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Falsas verdades en jaque: La crisis de la pandemia y el rol de los cientistas sociales

por La Marea
Escribe Silvia Nassif
 
La autora de este artículo, profesora de historia e investigadora del CONICET, señala los debates que se ponen a foco en el ámbito de los trabajadores/as de la ciencia y la tecnología en el contexto de la crisis mundial producida por la pandemia del COVID19: el cuestionamiento de algunas “verdades establecidas”, la importancia de reconocerse como trabajadores y organizarse, y la necesidad de pensar una ciencia que aporte al desarrollo independiente del país y al servicio de las grandes mayorías.
 
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Con la expansión del COVID19 a nivel mundial, la humanidad está sobrellevando una crisis social de proporciones, de carácter inédita en muchos aspectos, que se expresa en todos los ámbitos de la actividad humana: la política, la economía, la cultura y la ideología. Esta crisis social implica una súbita ruptura en nuestra vida cotidiana, en la familia, el trabajo y el tiempo libre; una desestructuración de nuestra vida previa, de lo que antes nos era conocido, debiendo sobrellevar cambios vertiginosos.

Frente a la pandemia, el gobierno argentino rápidamente adoptó la política de cuarentena obligatoria, lo que permitió, hasta el momento, disminuir la velocidad de contagios mientras se refuerza el sistema de salud. Sin embargo, no toda la población puede sobrellevar este aislamiento de la misma manera, profundizándose las desigualdades estructurales que arrastra la Argentina desde hace siglos. Así, la vivencia de la pandemia depende de la clase social a la que se pertenece, la región del país en la que se habita y el género. En este contexto, por ejemplo, aumentó de modo alarmante la violencia hacia las mujeres en los hogares, como se manifiesta en el incremento en un 40% de los llamados a la línea nacional de ayuda; y mientras los delitos comunes disminuyeron por el aislamiento, la tasa de femicidios sigue arrojando datos estremecedores.

Esta crisis social se refleja también en el plano ideológico. Desde la unificación del mercado mundial a partir de la disolución de la Unión Soviética en 1991 –que terminó de sincerar la restauración capitalista ocurrida décadas atrás–, se impuso casi como un credo la idea del “triunfo” del sistema capitalista, con el que la humanidad habría llegado a la etapa final de su historia: derrotado el socialismo, el capitalismo aparecía como el único modo de producción posible. Y la idea del “fin de la historia” venía acompañada del “fin del trabajo”, de la inexistencia de fronteras nacionales y de la panacea del mundo globalizado. Este credo también fue diseminado y repetido acríticamente desde diferentes sectores en las universidades argentinas.

Hoy, todas estas falsas verdades están siendo cuestionadas más que nunca. Ello no significa que el sistema capitalista esté necesariamente en su fase terminal. Como se recordará, luego de una de las peores crisis del capitalismo, como fue la de 1929, a la par de la consolidación del socialismo en la URSS, se manifestó también un fuerte ascenso de una ola reaccionaria fascista que en Alemania devino en el nazismo. En todo caso, como en toda crisis, el devenir dependerá de la correlación de las distintas fuerzas en pugna.

Pero la pandemia sí puso al descubierto que el capitalismo no ha logrado resolver los problemas de la humanidad. Inclusive, con la exacerbada concentración demográfica en las ciudades, ha facilitado las condiciones para la propagación del virus. Algunas anteojeras se están cayendo. Se ponen a foco las falacias del individualismo exacerbado por el neoliberalismo, que hasta llegó a negar el carácter social de los seres humanos. Queda a las claras que desde nuestro nacimiento hasta la muerte nos desarrollamos como parte de grupos sociales y que a lo largo de la historia de la humanidad las resoluciones a las grandes crisis implicaron significativas transformaciones sociales. Asimismo, hoy quedan de manifiesto no sólo la existencia de los Estados nacionales, sino también la enorme disputa entre las distintas potencias imperialistas por los escasos recursos sanitarios disponibles, junto a la dependencia de estos suministros en países como el nuestro. A su vez, la paralización de algunas ramas de la industria pone en evidencia, lejos de la idea del “fin del trabajo”, que las máquinas no funcionan por sí solas, sino que son las/os trabajadoras/es quienes las accionan.

Para quienes somos trabajadoras/es de la ciencia, la educación y la cultura, en este complejo y cambiante contexto mundial, una de las maneras de poner nuestro conocimiento al servicio del pueblo es cuestionando esas falsas verdades. En ese sentido, desde las usinas de las clases dominantes, a través de un bombardeo desinformativo, se ha planteado una falsa contradicción: Argentina tendría que optar entre la salud o la economía.

El error de este planteo quedó demostrado en el fracaso de la política llevada a cabo por los Estados Unidos. Este país, que tanta admiración genera en algunas de las corrientes liberales locales, desde un principio se opuso a la cuarentena, con la argumentación de que era “difícil decidir si el aspecto humano de la enfermedad es más importante que sus implicaciones para la economía”, como indicó el joven analista financiero del FMI en Washington Rheman Shukr, quien falleció pocos días después a causa del coronavirus. Sin embargo, hasta el momento, esta potencia imperialista no sólo ha profundizado la crisis sanitaria –que todavía el gobierno de Trump no logra controlar, con más de 55.000 muertos y alrededor de un millón de afectados a fines de abril–, sino que además no ha resuelto el problema económico. Por el contrario, la crisis se ha agravado, registrándose un considerable aumento en el número de desocupados/as: en lo que va de la pandemia más de 30 millones de personas solicitaron subsidios por desempleo.

En realidad, lo que se contrapone a la salud es la enfermedad, pasando hoy a primer plano esta contradicción. Entonces el pueblo debe luchar por políticas sanitarias sociales para combatir al COVID19, que además en Argentina se une con otras enfermedades, como el dengue que mantiene en alerta roja a las poblaciones del noroeste y noreste argentino, junto a la desnutrición, entre otras. Recordemos que esta pandemia opera en un país en el que meses antes de darse a conocer la primera víctima fatal por coronavirus, en diciembre de 2019, se había aprobado la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva, para paliar la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, energética, sanitaria y social.

El derecho a acceder al sistema público de salud es una conquista histórica del pueblo argentino, y por ello el Estado debe intervenir en la economía y poner todos los recursos disponibles al servicio de combatir la enfermedad. Ahora bien, ello no significa pasar por alto los serios abusos llevados a cabo por personal de las fuerzas de seguridad en algunas de las zonas más pobres de la Argentina, donde se llegaron a aplicar métodos de torturas. Esas conductas no harán más que azuzar el malestar social.

Nuestro país hoy tiene una gran oportunidad de transitar un camino propio, autónomo e independiente, en el que las/os científicas/os como parte del pueblo argentino tenemos mucho para aportar. Ello nos lleva a la disputa política central: ¿Quién va a pagar la pandemia? En esa misma lucha para que la crisis social la paguen los sectores que se enriquecieron durante tantos años a costa del sufrimiento del campo popular, se ponen en cuestionamiento puntos nodales, históricos, que hacen a la estructura económica del país. Por ejemplo: ¿qué tiene que producir la Argentina? Ello nos remonta a viejas disputas, ya bocetadas desde la Revolución de Mayo y profundizadas con la consolidación del Estado oligárquico a fines del siglo XIX. Así se configuró un país dependiente, subordinado a las grandes potencias, que obturó el desarrollo de las producciones regionales. Bajo otras circunstancias, ese debate continúa vigente. Y, mientras las principales potencias extranjeras cierran sus fronteras y se plantean la necesidad de producir en su país para no depender de los insumos de otros, la posibilidad de que hoy el nuestro pueda fabricar respiradores deja a las claras la necesidad imperiosa de una industria nacional, y evidencia que es posible, aun en estas circunstancias, acrecentarla. Del mismo modo, se demuestra la importancia de contar con empresas estatales estratégicas como Aerolíneas Argentinas.

Otro punto central está vinculado a la distribución de la riqueza. Durante el macrismo, los grandes terratenientes se jactaban de que la Argentina producía alimentos para más de 400 millones de personas. Entonces, ¿cómo es posible que, de 45 millones de habitantes, un 40% de la población tenga problemas para alimentarse? En esta misma línea debe ponerse en cuestionamiento al servicio de quiénes debería estar el desarrollo de las fuerzas productivas. Porque el sistema capitalista condiciona la manera en que se piensan los avances tecnológicos: si éstos son para aliviar las tareas de los trabajadores/as, o para aumentar las ganancias capitalistas profundizando la superexplotación o incluso amenazando los puestos de trabajos. No obstante, en una etapa en la que la producción de mercancías ha alcanzado niveles suficientes para alimentar y satisfacer las necesidades básicas de todos los habitantes de nuestro planeta, ¿no sería éste el momento de pensar que es posible otra forma de apropiación y distribución de la riqueza?

Estrechamente vinculado con lo anterior, pocas dudas quedan hoy respecto a la importancia estratégica que tiene el conocimiento científico: su desarrollo hace a la soberanía nacional. Y ello también es uno de los ejes actualmente en disputa: ¿Al servicio de quién debe estar ese conocimiento? Esto transcurre luego de que las/os trabajadoras/es del sector sufriéramos el castigo impuesto por las políticas de desfinanciamiento del macrismo, y el desprestigio mediático que burdamente cuestionaba la inversión en ciencia y técnica, salud y educación, entre otras áreas. La política macrista nos dejó significativos aprendizajes a las/os científicos, que en el contexto de pandemia cobran especial relevancia. En primer lugar, reconocernos como parte del pueblo trabajador y como asalariados; en segundo lugar, despejar las falsas ideas respecto a la supuesta neutralidad del conocimiento, pues es evidente que para enfrentar al macrismo tuvimos que involucrarnos en política; y, sobre todo, nos obligó a pensar al servicio de quiénes está nuestra tarea: para mantener el orden social vigente, o para transformarlo a favor de las grandes mayorías.

Así, a pesar de las políticas de ajustes y de desfinanciamiento de puntos estratégicos para el desarrollo del país, gracias a la lucha de las/os trabajadores y del conjunto del pueblo, aún subsisten las instituciones públicas en las que podemos y debemos apoyarnos. Ello lo demostró la lucha del Instituto Malbrán, donde se realizan y se centralizan a nivel nacional los testeos del virus, y en el que ya sus científicas/os han realizado avances significativos en el conocimiento del COVID19.

En el actual contexto histórico, el rol de las/os científicas/os es clave para combatir la enfermedad. Y también lo es para la comprensión de los cambios que estamos transitando y los que se avecinan, para el desarrollo de prácticas que cuestionen la naturalización de la explotación del sistema capitalista, y para encontrar salidas originales a la crisis que estamos viviendo.

En el ámbito de la ciencia y la tecnología, Argentina cuenta con científicas/os que estamos dispuestas/os a dar batalla para combatir todas las enfermedades generadas y exacerbadas por el capitalismo, pues el COVID19 no es un agente externo al sistema, sino que incluso fue facilitado por el mismo. Siguiendo ese camino, hoy los trabajadores de la ciencia, como parte del pueblo argentino, podemos sumarnos y constituir una unidad con los diferentes sectores para una salida popular a la crisis.  

Buenos Aires, 30 de abril de 2020

Silvia Nassif es profesora de historia, investigadora del CONICET, autora de libros como:Tucumán en llamas. El cierre de ingenios y la lucha obrera contra la dictadura (1966-1973)

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