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Hacer y pensar en tiempos de pandemia

por La Marea

Lucila Edelman y Diana Kordon

Escriben Diana Kordon y Lucila Edelman

Médicas psiquiatras y psicoterapeutas. Integran el Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (EATIP)

El coronavirus se ha convertido en pandemia. No es la primera. La llamada gripe española, que comenzó realmente en EEUU, en plena primera guerra mundial, tuvo una mortalidad hasta ahora mucho mayor. Pero esta es la primera vez que una pandemia se extiende al mundo entero. Es tema excluyente a escala planetaria. Enfrentamos un flagelo “desconocido”, que nos afecta a todos y que nos plantea incertidumbre respecto de su desarrollo.

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¿Qué nos pasa con el coronavirus? ¿Y con el distanciamiento físico?
Al virus no lo podemos mirar ni controlar de manera directa. Nos enfrenta a nuestra propia vulnerabilidad. Nos confronta, en última instancia, con los fantasmas de la muerte. La incertidumbre tiende a desestructurarnos, estimulando los sentimientos de desamparo, de indefensión, de impotencia.
Hoy mismo hay otros problemas graves de salud pública como el dengue o la tuberculosis, pero los conocemos y los localizamos. Esta pandemia se nos presenta como algo ajeno, desconocido, amenazador, que nos invadió. En las crisis y en las situaciones traumáticas, caen los marcos de referencia habituales que organizan nuestra vida. Con el aislamiento físico, y el tener que resolver problemas que previamente no estaban planteados como tales, se alteran nuestros esquemas de funcionamiento de la vida cotidiana. Las variables de tiempo y espacio, básicas, precisas, y casi imperceptibles antes, se tornan difusas y pierden, por momentos, su sentido.
La situación de aislamiento también pone en juego el funcionamiento de los vínculos más cercanos, de las parejas, de las familias, que comparten hábitat. Pueden y aparecen vivencias de atrapamiento. La angustia del encierro se traduce muchas veces en agresiones al interior de los vínculos. La catarsis de hostilidad, lejos de aliviarnos, incrementa las vivencias angustiosas. Transformar la angustia en enojo, en rabia, y descargarla en los otros, nos deja más solos e impotentes. Por otra parte, la proximidad corporal está inscripta en nuestra cultura como una expresión de afecto. El abrazo, el beso, definen fraternidad. También la mirada y sus matices, y lo gestual son modos de comunicación significativos. El distanciamiento nos impide ejercerlos.

Libros con participación de las autoras

La desigualdad económico- social incrementa las dificultades para afrontar la emergencia
La crisis afecta de diferente manera según las condiciones materiales y sociales de vida. Para los sectores más vulnerables desde ese punto de vista, la situación es extremadamente difícil. Cómo cumplir la cuarentena cuando hay problemas graves de vivienda, o cuando faltan los suministros necesarios en cuanto a alimentación e higiene.? Ya que además de la emergencia sanitaria, nuestro país está en emergencia alimentaria y de vivienda.
Se han puesto en evidencia, al rojo vivo, problemas estructurales de la Argentina. Problemas históricos que siguen sin ser resueltos.
Las políticas de los últimos años llevaron a un nivel de devastación social y económica gravísimo con el avasallamiento de derechos básicos. Se agudizaron en un salto cualitativo la desigualdad y la falta de políticas que garanticen los derechos a la vivienda, al trabajo, a un salario que cubra las necesidades, etc. También están presentes problemas tales como la falta de agua potable y cloacas. El abandono también tuvo su expresión en las políticas sanitarias, llevando a una grave crisis del sistema de salud.

¿Cómo enfrentamos la pandemia?
El abordaje de la emergencia requiere de políticas por parte del Estado y de la acción colectiva solidaria.
Se da una situación paradojal: es recomendable el menor contacto físico posible entre las personas en momentos en que es mayor la necesidad de sentirnos parte de un conjunto que comparte día a día las vicisitudes del problema y el modo de abordarlo. En esta complejidad, el distanciamiento físico o corporal, no necesariamente es, y no debería ser, aislamiento social.
Las reacciones espontáneas ante la situación son diversas. En algunos casos predomina el individualismo, el tomar al otro como sospechoso o potencial enemigo. Y esto es comprensible, ya que se sostiene en la incidencia psicosocial de las ideas de la posmodernidad, correlato en la cultura del llamado neoliberalismo, cuyos discursos se basan en el reforzamiento del individualismo y la fractura el lazo social. Sin embargo, estas actitudes no son las más frecuentes. Y tampoco son estables.
Lo que predomina es el deseo de colaborar, de participar solidariamente, concibiendo la solidaridad como una acción común para resolver problemas comunes. En estos días hay múltiples prácticas sociales en las que el compromiso solidario da batalla para ganarle al virus.
En esta emergencia es importante también tener en cuenta que la pandemia no es atemporal. El saber que empieza y termina es también un elemento de apoyatura.
Las políticas de Estado que está implementando el gobierno nacional son un elemento esencial para enfrentar la epidemia. Es necesario que se amplíen y profundicen, y que se articulen, en colaboración mutua, con las organizaciones sociales, que garantizan la participación colectiva, para resolver los problemas fundamentales que la emergencia plantea, para asegurar que las medidas protectoras lleguen a todxs y para preservar y ampliar los elementos psicosociales de anclaje subjetivo. Esta experiencia puede tener un carácter fundante.
Es necesario afrontar los problemas coyunturales y los problemas de fondo. Indudablemente habrá, y ya los hay, costos sociales y económicos enormes. Hay un antes y un después de la pandemia. De lo que se trata es de hacer lo posible, y lo imposible, para reducir las pérdidas a su mínima expresión. En estos días hemos vivido prácticas solidarias creativas adecuadas a las circunstancias críticas actuales. Es conmovedor el trabajo de todos aquellos que hacen posible darle continuidad a nuestra vida cotidiana. El compromiso de los médicos y de todos los trabajadores de la salud y el de los miles de anónimos que se hacen cargo de sostener los servicios esenciales. El profundo reconocimiento social se expresa en el aplauso cotidiano. Todos somos uno en ese homenaje.
Algunos sectores estimulan hoy políticas represivas, que hasta ahora han tenido sólo expresiones aisladas. Más que vigilar y castigar, es imprescindible que el Estado ponga en juego todos los recursos que se articulen con la solidaridad, el apoyo, la comunicación del conjunto. Es fundamental apoyarnos en el aporte colectivo y no en el miedo generalizado. La situación no se resuelve por vía punitiva. El gran riesgo de la implementación de la represión es que siempre los más vulnerables son los más perjudicados y el problema que se pretendería resolver sigue abierto.
La subjetividad reconoce un aspecto privado e íntimo y una dimensión colectiva. También lo social es texto de la identidad personal. De ahí surge el sentimiento de pertenencia que nos apuntala a lo largo de la vida. Por eso plantear la lucha contra la pandemia en términos de conjunto no es mera especulación voluntarista. Implica la construcción de significaciones y sentidos, un marco continente y una práctica común que nos ayudan a afrontar la emergencia desde el punto de vista social y personal. No es lo mismo tener temor o miedo, que estar tomados por el miedo o por el pánico. El temor puede funcionar como una señal de alarma para implementar defensas adecuadas. El miedo exagerado y el pánico nos conectan con los fantasmas interiores y con peligros externos que los imaginamos terribles, y transforma la vulnerabilidad real en indefensión porque nos paraliza.
No es lo mismo estar tomados por la angustia de la soledad y por las vivencias de aislamiento, que saber internamente que tenemos otro, otros, con los que compartimos el cuidado, la protección. En diferentes situaciones históricas, como en los campos de concentración del nazismo o durante la dictadura en la Argentina, la conciencia y el sentimiento de pertenencia a un grupo, a un colectivo, se demostró como una herramienta fundamental para la preservación psíquica de quienes sufrían graves violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo pensar el devenir?
Como no podía ser de otra manera, ante la epidemia de coronavirus aparecen diversas teorizaciones, y también ideas que parecen provenir del sentido común.
Se abren múltiples debates respecto del futuro posible después de la catástrofe. ¿Cómo será el mundo después de la pandemia? En algunos casos son hipótesis respecto de los modos de continuidad de la existencia social y material y en otros se perfila la lucha en el plano de la construcción de la memoria colectiva y de la memoria histórica.
Intelectuales de distintos países se polarizan entre la idea de que la pandemia traerá cambios favorables a los pueblos o, que, por el contrario, el panorama a futuro es catastrófico. En esa polaridad se inscriben los más diversos análisis. Por momentos parecería que ciertos planteos de certeza respecto de lo porvenir funcionaran, aún aquellos pesimistas, como defensas tranquilizadoras frente a la incertidumbre del presente.
Hay quienes sostienen que la crisis actual tendrá como corolario, por una crisis terminal del capitalismo, cambios sociales y psicosociales profundos. La epidemia nos llevaría a una revalorización de todo aquello descartado por los ajustes económicos de la crisis del 2008, salud pública, atención a las necesidades sociales, y se podría incluso llegar a crear algún tipo de sociedad socialista.
Muchos suponen que el coronavirus va a acelerar los procesos de robotización y automatización ya en curso, dejando una masa cada vez mayor de trabajadores desocupados o al menos precarizados. Esto no se daría sólo en los sectores de más baja calificación, sino también en sectores de alta calificación. Esta perspectiva tiene en cuenta que hay una convergencia de conocimientos científicos y tecnológicos: el genoma humano, la nanotecnología, la conexión 5G, la inteligencia artificial, big data (datos masivos, a gran escala, que requieren aplicaciones informáticas no tradicionales para procesarlos), robótica, neuronas digitales (instrumentos digitales que imitan el funcionamiento del cerebro humano). Múltiples denominaciones sustentan esta idea que ya venía formulada previamente El coronavirus pondría en evidencia con crudeza esta problemática. Independientemente de cómo se las denomine, la tercera revolución industrial, o revolución científico tecnológica, el problema es que hasta ahora estos conocimientos han estado al servicio de los poderosos, cuando podrían aprovecharse, por ejemplo, para disminuir la jornada de trabajo y aumentar el bienestar la población.
Otros sostienen que la epidemia contribuirá a reforzar la cuarta revolución industrial, ya en curso. Esto demandaría consolidar ciertas estructuras sociales existentes: la casa como epicentro del trabajo, el consumo, la educación y la gobernabilidad, es decir, una reeducación sin precedentes, una verdadera reingeniería social, que puede ser denominada “fascismo tecnológico” en la que muchos trabajos ya no serían necesarios. En realidad, este planteo desconoce el proceso de desplazamiento de la producción de Occidente a Oriente, que fuera para muchos teorizado como el fin del trabajo. En abierta contradicción con todas las nuevas y viejas teorías sobre esto, en Wuhan se pusieron en marcha las fábricas en cuanto se resolvió la epidemia.
Otros piensan que la epidemia actual desataría para algunos no sólo el temor a viajar, sino también el horror por el contacto humano, llevando a que la deshumanización y desencuentro se conviertan en un “acto responsable”, justificando la manu militari, como algunos gobernadores que pidieron declarar el estado de sitio en nuestro país.
Otra discusión, planteada en el presente, es sobre los criterios con los que se aborda la pandemia, cuales son las medidas más adecuadas. El desastre de Italia y España, con medidas tardías, y, especialmente en Italia, donde el ajuste desde el 2008, llevó a una destrucción del sistema de salud, unido a una gran población de edad avanzada, nos muestran el horror del número de muertos, y el “descarte” de los más enfermos. Inmediatamente después asistimos a la catástrofe de Nueva York, con cifras aterradoras de enfermos y muertos, sin capacidad para atenderlos, mientras Trump se negaba a tomar medidas para no frenar la economía norteamericana, o sea las ganancias de los monopolios. En EEUU el sistema de salud es para los que pueden pagarlo. Bolsonaro, siguiendo el modelo norteamericano, generó una crisis social y política en Brasil, cuyo curso es impredecible.
En las antípodas, el modelo chino, desde mucho antes de la epidemia, desarrolla el más grande ejercicio de Big data, es decir, vigilancia digital, sobre toda la población. China evalúa cada ciudadano. Hay 200 millones de cámaras de vigilancia, que llevan el reconocimiento facial hasta los lunares. Un avance tecnológico como tomar la temperatura a distancia puede ser muy útil en una epidemia, pero está enmarcado en esta política de los servicios de seguridad, ahora en relación a los ministerios de salud: biopolítica y psicopolítica digitales.
La epidemia no hará que el sistema capitalista imperialista se caiga por sí sólo. Persistirá. Ya se está produciendo una crisis económica de inmensa magnitud, aún en aquellos países que no quisieron tomar medidas que afectaran la producción. Pero esto no será igual ni entre las grandes potencias ni para los sectores populares.
Para nosotros, argentinos, aparece la vieja pregunta: ¿Quién pagará la crisis? Hay que afectar intereses poderosos y la situación no es fácil Ya mismo se ejercen grandes presiones, por ejemplo, para evitar que se unifiquen los sistemas públicos y privados para atender la demanda de respiradores cuando llegue el pico de la crisis. O para que los bancos privados no tengan que pagar beneficios sociales, o para que se mantengan cerrados para obligar a la automatización. O que se levante la cuarentena antes de tiempo, etc. La respuesta depende de cómo transitemos esta experiencia y de la unidad de nuestro pueblo para impulsar los cambios necesarios. A pesar de las pérdidas inmensas que dejará como secuela, la crisis puede transformarse en oportunidad.

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