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Las maestras y el Mendozazo

por Julian Monti

Escriben Silvia Merino y Javier Bauzá

En el marco de las actividades conmemorativas realizadas a 50 años del “Mendozazo”, los autores de este artículo entrevistaron a Susana Vera, docente jubilada y protagonista de aquel levantamiento popular que en 1972 conmocionó a la provincia.


El 4 de abril de 1972 estalló la pueblada más importante que tuvo la provincia de Mendoza, en la que el pueblo se adueñó de la ciudad. El “Mendozazo” se enmarcó en el auge revolucionario de los 60 y 70 –con la revolución Cubana, el Mayo Francés, la Primavera de Praga– y fue parte de la serie de puebladas que arrancó a fines de los 60 con el Correntinazo, el Rosariazo, el Tucumanazo y el Cordobazo.

El detonante de la situación fue un tarifazo eléctrico con un 300% de aumento, anunciado a fines de marzo de ese año. Fue la gota que rebalsó el vaso. Se generalizaron las asambleas barriales en toda la provincia, se movilizaron sindicatos, centros de estudiantes y comerciantes.

En la mañana del 4 de abril, el gobierno reprimió con carros hidrantes, gases lacrimógenos y con la caballería. Ante la situación, las y los trabajadores se armaron con palos, piedras y bombas molotov, encolumnándose hacia la Casa de Gobierno, donde la bronca estalló y la policía se vio obligada a retroceder.

El Mendozazo duró una semana. La brutal represión tuvo como saldo el asesinato de tres manifestantes, y hubo desaparecidos, cientos de heridos y detenidos. Las maestras, con sus guardapolvos blancos manchados con los chorros de agua azul del Neptuno, tomaron conciencia de su condición de trabajadores/as y reafirmaron su pertenencia al Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación. Al finalizar aquella jornada, el gobernador  presentó su renuncia; lo sucedió el general Gómez Centurión como interventor.

A pesar de los intentos de los sectores dominantes, el Mendozazo no se ha borrado de la memoria popular, y a 50 años aquella gran marea de lucha sigue siendo un faro para nuestras luchas actuales.

De ello nos habla Susana Vera, luchadora y trabajadora docente, hoy jubilada.

Susana Vera, maestra y protagonista del «Mendozazo».

–¿Cómo empezás tu carrera docente y tu militancia en el gremio?

–Egresamos a fines de los 50 con nuestro flamante título de “Maestra Normal Nacional”. ¡Ah, el mundo era nuestro! Nos habían hecho creer durante cinco años que, así como en el Génesis Dios había soplado en Adán la vida, nos había soplado a nosotros la vocación y que además, lo nuestro no era una profesión, era un apostolado.

Pronto nos dimos cuenta que para ejercer esa “vocación” y ese “apostolado” había que conocer a alguien influyente: un político, un militar, el párroco o cualquiera que sirviera de “cuña” para poder ingresar a la docencia. Pero justo en esos años, en 1958, en el Teatro Independencia, entre lágrimas de emoción y gritos de alegría, se nos dio a conocer el Estatuto del Docente y fue entonces cuando logramos el ingreso a la docencia por Mérito ante la Mesa Calificadora.

Las vacantes estaban solamente en los departamentos y en zonas a veces muy alejadas e inhóspitas, en consecuencia, con sólo 17 o 18 años teníamos que abandonar la casa familiar para ir adonde nos nombraran, felices y agradecidas porque podíamos seguir nuestra “vocación y “apostolado”. Aún seguían acompañándonos esos conceptos; entonces hacíamos actos heroicos.

Caminábamos kilómetros, viajábamos “a dedo” o tomábamos pensión (que pagaba nuestra familia, porque el sueldo no alcanzaba), reparábamos lo que podíamos en el edificio, proveíamos elementos de limpieza, conseguíamos donaciones en las casas de comercio, entre los amigos y familiares, proveíamos  de útiles, ropa, zapatillas y meriendas para nuestros alumnos.

Integrábamos las mesas en las elecciones y nos recorríamos el mundo haciendo censos a pie, a caballo; todo como “carga pública”, totalmente gratis, y con el orgullo de ser los “elegidos” para esas tareas de tanta responsabilidad.

Pagábamos todos nuestros insumos y lo necesario para vestirnos adecuadamente: nada de zapatillas, ni pantalones; con guardapolvos impecablemente blancos y almidonados, con zapatos muy lustrados y medias de nylon, muy bien arregladas y perfumadas para dar el ejemplo a niños que en su casa vivían hacinados, no tenían agua corriente y les servía de baño un “escusao”. Las docentes que fueron nombradas en escuelas cuyas poblaciones, en mayor o menor medida, procedían de zonas rurales o marginales saben muy bien de lo que hablamos.

Solamente la experiencia, el contacto con la realidad y algunos directores fabulosos nos hicieron maestras.

Eran tiempos de inconsciencia cívica. En nuestro país salíamos cada tanto, como las ballenas, a respirar un poco de oxígeno democrático y elegíamos un gobierno civil que duraba lo que a los gobiernos de facto se les daba la gana.

Nuestros alumnos repetían hechos históricos mentirosos cargados de sentimentalismos absurdos, seguían esforzándose por aprender datos de geografía, física (a la que odiaban), se sabían de memoria el Preámbulo de la Constitución Nacional (jamás conocieron la Constitución), redactaban “composiciones plañideras para el Día de la Madre”, y tenían como objetivo ineludible de las Ciencias Exactas memorizar las tablas y saber dividir. Jamás se mencionaba a Florencia Fossatti1 y su maravilloso proyecto de Escuela Nueva.

–¿Cómo fue ese recorrido transitado entre los años 60 y 70, y la práctica activa en el sindicalismo docente?

–Poco a poco la escuela fue emergiendo de su aislamiento en aquella irrepetible década del 60, cuando el mundo comenzó a cambiar. Se produjo la Revolución Cubana, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, el nacionalismo de Nasser, el Movimiento de Elder Cámera, la elección del Papa Juan XXIII, la vigencia el Concilio Vaticano II, el surgimiento de los Curas Obreros, los Curas Tercermundistas y otros movimientos políticos y sociales que nos hacían pensar que había otra cosa además de lo que estábamos viviendo.

Comenzamos a hablar de la Educación Liberadora, de Paulo Freire, de Matemática Moderna. Se llevaron a cabo varios Seminarios, pero la estructura era tan monolítica que desperdiciábamos horas discutiendo si las escuelas debían ser mixtas o si hacíamos rezar a los chicos en clase.

Pero también nos dimos cuenta de que, aún dedicados a la tarea maravillosa de ser maestro, teníamos derechos y tomó fuerza, se generalizó como necesidad, el sindicalismo docente.

El viejo Sindicato del Magisterio se transformó  en el Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación, SUTE. Reconocimos que sin lucha no habría derechos y se inició la era de los plenarios docentes, ejemplo de democracia sindical.

La mayoría estábamos afiliadas al gremio, participábamos con entusiasmo en asambleas escolares y departamentales, construíamos nuestros “mandatos” y concurríamos, desde donde fuera y por orden de lista, como delegados al Plenario Provincial.

Por lo general el Plenario se desarrollaba en la Sociedad Mendocina de Box. Un enorme estadio con dos grandes tribunas y techo de zinc, que en verano se transformaba en un horno de panadería y en invierno en el Glaciar Perito Moreno.

«Nos dimos cuenta de que, aún dedicados a la tarea maravillosa de ser maestros, teníamos derechos y tomó fuerza, se generalizó como necesidad, el sindicalismo docente», dice Susana Vera sobre la militancia gremial docente en las décadas del 60 y 70.

Se citaba a las nueve de la mañana, pero nunca sabíamos a qué hora se terminaba; podía ser a las veinte como a las dos de la mañana del día siguiente. La parte más difícil les tocaba a los delegados más sacrificados que venían desde el sur o de los departamentos más alejados.

En las tribunas estaban los compañeros de las escuelas del Gran Mendoza que, en turno contrario, acompañaban las decisiones de sus delegados entre mates o bebidas frescas, entre el  humo del clásico “choripan” (la parrilla estaba dentro del recinto y debajo de una de las tribunas).

Todos los gastos que ocasionaba la asistencia de los delegados eran solventados por los compañeros en cada escuela. El gremio no podía, en esos años, darse el lujo de costear ni un café a sus delegados.

Así, increpamos a funcionarios, conseguimos  muchísimos beneficios, entre ellos la jubilación con 25 años de servicio sin límite de edad, la incorporación a la OSEP, el derecho al pago de vacaciones y a la licencia por maternidad del personal reemplazante, y sobre todo el total respeto del Estatuto del Docente, menos la cláusula del cumplimiento en materia salarial, a pesar que en todos los mandatos se solicitaba.

Económicamente siempre pagamos muy caras nuestras luchas. Jamás nos devolvieron el dinero que nos descontaron. En una de las huelgas sólo cobramos once mil pesos de nuestro haber  mensual que entonces era de setenta mil pesos de aquella época.

–¿De qué manera veían las maestras al gremialismo?

–En todos esos años hicimos un profundo aprendizaje en materia gremial. Pero posiblemente el uso de la sigla y no el nombre completo del gremio no nos permitió entender que éramos trabajadores. La mayoría de las maestras no quería mezclarse con los otros gremios porque nosotros éramos el gremio “pensante”, defendíamos nuestros derechos con manifestaciones, paros, marchas, asambleas, pero con el “decoro” y la “actitud digna”, que correspondía a nuestra condición de docentes.

–¿Recordás el inicio del conflicto docente y cómo se articuló después con lo que se denominó el Mendozazo?

–Hacía dos años que estábamos en lucha cuando, en marzo del 1972, no iniciamos las clases y declaramos un paro por tiempo indeterminado. Y organizamos una manifestación en la plaza Sarmiento que fue multitudinaria. Pero antes que nosotros habían llegado las tanquetas del ejército y demasiados soldados.

Se nos informó que debíamos permanecer en la vereda, que quien pusiera un pie en la calle iba a ser detenido. Pensar que ocurrió hace 50 años durante una dictadura y hoy, en “democracia”,  ¡existe el mismo protocolo! La permanencia en la vereda se estaba tornando imposible aunque tratábamos de apiñarnos, pero llegó la salvación: el párroco de la Catedral de Loreto abrió las puertas y nos refugiamos en la iglesia. Alguien inició el Himno del Congreso Eucarístico que coreamos todos. Creemos que nunca esas estrofas fueron más apropiadas y fervorosas: “Salva al pueblo argentino, escucha su clamor”.

En ese momento llegó la noticia: el Secretario General, Marcos Garcetti, y el Adjunto, Asdrúbal Quintana, habían sido detenidos. Inmediatamente nos dirigirnos en manifestación a la explanada de la Casa de Gobierno donde la Secretaria Gremial, Josefina Muñoz, de cara al cuerpo central del edificio, entre muchas verdades, les gritó: “Señores funcionarios, ustedes están allí porque nosotros les enseñamos a leer y a escribir”.

En abril se sumaron a las protestas los estatales, los trabajadores agremiados en ATSA, que reclamaban aumento salarial entre otras demandas, los contratistas de viñas y frutales que exigían a la patronal y al gobierno ser reconocidos como trabajadores dependientes y recibieron como respuesta telegramas de despido, y los obreros de la fábrica de cemento CORCEMAR que pedían la reincorporación de trescientos obreros despedidos. Entonces llegó, desde el gobierno nacional, la coronación de la impopularidad prepotente: las tarifas del servicio eléctrico se elevaban al 300%.

Las distintas columnas de vecinos/as, estudiantes, obreros ferroviarios y trabajadores de la viña, confluyen en la casa de gobierno para pedirle la renuncia al gobernador de facto. El pueblo resistió la represión y no acato la prohibición del paro y movilización

La reacción fue inmediata. En el Centro Republicano Español se reunieron: la Coordinadora Provincial de No Pague la Luz, la Intersindical Provincial, el Encuentro Nacional de los Argentinos, la Federación de Jubilados, SOEVA-Maipú, la Coordinadora de Entidades de Godoy Cruz, la Federación de Estudiantes Secundarios, el Movimiento de Orientación Reformista, la Coordinadora de la 4° Sección y muchas uniones vecinales entre otros. Por unanimidad resolvieron convocar a una concentración de protesta  el 2 de abril en la explanada de la Casa de Gobierno. Fue totalmente exitosa y los oradores fueron ovacionados.

El 3 de abril nos reunimos en nuestra escuela, la Comandante Torres, que en ese tiempo era la escuela cabecera de Luján, y se nos unieron otras del departamento con la idea de tomar una resolución conjunta sobre la concurrencia o no a la manifestación programada por la CGT para el día siguiente en la ciudad de Mendoza.

La asamblea fue muy ardua. Un grupo de maestros seguía aferrado al miedo a la participación masiva. A las 12 de la noche resolvimos que concurríamos con nuestros guardapolvos blancos para “identificarnos” del resto de los manifestantes y en caso de que “no nos gustara el ambiente” nos volveríamos a casa.

A medida que íbamos agrupándonos crecía nuestro asombro y coraje. Los guardapolvos blancos prácticamente llenaban las zonas aledañas al SUTE, la respuesta de todos los maestros de Mendoza había sido masiva. Se percibía un ánimo de lucha, una euforia desconocidos hasta entonces.

Pero también nos preocupaba el despliegue de fuerza exhibido. La calle Mitre frente a la Policía estaba totalmente ocupada por centenares de policías a caballo, a pie, en vehículos y, para amedrentar mejor a los manifestantes, el Neptuno, un inmenso carro negro hidrante, que algunos no sabían que existía ni para qué servía y a los que ya lo habíamos visto antes nos pareció más grande y más negro que nunca.

De pronto, por medio de un altavoz se nos conminó a abandonar el lugar en un plazo de cinco minutos. Lejos de cumplir la orden tratamos de  congregarnos frente a nuestra sede gremial a la espera de instrucciones. Pero antes que se cumpliera el plazo se escuchó una sirena, la del Neptuno y se desató la locura, una irracionalidad de la que jamás pensamos que íbamos a ser testigos y víctimas.

A nosotros, la inmensa mayoría mujeres, los de guardapolvo blanco, los “pensantes”, los respetuosos del “orden establecido”, a los enemigos a ultranza de la violencia, los que nos creíamos distintos del enfermero, del metalúrgico, del obrero de viña, a los que posiblemente habíamos tenido en el aula a algunos de esos uniformados insensibles, ¡nos estaban atacando!.

Recibimos enormes chorros de agua azulada con una fuerza que impedía mantenernos en pie. Abrazándonos unas con otras para resistir, tomadas de las rejas de los balcones para no rodar por la vereda, porque el chorro de agua te volteaba. La policía montada se subió a la vereda con sus caballos y con la fusta tomada al revés nos golpearon con el mango de madera.

El Supervisor de Luján, muy querido y recordado, nos recibía llorando y nos abrazaba repitiendo “que le están haciendo a mis maestras”.

–¿De qué manera resistieron esa represión?

–No nos amedrentaron lo suficiente. Nos animó la bronca colectiva por la falta de sensibilidad de las autoridades. Nos hermanó  la angustia, la desilusión ante la negativa de resolver tanto reclamo justo.

Ahí vimos lo que era una pueblada. Nos encaminamos al centro de la ciudad donde por primera vez vivenciamos desde la realidad y no desde la televisión, las columnas de obreros que ascendían por las calles mendocinas con la bandera argentina al frente, con sus pancartas y con sus bombos sonando al ritmo de los latidos de sus corazones indignados: de los enfermeros que, posiblemente la noche anterior habían ayudado a bajar la fiebre del hijo de algún represor, de los taxistas que en una fila interminable hacían sonar sus bocinas como un alarido de protesta; las amas de casa mostrando las facturas de luz que no podían pagar. Después vendría la quema de colectivos y trolebuses y la destrucción de vidrieras y negocios.

Otros se dirigieron a la Casa de Gobierno, donde sufrieron los ataques más intensos de la represión, con gases, golpes, atropellos y disparos que ocasionaron la muerte del obrero del Sindicato de Canillitas, Ramón Quiroga (las balas de goma todavía no se usaban).

Frente a la feroz represión, los/as manifestantes empiezan a tumbar autos y troles, las fuerzas represivas intentaban que no avanzaran las distintas columnas que convergerían en la casa de gobierno.

Los vecinos abrían las puertas de su casa, nuestra compañera nos contó que una señora que le abrió su puerta les dijo que esto iba para largo, ella había estado en el Cordobazo. Junto con ella, entraron dos obreros de Agua y Energía, uno puso unos colchones en la ventana y otro se subió al techo para ver cuándo podían salir.

Pero los manifestantes más jóvenes, ante la provocación sistemática reaccionaron tirando piedras y trozos de mampostería a las ventanas del edificio gubernamental e incendiaron los autos estacionados, obligaron a los policías a abandonar el hidrante y lo empujaron por la rampa hacia la calle.

La pueblada duró siete días. En ese transcurso murió de un tiro en la cara Susana Gil de Aragón, comerciante de Las Heras y Luis Mallea, estudiante de 18 años.

Esto fue el principio de una rebeldía grande, toda Mendoza se sintió distinta.

–¿Qué pensás sobre esa imagen que nos han hecho creer que las y los mendocinos somos conservadores, sumisos, disciplinados?

–Aquellos acontecimientos le dijeron adiós para siempre a la Mendoza conservadora, tranquila, prolijita y ordenada. Se cayó el mito de los gobiernos conservadores, de “los Gansos” que habían ocupado el poder por décadas y se prestaron siempre a colaborar con cuanta dictadura se presentó. El Gobierno Nacional dio marcha atrás con el aumento de la luz. El gobernador de facto Francisco Gabrielli renunció el mismo día.

Los hermanos de “la Peti” (Elsa Bariffuza) eran ferroviarios y nos contaban que venían los vagones de Córdoba (después del Cordobazo), con pintadas que decían “manden las gallinas que acá están los huevos”, fíjate como nos tenían catalogados, y resulta que ahí nos dimos cuenta que acá también estaban los huevos. Fue la explosión de una Mendoza que siempre cumplía con todo, explotó la imagen de esa provincia donde nunca pasaba nada. Los trabajadores se dieron cuenta que sí tienen poder, habíamos sacado al pope de los conservadores, esbirro de los militares.

–¿Cómo volvieron a la escuela después de esta pueblada?

–Los maestros volvimos a la escuela prácticamente con un fusil en la nuca, ¡pero cuánto habíamos aprendido y qué dura fue la lección!

La mañana de ese primer día de clase nos juntamos todos en la dirección, éramos casi cuarenta, y tomados de la mano casi abrazados, tragándonos las lágrimas, volvimos al trabajo.

¡Pero cuánto habíamos cambiado! La fuerza que teníamos no era la misma de antes.

Ya nadie nos iba a parar. Una transformación que nos iba a permitir hacer cosas que nunca habíamos hecho, como echar de un Plenario a gritos y silbidos al Gobernador Interventor, señor Gibbs, que trató de “empaquetarnos” diciendo que era hijo de maestra, pero nosotros comprobamos “de quien era hijo”.

Era el coraje que nos sirvió para afrontar lo inimaginable durante el proceso, como ser el blanco de sospechas, persecuciones, encarcelamientos y desapariciones; como soportar que la escuela, con los niños en clase, se llenara de soldados que buscaban “panfletos subversivos”, que por supuesto no encontraron.

Después del Proceso militar no pudimos recuperar del todo la militancia sindical. En el año 1982 salimos a recoger los pedazos de nuestro SUTE, recorrimos todas las escuelas de Luján para invitar a reuniones en salones prestados. Nos autoconvocamos  en las sedes de otros sindicatos, como el de Vialidad y la Asociación Bancaria.

Elegimos autoridades, compramos la casa del gremio. Para esa compra, cada maestro contribuyó con el equivalente a cien pesos, que entonces era una fortuna. En esa casa tuvo que atrincherarse el Secretariado para defender la sede de los últimos coletazos del Proceso, mientras los demás hacíamos vigilia en la calle para respaldarlos.

Llegamos a ser punta de lanza de los sindicatos de trabajadores de la educación del país. Marcos Garcetti, nuestro Secretario General, presidió la CTERA.

Fueron muchos los logros en los aspectos gremiales, pedagógicos, sociales y culturales. No hace falta enumerarlos aquí, todo figura en la documentación del gremio y puede ser consultado por cualquiera. Todo se consiguió con muchísimo esfuerzo y sacrificio. Nada llegó por la buena predisposición de algún gobierno de turno.

Tenemos el orgullo de sostener que nuestro SUTE jamás abandonó la línea democrática, a pesar de las discrepancias, de las diferentes concepciones ideológicas o de las distintas autoridades. Todos los que integraron los distintos grupos dirigentes condujeron con aciertos y con errores, pero jamás ninguno se perpetuó en su cargo.

A las nuevas dirigencias, a las nuevas generaciones de trabajadores de la educación, y a los que todavía estamos, nos espera la mejor y la más dura tarea: recuperar nuestra escuela pública.

–¿Qué importancia tiene hoy “hacer memoria” colectivamente sobre un hecho como éste, a 50 años?

–Justamente darse cuenta que no hay pueblo manso, los pueblos cuando se los acosa, sacan su valor. Nosotros fuimos punta de lanza en este conflicto, porque imaginate, si las maestras salían a pelear, qué quedaba para los demás.

Hoy se hace imprescindible trabajar por la modernización del sindicalismo. Hemos recordado lo que fue una época de oro, pero de ninguna manera podemos pensar en recuperarla. Hoy no sirve.

El primer propósito de los que integramos nuestro SUTE debe ser la unificación interna. No se puede llevar a cabo una tarea de tal magnitud sin contar con el consenso de todos los afiliados, o por lo menos con un acuerdo marco.

Tenemos que convencer a todos los trabajadores de la educación que deben pertenecer al SUTE. Estamos entrando a una etapa social y política muy difícil, y es necesario estar unidos dentro de una institución gremial.

Hacemos un llamado muy especial a los jubilados docentes que alguna vez se desafiliaron. Creemos que las luchas pasadas y las que se vienen valen mucho más que una contrariedad de momento y también creemos que nuestra vida gremial no se agotó; pensemos cuántas tareas, cuánto apoyo, cuánta ayuda todavía somos capaces de dar.

Debemos recuperar la autonomía del aula y la confianza de la sociedad, esa confianza que tan sistemáticamente se han ocupado en atacar los que hicieron de la educación una empresa.

Pero también los docentes tenemos que hacer una autocrítica, como a veces la tienen que hacer los padres. ¿Qué más puedo hacer? ¿En qué fallé? ¿Qué me faltó? ¿Cómo lograr la excelencia académica que necesitan los alumnos hoy? ¿Cómo preparamos a nuestros niños y jóvenes para actuar en un mundo que va muchísimo más rápido que todas nuestras teorías, técnicas y estrategias desactualizadas?

No se trata de volver a la “vocación” ni al “apostolado”, pero sí recordar la tarea profundamente humana que hoy nos toca realizar en una sociedad donde los niños y los adolescentes están cada vez más solos.

Tratemos de convertir nuevamente a la escuela pública en el núcleo social y cultural de la comunidad, donde cada miembro, cada ciudadano de esa comunidad encuentre el espacio que necesita y que le corresponde.

¿Toda esta propuesta es difícil? Sí. ¿Imposible? Absolutamente, no.

Nota:

1 Maestra mendocina, pedagoga innovadora, militante del Partido Comunista y líder en 1919 de una larga huelga que sentó las bases del gremialismo docente. Temprana impulsora de una escuela laica democrática y autogestiva, planteó la necesidad de enseñar educación sexual y cuestionó el rol asignado a la mujer como docente.


Silvia Merino es Psicóloga y Técnica Superior en Operación Psicosocial.

Javier Bauzá es Sociólogo y Técnico Superior en Operación Psicosocial.

Ambos son docentes de la Escuela de Psicología Social – Mendoza.

Foto principal: Docentes en la puerta del SUTE mientras la policía montada les da orden de desmovilizarse. Se sostienen de las rejas para no caerse, cuando el camión hidrante las ataca con chorros de agua.

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