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Hábitat y pandemia: las fronteras disciplinarias del verdadero ejército invisible

por La Marea

La emergencia hoy, es cambiar el mundo

 

Escribe Paula Boldrini 

La autora de este trabajo, docente e investigadora, reflexiona sobre lo que ella señala como el “ejército invisible” que opera sobre nuestras vidas cotidianas mucho antes de la llegada del Covid-19, advirtiendo que las medidas y soluciones pueden restringirse a la pandemia o dar saltos cualitativos imprescindibles para derrotar la desigualdad.

El compromiso de buena parte de los profesionales latinoamericanos en los problemas o necesidades sociales se establece y desarrolla de manera fragmentada, en campos disciplinarios que operan en forma aislada. La correspondencia naturalizada y casi mecánica de una disciplina a un determinado requerimiento social suele, como mucho, complementarse o aggiornarse con aportes de otros conocimientos, considerados solo sutilmente relacionados al proceso. Dentro del ámbito académico, cada Facultad resguarda un listado de incumbencias protegido celosamente, de manera tal de sostenerse aislada social, física e instrumentalmente del resto. La única frontera desdibujada entre ellas es ideológica, estructura intangible que comparten en forma silenciosa y profunda.

De esta forma, una parte del campo académico evidencia la desapropiación automática de las demandas sociales, ostentando una de las más grandes victorias del neoliberalismo y el capitalismo sobre el conocimiento. Su contrario lucha diariamente por establecer teorías y espacios que entrelazan sujetos, experiencias y producción de conocimiento compartido. Estas lógicas contrapuestas se disputan espacios e ideas en el proceso de formación profesional.

Hace pocos días, estudiantes de la carrera de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán, a punto de recibirse, me contestaban con sinceridad y certeza, que la situación de pandemia era menester de la medicina. Afirmaban que la arquitectura se encontraba al margen de este problema. Su genuina e inocente adhesión a la reproducción del modelo académico imperante me hizo recordar otra anécdota, en la que un joven arquitecto que investigaba tecnologías sociales en comunidades campesinas me decía que algún día, tal vez volvería a practicar la arquitectura; separando su rol social del “verdadero” arquitecto, exitoso diseñador y constructor para sectores con poder adquisitivo. Puede verse el modo en que, incluso quienes se proponen orientar su conocimiento al servicio del pueblo, mantienen fuertes contradicciones ideológicas que cuestionan su elección y su práctica. Tan potente es el sello que han dejado y sostienen con éxito los reproductores del modelo deshumanizado de profesional, que opera como traición y subalternidad en quienes ponen las necesidades sociales por delante, verdadero motor de la producción de conocimiento liberador.

Para ser consecuentes con este modelo de conocimiento para el mercado, una parte importante de nuestras universidades ha quedado paralizada en plena crisis planetaria. De la mano de un sector universitario que intenta continuar la rutina a cualquier precio, avanzan desconociendo obstáculos (tales como la carencia de soporte y estrategias pedagógicas virtuales, nulo funcionamiento administrativo, docentes en crisis, estudiantes aún más alienados), sin torcer el eje de la educación aislada del mundo. Esta elección de seguir “adelante” indefectiblemente, refuerza –en ámbitos como la arquitectura– la idea de que el pueblo puede esperar, donde la pandemia es menester de otro campo disciplinar, fuera de la institución, entre otros argumentos incompatibles con la posibilidad de que la crisis redunde en aprendizaje y transformaciones profundas. Se trata de una contradicción histórica que acompaña los modos y sentidos que asume la producción de conocimiento, arena donde se dirimen fuertes disputas ideológicas. 

La epidemia de cólera en Europa durante el 1800, demostró que la medicina sola era insuficiente para revertir el problema sanitario. Fueron las mejoras de las condiciones de hábitat las que lograrían detener la expansión de la enfermedad. Pero esa experiencia originó también el hasta hoy arraigado urbanismo higienista, tan dolorosamente instalado para separar lo bueno de lo malo, lo limpio de lo sucio, estereotipando y uniformando la respuesta habitacional. A este modelo se contraponen los valiosos desarrollos vinculados a la participación en la producción del hábitat.

El chagas en Latinoamérica, evidenció la incidencia de las condiciones habitacionales campesinas en la propagación de la vinchuca. Una enfermedad considerada propiedad de pobres, que por consiguiente no mereció tantos recursos para desarrollar terapéuticas y que, nuevamente, puso a la producción del hábitat en la disyuntiva entre resolver nuevas viviendas bajo los modos de hacer locales, o el tristemente ganador modelo de reproducción habitacional seriada con tecnologías constructivas foráneas que supeditaron la lógica social a la comercial. Esta disputa continúa y cuenta hoy con una multiplicidad de experiencias y desarrollos de tecnologías apropiadas que avanzan incluso en políticas públicas respetuosas de la identidad y modos de hacer de los pueblos.

Más tarde el dengue se presenta como embate que opera sin sesgo de clase, aunque la mirada sistemática demuestra que mientras para unos depende del cambio de hábitos familiar, para otros depende de mejoras en el espacio público o peor aún, la falsa idea de que solo con educación podrían revertirse esos mismos hábitos familiares, pasando por alto y sin modificar las condiciones de pobreza estructural. De nuevo se propaga la idea del “pobre bueno”, que puede dejar de elegir las malas costumbres para finalmente tomar el buen camino. Esta ficción impregna las ideas de una mayoría que pasa por alto la profundidad de las heridas de clase, de una desigualdad que hoy también es foco de amplios sectores que proponen políticas de integración territorial y urbana.

Hoy el nuevo enemigo, conocido como “ejército invisible” o Covid-19, arrasa con miedo y aislamiento social, además de muerte. “No distingue clases sociales”, se difundía inicialmente; no obstante, la curva controlada se dispara a casi dos meses del aislamiento en los barrios populares, esos que serán responsabilizados seguramente por no cumplir una cuarentena imposible, en una realidad que ya vivía en emergencia hace décadas. En estos barrios las condiciones de vida impiden el cumplimiento del aislamiento físico por una diversidad de causas que van desde la precariedad y hacinamiento habitacional, hasta la dificultad de resolver el sustento cotidiano sin trabajar a diario en tareas informales fuera del hogar. No obstante, allí es donde emerge la organización, el valor de los movimientos sociales y el esfuerzo colectivo para prevenir y detener el avance de la pandemia; acompañados por profesionales que proponen medidas, políticas y lógicas contra-hegemónicas.

Una vez más, las crisis son oportunidades para todos…, progresistas y neoliberales. Los últimos cuentan con el verdadero ejército invisible, el ideológico, operando con sus más despiadadas estrategias tangibles e intangibles.

¿Qué perspectiva nos queda a los que decidimos dar la disputa cultural, científica y económica?

En plena crisis planetaria y a nivel nacional luego de cuatro años de desmantelamiento sistemático, el sistema científico argentino a través del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) se pone de pie. No sin contradicciones deja atrás una etapa de fuertes confrontaciones que afirmaron y avanzaron en la necesidad de democratizar, ampliar y profundizar el rol de la ciencia en el desarrollo social. Las ciencias básicas lograron evidenciar rápidamente significativos aportes vinculados a la emergencia (secuenciación del virus, tests rápidos, rediseño de respiradores, seguimiento del virus, entre muchos otros).

Las ciencias sociales, por su parte, avanzan posicionándose como herramienta para comprender y operar en la realidad concreta, de la mano de una multiplicidad de equipos que ya destinaban tiempo y esfuerzo a la tarea articulada con comunidades y organizaciones sociales. Este antecedente favorece la reorientación de acciones en esta crisis particular, valiéndose de la existencia de vínculos habilitantes para planificar medidas concretas. Tal es el caso del informe social elaborado por diversos grupos de investigación de institutos orientados a las ciencias sociales de todo el País, que permitió conocer los obstáculos inherentes al cumplimiento de la cuarentena, avanzar en la formulación de protocolos sanitarios en barrios populares, propuestas para la mejora del hábitat en situación de emergencia, y la lista podría continuar.

Estos esfuerzos se desarrollan en permanente disputa con quienes promueven una academia atrincherada en la enajenación por sostener cronogramas hoy vaciados de sentido, que no han hecho más que alentar la sobre-adaptación, intentando anestesiar la enorme capacidad existente para contribuir de múltiples modos en esta emergencia, pensando y operando en comunidad, identificando las verdaderas necesidades junto a los modos más honestos y variados de resolverlas en cada lugar de nuestra valiosa y castigada Latinoamérica.

Un continente que se sigue preguntando si es posible un capitalismo humanizado, cuando ha quedado demostrado que la precariedad laboral y los sistemas de salud cayeron frente al virus. Salvo contadas excepciones, los mayores discípulos del modelo hegemónico han mostrado inconsistencia a la hora de resguardar sus pueblos, cuando no han elegido la preservación del engranaje económico por encima de la vida de su gente. Más que el virus, nos mata la desigualdad. Con trabajo y vivienda digna todos podríamos llevar adelante la cuarentena, respaldados por un sistema de salud amplio y sólido. No obstante, son estas carencias las que provocan la crisis, la pandemia las agudiza.

¿Cuál es el rol de los técnicos, profesionales y científicos en este nuevo escenario? Las disciplinas (científicas… y cotidianas), las agendas impuestas, los modelos de éxito destructivos y alienantes serán derrotados por quienes se atrevan a pensar y crear nuevas estructuras resueltamente revolucionarias. Para eso es necesario impulsar el conocimiento basado en las verdaderas necesidades sociales a fin de planificar mundos a contramano del nuestro, fortalecerse en la tarea colectiva, en el reconocimiento de los compañeros. Porque la felicidad no existe, si no es compartida y de todos.

Paula Bondrini es docente e investigadora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT y CONICET.

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3 comentarios

Unknown junio 25, 2020 - 4:20 pm

excelente, alentador… vamos a seguir inventandonos estructuras resueltamnte revolucionarias para poner la ciencia al servicio de la gente!!!!!!!!!!!

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Unknown junio 21, 2020 - 8:14 pm

excelente

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Jorge Voss junio 21, 2020 - 8:14 pm

Ambición, por encima de todo. No existe el sueño generoso.

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