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Debates abiertos en el movimiento de mujeres y feminista

por Julian Monti

Escribe Micaela Gomiz

La autora de este artículo, docente de la Universidad Nacional del Comahue, investigadora en temas de género y pueblos originarios, resume los debates abiertos en las distintas corrientes feministas en la actualidad a partir de tres ejes: el origen de la opresión de las mujeres, el sujeto del feminismo y del cambio social, y el modo de romper con el patriarcado.


El patriarcado, ¿se va a caer, o lo vamos a tirar?

El movimiento de mujeres y feminista es uno de los movimientos más complejos, diversos y dinámicos que existen hoy en día en el mundo. Esto no es distinto en Argentina.

Es un movimiento que goza de una extraordinaria legitimidad, poder de fuego y movilización. Por ello, y porque objetivamente es un fenómeno que ha hecho avanzar la situación de las mujeres, nadie se quiere quedar afuera.

Se trata de un espacio que no tiene grandes líderes visibles, pero su hegemonía y su dirección aparecen enormemente disputadas. El auge de este movimiento tensiona aún más los debates sobre la forma de abordar la lucha por los derechos de las mujeres y la liberación de la doble opresión, y ha desatado luchas internas despiadadas.

Esas disputas internas son expresión de las diversas corrientes feministas que co-habitamos en el movimiento. Tenemos en común la lucha contra el patriarcado, como sistema de relaciones de poder basadas en la superioridad del hombre sobre la mujer. Diferimos en la identificación de los orígenes de ese sistema y, por consiguiente, en el modo con que nos proponemos romper con esa opresión. Estos debates sobre la teoría y la táctica feminista están abiertos.

Entiendo que es fundamental investigar, dialogar, debatir y hasta disputar entre los feminismos en función de tres ejes: el origen de nuestra opresión, el sujeto del feminismo y del cambio social y la salida del patriarcado.

No son pocas ya las corrientes que plantean no sólo la lucha por los derechos y las posiciones de las mujeres en una sociedad que no cambia, sino feminismos que quieren cambiar el sistema y la sociedad en su conjunto. El debate, en todo caso, se divide entre las que creen que el patriarcado se va a caer a partir de prácticas individuales y colectivas anticapitalistas, y quienes creemos que el patriarcado no se va a caer, y que nuestra táctica y nuestra estrategia deben estar dirigidas a tirarlo.

En este marco, el debate sobre el origen del patriarcado, es decisivo. La ítalo-estadounidense Silvia Federici es actualmente una de las teóricas más influyentes de varias corrientes del feminismo. Hay dos tesis fundamentales que muestran el pensamiento de Federici en relación al origen del patriarcado: 1) identificar al capitalismo y a la modernidad como las causas del sometimiento de las mujeres, y 2) identificar al trabajo reproductivo (doméstico o de cuidados) como la forma de trabajo clave para la generación de plusvalía y el sostenimiento del sistema capitalista.

La primera tesis descripta está desarrollada en su famoso libro “Calibán y la bruja” (2004). Federici sostiene allí que en las sociedades precapitalistas las mujeres hacían trabajo colectivo, eran poseedoras de las tierras que cultivaban, tenían en sus saberes conocimientos medicinales significativos y su trabajo era valorado socialmente. Federici señala como condiciones intrínsecas del capitalismo a la colonización, a la expulsión del campesinado de las tierras y a la caza de brujas. Especialmente identifica a la quema de las mujeres por la Inquisición como un factor “imprescindible para la acumulación originaria capitalista”. Expresamente, afirma: “La caza de brujas, así como la trata de esclavos y la conquista de América, fue un elemento imprescindible para instaurar el sistema capitalista moderno, ya que cambió de una manera decisiva las relaciones sociales y los fundamentos de la reproducción social, empezando por las relaciones entre hombres y mujeres y mujeres y Estado”. Agrega entonces que “el resultado de la caza de brujas en Europa fue un nuevo modelo de feminidad y una nueva concepción de la posición social de las mujeres, que devaluó su trabajo como actividad económica independiente y las colocó en una posición subordinada a los hombres”.

Su segunda tesis está basada en su análisis del trabajo reproductivo y su incidencia en el modo de producción capitalista a través de sus libros “Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas” (2013) y “El Patriarcado del salario, críticas feministas al marxismo” (2018). Federici plantea que el diseño de la familia nuclear hecha por el capitalismo hace que los hombres queden en una situación en la que su trabajo adquiere valor a través del salario, al tiempo que relega a la mujer al trabajo doméstico no remunerado y que ésta es la estructura básica de la acumulación originaria capitalista. Al explicar que la tarea del hogar tiene la contradicción interna de reproducir vida y reproducir fuerza de trabajo a la vez, concluye Federici que “el trabajo reproductivo es el más importante de la sociedad”. Para la autora, si no existe modo de producción capitalista sin reproducción de la fuerza de trabajo, y este trabajo (“reproductivo”) es realizado mayoritariamente por las mujeres, las mujeres también están siendo explotadas por el capitalismo, no sólo en tanto trabajadoras, sino también como mujeres, al estarles asignadas un lugar en la crianza, el cuidado y el mantenimiento de esa misma fuerza de trabajo. Todo este “trabajo doméstico no pagado” sería sobre el que se sostiene todo el funcionamiento del modo de producción capitalista. Y agrega que Marx, por ignorancia, ceguera o sesgo, no habría sido capaz de ver esa importancia del trabajo reproductivo en el sistema. Esto la lleva luego a discutir el sujeto de cambio y la salida del capitalismo.

La relación entre estructura familiar, división entre hombres y mujeres y trabajo del hogar también fue estudiado por Engels pero en un sentido diferente que el de Federici. Que el trabajo del hogar no sea natural sino social, no es ninguna novedad para el materialismo dialéctico, método que, como sostiene Graciela Tejero Coni, ha sido fundamental para entender el origen de la opresión de género y su relación con el proceso de revolución neolítica y de acumulación de riqueza.

Engels, en su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (1884), fue el primero en desarrollar una clara explicación de este fenómeno. Pero el teórico revolucionario alemán no lo expuso en relación al sistema capitalista sino a la sociedad de clases. Es decir, Engels ya nos decía que “el primer antagonismo de clases que apareció en la historia, coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino”. Justamente, en su origen, la palabra patriarcado significó el gobierno de los padres. Esto está relacionado al origen del lugar subordinado que se le dio a la mujer en la familia, en la constitución de la familia monogámica. Engels decía que “el derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”. Y agregaba que, con ello, “el hombre empuñó también las riendas en la casa, la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción” (destacado mío).

Para Engels, la instalación de la familia monogámica es la causa del triunfo de la familia patriarcal. Fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, ya que sólo a través de la monogamia (o la fidelidad obligatoria de la mujer) el hombre lograba asegurar que los hijos del matrimonio sean verdaderamente sus hijos y así destinatarios de la herencia. Es decir, se trata del triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad comunal primitiva.

De manera que aquello que empezó siendo el “gobierno de los padres” en el ámbito de la familia, se transformó en el “gobierno de los hombres” en la sociedad de clases en todos los modos de producción que siguieron. En conclusión, la propiedad privada, el Estado y un sistema de explotadores y explotados es intrínsecamente un sistema patriarcal.

De esta manera, es clave entonces comprender que el alejamiento de las mujeres de la vida productiva, y por consiguiente de la vida pública y del poder de decisión, no se produjo con la llegada de la modernidad y el capitalismo, sino mucho antes, con la instalación de la sociedad de clases. El esclavismo y el feudalismo como modos de producción también necesitaron del trabajo reproductivo, y tampoco lo “valorizaron” socialmente. Es decir, antes del capitalismo, todos los sistemas en los que se generaba excedente, y una clase acumulaba esa riqueza a costa del trabajo de otra clase, han obligado a la mujer a alejarse del trabajo productivo, y lejos de valorizar el trabajo de cuidados, siempre lo han invisibilizado.

Por otro lado, la crítica de Federici hacia Marx alegando una presunta incapacidad de éste de evaluar uno de los aspectos cruciales para el mantenimiento de una economía capitalista, como sería “la reproducción de la fuerza de trabajo”, es falsa. Es posible que el alemán no lo haya estudiado en profundidad, pero sí hay que decir que en “El capital” explica que “La conservación y reproducción constantes de la clase obrera siguen siendo una condición constante para la reproducción del capital” (es decir lo reconoce) pero que el capitalista ha “abandonado confiadamente el desempeño de esa tarea a los instintos de conservación y reproducción de los obreros”.

Es decir, es cierto que el trabajo doméstico no está remunerado, que la mayoría de las mujeres hacemos doble jornada de trabajo y, en tal sentido, ello significa disminuir el valor de la fuerza de trabajo en este sistema (con el consiguiente ahorro para el capitalista).

Ahora bien, decir que ello aporta a disminuir el valor de la fuerza de trabajo, no es lo mismo que decir que es vital su falta de valorización para sostener el funcionamiento del modo de producción capitalista. Como dice Marx el capitalista no organiza esa reproducción, y como dice Federici tampoco la paga. El punto de debate, a mi juicio, es si la falta de remuneración de esas tareas es verdaderamente determinante para el funcionamiento del modo de producción capitalista o es sólo una forma del capitalista de lograr mayores beneficios.

Este debate nos lleva al segundo punto crucial de análisis; el del sujeto del feminismo y del cambio social. Hay dos debates que pueden entrelazarse aquí. En principio, que para estas tendencias un sistema que se sostuvo con la colonización de América y la quema de brujas, tiene dos rasgos fundamentales: es esencialmente racista y patriarcal. Es decir, la preponderancia del trabajo reproductivo sobre el productivo le quita fuerza –y casi existencia en el análisis– al obrero o la obrera como sujeto social de cambio. Dice Federici que para ella “fue como ver el mundo a la inversa: en la tradición marxista socialista siempre, el sujeto principal del trabajo, el sujeto principal de la lucha de clases es el trabajador industrial, el sujeto del cual se piensa que produce la riqueza social. Bueno, nosotros hemos dicho, ‘sin el trabajo del hogar no hay ninguna otra actividad’”.

Los nuevos sujetos anticapitalistas son entonces, para estas corrientes, las mujeres y los pueblos originarios. Esto pudo verse en varias notas periodísticas que circularon previamente al Encuentro Nacional de Mujeres en 2019, y es parte de lo que atravesó la Asamblea de Feministas del Abya Yala que en La Plata organizó la activista Claudia Korol. Allí referían al sistema capitalista como racista y patriarcal, pero no como clasista.

Estas corrientes feministas empalman con los teóricos del pensamiento decolonial. Son muchos y muchas las autoras que están planteando la necesidad de mirar procesos que están encabezando las mujeres en el mundo contra el capitalismo, contra el extractivismo, en las luchas ambientales, indígenas, etc. Boaventura de Souza Santos llama a prestar atención como principales movimientos de transformación actuales a las experiencias feministas, a las comunidades indígenas, a los migrantes y los ambientalistas, que, según él, se encuentran desarrollando prácticas emancipatorias. Para Federici, el capitalismo “creó muros entre las mujeres y hoy las mujeres están resistiendo, están creando nuevas formas cooperativas de reproducción que están rompiendo esos muros”. O sea, para estas corrientes, el sujeto social del cambio no es la clase obrera (y su alianza con el campesinado, y otros sectores oprimidos como los y las originarias), sino que pasan a ser otros sujetos a los que denominan “colectivos desfavorecidos” o “subalternizados”: los pueblos indígenas, los migrantes, las mujeres, las disidencias, etc. Y es, como debate teórico, parte de lo que está detrás de la disputa por el cambio de nombre del ENM.

Y esto se complejiza aún más porque estamos asistiendo actualmente a un profundo debate, no solo en Argentina, sobre el sujeto del feminismo: el borramiento de las mujeres como sujeto de cambio (para hablar de construcción de identidad) y las discusiones sobre opresión de género, identidad de género, géneros, la política de alianzas con las diversidades o disidencias y las agendas comunes y diferenciadas.

En definitiva, no es casual que en el ENM estos sectores no tengan la preocupación de visibilizar a las obreras, las campesinas y las desocupadas, en tanto la condición de clase no es para estos sectores un factor decisivo en la lucha de las mujeres y del pueblo por la liberación. Es llamativo el ninguneo que estas corrientes hacen de la profunda transformación que las experiencias socialistas han generado para la vida de millones de mujeres, especialmente en la Unión Soviética y en China. Desaparecen de todo análisis las conquistas de las mujeres de esos países en esos procesos revolucionarios que, si bien fueron derrotados, han dejado importantes enseñanzas para recuperar.

Estos debates son claves especialmente para concebir la política de alianzas y de unidad del campo popular. Entender que la sociedad de clases y el Estado está en el centro de los motivos de nuestra opresión de género, llevan a construir alianzas de clase, unir las luchas del feminismo a las de la clase obrera y el campesinado y politizar los reclamos sectoriales de las mujeres.

Y en tercer lugar, en línea con lo anterior, el debate se instala sobre cuál es la salida del capitalismo patriarcal. En 2019, Federici dio una conferencia en Neuquén cuyo título resume mucho de su pensamiento: “Armar mundos feministas comunitarios y anticapitalistas para acabar con la explotación y los sufrimientos”. Es decir, el llamamiento consiste en “crear o recrear nuevos espacios y formas de poder para acabar con el capitalismo”. Alega Federici que la creación de sistemas comunitarios de vida, las experiencias de reproducción comunitaria (como comedores, merenderos, etc.) están creando una nueva sociedad. Un mundo basado en “entramados comunitarios y afectivos” en los que se están “recuperando formas de vida típicos de pueblos precapitalistas, latinoamericanos y de los Pueblos Indígenas”. Por eso, la instalación de la consigna de lucha “Por un mundo feminista” es un proyecto político que se propone lograr un mundo donde las “alternativas” al poder (y no la toma del poder) son las experiencias de cambio que conseguirán, así, hacer “caer al capitalismo y al patriarcado”.

Buoventura es un gran inspirador de estas ideas. Él habla de “crear campos de experimentación social para resistir localmente” y que “las alternativas locales” son las que van a posibilitar vivir una vida digna y decente. La idea de “alternativa local” de Santos y de “reproducción de mundos comunitarios” de Federici son, en definitiva, expresiones similares a las que John Holloway refería como acciones “antipoder” en su teoría de “cambiar el mundo sin tomar el poder”. 

Entonces, en un contexto en el que el embate del imperialismo se siente con más fuerza, en el que se potencia el surgimiento de neofascismos y en el que las disputas por el reparto del mundo y la maximización de ganancias recrudecen, es decisivo seguir renovando las discusiones sobre las tácticas y estrategias que nos damos en la lucha contra las opresiones de clase, de género y de nacionalidad. Terminar con el capitalismo uniendo al pueblo en esta etapa imperialista requiere pensar el papel del feminismo y su política de alianzas. El capitalismo sigue siendo el modo de producción imperante y la historia de la lucha popular nos ha demostrado que sin cambios profundos que impliquen poner en cuestión el actual Estado proimperialista no es posible avanzar en modificar la condición subordinada de trabajadores/as, campesinos/as pobres, indígenas y mujeres en esta sociedad. Tenemos que seguir estudiando con detenimiento las experiencias revolucionarias, sus enseñanzas y posibilidades de avance para estos sectores. Debemos también analizar el enorme papel de las milicias femeninas kurdas en el proceso revolucionario actual de su pueblo, que, en medio de su lucha contra la opresión nacional, por obtener su territorio y conquistar el poder en Medio Oriente, han entrelazado su lucha contra la opresión de género. Esta enorme experiencia, sumada a los procesos socialistas, dan cuenta de la necesidad de que la acción política del feminismo direccione su táctica hacia alianzas revolucionarias que permitan con amplitud y sin sectarismos, abrir una nueva situación que no sólo cuestione al capitalismo y el patriarcado sino, fundamentalmente, se proponga “tirarlos” y no esperar a que “se caigan”.


Micaela Gomiz es abogada, docente en la Universidad Nacional del Comahue, investigadora en temas de género y pueblos originarios, asesora legal de comunidades mapuches y militante política, sindical y feminista.

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