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100 años que no hacen un Centenario

por Julian Monti

Escribe Sebastián Ramírez

A un siglo de su fundación, el Partido Comunista de China, que guió a su pueblo hacia una revolución victoriosa, devino en “su perfecto contrario”, advierte el autor revisando dicho derrotero. Y nos recuerda que, tras la muerte de Mao Tsetung, una camarilla de renegados usurpó su dirección en 1978 y logró restaurar el capitalismo. Aún impostando reverencias al gran dirigente marxista y fingiendo apego por la simbología revolucionaria, hoy, China procede sin diferenciarse de otros países imperialistas.


Julio de 1921. Un pequeño núcleo de revolucionarios conforma el Partido Comunista de China. Las matemáticas pudieran inducirnos a suponer que el PCCh está cumpliendo 100 años de vida. Cálculo simple, pero incorrecto. Porque ese Partido, creado para la Liberación, hace ya mucho que no existe. Hacia 1978 fue asaltado por una banda de conjurados y transformado en su perfecto contrario.

“El vocablo caballo no cabalga”

Así responde Umberto Eco a la frecuente corrupción de las palabras. O al divorcio entre lo escrito y sus reales contenidos. Y agrega: “el que sí cabalga es el caballo”. No serán comunistas por tan solo atribuirse tal condición. Sí lo son, quienes en las buenas o aún en las muy malas, continúan la lucha por acabar con la explotación. Al decir de Rafael Alberti, quienes nunca cesarán de galopar hasta enterrarlos en el mar.

El usufructo de banderas ajenas es una práctica habitual. Una y otra vez, los que te combatieron en vida tratarán de canonizarte después de muerto. Eso sí, prolijamente expurgado de tus verdaderas virtudes. Todo esto, y mucho más, es lo que viene practicando la camarilla gobernante en China.

1921 y después

Un joven Mao es uno de esos pocos delegados al Congreso fundacional. Entre las primeras tareas, transformar a un minúsculo PCCh en el centro aglutinador de la dispersión marxista en China. Mirándolo como se lo mirase, una gota en un océano convulso.

El mundo estaba en erupción. En 1911, contemporánea con la querida Revolución Mexicana, la triunfante Revolución China proclama la República. Una ímproba tarea por delante. Muy difícil de concretar. Depuesto el emperador continúa el batuque. Un débil gobierno central e innumerables feudos bajo control de caudillos locales. Una situación que persistiría  a lo largo del tiempo. La guerra mundial y las revoluciones en Rusia alejarían, transitoriamente, el riesgo de intervención de las potencias centrales en el tembladeral chino.

De chico a grande en un largo, largo, largo proceso

A partir de su creación el PCCh no dejaría de crecer. En pocos años su influencia en el movimiento obrero pasa a ser determinante. Cuando la derecha del Kuomintang arremete en 1927 contra los partidarios de Sun Yatsen y los comunistas los principales sindicatos están dirigidos por el PCCh. Los asesinatos de cuadros y militantes se cuentan por millares. La masacre de Shangai es un pasaje desgarrador de la “Condición Humana” de André Malraux. Las sangrías que sufriría el Partido Comunista y la vuelta a crecer fueron una constantes en los duros años de una eterna guerra civil.

En Rusia, el pasaje de la revolución democrática (febrero del 17) a la fase socialista (Octubre) demandó unos pocos meses. Un intervalo que en China se contó en décadas. Tal situación se tradujo en una áspera lucha de ideas al interior del PCCh. Urgía definir una línea que integrara lo necesario (la toma del poder) con la realidad de China. No se “privaron” de nada. Debieron superar bandeos por “izquierda” y derecha. Mao, muchas veces en minoría, va precisando su propuesta. Que hacia mediados de los ‘30 es adoptada.

Los campesinos, la fuerza principal. Del campo a la ciudad. ¿El tiempo? El que fuese necesario. Una extraordinaria utilización de las leyes de la dialéctica al objetivo de modificar la correlación de fuerzas en favor de los sectores populares. Y una confianza infinita en que al final de ese trabajoso camino habría Poder. 

En 1939, desde las cuevas de Yenan, el PCCh lanza “El Comunista”. “Tal revista es necesaria para construir un Partido Comunista de China bolchevizado que abarque todo el país, tenga un amplio carácter de masas y esté plenamente consolidado en los terrenos ideológico, político y organizativo”.(MTt)

 Al igual que Marx y Lenin, Mao llama las cosas por su nombre. Ningún atisbo de embellecimiento de las dificultades. Cero autobombo. Dichos vicios se contraponían a la necesidad de analizar, en todos y cada uno de los momentos, los distintos aspectos de las contradicciones en curso.

Sintetiza en tres, las armas mágicas sobre las que actuar. El Frente Único consume ingentes energías. La inestabilidad en China genera zigzagueantes reagrupamientos. La invasión japonesa, cambia el enemigo principal y fuerza el Frente con la anticomunista derecha del KMT.

Los desarrollos teóricos de Mao respecto de la lucha armada pasaron con honores el difícil veredicto de la vida.

Al desarrollo orgánico, político e ideológico del Partido le dedicó obras notables como Sobre la Práctica y Sobre la Contradicción.

“Luchar fracasar, volver a luchar, así hasta la victoria” 

Esta conocida cita nos acerca al Mao medular. No necesariamente ese fracaso del que nos habla significará una derrota. Una lucha por cualquier reivindicación, o una batalla en una guerra prolongada podrían terminar en descalabro o en triunfo. Pero, en ambos casos constituiría un resultado parcial. Por tanto, en relación a las tareas históricas planteadas significara una no concreción. O sea, un fracaso. Pudiéramos parafrasear a Mao diciendo: “… en los triunfos y en las derrotas parciales… encaminándonos a la victoria”. En este sinfín de combates que conforman la lucha de clases, la pérdida del objetivo rompe la cadena virtuosa que nos aproxima a la revolución. Ningún exorcismo invocatorio corregirá esta ecuación. Porque la sola palabra revolución tampoco cabalga.

De la experiencia a la conciencia

No existe prédica con la suficiente enjundia para convencer al remiso. La gran escuela es la lucha. Pero sin la prédica del partido de vanguardia las grandes masas no se apropiarán de abstracciones tales como terminar con la explotación y pelear por el poder. Una zona liberada, prefigurando la Nueva Sociedad valía más que 100 discursos. En ellas y a lo largo de décadas, los campesinos hicieron su experiencia y forjaron el concreto “defender la revolución”.

La experiencia indirecta

Semejante construcción no fue producto del aislacionismo cultural o político. En el PCCh existía un alto conocimiento de los clásicos del marxismo y de los aportes, contemporáneos, de Lenin y la Revolución Rusa. Con sus idas y vueltas existía una relación fraterna con la Internacional Comunista. Llegaban los ecos de distintos procesos revolucionarios (muchos de ellos derrotados) que se sucedían en el mundo. Incluso, durante un tiempo, predominó un doctrinarismo mecanicista que trasladaba, sin más,  experiencias ajenas.

El mérito de Mao radicó en integrar el extraordinario acervo de la teoría y la práctica del proletariado revolucionario a una realidad tan particular, como la china. Así, la Larga Marcha, la guerra prolongada culminada en Victoria con la proclamación de la RPCh en 1949, la más que compleja batalla para construir las bases del socialismo en un inmenso país atrasado. Todo ello y mucho más.

¿Cómo pudo pasar lo que pasó?

Nada de lo dicho ha quedado en pie. El heroico Partido Comunista de China fue capturado en 1978 por una camarilla de renegados. Desde entonces, los usurpadores regentearon su estructura para ponerla al servicio de la restauración capitalista. Una devastadora derrota para el pueblo chino. Y para la causa del proletariado mundial y el campo popular en todos los países. ¿Cómo pudo pasar?

 Quién no se lo pregunte no podrá explicar algunos de los acontecimientos más dramáticos de la centuria pasada. Ya Lenin vislumbraba los riesgos de retroceso y que nada estaba dado para siempre. La pequeña producción mercantil y aún la cooperativa, (florecientes en las primeras etapas de la construcción del socialismo) eran fuentes de regeneración de capitalismo. La superestructura precedente creaba el caldo para la proliferación de todo tipo de desclasados (burócratas, trepadores, falsarios y corruptos).

Alrededor del XX Congreso del PCUS se va haciendo explícita la derechización de su línea general. Cambios que ese partido pretendía imponerle al conjunto del movimiento comunista internacional. A esa primera señal ominosa le seguirían numerosos datos indicativos de la restauración del capitalismo en la URSS. Mao Tsetung comprende que esa misma situación se puede llegar a repetir en los otros países donde triunfó la revolución. Porque, inevitablemente, durante la construcción del socialismo, persisten las clases sociales, la lucha entre ellas y el enfrentamiento de líneas al interior del Partido (o el Frente Único) revolucionario. Y que, desatado el conflicto hay un final abierto.

 La propia historia del PCCh hablaba de una tensa convivencia de al menos dos sectores. La línea de Mao no siempre prevaleció. Con la peculiaridad que la sangre no llegaba al río. Por tanto, la derecha del PCCh, con exceso de cautela daba sus peleas, si no prosperaban retrocedían y finalmente (tras la Revolución Cultural de los 60´) se emboscó a la espera de un mejor momento. Éste llegó con la muerte de Mao. En 1978 dieron el golpe de gracia. El botín fue el propio Partido Comunista de China. Y con el PCCh vaciado de contenido quedó el camino expedito para todas las fechorías que de ahí en más cometieron.

La cuestión del hombre nuevo

En la Unión Soviética, a la muerte de Stalin, la captura del Partido fue un proceso subrepticio en una sociedad que no estaba avisada del peligro que se cernía. En China no. Porque Mao había dado un alerta temprana. Pese a lo cual, la resultante fue similar. Se va comprobando que la lucha de clases y la meta de una sociedad sin clases son las tareas de una época. Y que, seguramente, deberemos ganar la misma batalla, varias veces.

Gente leal, generosa, solidaria, dispuesta a los mayores sacrificios, lo que hoy llamamos hombres nuevos, han existido en todos los tiempos. Naturalmente, en las conmociones (rebeliones, guerra, catástrofes naturales o como ahora pandemias), se visibilizan.  Pero (maldita palabreja), la cultura del individualismo goteó sobre la piedra durante milenios. Y nos ha dejado su impronta.

El cazador de ratones

El inefable Deng Xiaoping sentenció alguna vez: “qué importa que el gato sea negro o amarillo. De lo que se trata es que cace ratones.” Un sibilino sofisma justificatorio de que el fin justifica los medios. Los colores en los que en realidad Deng pensaba eran el rojo y el blanco. Y es dudoso que le preocuparan los ratones. Para cuando Deng agregó que “enriquecerse es glorioso” los líderes del PCCh ya se dedicaban a cazar mercados, fuentes de materias primas, plazas estratégicas. Al mejor estilo de las otras potencias imperialistas en lucha por el predominio mundial.

China para nada desentona con sus homólogos imperialistas de los demás países centrales. La segunda economía mundial. “Paraíso” para los monopolios privados y estatales. Megamillonarios en el Comité Central del PCCh coexistiendo con 900 millones de pobres. Ofrecida como la fábrica del mundo impulsa la primarización de nuestros países.

El daño

A los 100 años de aquel glorioso inicio, hoy intentan apropiarse de la figura de Mao, de los símbolos del proletariado revolucionario (el rojo de la bandera, la hoz y el martillo, los acordes de La Internacional) para su obscena instrumentación.

Con la desaparición del campo socialista las potencias imperialistas pasaron a la ofensiva. Mientras disputan entre sí, comparten la tarea (cada cual “honrando” su personalidad)de terminar para siempre con esa manía de los pueblos de enfrentar las injusticias. A caballo de poderosas poleas intentan sembrar escepticismo. “¿Para qué plantearse las luchas por la Revolución,  si se trata de una vía al fracaso?”

En esta sucia faena el papel de la dirigencia china es doblemente dañino.

Porque, en realidad, ¿quién va fracasando?

Que el capitalismo ha aquilatado triunfos, nadie lo duda. Las restauraciones capitalistas en las otrora potencias socialistas así lo demuestra. Por un lado se unificó el mercado global. Por el otro a las otrora potencias dominantes les surgieron duras competencias. Pero, de qué quejarse si así es el capitalismo.

Los rasgos denunciados por Lenin en El Imperialismo se manifiestan en la actualidad centuplicados. En las condiciones de un crecimiento exponencial de las Fuerzas Productivas (nuevas tecnologías, altísima productividad, robotización) la pobreza relativa y absoluta escala a las cumbres de la inequidad. E incluso de la irracionalidad. Cada vez más amplios sectores caen en el rango de los inviables. Se dijo hasta el hartazgo que la pandemia corregiría al mundo. Todo lo contrario. ¿Si esto no se llama fracaso…?

Tenemos ante nosotros una grande contradicción: la magnitud de las injusticias, la desorbitada voracidad de los poderosos, los atropellos de las potencias imperialistas, la depredación del ambiente, la expoliación de nuestros recursos, todo ello pone a la orden del día terminar revolucionariamente con este estado de cosas. El otro aspecto de esta contradicción: encarar tales tareas se ha hecho decididamente difícil.

Difícil, sí. Pero, ¿imposibles? La crítica al imposibilismo/posibilismo (dos caras de la misma moneda) nos requeriría reabrir esta nota justo cuando vamos llegando a su final. Nos baste con contabilizar las grandes luchas que recorren nuestra América para comprobar que, cuando la gota rebalsa en vaso, nada es imposible.

De seguro el enemigo aprende. También el campo popular. “Luchar, luchar, luchar hasta la victoria. Ésta es la lógica del pueblo, y él tampoco marchará jamás en contra de ella”.


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