo etcétera.

En ese contexto, los sectores más recalcitrantes de la sociedad no pierden oportunidad de manifestar sus intenciones desestabilizadoras, y presionan al gobierno para que no avance ni un poco en el camino que necesitan las mayorías y para desgastarlo en vistas a las elecciones del año próximo: presionan con su poder económico, presionan con sus aparatos mediáticos, y presionan también en la calle, con sus rabiosas manifestaciones “libertarias” en contra de la cuarentena, en las que llaman a “defender la república” contra el supuesto autoritarismo del gobierno, y donde peligrosamente se advierten discursos fascistas como hace mucho no se oían en público, en sintonía con la ideología de Bolsonaro y de Trump.

El gobierno, por su parte, así como al comienzo de la cuarentena adoptó medidas acertadas que impidieron que la pandemia se extendiera rápidamente y morigeraron los efectos de la crisis económica, hoy es evidente que se muestra permeable a esas presiones: no sólo dio marcha atrás de algunas iniciativas que hubieran permitido vislumbrar algún cambio estructural (el caso Vicentín, por ejemplo), sino que además, acuciado por la coyuntura, ha recaído en políticas que el pueblo argentino ya conoce, y que sabe a qué destino conducen.

El gobierno tiene que profundizar las medidas a favor de la producción nacional y la soberanía, en contra de la especulación financiera, la concentración económica y los intereses monopólicos, y proteger a los sectores más golpeados: los desocupados y precarizados, los jubilados y los niños y niñas, de los cuales uno de cada dos vive en la pobreza.

A pesar de que los grandes medios no dan cuenta de ello, el pueblo no está dormido, como pretenden los sectores de derecha. Conscientes de que la crisis sanitaria sigue siendo lo principal, amplios sectores populares se organizan en todo el país para dar la pelea contra el virus y contra la crisis económica; y también ganan la calle, como en Tucumán contra los femicidios, o en la Ciudad de Buenos Aires los trabajadores de la salud, que además fueron reprimidos.

Dentro de ese movimiento, es necesario que también los trabajadores y trabajadoras de la cultura –los artistas, científicos, intelectuales, docentes– hagamos nuestro aporte y participemos activamente, para que esa acumulación de fuerzas se transforme en la clave para enfrentar las posiciones de derecha desestabilizadora y avanzar en un camino que impida que el pueblo siga pagando la crisis.   

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