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«El bicentenario exige mentar al diablo»

por La Marea
Entrevista a Eduardo Azcuy Ameghino por Cristina Mateu
Azcuy Ameghino se especializa en historia colonial y agraria. Es autor de Artigas en la Historia Argentina, obra que restituyó al revolucionario oriental al entramado de nuestra historia, de la que fue excluido por la versión oficial. Azcuy considera aquí hechos fundamentales del proceso revolucionario, identifica los núcleos del debate historiográfico actual en torno al Bicentenario, establece la relación de aquellos sucesos con el presente y remarca la importancia de volver sobre el concepto de revolución, hoy “clausurado por múltiples razones”.

Comenzaré pidiéndote algún comentario sobre el inicio de las actividades de conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Mayo.

—Algo que permite comprender la naturaleza de lo que se pone en discusión es la experiencia que tuvimos en 1992 con el quinto centenario de la Conquista. Son hechos de gran envergadura que invitan a un análisis crítico, tomar posiciones y a relacionarlos con cuestiones del presente. Al respecto cabe recordar cómo las empresas españolas y el Estado Español financiaron múltiples actividades alusivas mientras se apropiaban de los teléfonos y otras empresas del Estado argentino. En línea con ello se planteó que España había contribuido a civilizar y a evangelizar a los pueblos originarios, se habló de encuentro de culturas y mestizaje. Desde otra perspectiva, vinculada con las diferentes visiones de lo popular-nacional, una minoría activa prefirió recordar que la invasión europea y la dominación colonialista se habían concretado mediante el genocidio de quienes resultaron sus víctimas.
En este sentido la Revolución de Mayo ocupará sin duda un espacio central en los debates políticos e ideológicos durante los próximos cuatro años, como acaba de ocurrir en una escala menor con las Invasiones Inglesas y la Reconquista, que tuvieron una exposición pública mucho mayor que en años anteriores.
Se entiende que todos los sectores de la sociedad se interesen en intervenir activamente en estas oportunidades, una intervención política en la cultura que se procurará funcional a los diferentes intereses en pugna. De modo que desde los aparatos ideológicos del Estado, las clases dominantes tratarán de utilizar el debate y la difusión del Bicentenario para desarrollar unidad y consenso en torno a sus visiones del asunto, funcionales, en primera o última instancia, a la reproducción del orden social. Pero como en Argentina existen numerosos y heterogéneos sectores sociales que no necesariamente subscriben las posturas oficiales, es de esperar que también se exprese toda una serie de contrahistorias dirigidas a controvertir los relatos que constituyen la historia oficial.
—¿Cuáles serían los problemas del presente desde una perspectiva no oficial, una perspectiva cuyo objetivo sea la verdadera historia?
—Hablar de los problemas del presente obliga a intentar caracterizar en que tipo de país vivimos. Cómo es la Argentina estructuralmente, cuáles son los problemas fundamentales y cómo afectan a la vida cotidiana de la mayoría de la población. Si partimos de la idea de que el nuestro es un país económicamente dependiente de las grandes potencias, en el cual una serie de cuestiones de larga data siguen sin resolverse, como por ejemplo, la democratización de la tenencia oligárquica de la tierra, descubrimos (a pesar de las advertencias de algunos historiadores para que no incursionemos en estos procedimientos, que llaman anacrónicos) que de algún modo cuestiones parecidas estaban presentes en los hechos y debates de 1810. ¿Por qué tanta resistencia a admitir que se pueden establecer relaciones activas, positivas, útiles para los partidarios de la liberación nacional y social de nuestro país, entre las luchas del presente y las del pasado, entre las visiones de los Moreno y los Artigas frente a la lucha por la independencia y la democratización del mundo colonial y las ideas e intenciones de los luchadores de nuestro tiempo?
Si, por ejemplo, en 1810 existía una sociedad de tipo colonial y en 2006 habitamos en una que podemos denominar como dependiente, por qué no intentar avanzar hoy en la resolución de las tareas libertadoras planteadas, observando cómo en el pasado se resolvió la contradicción que oponía a los futuros argentinos (y uruguayos, bolivianos, y paraguayos) con el poder metropolitano y con otros colonialismos que esperaban su turno para reemplazar a los españoles. ¿Por qué la historia oficial nos recomienda desechar estas relaciones activas con el pasado? Sin duda porque pueden alentar al pueblo y a los rebeldes, estimulándolos a afrontar los desafíos que se plantean tantos argentinos que desean un país diferente.
Plantear las cosas así implica despejar el escenario de confusiones e incertidumbres. Se trata de conmemorar, festejar y entusiasmarnos a partir de que tenemos planteadas tareas parecidas a las abordadas en aquella época, y no a partir de que sólo –y apenas– se trata de recordar los buenos momentos pasados, que generaron este presente al que sólo cabría adaptarse. Y esto lleva a lo que creo que debería ser, de aquí a 2010, uno de los núcleos de la discusión conmemorativa: el carácter, los contenidos y las implicancias de la revolución de Mayo.
Lo cual será sin duda, en la medida que se los confronte, un verdadero problema para todos los evocadores oficiales, periodistas, historiadores y políticos, financiados y/o convocados por los medios de comunicación del mercado, debido a que deberán ingresar en un terreno peligroso. No se podrá no entrar, y al hacerlo se habilita la consideración de un tema, como es el de la revolución, que está clausurado por múltiples razones.
De este modo, paradójicamente se deberá ingresar en un período de conmemoración de lo que no existe, no debería existir o ha fracasado en el mundo, la revolución, de lo que ya no se aconseja como método para resolver los problemas de la sociedad. En esta esquizofrenia y en los espacios que puede generar, la aparición de diversas formulaciones originadas en los sectores populares que pongan el eje y el dedo en ese ventilador, podrá forzar a que el discurso oficial tenga que avanzar hacia el núcleo del asunto, saliendo de las posiciones cómodas en las que se maneja ahora, debiendo explicitar mejor qué es lo que nos propone que festejemos.
—Este debate fue planteado en tu libro sobre Artigas y el más reciente Trincheras en la Historia, te refererís a la idea de revolución sin revolucionarios…
—Ese es un debate más viejo al que yo me incorporé. De algún modo existe desde que en Argentina se fueron consolidando las organizaciones políticas, ideológicas y culturales referenciadas en los sectores populares –obreros, trabajadores, chacareros, etc–, diferentes por ende de las instituciones del poder y del Estado. En ese marco, motorizadas por los intelectuales que se pusieron de algún modo a su servicio, fueron surgiendo visiones críticas y opuestas a la oficial. Considerando que la historia la escriben los que ganan, comienzan a aparecer sin embargo otras historias, debido a que “los que pierden” van desarrollando –en el marco de determinadas correlaciones de fuerzas– cierta voz histórica. Heterogénea, es verdad, porque los que pierden son heterogéneos, pero que tienen como punto en común el plantear visiones alternativas. Lo que afirmé hace veinte años en mi estudio sobre Artigas fue la reformulación, mediante nuevas investigaciones, de posturas que ya tenían una tradición historiográfica importante en la izquierda argentina, por ejemplo a través de Rodolfo Puiggrós, uno de los referentes principales en el tema de la Revolución de Mayo.
—¿Qué otras vertientes historiográficas en línea con los intereses nacionales y populares se preocupan por conocer y escribir una historia contra-hegemónica?
—Sin nominar autores, existen tradiciones culturales historiográficas de raigambre marxista como las del Partido Socialista y el Partido Comunista, además de otras expresiones –asimilables al nacionalismo popular– que con problemas, que no viene al caso analizar en este momento, buscaron plantear visiones del pasado que enfatizaban los aspectos revolucionarios y transformadores, identificando a los dirigentes más decididos que luchaban por cambios de fondo, etc. En este cauce popular hay un amplio espacio para que historiadores y no historiadores desarrollen el estudio del pasado, ya que la visión de la historia atañe a todos y no sólo a los que se dedican profesionalmente a ella. Estas consideraciones se pueden asociar al caso de Pigna, quien –cabe recordar– irrumpe a la consideración pública con temas asociados a la Revolución de Mayo. Eso no es casual, ya que hay algunos temas que son muy convocantes, incluso lejos del Bicentenario. En buena medida el éxito de Pigna tiene que ver, entre otras cosas, con que se insertó –con los matices de su visión– en una perspectiva popular, nacional, de crítica en forma y contenidos a la historia oficial, por lo cual resultan razonables las protestas de la academia. El ejemplo vale, pues alude a la existencia de perspectivas interpretativas que en la medida que encuentran espacio para su difusión tienden a marchar al encuentro de las inquietudes e intereses de tantísima gente que procura acercarse a la historia.
El problema es que habitualmente esa conexión está cortada. La avidez potencial del pueblo argentino por vincularse con una visión verdadera (y no sólo verosímil) de su pasado choca con los obstáculos que la cultura dominante opone para que no se elaboren contra historias, y luego para que esas contra historias no se difundan. Es decir para que no se produzca la mencionada confluencia. Eso hace muy interesante el caso de Pigna, especialmente en sus orígenes, porque sería una suerte de indicio de lo que podría ocurrir si no fuera una excepción, relativamente condicionada, de este encuentro entre la historia y las mayorías sociales. Pero, bueno, la ingeniería político-cultural de las clases dominantes, entre otras cosas, trabaja para impedir este tipo de situaciones, mientras que cuando de todos modos se producen, rápidamente se procura institucionalizarlas y desvirtuarlas, para lo cual el control sobre los medios de comunicación resulta decisivo.
—¿Cuáles son los núcleos del debate sobre la Revolución de Mayo, más allá de los que impone la actual visión mediática de la historia?
—Lo primero sería definir qué entendemos por revolución. Luego verificar si los sucesos de Mayo encuadran en ella, procurando establecer qué tipo de revolución fue. Pues ocurre que no hay una sola clase de revolución. La cuestión tiene que ver con el marco teórico-ideológico de cada uno. Pierre Vilar dice que una revolución queda sancionada por una ruptura del Estado y el reemplazo de unas clases por otras en el poder de la sociedad. Con una definición de este tipo, con la que concuerdo, establecemos distancia respecto a una cantidad de sucesos históricos que, con ser importantes, no cumplen dichos requisitos. Por otro lado, nos encontramos con revoluciones como la francesa, la rusa, la china o la cubana, en las que se verifican con claridad las condiciones que menciona Vilar.
—¿Y la Revolución de Mayo fue efectivamente una revolución?
—Desde el punto de vista de los parámetros que pueden definir a una revolución social no sería posible calificar como revolución a los sucesos de Mayo, dado que en rigor no se produjo una mutación del régimen de producción dominante –aun cuando algunos sucesos contribuyeran a mellarlo–, y la herencia del feudalismo colonial se proyectó durante algunas décadas en la historia argentina posterior. De modo que en la medida que entendemos a la revolución como un método para resolver determinadas contradicciones, ciertamente Mayo no resolvió la contradicción entre las grandes mayorías sociales explotadas y la elite terrateniente-mercantil-minera que las oprimía.
Sin embargo, la Revolución de Mayo sí resolvió –o comenzó a resolver– otra contradicción, que dadas las características de la formación económico-social virreinal era sin duda la contradicción principal del momento. O sea, la oposición entre el colonialismo español y los pueblos americanos colonizados, sometidos y saqueados, de lo cual era instrumento posibilitador y garante el estado colonial. De este modo, la dominante en España –expresada por la corona– era la principal clase dominante local (básicamente mediante el centro estatal constituido por el virrey, la audiencia, el ejército regular y la burocracia oficial, todos dependientes y remunerados por la metrópoli). La principal pero no la única, y esto resulta clave, ya que también los terratenientes y comerciantes afincados en el virreinato medraban a la sombra del poder peninsular, y controlaban una porción menor y subordinada del estado colonial (cabildos, consulado, jueces de hermandad y jefes milicianos en el campo, etc.).
Así, la de Mayo, como entre otras la norteamericana de 1776-1782, fue una revolución anticolonial. Eliminó el núcleo de las viejas clases dominantes –las españolas– y las reemplazó por otras, rompiendo en lo esencial el Estado –específicamente su centro–, lo cual dio por resultado la independencia de los pueblos y provincias del viejo virreinato.
Y si la ruptura del estado fue tan definitoria como parcial, se debió a que la revolución anticolonial no fue encabezada y dirigida por los representantes de las grandes masas de indígenas, mestizos, criollos pobres y el resto de las castas oprimidas –masas básicamente campesinas–, sino por la aristocracia mercantil–terrateniente que logró conducirla y hegemonizarla mediante la imposición de un programa que, si bien apuntaba a remover la sujeción colonial, no se propuso transformar la sociedad que se heredaba del coloniaje.
Entonces, como dirían Barran y Nahum, revolución sí, pero hasta cierto punto. Revolución anticolonial, de independencia, pero no social, pues el régimen socioeconómico existente en las minas, las estancias, los obrajes y las chacras no sufrió cambios de fondo, más allá de las conmociones que generó la revolución en marcha. En este sentido, la vieja sociedad continuó viviendo en el nuevo país, que debería definir en adelante su destino, conservando o transformando el orden precapitalista característico del antiguo régimen.
—Aquella historiografía escolar que acepta que en Mayo hubo una revolución no le da el carácter de anticolonial, sino meramente político, se destituye al virrey y allí concluye la revolución…
—Efectivamente existe cierta desvinculación entre la recordación de algunos hechos de Mayo y su carácter de revolución anticolonial. Por un lado aparecen los sucesos de 1810 y por el otro, a menudo desvinculados, se presentan la lucha por la independencia, la guerra, San Martín, etc. De este modo en muchos casos la historia que se recuerda no está presentada de manera tal de permitir una comprensión general de la trama histórica, que permita observar con claridad, por ejemplo, que la guerra de la Independencia fue la revolución de Mayo en marcha. Habitualmente se presenta la semana de Mayo lo que ocurre el día 25 y terminó la película. Luego hay otra película que es la guerra de Independencia y San Martín cruzando los Andes, otra donde ciertos caudillos resisten al poder central con los consiguientes conflictos. Toda una serie de escenarios superpuestos y desconectados en donde no se establecen las íntimas relaciones que los vinculan, dificultando su percepción como aspectos de un único proceso, de la historia de la revolución independentista.
De todos modos la visión oficial no la tendrá fácil. Lo cual es parte de los problemas que entraña tener que reivindicar, aun vaciada de contenido, una revolución. Es un problema: las clases dominantes, que gobiernan una sociedad basada en la explotación de la mayoría por la minoría, se enfrentan por razones histórico-culturales a la necesidad de tener que difundir y recrear ideología dominante en torno a hechos que son de por sí difíciles y desagradables para cualquier clase dominante. Tal el caso de conmemorar una revolución, algo así como hablar de la soga en la casa del ahorcado; por lo que deberá tratarla de una manera tal de hacer pasar lo más inadvertido posible el contenido revulsivo de la efeméride.
Soy bastante enfático en mis clases en la Facultad al relatar los sucesos concretos de los días revolucionarios de Mayo. Precisamente, para tratar de transmitir contenidos que instalen sensaciones diferentes a las que surgen de la crónica ingenua sobre la gente que se reunió en la plaza para ver qué pasaba, que armaban corrillos, con o sin paraguas, y con cintitas, hasta que finalmente se anunció que se había constituido la Junta, y buena parte de la población se puso contenta y luego todos se fueron a sus casas.
Algunos alumnos me dicen: “pero profesor, ¿como va a ser una revolución si no hay enfrentamientos violentos, nadie se peleó con nadie y no corrió una gota de sangre?”. Aquí se revela la importancia de una visión histórica que se esfuerce por conectar lo que suele aparecer desconectado, enfatizando que para efectivizar lo que se resolvió el 25 de Mayo hubo que sostener catorce años de guerra liberadora. Es decir, que resultan inseparables la instalación de una junta revolucionaria –un gobierno independiente– y batir militarmente al colonialismo hasta expulsarlo de América. No se puede dar por culminada la tarea decidida y asumida por la mayor parte de la dirigencia patriota el 25 de mayo de 1810 hasta la efectiva derrota de las fuerzas realistas que resisten el éxito de la revolución anticolonial.
Entonces aquí tenemos una revolución que ya empieza a parecer una revolución. En la cual el cabildo, pese a hallarse bajo presión popular, manda 500 invitaciones a la parte “más sana” del vecindario, sabiendo que en su mayoría se trata de partidarios de la continuidad del dominio español. Pero hay que contar cómo de esos 500 sólo llegan 250 al Cabildo del 22 de Mayo, y no es que los otros doscientos cincuenta no tuvieron ganas de concurrir, sino que no llegaron porque no pudieron. Y eso se debió a que había revolucionarios organizados que impidieron que fueran a votar por la opción realista. Lo evitaron a través de métodos todavía hoy en boga, armando piquetes en las puertas de las casas –o en el camino– de los españoles que iban a marchar hacia el Cabildo, “escrachándolos” e impidiéndoles hacerlo. Si queremos conmemorar la Revolución de Mayo tendremos que hablar de estas cosas. Así, mientras por un lado el poder repudia los piquetes que se producen hoy en la Argentina en defensa de diversos derechos populares, al mismo debe conmemorar hechos históricos –y ensalzarlos– en los cuales piquetes similares tienen un papel superlativo y definen en buena medida el éxito inicial de la revolución. Estas son las dificultades y las grietas que se abren para que los historiadores progresistas y todos los interesados en difundirlas puedan avanzar con diferentes visiones críticas y alternativas de los sucesos modulados por las historias oficiales.
—Estas versiones oficiales consideran sólo una de las tendencias que se disputaban el rumbo de la revolución…
—Así es, pero antes de responder al respecto me gustaría sintetizar brevemente algunas de las ideas que hemos expresado. Por un lado pusimos a foco el concepto de revolución en general, el concepto de revolución anticolonial, el carácter violento de la revolución que se obtiene por la integración de revolución más guerra de la independencia. Cabría agregar, sobre la base de que intentamos refutar la idea del Mayo pacífico y festivo, una explicación acerca de por qué no hay efusión de sangre en Buenos Aires el día 25. Precisamente, estas son cosas que sólo se pueden explicar estudiando la forja de la revolución, desde la crisis orgánica del dominio colonial iniciada en 1806 con las invasiones inglesas. Sobre esta base, lo que ocurrió el 25 de Mayo de 1810 no fue que los españoles tuvieron miedo a pelear –o no encontraran motivos para hacerlo– y por eso no hubo un enfrentamiento violento. La explicación es que tuvieron miedo a perder por paliza, lo cual era consecuencia de una serie de hechos que entre 1806-1810 determinaron una correlación de fuerzas militar en Buenos Aires que les resultaba extremadamente desfavorable. Esto era consecuencia de la paradójica situación por la cual el virrey Cisneros, expresión del poder metropolitano, que había llegado al Río de la Plata pocos meses antes, había debido desarmar a los cuerpos militares españoles al tiempo que se veía obligado a asentar su gobierno en los cuerpos militares criollos que se formaron en las invasiones inglesas y que definieron en favor del anterior virrey el llamado motín del 1º de Enero de 1809, por el cual los españoles habían tratado de eliminar a Liniers que, aunque francés y sospechoso, no dejaba de ser la autoridad formal y legalmente instituida por España.
—Este hecho no se lo tiene en cuenta, para la historia oficial son cosas raras…
—Son las cosas raras que pasan en todas las revoluciones. Sin “cosas raras” difícilmente habría revoluciones. Una de ellas es que los cuerpos militares españoles, un año y medio antes de la revolución, se forman frente a la casa de gobierno y exigen la renuncia de Liniers. Y el Virrey, antes de renunciar, convoca a los jefes militares criollos y los consulta acerca de su posición frente al motín, obteniendo su apoyo para mantenerse en el cargo. Este es el momento en que Castelli sintetiza el análisis de la situación señalando que desde el punto de vista de los americanos “se ganaba ganando y se ganaba perdiendo”. Con lo cual quería decir que si la revuelta de los españoles de Buenos Aires tenía éxito, ellos habrían dado el primer paso, escandaloso, de derrocar a un virrey legítimo, por lo que en una segunda vuelta el sector criollo los podría desplazar haciéndose cargo de la Junta que planeaban instalar. Y si no prosperaba el intento español, analizaba Castelli, esto sería porque los cuerpos militares criollos apoyaban a Liniers, como sucedió. Por lo tanto, hay un momento de pulseada, se enfrentan y cuentan los cañones de uno y otro bando, y los españoles retroceden y se van a su casa o vuelven a sus cuarteles. Allí queda el virrey sostenido por las fuerzas militares americanas. España, que invadida por Napoleón no puede tener un virrey francés en el Río de la Plata, manda inmediatamente su reemplazo. Cuando este llega al Plata, se produce un nuevo intento de independencia del grupo más antiguo empeñado en la tarea, consistente en convencerlo a Liniers para que resista la entrega del mando a Cisneros y pase a gobernar sostenido por el pueblo de Buenos Aires, intento que fracasó porque Liniers rechazó la propuesta realizada por Belgrano y se fue a Montevideo a entregar el poder, negociando a cambio que no lo enviaran a España como estaba mandado. Fue así que Liniers se instaló en Córdoba, donde moriría al frente de tropas contra-revolucionarias. Finalmente, al asumir el mando Cisneros, expresión de la legalidad colonial, no tiene más remedio que reprender a los españoles rebeldes, reconociendo en cambio la lealtad de los americanos. Y así se llegó a 1810.
No hubo violencia entonces el 25 de Mayo. El poder de fuego criollo la hubiera transformado en una masacre de españoles. Pero que no hayan peleado ese día no impidió que partieran en todas las direcciones los mensajeros y chasquis que anunciaban la mala nueva de la revolución. Así, mientras las fuerzas realistas se van notificando lo que ocurre en Buenos Aires y se preparan para derrotar a la Junta, los revolucionarios alistan los ejércitos auxiliadores que van a marchar al interior a enfrentar la contrarrevolución.
—La versión oficial enfatiza la causa ex-terna: la invasión napo-leónica a España y el encarcelamiento de Fernando VII.
—En las versiones oficiales de la historia, los énfasis, los argumentos, no son siempre los mismos; son cambiantes y la propia historia oficial se va reformulando. La historia que estudiaban nuestros padres, la del manual de Grosso, otorgaba al relato de los hechos un lugar relevante. Esta versión de la historia oficial, estoy pensando en Mitre, va a manipular los hechos restringiendo el alcance de los sucesos revolucionarios. Mientras se enfatizaba la libertad de comercio como la bandera fundamental de la revolución se ocultaba el plan revolucionario de operaciones de Moreno o la prédica proteccionista de Belgrano. Como le decía en una carta Mitre a Vicente Fidel López –otro de los fundadores de la historia oficial de cuño liberal– “Ud. y yo hemos tenido las mismas predilecciones y rechazos, y hemos enterrado históricamente a Artigas, ese bárbaro desorganizador”. Este es el mecanismo de la historia oficial de esa época, enterrar a determinados personajes porque no son funcionales con su visión y sus intereses. Ocultar temas y problemas, como el de la tierra en la etapa colonial…
—¿Cómo se expresa la renovación de la historia oficial respecto de aquella versión tradicional?
—Una de las interpretaciones recientes respecto a lo ocurrido en 1810 afirma que los americanos hicieron la Revolución de Mayo sin saberlo. Que la generación de Mayo sólo pudo presidir el derrumbe del orden antiguo, que no hubo nada de acción proyectada o de proyecto. Más precisamente, la revolución habría sido pura consecuencia de los sucesos ocurridos en la Metrópoli, la invasión napoleónica y la prisión en un cómodo castillo del rey de España. Dadas estas circunstancias cesa el gobierno que lo representa en el virreinato y, por lo tanto, de lo que se trata es de presentarse en palacio para armar un nuevo gobierno que administre la sociedad que ha quedado sin conducción. Este tipo de visiones, inseparables de un momento de reacción político-ideológica a escala mundial, practican el máximo grado de abuso de la historia y pretenden marchar al debate final donde, de triunfar, lograrán vaciar de entidad, negarle sentido y restarle eficacia a la acción humana como factor hacedor de la historia. En línea con la época de la llamada “globalización”, cierta historiografía oficial renovada plantea que el papel de las revoluciones en la historia no cuenta, porque las cosas cuando ocurren es, como en este caso, por factores externos, consecuencias de sucesos casuales, por lo cual serían finalmente lo mismo Moreno, Álzaga o Campana, ya que de lo que se trataría es de ocupar un espacio vacante y administrar.
Esta renovación histórica oficial, además de sus aportes creativos al falseamiento del pasado, retoma viejas teorías largamente refutadas, como que el plan de Operaciones no existió, porque si “no hubo acción proyectada” no se puede aceptar la existencia de ese tipo de documentos o hay que decir que fueron fraguados. También deberían convertirse en una fábula los relatos que afirman que los criollos fingían partidas de caza para poder hablar lejos de los oídos y de los espías del virrey, o que se reunían en secreto en casas y talleres para tratar sobre las condiciones en las que sería posible avanzar hacia la independencia de acuerdo a como se analizaba la evolución de la situación en España y el Río de la Plata.
Cuando un año antes de la Revolución de Mayo, en la ciudad altoperuana de La Paz, un grupo de criollos patriotas y anticolonialistas –con Pedro Murillo al frente– depone a las autoridades coloniales e instala una junta revolucionaria independentista, los españoles reúnen fuerzas en todo el virreinato y ejercen una feroz represión; ejecutando a los dirigentes de esa junta, para luego cortarles la cabeza y clavarlas en lanzas que permanecerían instaladas a ambos lados de la avenida principal de entrada a la ciudad de La Paz. ¿Cuál es el mensaje que nos están dando estos hechos? Primero, que un año antes de la Revolución de Mayo estaba planteada la rebelión y la instalación de juntas anticoloniales; segundo, que el colonialismo estaba dispuesto a ahogar a sangre y fuego a quienes lo desafiaran. Así, los futuros patriotas rioplatenses, en algunos casos –como el de Moreno– compañeros de estudios de muchos de los revolucionarios de La Paz, que serían dirigentes de Mayo un año después, sabrían perfectamente a que tipo de situación se enfrentaban, cuáles eran las reglas de juego y a que riesgos se exponían. ¿No sabían lo que hacían?
Desde la perspectiva de la búsqueda de la verdad histórica, creo que en este Bicentenario debemos pugnar porque el recuerdo y la conmemoración sean el festejo de una auténtica revolución. Ello implica recuperar una historia donde un papel central le corresponde a los revolucionarios. Es decir, que de lo que hay que hablar es de una revolución y de los revolucionarios, de enfrentamientos violentos y de una guerra donde nuestros máximos próceres son los jefes armados de pueblos que luchan contra el colonialismo. La versiones oficiales de la historia van a tener que trabajar mucho para ocultar todo esto, que es lo que debemos procurar poner en discusión.
—¿Podrías ampliar tu reflexión sobre las relaciones entre los factores externos y las causas internas de la revolución?
—Si fuera cierto que los factores externos resultaron decisivos y la acción de los revolucionarios no tiene la entidad que nosotros le adjudicamos, es muy difícil explicar lo siguiente: las noticias que llegan de Europa a Buenos Aires, más tarde o más temprano se extienden al resto del virreinato. Es decir, que los vientos externos además de en Buenos Aires también soplan en Montevideo, Asunción, Córdoba y Salta, para dar algunos ejemplos. Sin embargo la revolución se da en Buenos Aires y no se produce en ninguno de los demás lugares que mencionamos. ¿Cuál es la diferencia, por qué en Buenos Aires sí y no en Montevideo o en Córdoba? Al contrario, en Montevideo, Asunción y Córdoba los elementos pro-españoles, colonialistas, realistas se organizan, se arman y se preparan para la batalla, ratificando su férreo dominio sobre esas ciudades. ¿Qué pasa, hay una barrera para los vientos externos? Explicar por qué en Buenos Aires sí y en Lima no, exige conocer, contar adecuadamente una historia: la historia de la revolución, la que explica el pronunciamiento antiespañol y el comienzo de la lucha anticolonial. Un historiador injustamente muy poco recordado, Boleslao Lewin, a propósito de un aniversario de la Revolución de Mayo publicó un artículo afirmando –lo que yo suelo reiterar cada vez que puedo– que “la voluntad de independencia precedió largamente a su realización”. En esta fórmula está planteado el papel de los hombres en la historia, de la voluntad organizada con arreglo a ciertos objetivos y fines.
Cuando uno estudia revoluciones a lo largo de la historia, es difícil encontrar un proceso revolucionario, ya sea social, anticolonial o de liberación nacional, que no tenga particularidades inusuales, en donde no se produzcan hechos extraordinarios y soplen fuertes vientos externos, que conmocionen tremendamente la situación. Por ejemplo, la primera Guerra Mundial, el esfuerzo de combate, el hambre, la miseria, la desocupación crearon un escenario que afectó por igual a una gran cantidad de países: a Polonia, Alemania, Rusia, Hungría, pero la revolución se produjo y triunfó en Rusia. Y allí el elemento cualitativamente decisivo fue la existencia de revolucionarios y el acierto de sus acciones, potenciadas al máximo, entonces sí, por los factores externos favorables.
—¿Qué ocurre luego de los sucesos de Mayo, hasta dónde debería extenderse la conmemoración?
—Además de afirmar la existencia de una voluntad de independencia previa a su realización, asociada con la reivindicación de la acción revolucionaria, el segundo punto central de polémica nos lleva a confrontar con las visiones de la revolución que presentan como homogénea y relativamente indiferenciada la alianza política que podríamos denominar como “frente patriota”, o más en general los patriotas, los americanos, los criollos, etc. Partiendo de la contradicción fundamental de la sociedad virreinal, que oponía la mayoría del pueblo de la época con el poder español, resulta lógico que en base a ella se estructuraran los bandos en pugna, y se afirmara el carácter anticolonial de la revolución. Pero entre quienes se fueron trasformando en dirigentes políticos en el curso de ese proceso, acelerado desde 1806, no todos tenían las mismas ideas sobre qué hacer con la sociedad y la economía que heredarían. Al respecto, creo que hubo dos grandes líneas o corrientes, que ya no se definen centralmente en relación con formar o no parte del frente antiespañol –al que todos adhieren, aunque con distintos énfasis y grados de compromiso– sino por los objetivos de fondo que perseguía cada sector que participaba en la lucha anticolonial. Por un lado se manifestaba la elite de mercaderes y terratenientes, que secundariamente ya formaba parte del estado colonial, aunque subordinada al centro estatal mediante el cual se expresaba la supremacía peninsular. Estos hacendados y comerciantes, que controlaban varias instituciones urbanas y rurales secundarias, dieron vida a una corriente política antiespañola, pero continuista en lo social y lo económico, marchando a la revolución con la aspiración esencial de reemplazar al poder español en la cúspide de un sistema de producción y comercio que, más que transformar, se proponían aprovechar en su beneficio. Es decir que luchan contra los españoles porque desean autorregular su comercio, no sufrir trabas ni interferencias en sus negocios, acceder a puestos de poder civil o religioso que permanecían vedados a los criollos mientras los españoles ocupaban el centro de la escena. Dado que este sector continuista finalmente logró imponerse, si bien la Revolución de Mayo concretó sus tareas anticoloniales y, en nuestro caso, creó las bases de un nuevo país y abrió el camino de la construcción de la nación, no se produjo un cambio en la base de las relaciones sociales de producción compulsivamente estructuradas, sin perjuicio de haber contribuido a la eliminación de la esclavitud entre otras consecuencias que irían lentamente minando las bases del antiguo régimen.
Esto es lo que triunfó, en la revolución y en la guerra de la independencia, por lo que hay que remarcar que al imponerse un bloque social que excluyó a campesinos, artesanos, trabajadores de las minas, a las castas oprimidas, los indios y otros sectores populares, se frustraron los contenidos democráticos que podrían haberse asociado con los intereses y programas de las grandes masas postergadas y oprimidas.
—En este contexto, ¿cuál fue el papel de lo que en tus libros llamás “la corriente democrática de Mayo”?
––Si bien la revolución fue acaudillada por una alianza terrateniente-mercantil que impuso un proyecto, que aunque antiespañol también se presentó como continuista en el plano socioeconómico, estaríamos tergiversando la historia si no mencionaremos que existió otra tendencia política en la dirigencia antiespañola, que podríamos denominar corriente democrática. Esta suerte de izquierda de Mayo estuvo representada por dirigentes como Mariano Moreno, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Hipólito Vieytes, los propios French y Beruti, entre otros. Y por supuesto por el proyecto artiguista, con eje en la Banda Oriental y proyección sobre varias futuras provincias argentinas. Se trató en su mayoría de un grupo de dirigentes políticos que en Buenos Aires actuaron entre mayo y diciembre de 1810, caracterizándose por intentar articular sus posturas independentistas con la formulación de un programa heterogéneo de reformas profundas del viejo mundo feudocolonial. Ya que si bien existía una inmadurez objetiva en la situación histórica como para plantear una revolución burguesa –justamente por la falta de bases de sustentación del propio régimen capitalista–, sí era factible, como se mostraría en el Paraguay del Dr. Francia, plantear programas e iniciativas democratizantes que significaran una vía de aproximación hacia bases socioeconómicas más avanzadas. En este sentido, sin perjuicio de su diversidad de posiciones, los dirigentes que podemos agrupar en la corriente democrática mantuvieron diferencias de fondo con el sector continuista, las que se focalizaron en un conjunto de problemas y contradicciones entre los cuales señalamos la actitud ante la lucha armada independentista, el grado y carácter de la participación popular en la guerra antiespañola, la organización política de pueblos y provincias insurrectas a través de una liga confederal o mediante el centralismo porteño, el acompañamiento de la libertad de comercio que se conquistaba con una política proteccionista del incipiente desarrollo artesanal o una apertura librecambista indiscriminada, la ampliación o limitación del latifundio como forma predominante de apropiación de la tierra, el fomento de la agricultura y los campesinos agricultores, etc.
Como puede observarse, se trata de un grupo de temas que en su mayor parte mantienen, obviamente bajo otras condiciones, una sorprendente actualidad, al menos para todos los que se interesan por cuestiones tales como la independencia, la democracia y la justicia. En este sentido, el Bicentenario de Mayo puede ser una excelente oportunidad para poner en discusión la gran tarea pendiente, remarcada por el Che, de la conquista de la segunda y definitiva independencia de nuestra patria, para lo cual resultará imprescindible que los trabajadores se hagan dueños de la dirección política del movimiento y de la historia en todos los sentidos posibles.
Eduardo Azcuy Ameghino es profesor de Historia Económica y Social Argentina, master en Ciencias Políticas y doctor en Ciencias Sociales. Dirige el Centro Interdisciplinario del Estudios Agrarios de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Es autor entre otros libros de Historia de Artigas y de la independencia argentina (1993), El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense (1995), La otra historia. Economía, estado y sociedad en el Río de la Plata colonial (2002) y Trincheras en la Historia. Historiografía, marxismo y debates (2004).

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