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Los indios en la Guerra de Independencia, o el sujeto borrado de la foto

por Jorge Brega

Escribe Gabriela Gresores

Más que glorificar héroes individuales –sostiene la autora–, la Historia debería servirnos para reconocer aquellos futuros posibles que no se hicieron presente y que siguen pendientes… y sobre todo destacar a aquellos colectivos que persisten tenazmente en esta tarea. Los pueblos indios se han batido contra enemigos titánicos a lo largo de siglos, hecho que otorga fundamento a aquellos que, como Mariátegui y Arguedas, los incluyeron entre las esperanzas de cambio social, a escala continental.

La publicación del libro Todas las sangres de José María Arguedas, en el año 1965, generó una polémica tan intensa, que animó a algunos intelectuales peruanos a realizar un ciclo de mesas sobre Sociología y Literatura, de las cuales finalmente se realizaron solamente dos. En la primera, el ya célebre escritor Mario Vargas Llosa expresó que en la novela en cuestión se reivindicaba un Perú basado en las estructuras feudales tradicionales (que son las que permitían conservar las tradiciones indígenas) y se atacaba los procesos modernizadores, a las grandes empresas y a la presencia del capital norteamericano.
En la segunda Mesa Redonda, el propio Arguedas, desilusionado, plantea “¿He vivido en vano?”. Al poco tiempo realiza su primer intento de suicidio del cual es rescatado, para lograrlo cuatro años más tarde.
Este episodio imprime dramatismo a un dilema que reaparece una y otra vez cuando del destino de los pueblos americanos se trata: el desarrollo de las nuevas Repúblicas en el período post-revolucionario y los ulteriores procesos de transformación socioeconómica, ¿abrieron procesos de mejoramiento en las condiciones de existencia de los pueblos indígenas (planteado habitualmente en términos de “desarrollo”) o, por el contrario, produjeron efectos más destructivos todavía que la sociedad colonial?
¿Cómo evaluar y dónde ubicar el fracaso ostensible de medidas de creación de ciudadanía, igualdad y “progreso” del tenor de las tomadas por la Junta Provisional en 1810, y leídas en el discurso de Tiahuanaco?:
…que los indios son y deben ser reputados, con igual opción, que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, empleos, destinos, honores y distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos, sin otra diferencia que la que presta el mérito y aptitud: no hay razón para que no se promuevan los medios de hacerles útiles reformando los abusos introducidos en su perjuicio y propendiendo a su educación, ilustración y prosperidad con la ventaja que presta su noble disposición a las virtudes y adelantamientos económicos”.
En 1810, en 1965 y hoy, la pregunta se formula de manera diferente, pero sigue siendo la misma: ¿todos los caminos conducen a Roma? Es decir, si los indios son una creación colonial –entendiendo que la categoría de indio, no es una categoría natural sino social–, ¿no hay otra vía de resolución que su sometimiento o su desaparición como tales, subsumidos en una idea de ciudadanía general, como se planteó en el siglo XIX? Para conservar aquellas creaciones que los indios fueron moldeando como resistencia a la opresión colonial, como las comunidades, ¿se debe mantener la opresión que les dio origen, o para destruir todo fundamento de la vieja sociedad habría que destruir también las estrategias indígenas para su propia preservación?
Este interrogante, que ya está presente en las formulaciones revolucionarias iniciales, en los levantamientos anticoloniales en los Andes, hacia fines del siglo XVIII, viene construyendo respuestas en el pensamiento y en la práctica, entrelazadas con los devenires del clima de ideas de cada época.

Los indios en la Independencia
La primera pregunta es: ¿qué es indio? Hoy, hasta cierto punto, la autoadscripción facilita la respuesta, pero, ¿a qué significante remite este concepto? Ni el propio Arguedas, con su agudo manejo del lenguaje, encuentra un vocabulario que designe la identidad de estos pueblos por fuera de su materialidad enajenada:
Al hablar de la supervivencia de la cultura Antigua del Perú nos referimos a la existencia actual de una cultura denominada india que se ha mantenido, a través de los siglos, diferenciada de la occidental. Esta cultura, a la que llamamos india porque no existe ningún otro término que la nombre con la misma claridad, es el resultado del largo proceso de evolución y cambio que ha sufrido la Antigua cultura peruana desde el tiempo en que recibió el impacto de la invasión española.”
Sin embargo, para el autor, “lo indio” no alude únicamente a una diferenciación étnica o cultural, sino a una construcción que incluye elementos de casta, clase social, cultura e ideología. Parecería que sólo él pudo acuñarlo, con su naturaleza bifronte y honda, pero como en toda su obra, la literatura le gana a la ciencia, y al hacerlo lo hace más profunda, aunque más polisémica. En su propia tesis doctoral refiere que ha encontrado indios en su investigación etnográfica en Asturias y así se acerca a la novela en la que treinta años antes había planteado la existencia de indios en Rusia:
—También en Rusia había indios ¿no? —me preguntó Cámac.
—Sí —le dije—. Pero no hablaban un idioma distinto que sus amos. Eran rusos.
—Y, ¿hablando el mismo idioma los maltrataban como a los indios de aquí?
—Sí, Cámac, como los señores de nuestras haciendas de la costa.
—¡Qué cosas, Gabriel! Cada uno es cada uno.«

La pregunta acerca de qué movió a los dirigentes de la Primera Junta a plantearse un trabajo específico sobre las poblaciones indígenas podría caer en el magma de encontrar los indicios sobre motivaciones personales, que siempre están. Pero también puede remitirse a una simple operación de dos más dos: las poblaciones indígenas estaban en un proceso profundo de inquietud y debate político. Salvo que un recalcitrante pensamiento colonial nos haga pensar que estas poblaciones se mantenían al margen de los debates acerca de las nuevas situaciones en Europa –así no tuviéramos un solo papel acerca de dichos debates–, deberían ser un punto de partida necesario. Por otra parte, convengamos que si las invasiones inglesas en Buenos Aires, habían acelerado un proceso de politización en el sentido más “moderno”, tenemos que reconocer que en diferentes regiones americanas, los indios llevaban la delantera. Los procesos mejor conocidos, son los del área andina, pero no son los únicos. La disputa por esta gigantesca fuerza no podía hacerse en otro terreno que en el de la política, y por lo tanto, desde la puerta en marcha del movimiento juntista en el Cono Sur, al menos, la disputa por ganar la voluntad de los colectivos indios fue una de las tareas de las fuerzas en pugna. Dirigentes virreinales y juntistas implementaron toda una artillería propagandística, compuesta por proclamas y bandos, discursos, púlpitos y rumores, para atraer la voluntad de los diferentes sectores indios: a la desgastada nobleza, a los sectores ilustrados, a las comunidades, a los indios urbanos y rurales.
Concebir las independencias como procesos blancos, negar la presencia indígena o incluso preguntarse por ella, es equivalente a interrogarse si habrá habido albañiles en la construcción de un edificio. Sólo puede hacerse a partir de una operación manipulatoria: borrar prolijamente a uno de los protagonistas de la foto.
No hay corpus documental sobre la Independencia en los Andes que no se refiera, de la forma en que sea, a la participación india. Pero la Historia no se escribió en el momento de los hechos, sino cuando los protagonistas ya no podían desmentirla, hacia fines del siglo XIX, con la creación de naciones modernas, que sólo reconocían en su relato a sujetos individuales –esforzados y geniales– que habían dejado un legado de ciudadanía republicana, liberal –es decir, blanca, masculina y propietaria–, aunque fuera sólo en el discurso. Las historias nacionales se escribieron de forma creativa, construyendo panteones mitológicos, y enterrando memorias colectivas. Después, la educación y la propaganda cívica hicieron el resto.
¿De dónde saldrían si no los miles de combatientes? No había por supuesto ejércitos pre-existentes en el sentido moderno, no había ejércitos nacionales y los coloniales eran muy exiguos. Ejércitos americanos, contra ejércitos americanos, los indios los integraron masivamente. No podríamos hablar en este caso de la Independencia como una insurrección indígena, ya que –a diferencia de las rebeliones del siglo anterior– prácticamente en ningún caso los indios dirigieron los procesos de manera autónoma. Pero esto no nos autoriza a pensar a estos sujetos como una masa informe, manipulada o compelida por las autoridades virreinales o juntistas.
No es este un espacio para exaltar el patriotismo o el sufrimiento de los indios en la contienda. La excepcionalidad de la guerra genera situaciones heroicas y abyectas en los diferentes bandos y diferentes propósitos, generosidades y crueldades impensables en tiempos de paz. Pensando desde las preguntas que nos plantea la situación actual de los indios, nos interesa destacar los empecinados ensayos de autonomía frente a la crisis, tratando de conservar aquellos rasgos que les permitieron recortar una identidad propia, en pos de la cual, procuraron preservarse de la violencia y la devastación; intentaron preservar sus bienes, su autonomía productiva y sustraerse a los trabajos forzados, sostener sus propias formas de lucha sus líderes… y particularmente defender con uñas y dientes aquello que sabían que estaba en peligro: sus tierras. En pos de estos objetivos, sumaron sus fuerzas a las diferentes fuerzas de la guerra, que nos han llegado hoy como los bandos españoles y patriota, pero que los indios entendieron bien que estos bandos eran múltiples y que ellos se acomodaban mal en unos u otros.


Carta de Lorenzo Apaza, dirigente de un levantamiento del Escuadrón Gaucho de Caspalá (integrado fundamentalmente por indios) a un Comandante de otro regimiento para sumarlo a la rebelión, en el que señala que ya no quieren seguir en guerras. Ya no había ataques realistas y los están intentando movilizar para las Guerras contra el Imperio de Brasil. Señala que todos los escuadrones gauchos del curato de Humahuaca “estamos comunicados con mucha anticipación, estamos a una voz, a la unión y libertad”. (1826)

Un elemento para la reflexión, es el desconocimiento que antes y aún hoy tiene la sociedad moderna del sujeto indio. Desconocimiento en los diferentes significados de la palabra: como ignorancia, pero también como negación de propiedad o atributo, o también como ingratitud. La palabra “desconocimiento” describe con bastante justeza una de las variantes de la colonialidad.
Los indios se sumaron al conflicto de la Independencia con sus caracteres distintivos: su particular relación con la naturaleza, que les permitía una enorme adaptación en las adversidades para seguir produciendo, y en este sentido, también abastecer a los enormes contingentes movilizados, durante tantos años; las prácticas de acción colectiva en todos los terrenos, que fortalecían las acciones en los momentos de crisis, y la persistencia en sustraerse a los intentos de disolución. Estos fundamentos se sostienen en el territorio y la defensa del mismo lo volvió al mismo tiempo, indispensables en la guerra.
En este sentido, su contribución a la construcción de futuros iba más allá del desbalance de las fuerzas anti-coloniales, o al triunfo en determinadas batallas. Estaba, y sigue estando, en la demostración práctica de una manera propia de concebir la realidad y de llevar su vida adelante; una manera rica, intensa, e interesante, como todos los pueblos del mundo, que reclamaba y reclama su lugar entre los mismos.
La historia revolucionaria y la inmediatamente posterior dan suficientes ejemplos de posibilidades diversas de convivencia entre las diferentes sociedades que se superponían en el espacio andino, que, como planteaba Arguedas, están “diferenciadas en su médula y evolucionan paralelamente”. El tránsito hacia las Repúblicas Oligárquicas –como las denominó Mariátegui– fue un camino tortuoso, plagado de resistencias de los diversos sectores populares, en algunos casos, con cierto éxito. Estos éxitos se vinculaban también a la existencia de múltiples sujetos, múltiples intereses y múltiples alianzas. La construcción de una historia binaria sobre el eje civilización y progreso se escribió hacia atrás como los bandos realista y patriota, y a este último como un sujeto ilustrado, suficiente en su heroísmo, para construir hacia atrás y hacia adelante lo que se dio a llamar Patria, aprisionando en el corset unívoco de Estado Nación al polísémico concepto que había impulsado a tantos combatientes a defenderla.
Los Estados Nación conjugaron la construcción de la ciudadanía restringida a este sujeto heroico con sus ingentes necesidades de recursos económicos a través de un sistema impositivo moderno, unificación de los mercados, etc. En pos de ambos objetivos, se lanzaron a la liquidación de las formas sociales previas, en particular el estatus de “indio”, de las comunidades y por ende del derecho colectivo a las tierras. Aspectos progresistas, desconocimiento/límites ideológicos y mera rapiña se entremezclan aquí en un todo que sólo puede desentrañarse a partir del estudio de situaciones particulares.
Sin embargo, un punto común en todos los estudios históricos, ya sea críticos o apologéticos, es destacar el conjunto de intereses que se arrojan sobre las riquezas de las comunidades: sus tierras, sus productos y su trabajo. En pos de este objetivo, sectores heterogéneos de poderosos esgrimieron formas estatales “modernas”, liberales, con argumentos científicos, sostenidos sobre principios universales, al mismo tiempo entremezclados con discursos patrimonialistas, patriarcales. Así, formas públicas e intereses privados se siguieron entremezclando. El patrimonialismo, como forma estatal propia del sistema colonial, se cubrió con los ropajes republicanos (recordemos aquí la “mediocre metamorfosis” a la que alude Mariátegui). Antiguos encomendados convertidos en arrenderos por la connivencia (por ideología o corrupción) con las diversas instancias estatales; nuevos sujetos, empresarios, comerciantes, convertidos en figuras políticas, siempre ubicadas en lugares donde pudieran percibir plusproducto de las poblaciones indias, que ven así multiplicadas sus exacciones.
Al mismo tiempo una nueva estructura signada por la concentración de las burguesías en regiones y producciones muy específicas, la orientación externa, al tiempo que la conformación de esferas separadas de explotación capitalista y de recreación de formas de servidumbre, generó una situación propicia para la continuidad de las viejas formas de intercambios coloniales más que para la formación de un mercado interno. Las ingentes necesidades de numerario de los estados nacionales y provinciales emplazaron a las autoridades a reactualizar las viejas formas tributarias coloniales, a falta de contribuyentes modernos. Así se recrearon los mismos efectos ya estudiados para la etapa colonial: la avidez de diversos personajes por adicionar pagos extras a los exigidos por el estado para su propio peculio, y la obligación de las comunidades de superar la producción para autoconsumo para satisfacer esta demanda.
¿Cómo no borrar entonces al sujeto de la foto? Los conspicuos fundadores de la Historia Oficial, con Mitre a la cabeza, montaron toda una ingeniería reivindicatoria y ocultadora, cuyos efectos se re-actualizan hasta hoy. En las modulaciones más liberales, con una ciudadanía homogénea o en las más patrimoniales, en los que los indios debían volver a entregar su patrimonio y su trabajo en forma gratuita y violenta, su protagonismo en la etapa mítica de origen, la Independencia, era inadmisible.
Las comunidades reaccionaron a las reformulaciones de la opresión, como habitualmente lo habían hecho, en un arco de acción política que iba desde la queja, el boicot, el reclamo judicial, hasta el estallido. En todas ellas aparece nuevamente la sombra de la Independencia como referencia. Esta síntesis debería empezar por preguntarse cómo y por qué a pesar de la legislación liberal la existencia de dos entidades superpuestas, con múltiples vasos comunicantes, pero con lógicas irreductibles, sigue estando presente en la actualidad, a pesar del progresivo deterioro de las condiciones de existencia de los sectores indios. Su persistencia como sujeto social irreductible, demuestra una y otra vez que lejos de ser destruido, aunque su memoria se extirpe de la historia americana, lejos de desaparecer, cada instancia aparece como capítulos de sucesivas transformaciones/adaptaciones/resistencias en una lucha secular.
La persistencia de la injuria, y el desconocimiento, nos da indicios, de lo contrario, de la intuición de un sujeto social del cual se desconfía, se teme y que tiene suficientes recursos económicos, culturales y políticos como para despertar la codicia de diversos poderosos, que se dedicaron a rapiñar y erosionar sostenidamente las fuerzas indígenas.
En la segunda década del siglo XXI, espectadores azorados de un nuevo capítulo de esta larga transición, donde se combinan declaraciones de Patrimonio de la Humanidad, la minería, la desforestación, todas plagas que se refuerzan hasta el infinito con la actual pandemia, no debe llamarnos tanto la atención el grado de destrucción, sino fundamentalmente debemos admirarnos por la fuerza de estas poblaciones para resistir enemigos tan titánicos a lo largo de siglos, hecho que otorga fundamento material a aquellos que, como Mariátegui y Arguedas, las incluyeron entre las esperanzas de cambio social a escala continental.

De la misma autora:
Organización y programa político de los “gauchos” de Jujuy a fines de la Guerra de Independencia
http://investigaciones.uniatlantico.edu.co/revistas/index.php/Historia_Caribe/article/view/2432
La derrota de los victoriosos y la derrota de la otra transición
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Gabriela Gresores es docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales UNJU.

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