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Friedrich Engels: el joven rebelde que traicionó a su clase

por La Marea

Este año se cumplen 200 años del nacimiento de Federico Engels. En este artículo, Hernán C. Doval hace un recorrido por los primeros años de la vida de este hijo de la burguesía alemana que se puso al servicio de la clase obrera y del movimiento revolucionario, y que junto a Marx se convirtió en el cofundador del socialismo científico.

Escribe Hernán C. Doval*

Tanto Friedrich Engels como Karl Marx nacieron en Renania, anexada por Prusia luego de las guerras napoleónicas. Engels en Barmen, a las orillas de río Wupper, y Marx en Tréveris, a la orilla del río Mosela.

En Renania es donde comienza la incipiente burguesía industrial alemana.

Su padre le puso su propio nombre a su hijo mayor; compartía el hogar con tres hermanos y cuatro hermanas y, pese a los desfavorables comentarios posteriores de Friedrich, su familia fue un entorno de seguridad y afecto, si bien no siempre alegre debido a la adusta fe protestante calvinista; lo mejor de la familia fue que sus padres se querían.

Los visitantes de la época del valle del Wupper describían que: “Tanto Barmen como Elberfeld son lugares en los que predominan fuertes sentimientos religiosos. Las iglesias son grandes y están bien cuidadas, y cada lugar tiene su propia Biblia, sus sociedades de misioneros y de otro tipo que publican literatura religiosa”. Engels, la denominará la “Sión de los oscurantistas”.

El espíritu que dominaba en Barmen y la vecina Elberfeld (en cuya iglesia bautizaron a Engels) era una variante agresiva del pietismo, un movimiento de la Iglesia luterana alemana surgido a finales del siglo XVII que hacía hincapié en una forma más intensa, comprometida y práctica de observancia cristiana y ética calvinista que ponía el acento en el pecado, en la salvación personal y en la renuncia al mundo.

Pero Friedrich se rebeló desde muy joven contra las restricciones pietistas de la vida de Barmen, hecho que afligía mucho a su padre, ferviente luterano.

Por esa época, había leído el libro de David Strauss La vida de Jesús examinada críticamente. Como les escribe a sus amigos: “Actualmente estoy muy ocupado con la filosofía y la teología crítica. Cuando se tiene dieciocho años y se conoce a Strauss (…) entonces, o hay que leerlo todo sin pensar o empezar a dudar de la fe recibida en Wuppertal”.

Engels veinteañero (1840 a 1845)

Muchos años después, el Engels adulto le comentaba al socialdemócrata Theodor Cuno sobre la hipocresía del lugar: “Para nosotros, los pequeños burgueses de Wuppertal, Düsseldorf siempre fue un pequeño París, la ciudad donde los píos caballeros de Barmen y Elberfeld tenían sus queridas, iban al teatro y se lo pasaban a lo grande”; y el risueño Friedrich añadía, agriamente: “Pero en el lugar donde vive la familia reaccionaria de uno, el cielo siempre parece gris”.

Conocemos cómo describe el propio Engels su lugar de nacimiento: “Sin embargo, ese rojo brillante no se debe a ninguna batalla sangrienta –se refería al color del agua del río– sino simple y exclusivamente a los numerosos talleres de tintura que usan rojo de Turquía”. Desde su niñez, Engels vivió entre el hedor acre de los talleres y fábricas de blanquear, con la contaminación que hacía lagrimar los ojos y sangrar la nariz y que afectaba por igual a los de pobreza extrema y a los burgueses paternalistas, como los de su familia. Los Engels eran bien conocidos por negarse a utilizar mano de obra infantil, proporcionar viviendas, escuelas y hasta un granero cooperativo para épocas de escasez. Y él, como niño impresionable que era, lo absorbía todo y después lo recordaría con gran precisión, como si lo tuviera escrito en un cuaderno de notas.

A pesar del deseo ferviente de Engels de seguir estudiando (derecho en la Universidad, o incluso algo tan diferente como ser poeta), J. C. L. Hantschke, director de su colegio, en los elogiosos informes comentó que “lo indujeron a elegir (el comercio) como profesión en lugar de los estudios que él anteriormente tuvo intención de seguir.”

Por lo cual, en 1837 lo apartaron, contra su deseo, del instituto para hacerlo ingresar a la empresa familiar e iniciarlo en lo que para Friedrich fueron arduos doce meses en el destino aburrido de reconocer el lino y el algodón, de cómo de hilar y tejer, y por supuesto de blanquear y teñir.

En el verano de 1838, el padre llevó a su hijo mayor a un viaje de negocios por Inglaterra, con vistas a concretar unas ventas en Manchester y comprar seda cruda en Londres. Y también para vigilar los intereses de Ermen & Engels, ya que se había asociado con los hermanos Ermen (Peter el fundador con la ayuda de Anthony y Gottfied) en Manchester, después de haber vendido la parte que le correspondía de la empresa familiar en 1837.

Volvieron a su casa pasando por la ciudad alemana de Bremen, donde Friedrich no tuvo más remedio, ante la insistencia de su padre, que iniciar la siguiente fase de su aprendizaje comercial, lo que terminó siendo un curso intensivo sobre capitalismo internacional.

Bremen, una sociedad libre, y uno de los principales puertos de Alemania, resultó ser mucho más afín a Engels que el oscuro Barmen, ya que también era un centro de intercambio intelectual y una sociedad cordial. Trabajó de aprendiz administrativo en la sede comercial del cónsul y exportador de lino Heinrich Leopold, y se alojó en la casa de un clérigo muy afable, Georg Gottfried Trevinarus.

Cuenta a su hermana menor, Marie –su favorita a la que llamaba cariñosamente la “gansita”– cómo se divertía y jugaba con la familia del pastor y con él, cosa que nunca había sucedido en su propia casa paterna.

En Bremen empezó su doble vida firmando artículos con el pseudónimo de “Friedrich Oswald”, un indicio temprano de las contradicciones y tensiones que marcarían su vida. Las “Cartas desde el valle del Wupper”, publicadas en el Telegraph en 1839, del joven de apenas 18 años, heredero de uno de los dueños de industria, revelan sin ninguna duda, por la minuciosidad sin precedentes, la condición de un testigo ocular. Allí señalaba Engels los costos humanos que inflige el capitalismo, mientras evidentemente se esforzaba por evitar cualquier ruptura abierta con su familia, ya sea para conservar la seguridad económica que recibía, o para no poner en evidencia a sus padres. Se conformaba con disfrutar de la sonrisa cómplice de sus amigos de Wuppertal.

Además del Wupper teñido de rojo, Engels muestra también a “los edificios humeantes de las fábricas y los depósitos donde se blanquea, cubierto de hilos”; describe con detalle la situación de los tejedores encorvados sobre sus telares y de los obreros fabriles que trabajan “en cuartos de techos bajos donde la gente respira más gases de carbón y polvo que oxígeno”; lamenta la explotación infantil y registra el alcoholismo que hacía estragos entre los trabajadores del cuero, ya que tres de cada cinco morían por el consumo excesivo de aguardiente.

Cuando vuelve a Barmen, los trabajos de oficina de la empresa familiar le resultaban aun más tediosos para sus pasiones de joven romántico. Por lo cual en septiembre de 1841, ante el pedido del estado prusiano de cumplir con los deberes militares, se presentó “voluntario” durante un año al servicio en la Compañía 12° de la Guardia Real de artillería prusiana en Berlín. La capital de Prusia ofrecería al hijo de un fabricante textil de provincias el escenario intelectual que buscaba para completar sus ideas críticas sobre la situación social y el incipiente capitalismo alemán.

El apuesto y joven oficial Engels, con una renta generosa de su padre, vivía en un apartamento privado en lugar de hacerlo en los barracones. Se pasaba gran parte de su tiempo en aulas de la Universidad, salas de lectura, y también en las cervecerías de Berlín, antes que en el cuartel.

Se reunía a analizar críticamente la sociedad con los Jóvenes Hegelianos de izquierda, tomando un vaso de cerveza blanca. Ese círculo reducido incluyó a veces a Bruno Bauer y a su hermano Edgar; también a Max Stirner, el filósofo del “ego” –a quien más tarde Engels y Marx criticarían–, al historiador Karl Köppen, que había sido discípulo de Hegel, a Eduard Meyen, periodista, a Arnold Ruge, profesor de la Universidad de Halle, y otros. A ese grupo iconoclasta se lo conocía como “Los Libres”, o también “Literatos de la cerveza”, como los llamó Bauer. Esos intelectuales arrogantes despreciaban abiertamente la moral moderna, la religión y la propiedad burguesa.

También asistía a ese grupo el moreno salvaje de Tréveris (Karl Marx), quien avanzaba firmemente, levantaba los brazos y la voz, despotricaba como un loco, y cuyas afirmaciones eran categóricas.

En esos momentos estalla la bomba de La esencia del cristianismo, de Ludwig Feuerbach, que eliminó los últimos restos conservadores del hegelianismo. Como recordaba Engels, el libro de Feuerbach “pulverizó la contradicción de un solo golpe, y lo hizo de una manera muy sencilla, a saber, entronizando el materialismo. (…) Nada existe fuera de la naturaleza y el hombre, y los seres más altos que nuestras fantasías religiosas han creado sólo son el reflejo imaginario de nuestra propia esencia. El hechizo se rompió; se hizo explosionar el “sistema”. (…) Es necesario haber experimentado el efecto liberador de ese libro para hacerse una idea de él. El entusiasmo fue universal: por un momento todos fuimos feuerbachianos”.

Sobre la Universidad, escribió Engels en 1841: “y si ése tiene alguna idea del poder de la mente sobre el mundo, contestará que ese campo de batalla es la Universidad, en particular el aula N° 6, donde Schelling enseñaba la filosofía de la revelación”. Entre los asistentes a esa aula estaban algunas de los personajes claves del siglo XIX. Muy serio y tomando apuntes para realizar su crítica, en primera fila, se sentaba el propio Engels, que se consideraba un autodidacta y se definía sencillamente como “joven y formado solo en filosofía”; a su lado, Jacob Burckhardt, el incipiente historiador del arte y erudito del Renacimiento; también Mijaíl Bakunin, el futuro anarquista, que calificó las clases de interesantes, pero bastante intrascendentes, y el filósofo Soren Kierkegaard, para quien Schelling decía unos “disparates insoportables”.

Cada vez más, los Jóvenes Hegelianos sentían que, más que la crítica de café, debían participar de las prácticas políticas concretas, y ahora discutían las teorías comunistas de Moses Hess. Ya en el otoño de 1842, según decía Engels, algunos miembros del grupo “competían por la insuficiencia del cambio político y opinaban que una revolución social basada en al propiedad común era el único estado de la humanidad que coincidía con sus principios abstractos”.

El plan de su padre era enviar al joven a Manchester, para que se ocupara de las inversiones de Ermen & Engels en Salford y aprendiera algo del método comercial inglés. Pero, en realidad, su padre quería evitar la presencia del rebelde Engels en la ciudad de Barmen y la influencia que ejercía entre sus hermanos; y quizás pensaba que las modernas fábricas ruidosas y los encuentros en los salones con la burguesía de los comerciantes de Manchester impedirían una mayor radicalización política. Fue otra esperanza vana, ya que, camino a Inglaterra, Engels encontró el comunismo.

Visitó a Hess, con quien había comenzado a cartearse, y tras seguir camino a Manchester, Engels, el Joven Hegeliano, era ya un “comunista muy entusiasta.”

La visita le permitió reconocer la lucha de clases en la cuna del capitalismo. “En Manchester el arte moderno de la manufactura ha alcanzado la perfección”, señaló Engels. “Los efectos de la manufactura moderna en la clase obrera debían de desarrollarse aquí con más libertad y perfección”; en consecuencia: “poco a poco los enemigos se dividen en dos grandes bandos: la burguesía por un lado, los obreros por el otro”, y plantea claramente esta batalla sin final a la vista.

Engels terminaría viviendo en Manchester durante dos décadas, lo que le permitió escribir una de las crónicas más importantes de la experiencia industrial de esa época: La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).

Conociendo las fábricas de primera mano por su trabajo, caminando por los barrios pobres, los almacenes, los pubs, Engels recopiló en Lancashire, lo que él llamaba “hechos, hechos, hechos” de la Inglaterra industrial. Las teorías comunistas de Hess tomaron cuerpo y conectaron su herencia filosófica alemana con la visión directa de un capitalismo despiadado:

“En Manchester observé de manera tangible que los hechos económicos que hasta ahora no han tenido importancia, o que sólo han tenido un peso desdeñable en la historiografía son, al menos en el mundo moderno, una fuerza histórica decisiva. Aprendí que los factores económicos eran la causa fundamental de la colisión entre las clases sociales. Y me di cuenta que en un país altamente desarrollado como Inglaterra, la colisión de las clases sociales está en la raíz misma de la rivalidad entre las partes y de que tenía una importancia crucial a la hora de rastrear el curso de la historia política moderna.”

Engels en 1891

Antes de ir a Inglaterra, Engels pasó por Colonia para visitar al joven hegeliano furibundo (Karl Marx) que dirigía la Gaceta Renana (Rheinische Zeitung). El encuentro fue frío; Engels ya se sentía comunista, pero Marx no tenía todavía una decisión formada. Publicó una serie de artículos sobre la industria inglesa en la Gaceta Renana, y en uno de ellos, atento ante la posibilidad de agitación obrera, escribió: “Pues, aunque la industria enriquezca a un país, también crea una clase de gente sin propiedad, absolutamente pobre, una clase que vive al día, que se reproduce rápidamente y que después no se puede eliminar”.

En Manchester, no por trabajar para la burguesía socializaba con sus miembros: “Renuncié a su compañía, y a las cenas, el oporto y el champán de las clases medias. Y dedique mis horas libres casi exclusivamente a relacionarme con trabajadores sencillos”. Su primer contacto con los obreros tuvo lugar en el Hall of Science, salón mantenido por trabajadores de tendencia owenista (seguidores de Roberto Owen).

Un compañero de esas incursiones fue el emigrado socialista alemán George Weerth, entonces administrativo en Bradford, “la ciudad industrial más asquerosa de Inglaterra”.

Pero quien en realidad fue el nexo vital con los marginados fue la obrera Mary Burns, que además fue el primer gran amor del joven Friedrich. Hay poca información histórica en torno a Mary, y existen diversas conjeturas; hay una descripción muy vívida de Eleanor Marx, la hija menor de Karl, quien la conoció en su infancia: “Era muy bonita e ingeniosa, una chica realmente encantadora. (…) Era una obrera (irlandesa) de Manchester, por supuesto, sin estudios, aunque sabía leer y escribir un poco, pero mis padres (…) la querían mucho y siempre hablaban de ella con muchísimo cariño”.

Engels escribió poco acerca de Mary, quizás porque no quería alterar la relación con sus padres –quienes no verían con buenos ojos vivir en “unión libre”, además con una obrera irlandesa analfabeta–, o quizás porque tenía que mantener su posición social en Manchester.

En 1843 escribe para los Anales Franco-Alemanes (Deutsch-Französische Jahrbücher) –el nuevo periódico dirigido por Marx, que había emigrado a París– un artículo fundamental: Esbozos de una crítica de la economía política, donde expone los hallazgos de su experiencia en Manchester, abandonando las teorías berlinesas hegelianas a favor de un análisis empírico de las contradicciones económicas y las crisis sociales que se cernían sobre Europa.

Para Engels, en el capitalismo, el hombre vivía alienado y se convertía en esclavo de las cosas. “A través de esta teoría (Adam Smirth, Thomas Malthus y la economía política) hemos llegado a conocer la más honda depravación de la humanidad, su dependencia de las condiciones de competencia. Nos ha mostrado como a la larga la propiedad privada ha convertido al hombre en un artículo cuya producción y destrucción también dependen exclusivamente de la demanda”.

La ciudad donde vivió 20 años era, al mismo tiempo, dos ciudades distintas, según la pertenencia de clase:

“Nunca he visto que se excluyera tan sistemáticamente a la clase obrera de las vías públicas como en Manchester, ni que se ocultara con tanta delicadeza todo lo que podría constituir una afrenta a la vista y a los nervios de los burgueses”.

”La ciudad misma está construida de un modo peculiar, de manera tal que una persona puede vivir en ella durante años y entrar y salir todos los días sin tomar contacto con un barrio de clase obrera y ni siquiera con los obreros (…). La causa principal reside en que, en virtud de ese inconsciente acuerdo tácito, y también con abierta determinación conciente, los barrios de clase obrera están nítidamente separados de las zonas de la ciudad reservadas a la clase media.”

Las divisiones de clases sociales creadas por el capitalismo eran visibles en las calles de la ciudad y nunca antes nadie había logrado describirla con semejante perspicacia, como hizo Engels. Todos los horrores del Manchester victoriano, con su explotación y conflictos de clases, están expresados en esa monumental obra La situación de la clase obrera en Inglaterra, escrita con una prosa lacerante en la casa paterna de Barmen, a finales de 1844, y publicada en Leipzig en 1845, por un joven Engels de 24 años.

El libro estaba destinado a los lectores alemanes; según un comunista de Elberfeld, “en las mesas de las tabernas se puede ver abierto el libro de Friedrich Engels, que pone fin a todo disparate sacrosanto y a toda iniquidad”.

Marx escribió a Engels casi veinte años después de su publicación: “He vuelto a leer tu libro y me he dado cuenta de que no estoy rejuveneciendo. Cuanta fuerza, cuan incisivo y cuanta pasión te llevaron a trabajar en esos días… Eran lo días en que hacías sentir al lector que tus teorías se convertirían en hechos concretos, si no mañana, en cualquier caso pasado mañana…”. Y nosotros, en la actualidad, podemos seguir la minuciosidad de la riqueza empírica de los hechos de la precoz industrialización de Manchester, con toda su miseria y horror humano, que Engels, con su proverbial rigor intelectual, había visto en sus barrios, guiado por Mary Burns.

Este ensayo fue una de las polémicas iniciales y más célebres de los textos escritos sobre la época. Deberíamos recordar la novela Sybill, del político conservador Disraeli, o los textos testimoniales de Dickens, como la novela Tiempos difíciles, y algunos otros; pero ninguno posee el categórico tono condenatorio del texto de Engels.

Friedrich Engels debió ser un fabricante de Manchester a su pesar, y de esa manera mantener económicamente a su compañero ideológico para que pudiera dedicarse exclusivamente a escribir su obra magna: El capital, que era literalmente, como decía su subtítulo, una “Critica de la Economía Política” que se había desarrollado en esa época.

Conocemos por el relato de Eleanor Marx la alegría que sintió Engels el 30 de junio de 1869, cuando después de casi veinte años dejó de trabajar en la empresa familiar: “Estuve con Engels cuando terminó sus largos años de trabajos forzados y tomé conciencia de todas las cosas por las que tuvo que pasar”. “Nunca olvidaré el tono triunfal con que esa mañana cuando se puso las botas para ir a la oficina exclamó: ‘¡Hoy es la última vez!’. Pocas horas después salimos al portal a esperarlo. Lo vimos acercarse por el descampado que había delante de la casa donde vivíamos. Hacía bailar el bastón en el aire,  estaba radiante. Después pusimos la mesa para una celebración y tomamos champán; estábamos todos muy contentos”.

De allí se fue a Londres donde se podía reunir con Marx todos los días a discutir en un café, con cigarro y cerveza de por medio.

Los detractores de su época y los actuales lo llamaban el “comunista de levita”, porque en su época de Manchester era miembro de la Bolsa y presidente del club de los alemanes de la ciudad, y –como sus congéneres– tenía caballo (signo de riqueza) y asistía a la caza de zorros.

En las fotos de la época se lo veía elegantemente vestido con chaleco y guantes y con un aire de tunante, que le venía de su juventud donde la gustaban las francesas picarescas y caras, las comidas como la ensalada de langostas y era un consuetudinario bebedor, fundamentalmente de la cerveza Pilsener.

Es clásica la historia que cuenta el intercambio que mantuvieron Chou En-Lai y Nikita Kruschev en Moscú, cuando, sin haber podido resolver el conflicto ideológico chino-soviético, se despidieron en el aeropuerto: junto a la barandilla del avión, Kruschev le enrostró a Chou que ambos pensaban distinto porque él era hijo de un campesino, mientras que Chou era hijo de un mandarín. Éste se dio vuelta y le respondió que, a pesar de ello, ambos tenían algo en común; Kruschev cometió el error de preguntarle qué era eso que tenían en común, a lo que el chino sentenció: “los dos hemos traicionado a nuestra clase”.

El comunismo llamado “científico” nace de la pareja inicial de Karl Marx y Friedrich Engels. Este último traicionó a su clase de origen, ya desde joven. Pero lo importante es, naturalmente, a qué clase se traiciona y por cuál clase se lucha.

Ese traidor a su clase que fue Engels no sólo fue como un miembro más de la familia de Marx, que incluso cuidó de sus hijos y lo ayudaba a mantener la calma en sus momentos de cólera, sino que lo apoyó económicamente durante 40 años, y lo incitó a escribir –o más bien a terminar– El capital, en el cual Marx, como es sabido, utilizó para sus ejemplos los trabajos de Engels y su conocimiento empírico del capitalismo inglés.

Engels escribió, junto a su amigo, el folleto político más celebre y de mayor difusión en todo el mundo, muy útil para los militantes: el Manifiesto Comunista. Así, juntos, Marx y Engels formaron la pareja ideológica más célebre de la historia, y cofundaron la corriente que daría en llamarse marxismo, denominación que Engels consideraba justa, ya que, según él, Marx había hecho a la teoría los aportes sustanciales.

*Hernán C. Doval es médico cardiólogo. Coordinador de la Corriente Nacional de Trabajadores de la Salud Dr. Salvador Mazza. Fue nombrado Personalidad Destacada en las Ciencias Médicas por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 2015.

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