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Dos novelas y la familia patriarcal burguesa en acción

por Jorge Brega

Catedrales y La extraña desaparición de Esme Lennox

Escribe Mirta Caucia

Matrimonio y maternidad; sexualidad, aborto y estigma de locura: el cruel y doloroso destino que han significado y significan para muchas mujeres es encarnado en los personajes de estas ficciones.


 

Catedrales, de Claudia Piñeiro (1960, Burzaco), apareció en marzo de 2020. Seis relatos en primera persona y una carta de cierre van llevando la trama hacia un final donde se aclaran las incógnitas. La novela aúna el género policial en el que destaca la autora y su militancia por la despenalización del aborto, tema candente antes de la promulgación de la ley 27610 en diciembre de ese año.

La extraña desaparición de Esme Lennox, de Maggie O’Farrell (1972, Irlanda), fue publicada en su idioma original en 2006. La aparición en la vida de una joven de una parienta de la que no tenía la menor noticia da pie a la narración, que, alternando los personajes y los tiempos, desemboca también en un final donde se devela una incógnita. 

Curiosamente, en ambos textos hay una multiplicidad de coincidencias: el conflicto entre hermanas; la presencia de hombres pusilánimes (padre, marido, novio) que cometen hechos de los que no se hacen cargo y de mujeres que arremeten llevándolos a un desenlace; la muerte o desaparición de una adolescente; el secreto familiar; la intervención de personas dentro del contexto de la propia familia que investigan hasta llegar a la verdad; y en ambos, una verdad recobrada a través de personajes que han perdido parcialmente la memoria (!).

Pero tal vez lo que llamamos “coincidencias” no sean más que emergentes de una realidad más profunda, que las dos autoras han decidido abordar: la familia, y en ella, el rol de la mujer, en el que la maternidad tiene un protagonismo central.

Esposas y madres

Desde las primeras páginas de Catedrales nos enteramos de que el cuerpo de Ana, una adolescente de 17 años, fue encontrado en un baldío, descuartizado y quemado. Desde las primeras de La extraña… se nos presenta Esme. A poco avanzar, sabremos que hace 61 años, desde que tenía 16, permanece abandonada en una institución psiquiátrica, a punto ahora de cerrar.

Una muerta y la otra, excluida de la vida por encierro. Los sucesos que se descargan sobre Ana y Esme no comparten época: la primera murió en la década de los 80, y Esme fue institucionalizada alrededor de los años 40. Sin embargo, detrás de ambos hay un entramado de prejuicios que evidencian una concepción social de la mujer, la familia y la maternidad que permanece a través del tiempo y opera sobre la subjetividad de quienes integran el núcleo familiar. Concepción cimentada en la religión o en la “moral” de una sociedad patriarcal burguesa, que concibe como destino exclusivo para la mujer y marca de su identidad, el rol de esposa y madre.

Los personajes de Ana y Esme desafían, cada uno a su manera, esos modelos de hija/mujer. Desear y entregarse al amor con libertad, o tener como proyecto estudiar y viajar, no casarse, son estigmatizados como desvíos que deben de ser castigados; no acatar el orden en el que se espera que una mujer construya su existencia, es leído como síntoma de enfermedad mental. Las portadoras de semejantes “desvíos” no sólo se ponen en riesgo a sí mismas, ponen en riesgo todo el sistema sobre el que se ha fundamentado la familia a través de los siglos. Esta concepción invierte los términos de un crimen: no se responsabiliza a quien engañó y desamparó, tampoco a quien violó, sino a la mujer: ella lo habría propiciado, y contra ella el castigo deja de ser un crimen. La potencia del discurso dominante, tan arraigado, impacta confundiendo también a las víctimas: agonizante, Ana cree que tiene que pedir perdón; Esme, dentro del psiquiátrico, experimenta un momento de duda sobre su real estado.   

Los personajes de las hermanas en Catedrales y La extraña… actúan como contracara. Pero si bien son Carmen y Kitty, hermanas de Ana y Esme respectivamente, quienes las enfrentan con acciones directas, hay una sucesión de mujeres que respalda sus concepciones: la madre en la familia de Ana, la madre y la abuela en la de Esme. La internalización de los arquetipos familiares convierte a las propias mujeres en sus defensoras más acérrimas.  

En el personaje de Kitty, años 40, vemos cómo se va construyendo desde la infancia temprana la visión de que el matrimonio y la maternidad son la única forma de realización.

Por su parte Carmen, en Catedrales, muchas décadas después, afirma una y otra vez como su deseo excluyente y perentorio formar una familia y ser madre.

En ambos casos, no hay escrúpulos a la hora de salvar cualquier escollo que se oponga a esos ideales, porque sólo en su concreción está la afirmación de la propia existencia.

Aída Carballo, S/T [Mujeres en el pasillo del
hospital],1955 Tinta y lápiz color s/papel

Mandatos y secreto familiar

En La extraña desaparición… una niña crece con el mandato de servir de objeto a la mirada ajena; su ropa y su comportamiento deben adecuarse al fin supremo de conseguir tempranamente un marido. Acorde con los tiempos en que transita la historia, las jóvenes, como afirma el padre, no deben ni soñar con trabajar fuera de la casa. Imaginar y leer son actividades reprobables en una chica, síntomas de enfermedad. Enamorarse o no del futuro marido carece de importancia. Divorciarse, impensable, “una auténtica vergüenza”. El psiquiátrico está lleno de mujeres que no pudieron acatar estas reglas, o enloquecieron tratando de hacerlo; así lo registran las historias en los archivos que revisa Iris. 

Decenas de años después, algunas cosas han cambiado; pero allí está la iglesia y su militancia más fanática para sustentar las mismas ideas de familia-matrimonio-maternidad, tal como vemos en Catedrales. Para esta mirada el varón tiene “necesidades” que se le “perdonará” satisfacer, pero la mujer deberá reservarse virgen hasta llegar al altar. El aborto, una mala palabra, será viable para mantener esta última regla, para lo que habrá que montar una de las mayores hipocresías engendradas por el sistema patriarcal-burgués. Los relatos de Carmen y de Julián, dos de los capítulos mejor logrados en Catedrales, dan cuenta de una lógica anclada en el dogma y el prejuicio, que resiste la asunción de la responsabilidad y evade la culpa.       

El andamiaje de la “familia feliz” se sostendrá sobre la base de un secreto. O, en estas novelas, de varios concatenados. El integrante que pone en riesgo el sistema deberá ser expulsado y clausurada su mención, como si nunca hubiera existido. El siniestro pacto, explícito o no, de los que ejecutan el mandato sellará su unidad. El secreto atravesará generaciones, hasta que, en el momento menos pensado, el ocultamiento ya no podrá mantenerse y emergerá la verdad.           

Ayer y hoy

En las dos novelas la acción principal se desarrolla en la actualidad. El camino recorrido por la lucha de las mujeres en los últimos decenios se verifica en la vida de los personajes que han logrado zafar de los viejos mandatos: Iris, Lía, Sadie. No obstante, construir un tipo de familia que se sale de los antiguos modelos, o no elegir la maternidad, sigue siendo un costoso camino. Lo viejo y lo nuevo conviven; el sistema patriarcal y burgués no ha dejado de operar. La memoria no sólo ayuda a comprender y a echar luz sobre el secreto, también, a descifrar las concepciones y los códigos internalizados en el seno de la familia que marcan nuestras acciones, y muchas veces convierten en víctimas y victimarios a sus miembros. 

Recién publicada Catedrales, Claudia Piñeiro decía en un reportaje: “¿Qué necesita la sociedad de nosotros, más allá de lo que escribimos? Un zapatero sabe hacer zapatos; un médico sabe curar; los escritores sabemos desarmar discursos, sabemos del valor de la palabra y podemos ponerlo en acción. Cuando aparece un discurso que está tratando de manipular, los escritores podemos desarmarlo” (Página 12, 18/3/2020). Su novela y la de Maggie O’Farrell cumplen con este propósito.


 

Mirta Caucia es graduada en Letras en la Universidad de Buenos Aires.

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