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Resistencias y rebeldías americanas

por Julian Monti

Al conocerse la triste noticia del fallecimiento de Alcira Argumedo, publicamos un artículo de su autoría que integró, en 2010, el número 34 de la edición impresa de La Marea. Vaya nuestro homenaje a esta valiosa y comprometida intelectual, amiga y colaboradora de nuestra revista, con quien hemos compartido caminos y luchas.


Acerca del potencial político, social y cultural de los pueblos y clases subordinadas de nuestra América.

Escribe Alcira Argumedo

La conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Mayo es una oportunidad para reflexionar sobre el carácter avanzado del pensamiento político, económico, social y cultural de los principales dirigentes revolucionarios de la independencia americana y del sustrato social que le dio cuerpo. El potencial teórico autónomo contenido en el pensamiento latinoamericano, que se ha manifestado predominantemente bajo la forma de la política –en las propuestas de los grandes líderes, en ensayos, en proyectos de resistencia o confrontación–, es expresión de una trama cultural procesada en el devenir histórico de lo popular en nuestra América, que se hace imprescindible recuperar en este tercer milenio.

Las luchas por la independencia en estos doscientos años fueron posibles en relación a la impresionante capacidad de resistencia que demostraron tanto de los pueblos originarios y negros, como de las generaciones posteriores, pese a la derrota de los héroes nacionales. La línea histórica nacional-popular se procesa a través de generaciones, donde los mandatos de resistencia y las aspiraciones de autonomía, justicia y libertad, así como la memoria de grandes rebeldías van transmitiéndose de padres a hijos, de abuelos a nietos, alimentando ese bagaje de “otras ideas”, diferentes a las impuestas por Europa.

Tapa de La Marea N°34, donde se publicó originalmente este artículo de Alcira Argumedo.

Afirmar la existencia de un pensamiento latinoamericano avanzado en aquellos años de la lucha por la independencia, supone interrogarse acerca del potencial teórico inmerso en las experiencias históricas y en las fuentes culturales de las clases sometidas, que constituyen más de la mitad de la población del continente. Implica reconocer la legitimidad de concepciones y valores contenidos en las memorias sociales, que en el transcurso de cientos de años fueron procesando la “visión de los vencidos”, una visión diferente de la historia iniciada con la Edad Moderna europea en los siglos XV y XVI.

Parte de esas concepciones políticas, económicas, sociales y culturales de avanzada eran la respuesta a las necesidades urgentes de los sectores sociales más oprimidos, y pueden seguirse en el proyecto, pensamiento y planes de pensadores como Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Mariano Moreno, José Artigas y otros que recogen y aprenden de las masas indígenas y negras, y vuelcan sus esfuerzos más valiosos en ellas.

Casi trescientos años de levantamientos de las poblaciones autóctonas y de los contingentes negros transcurren desde las luchas de Cuauhtémoc en México, o Manco Inca y Tupac Amaru en Perú, las guerras de Caupolicán y Lautaro en Chile, de los guaraníes y charrúas en el Río de la Plata, de Guaicupuru en Venezuela, de los chibchas de Calcará, las rebeliones calchaquíes, los mocambos de esclavos cimarrones en Brasil, las insurrecciones de los tarahumaras en Chihuahua, los tepehuanes en Nayarit, el hostigamiento araucano-mapuche o las luchas de Juan Santos Atahualpa, que culminarían en los dos grandes movimientos precursores de la independencia: el de Tupac Amaru II y Tupac Catari en el Perú y el liderado por Boukman, Touissant Louverture y Jean Jacques Dessalines en Haití. Resistencias y rebeldías que dan cuenta de la reivindicación de identidades, de la profunda vocación de autonomía y libertad, de la defensa de una condición humana negada, de mandatos culturales subterráneos que durante la larga etapa de la conquista y la colonización alimentarían las memorias, valores y significados de las clases subordinadas por las capas dominantes de origen blanco.

Entre aquellas propuestas político-económicas, sociales y culturales más importantes de los principales pensadores de la independencia americana, se encuentran las referidas a la disolución de la propiedad latifundista de la tierra, la eliminación de la servidumbre y la abolición del esclavismo impuesta con la colonización española. En la cuestión de la representación política impulsaba la soberanía con revocación de mandatos, y en torno a la educación ampliarla a los pueblos de indios y negros.

Bolívar sostenía que la propiedad de la tierra se encontraba impregnada por la sangre de los pueblos nativos y que era imprescindible y necesaria su restitución a sus legítimos dueños. Artigas, siguiendo los principios de Mariano Moreno, proclamó que “los más infelices serán los más privilegiados”, otorgándoles a los pueblos indios el principal derecho en la distribución de tierras. El ideario artiguista estuvo imbuido de las tradiciones guaraníticas, charrúas y gauchas sustentadas en esquemas colectivos solidarios de producción y distribución económica, con participación por consenso en las grandes decisiones comunitarias, en la elección de los liderazgos y en el tratamiento de la “propiedad” de la tierra.

Ya a principios del siglo XIX, la propuesta de representatividad política con mandato revocable impulsada por Artigas estuvo presente en el Congreso de abril de 1813 en Tres Cruces, cuando sostuvo: “Me puse al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general… Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”. Se adelanta a las formas de representación política logradas con la Revolución Francesa.

Inicio de otro artículo de Alcira Argumedo, en este caso publicado en 2004, en el número 22 de La Marea (acceder aquí).

En aquellos años, aún en medio de los múltiples conflictos e interrogantes que atravesaba la independencia latinoamericana y el mundo signado por el retroceso de la Revolución Francesa y por la restauración conservadora europea, Simón Bolívar formula las coordenadas de una matriz autónoma de pensamiento, recuperando las experiencias de resistencia a la expoliación colonial. La clave del pensamiento bolivariano se encuentra por un lado en su vínculo con la lucha independentista en Haití, y por otra en esa relación pedagógica y de amistad que a lo largo de su vida lo uniera a Simón Rodríguez, uno de los intelectuales más lúcidos y apasionantes del período. Riguroso autodidacta, conocedor de Spinoza, Hobbes, Locke, los enciclopedistas, Montesquieu y Rousseau, Simón Rodríguez se había hecho cargo de la educación de Bolívar, y puso en práctica un sistema educativo que buscaba conservar la libertad de su discípulo. La clave del sistema educativo de Rodríguez era ayudar a pensar a los jóvenes en términos de la guerra de independencia y de las desigualdades sociales impuesta por la dominación española.

El proyecto de educación popular que hacia 1824 intentará implantar Simón Rodríguez en Chuquisaca a instancias de Bolívar, se inserta en esta idea de dignificación de los sectores más desprotegidos. De acuerdo con el derecho bolivariano, los niños pobres de ambos sexos –los “chicos de la calle” de esa etapa– debían ser incorporados: “No es en casas de Misericordia a hilar por cuenta del Estado; no en Conventos a rogar a Dios por sus bienhechores; no en cárceles a purgar la miseria o los vicios de sus padres; no en hospicios a pasar sus primeros años aprendiendo a servir, para merecer la preferencia de ser vendidos a los que buscan criados fieles o esposas inocentes…”. Los alumnos iban a recibir una adecuada instrucción y aprender un oficio. A determinada edad, se les debían otorgar tierras y auxiliarlos para su establecimiento a fin de colonizar el país con su propia gente. También se daba oficio a las mujeres “para que no se prostituyeran por necesidad ni hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia”.

Situar el problema educativo y social en estos términos estaba vinculado a la masiva incorporación de los sectores populares en las guerras independentistas que abrieron las compuertas para la expresión de sus propias demandas. Bolívar va a hacer un intento desesperado por conciliar las grandes corrientes antagónicas, ante el proceso de atomización continental que se va imponiendo luego de lograda la independencia. Para atraer a las oligarquías criollas hará concesiones aristocratizantes, pero no menos intensa será su intención de abolir la esclavitud, de incorporar a los estratos indígenas, negros y mestizos en un nuevo ordenamiento social que les garantizara “la ley de las leyes: la igualdad”. En ese esquema se hace evidente la presencia de una doble conflictividad, de un doble acoso: la expoliación social y la subordinación cultural. La pérdida de autonomía en el “tener” –como participación justa en las riquezas y los beneficios sociales– y en el “ser” entendido como la pertenencia a una comunidad cultural. Las resistencias a este doble sometimiento implantado en el continente, que adquiriera innumerables formas en los diferentes períodos y coyunturas, obliga a tener en cuenta ese conflicto en las versiones de la historia.

El ciclo de resistencias se cierra a fines del XVIII con el levantamiento de Tupac Amaru II en 1780/81 y con la revolución negra liderada por Boukman, Touissant Louverture y Jean Jacques Dessalines en Haití, que proclaman en ese dominio francés del Caribe la primera república independiente de América latina. Contemporáneos de la Revolución Francesa, los haitianos llevarán hasta sus últimas consecuencias los postulados de igualdad, libertad y fraternidad. Poco después, designan gobernador a Louverture y se decreta la abolición de la esclavitud; algo que las ideas igualitarias de la Revolución Francesa no contemplaban: la Asamblea Constituyente había definido al tráfico de negros como “comercio nacional” y sólo anuló las diferencias de sangre entre aristócratas y plebeyos franceses, pero no la de libres y esclavos en las colonias.

Una entrevista a Alcira Argumedo realizada por Cristina Mateu, en 2001, en el número 18 de La Marea (acceder aquí)

Nuevas generaciones luchan contra la opresión

Decíamos que luchas y resistencias contra la opresión se transmiten de padres a hijos, de abuelos a nietos, alimentando ese bagaje de otras ideas. Si entre padres e hijos puede haber una diferencia de 25 o 30 años, podemos verificar cómo cada nueva generación va dando su pelea, a veces ganando, a veces perdiendo. Por ejemplo, entre 1630 y 1635 en el Noroeste Argentino se dan las primeras rebeliones calchaquíes como consecuencia de las levas para las minas de Potosí que arrasaban con aquellos que se llevaban. Entre 1660 al 65, son las segundas guerras calchaquíes, con los hijos de los que pelearon en las primeras; aquí se produce una desintegración comunitaria cuando trasladan a una masa de indígenas, los Quilmes, a Buenos Aires (la actual ciudad de Quilmes). También cada 25 años y durante un siglo se producen allí rebeliones indígenas.

En 1780 y 1781 las rebeliones de Tupac Amaru y Tupac Catari y, no obstante, los cien mil muertos por la represión, los hijos de los que sobrevivieron en 1810, 1812, 1814, participan en el noroeste con Güemes, Juana Azurduy y Padilla en el Alto Perú y apoyan a los ejércitos de San Martín. Aun luego de la derrota de los héroes de la independencia americana, en 1840 los herederos de aquella tradición de resistencia y rebeldía estarán junto a Facundo Quiroga; veinticinco años más tarde, en 1865, con el Chacho Peñaloza y Felipe Varela.

Entre 1865 y 1880 se producen los tres grandes genocidios de las oligarquías porteñas, en las áreas de alta densidad indígena, negra y mestiza: la represión a los movimientos federales en el noroeste, la guerra del Paraguay –donde muere el 85% de la población masculina mayor de quince años– y la llamada Conquista del Desierto con la masacre de los pueblos mapuches. Esas zonas con importante base popular fueron las más devastadas, la zona del Río de la Plata fueron las menos golpeadas y en 1890 aparece Alem que sigue la tradición federal de Dorrego.

En 1916, los hijos de los que estuvieron con Alem seguirán a Irigoyen. En 1945, los hijos de los que estuvieron con Yrigoyen son los que meten “las patas” en las fuentes de la Plaza de Mayo el 17 de Octubre. Y así sucesivamente, en 1973 y en 2001 los hijos de las patitas en las fuentes anuncian una transformación que habrá que ver cómo se manifiesta.

Así, si vamos hacia atrás de la independencia vemos cómo se fue presentando la sucesión de nuevas generaciones, también tendremos que pensar cómo es el cambio de las relaciones en el escenario internacional, donde hay una clara declinación de las grandes potencias como Estados Unidos y la Unión Europea, como los polos imperiales más importantes de los dos últimos siglos. Se está dando un mundo policentrista y esto hace que en estos momentos se presente una situación muy similar a la de la etapa de la independencia, en la medida que en ese momento también había un cambio en las relaciones de poder mundial, con la decadencia de los dos grandes imperios de tres siglos, España y Portugal, y el surgimiento de tres nuevos imperios: Inglaterra, Francia y casi inmediatamente Estados Unidos. Ahora presenciamos la caída o declinación de Estados Unidos y Europa Occidental y el surgimiento de nuevas potencias: China, India, la propia Rusia. También en aquellos años de la independencia se vivían los primeros impactos de la Revolución Industrial entre 1750 y 1880, que cambiaron los procesos de trabajo y obligaron a repensar la organización de las sociedades. En la actualidad habrá que tener en cuenta qué es lo que está pasando con los impactos de la revolución científico-técnica, una de cuyas características es el ahorro de tiempo de trabajo humano, y la reorganización de los tiempos de trabajo que debería dar opciones de carácter civilizatorio. En el sentido de que si se realiza una reconversión salvaje se estará generando una inmensa masa de población sobrante.

Por tanto vuelve a plantearse cuál es el tipo de reorganización de la sociedad. Y aquí vuelve el desafío de una reivindicación social en gran escala, ya que existe un 40 % de la población en condiciones de pobreza e indigencia, que es equivalente al reclamo por la eliminación de la servidumbre y esclavitud hechos hace doscientos años. Vuelve a plantearse una necesidad de la defensa de los intereses nacionales frente al saqueo de los grandes imperios, la necesidad de una unidad continental autónoma, y también, la necesidad de estar atentos ante la emergencia de nuevas potencias, porque evidentemente no nos puede volver a suceder lo que sucedió con los Rivadavia y demás, que por sacarse de encima un imperio decadente entramos en la subordinación de un imperio emergente, que es un poco lo que se nos plantea con China. En aquella etapa, hacia doscientos años, España y Portugal, pero fundamentalmente España, utilizan todo su poderío militar para tratar de reconquistar y retener sus colonias, y en aquellos años las potencias emergentes penetran con la estrategia comercial. Ahora también Estados Unidos, con sus bases en Colombia, en Manta, que ahora pasa de Ecuador a Perú, la base de Mariscal Estigarribia en Paraguay, en el Caribe y la cuarta flota en el Atlántico. Pero China avanza a través del comercio, y también hoy hay quienes se ilusionan con esta nueva potencia como lo hicieron con Inglaterra en el siglo XIX.

El 9 de julio de 2020, Alcira Argumedo nos brindó una larga e interesante entrevista en la que, entre otras cosas, reflexionó acerca del ordenamiento mundial post pandemia.

Grandes desafíos y llamados de atención

Por lo tanto, estos doscientos años y su evaluación obligan a tener una mirada de la historia para pensar el futuro y sobre todo tener en cuenta de que hay una gran oportunidad histórica pero también serios peligros, porque los imperios antes de caer suelen mostrar las facetas más aberrantes. La decadencia de Estados Unidos fue anunciada y es difícil pensar que estos poderes puedan entrar en declinación, pero también hay que pensar que en el siglo XX cayeron siete imperios o grandes poderes mundiales: el imperio Otamano y el imperio Austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial, el imperio inglés, el francés, el holandés, el belga en la Segunda Guerra Mundial; también cayó la Unión Soviética durante la “guerra de la galaxias”, esa tercera guerra mundial por la carrera armamentística y espacial con nuevas tecnologías. Es decir que tenemos que pensar en la posibilidad de la caída de Estados Unidos.

En Europa, donde también hay un proceso de decadencia, especialmente en Europa Oriental, la magnitud de la crisis se está tratando de solucionar echando gasolina al fuego. Porque todo indica que es una crisis de sobreproducción que ha llevado a una sobre-acumulación financiera con una enorme especulación mediante papeles pintados, precisamente por carencia de demanda; porque el 20 % de la población mundial concentra el 80% de los recursos, lo que resulta inviable a nivel internacional. Sólo se puede salir de la crisis con una redistribución a gran escala de la riqueza social. Sin embargo, los europeos pretenden salir a partir del ajuste, política que necesariamente restringe el poder de la demanda, es decir, echan más nafta al fuego.

Estas nuevas tecnologías plantean una disminución del tiempo de trabajo, pero cómo se disminuye ese tiempo de trabajo es un problema político. Por ejemplo, en los años ‘70 un producto base llevaba 80 horas/hombre, ahora lleva 40 hs/hombre. Es decir, antes tenías 10 personas trabajando 8 horas, ahora las opciones podrían ser 5 personas trabajando 8 horas, dejando cinco afuera sin posibilidades de volver a la producción. O como ya se hizo en la Argentina, dejar a 4 personas con 10 hs. de trabajo (que también da 40, pero deja 6 afuera). La otra, dejar 10 trabajando cuatro horas, pero como se ha incrementado la productividad y por tanto los beneficios, en 4 horas duplican o triplican los ingresos.

Esto implica dos tipos de sociedad absolutamente diferenciados. La última opción no es utópica, considerando que con la crisis de 1930, después de la Segunda Guerra, la disminución de la jornada laboral a 72 horas semanales fue parte de la recuperación económica de los gloriosos treinta años de oro del capitalismo. Cuando el gerente de la Ford de Argentina dice, orgullosísimo, que hoy con 2.500 trabajadores y robots, produce más de lo que producía a fines de los ‘70 con 12.000 trabajadores, su satisfacción niega que eso es la base de la crisis, porque los robots no hacen huelga, son fantásticos, pero no compran ni zapatos ni automóviles. Y los 10.000 ó 9.500 trabajadores que quedaron afuera del sistema productivo tampoco compran, porque entran en situación de precarización creciente. Entonces, la Ford produce más pero no tiene a quién vender. Desde luego que la famosa globalización le permite ampliar a la franja de mayor poder adquisitivo en el mercado regional, a diferencia de los modelos keynesianos que se basaban en el consumo de masas del mercado interno. Este esquema es polarizante y tiene un límite, porque quiebran las grandes empresas como General Motors, Citibank, Enron, y como no hay posibilidad de rentabilidad en reinversión productiva en la economía global, gran parte de los capitales se van a la especulación financiera y terminan girando esos papeles pintados.

Por eso estamos ante desafíos civilizatorios, en un cambio de época histórica que cierra el ciclo de la edad contemporánea de estos doscientos años y abre una nueva edad histórica con todos los interrogantes que eso tiene. Por lo tanto, la reivindicación social pasa por esta paradoja dada por las condiciones existentes: podemos estar en el reino de la libertad de Marx con cuatro horas de trabajo necesario y tiempo para el despliegue de la creatividad humana, o pasar a la destrucción de la naturaleza, la desaparición de la especie humana, con las armas biológicas y atómicas. Por eso estos bicentenarios nos encuentran con grandes desafíos y grandes llamados de atención.


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