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Vigencia del pensamiento de Pichon-Rivière (del Nº 28)

por La Marea
A cien años del nacimiento de Enrique Pichon-Rivière y treinta de su muerte
Entrevista a Ana Pampliega de Quiroga

Por Rosa Marcone *  

Ana Quiroga repasa los orígenes, fundamentos, desarrollo y actualidad de la obra del Dr. Pichon-Rivière, fundador de la psicología social argentina y de la escuela de la especialidad que ella dirige. 
 

Este año se cumplen cien años del nacimiento de Pichon-Rivière, ¿qué significación tiene el hecho en la trayectoria de una escuela que sigue su pensamiento?
–El centenario es algo más que un número, en la medida que habla de la vigencia de su obra, de su trascendencia. Al hablar de trascendencia nos referimos a su pensamiento, a su tarea formativa, a las líneas que abrió en el campo de la salud mental. Esto lo realizó tanto desde su práctica como psiquiatra, como en el área del psicoanálisis. Más tarde concretará un pensamiento original, autónomo, al que denomina Psicología Social. Este aniversario constituye una excelente ocasión para pensar a Pichon y lo que se desarrolló a partir de su obra. El mayor analizador de su vigencia es la expansión que alcanza hoy su pensamiento.
Si bien en muchos espacios sigue siendo explícitamente ignorado, lo elaborado por Pichon como maestro y por los que somos sus discípulos, ha logrado sostener su presencia, y crecer en ella. Hoy en nuestro país y en Latinoamérica hay muchísimos lugares en los que se enseña su teoría, la psicología social pichoniana. Me refiero a las distintas escuelas de psicología social y también –con mucha alegría– a los espacios universitarios que se nos han abierto. Quizás algunos piensen que esta valoración encierra una concepción academicista, pero ocurre que en las universidades nacionales estudia la mayoría de la gente, no tanto en las instituciones privadas. El tener vigencia en las carreras de grado o de postgrado vinculadas a la psicología y a la salud mental y también en una diversidad de carreras que necesitan de la psicología social para su ejercicio –por ejemplo, arquitectura, derecho, comunicación social, medicina, entre otras–, habla de un avance en lo teórico y práctico, de una integración e instrumentación de saberes.
Estamos respondiendo a necesidades de conocimiento existentes y emergentes. Por eso insisto en la vigencia, tanto como en el carácter anticipatorio de la elaboración pichoniana, que siempre tuvo en cuenta la multiplicidad de articulaciones, de inserciones que la psicología social estaba destinada a alcanzar. A estos logros hay que sumar otro capítulo importante en el desarrollo de lo “pichoniano”, como son las intervenciones en el ámbito comunitario. En la escuela fundada por Pichon y en otras, esta tarea ocupa un lugar significativo. Y son muchas las instituciones que nos convocan para este tipo de práctica. Esto implica un interesante plano de legitimación social por el que tanto hemos luchado.
–¿Cómo es la dimensión latinoamericana de esa presencia?
–Es significativo que el pensamiento de Pichon sea reconocido no sólo en Argentina, sino que se lo trabaje en Méjico, Brasil, Chile, Uruguay, Colombia… Se lo comienza a conocer también en Europa, particularmente en España, Francia (tanto en Lyon en este momento como en París VII), Italia y Suecia, donde trabaja un conjunto de grupalistas de Gottemburgo con los que estoy vinculada, que lo traducen, investigan, y desarrollan su tarea desde ese marco teórico.
–Esto se ha hecho con esfuerzo y como contracorriente. ¿Por qué en otros ámbitos, como decías recién, ha sido olvidado, borrado?
–En esto entra en juego la historia de Pichon, su enfrentamiento con un pensamiento hegemónico al plantear cuestiones centrales que hacen a la concepción de sujeto, de psiquismo, de salud mental. Él era un profesional, un pensador que alcanzó influencia inmediata desde su actitud, su desarrollo pionero en el psicoanálisis (recordemos que fue integrante del grupo fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina). Ese grupo pionero de Argentina fue modelo formador en Uruguay, Brasil, y tuvo resonancia en Francia y Suiza en la década del 50. Esto se dio particularmente a través de Pichon, relacionado entonces con Lacan, Lagache, Hesnard, Nacht y otros pensadores europeos. Obviamente, también estaba relacionado con la escuela psicoanalitica inglesa, particularmente con Melanie Klein. En ese momento, en la Francia de posguerra se desarrollaba un movimiento muy interesante en la psicología del que se nutría y participaba Enrique en un intercambio activo. Se habían generado nuevas aperturas hacia la fenomenología, el existencialismo, el marxismo, entre otras líneas de pensamiento. Sabemos como son de chauvinistas los franceses; pensaban que Pichon era francés. Así lo tomaban. Por eso Henri Ey, maestro de la psiquiatría, hablaba de él como “nuestro gran hermano del sur” (el sur era la Argentina).
En un momento dado (años ‘40 y ‘50), Pichon expresó un pensamiento de vanguardia en muchísimas áreas, en la específica de la salud mental, en la de la estética y en distintos campos de la cultura, procesos de creación, etc.
En esas grandes conmociones de la primera mitad del siglo XX y las de posguerra se dio un movimiento en el que el psicoanálisis se insertaba con mucha facilidad y frente al cual se generaron muchísimos interrogantes desde distintas corrientes de pensamiento. Los problemas que interpelaron y cuestionaban a los seres humanos en los primeros 50 años del siglo encontraban intensa resonancia y expresión en lo artístico, lo científico, en el campo de salud mental, en los dispositivos, en las teorías, etc.
En un momento dado Pichon expresó un posicionamiento muy avanzado, pero guardó siempre una línea, una coherencia muy grande. Su compromiso fundamental era con el conocimiento. Y en la medida que fue trabajando, vivió una crisis de marco teórico. Encontró que la concepción psicoanalítica, con su perspectiva intrapsíquica daba muchas respuestas, pero la complejidad de la vida psíquica no se podía explicar sólo desde allí, que debían ser incluidas otras dimensiones que la práctica clínica mostraba operando con eficacia causal. De esa práctica él extrae la conclusión de que debía abordarse necesariamente la dialéctica intrasubjetividad-intersubjetividad.
–¿Podrias precisar esta cuestión, que encierra claramente una polémica?
–Pichon entendía que aún en lo más rudimentario e inicial de la vida psíquica, no había áreas que no estuvieran marcadas por procesos de relación, por interacciones, por un orden socio-histórico. Esa presencia fundante del orden social, relacional, debía ser tenida en cuenta en la concepción de subjetividad. Por eso va más allá que el psicoanálisis, para el cual el sujeto es un sujeto “relacionado”, y habla de un “sujeto productor y producido” en una praxis que se da siempre con otros… Introduce como cuestión fundamental la problemática de las relaciones reales, de lo que ocurre en las relaciones objetivas, en el sentido de que ellas no son sólo de lo que se denomina “producción subjetiva”, creación fantaseada del sujeto. Hay otros, concretos, que se mueven hacia la gratificación o la frustración, que crean condiciones de existencia, de experiencia.
Desde la perspectiva dominantemente intrapsíquica del psicoanálisis quedaban fuera de análisis y comprensión aspectos fundamentales del sujeto, de la salud mental, de la relación del sujeto-sociedad. Se había estructurado y consolidado, pese a ciertas concepciones e ideas muy fecundas y develadoras que son aporte incuestionable del psicoanálisis a la comprensión de la vida psíquica, una concepción idealista, metafísica. Pichon tenía una base dialéctico-materialista en su formación, que no le operó en el inicio como un obstáculo, dado lo innovador que el pensamiento freudiano implicaba en un terreno desierto de saberes, como era la psiquiatría entonces. Sin embargo, fue creciendo en él una contradicción, que no se daba en abstracto, desde marco teórico a marco teórico sino, como dije, a partir de la propia práctica. Creo que lo hemos señalado insistentemente en distintos trabajos y citando a Enrique, que la elaboración pichoniana tiene un punto de inflexión fundamental cuando se interroga y crece en la comprensión acerca del lugar del otro, de los otros, en particular el lugar de la interacción del grupo familiar en el proceso de enfermarse, como también en el proceso de la gestación o de la reparación de la salud.
Desde allí define que la unidad de análisis del proceso de enfermarse, la unidad mínima, tiene que ser el grupo familiar o el grupo inmediato, y que además este grupo inmediato es también recorrido por determinaciones de orden institucional, social, etc. Se empalman entonces los hallazgos clínicos y los interrogantes que estos plantean con una concepción de sujeto como ser esencialmente social y con un hacer que demuestra, en los hechos concretos, que el sujeto humano sano o enfermo es el emergente o síntesis de una infinita red de vínculos y de relaciones sociales.
Abandona entonces su perspectiva previa y da pasos fundamentales en la elaboración de una nueva teoría, hecho del que Pichon no era aún totalmente conciente. Al alejarse de esa perspectiva en ese momento histórico (lo vamos a ir ubicando en las décadas del ´50, ´60,´70 con distintas definiciones), rompe con un pensamiento que se había tornado hegemónico en el campo de la salud mental y eso es lo que va a conducir a mucha crisis personal, como él mismo lo expresa en el prólogo a Del Psicoanálisis a la Psicología Social. Pichon tuvo en ese tiempo un largo período eleborativo y de gran fecundidad conceptual. Pero experimentaba cierta dificultad para publicar porque, como dije, vivía una crisis profunda. Esto quizás dio lugar al mito de que Pichon no escribía. Escribía, sin duda, de lo contrario la publicación de su obra en 1971 no hubiera requerido tres tomos.
–Hablaste varias veces de crisis…
–Crisis porque seguía un nuevo camino, del que estaba convencido pero a la vez tenía que romper con concepciones de las que el había sido uno de los principales promotores. Y no eran sólo concepciones, eran pertenencias, vínculos, historias… Además que Pichon valoraba intensamente muchas de las ideas del psicoanálisis, como la de la dialéctica entre procesos concientes e inconcientes, la del llamado sentido del síntoma, la de conflicto psíquico, junto a las que tienden a dar cuenta de ciertas formas del desarrollo temprano. Todas estas ideas habían sido orientadoras en su trabajo sobre la psicosis. Ocurría que tenían que ser repensadas a la luz de otros conceptos fundamentales a los que ya aludí, por ejemplo, la dialéctica intra-subjetividad-intersubjetividad, el concepto de vínculo, nodal en el pensamiento de Enrique, y muchos otros.
–Pichon atravesaba una crisis, y quienes se habían formado junto a él sentirían un impacto por ese cambio de perspectiva. Imagino en muchos el desconcierto, hasta una vivencia de abandono o traición…
–Uno de los rasgos que se admiraba en el Pichon que conocí era su inteligencia, pero tanto o más valiosa era su coherencia, su honestidad intelectual. Pichon sabía que con ese cambio tenía mucho que perder, y no sin dolor y padecimiento asumió el riesgo. No habría podido vivir con una impostura, que era algo que detestaba; era una conducta personal y social que le apasionaba investigar y para la que tenía una particular sensibilidad, quizás porque estuvo frecuentemente rodeado de ella, como ocurre con las personas muy generosas, sin capacidad de medida en el dar, en el promover. En unos eso generaba reconocimiento, en otros, impostura.
También había dolor por esa vivencia de traición… o una interpretación de su cambio como una forma de locura, de deterioro. Para algunos resultaba inexplicable, para otros, intolerable, una imperdonable transgresión. Sin duda, algunas de estas reacciones implicaban fuertes divergencias ideológicas.
Para Pichon posicionarse desde esa concepción de sujeto esencialmente social, con un psiquismo desde el inicio abierto al mundo, que se constituye en y por su relación con el mundo y no desde principios anteriores a la experiencia, no era sino lealtad a lo que encontraba en el campo del conocimiento. No podía retroceder de allí, y en consecuencia dio lugar a esa condena, vigente todavía en muchos ámbitos y que se expresa en la tendencia a alojar a Pichon en un período histórico o en el área de los grupos. Acerca de Pichon sobran anécdotas, y a veces tras la anécdota se oculta al pensador. La complejidad y unidad de procesos que abarcó su investigación es muchas veces negada, lo que termina arrastrando también lo que le ha sido reconocido. Es así que la figura de Pichon “desaparece”.
–¿Y esto cómo se efectiviza?
–Pasa de ser un maestro de la psiquiatría argentina, formalmente conocido así, a un olvidado de la psiquiatría y un autor eventualmente leído acerca de la teoría de los grupos.
Vos me planteás que la vigencia de Pichon se ha logrado con lucha. Sin duda. Algo de esa lucha se entiende por lo que enfrentó, por su reposicionamiento. El otro aspecto de la lucha está en que Pichon era en forma permanente un maestro y promotor de ideas. Eso dio lugar a que generaciones de discípulos continuáramos ese trabajo. Si su pensamiento hubiera sido un delirio o una versión equivocada de la realidad se hubiera cumplido esa condena de desaparición. Sin embargo hoy tenemos el orgullo de ver que la gente encuentra en la teoría pichoniana, en la psicología social, un instrumento, y dicen “cuánto faltó en mi formación al no tener estas herramientas que ahora encuentro y me potencian”. Esto es válido tanto para quienes cursan posgrados con esta orientación, como para los que cursan la carrera de Psicología Social o los que de algún modo acceden, hasta la concepción de Pichon acerca del arte, la creatividad, la cotidianidad. Se encuentran con un pensamiento iluminador, que les abre caminos, que los estimula a pensar autónomamente, con nuevas aperturas. Esto que nos enorgullece no surge de la casualidad sino de una causalidad que es intrínseca a ese pensamiento que da respuestas, no todas, pero da respuestas a muchos de los interrogantes que nos planteamos. Me apena que Enrique no viva esto. Pero él sabía de ese impacto de sus ideas y las compartía con sencillez. Enrique supo, en muchas ocasiones de su vida, de la gratitud y el reconocimiento. Lo supo en particular y lo conmovió profundamente cuando en plena dictadura, el 27 de junio de 1977, pocos días antes de su muerte y en ocasión de cumplir 70 años, nos reunimos más de 2 mil personas en el teatro Sha para homenajearlo. Fue algo inolvidable por el clima que se dio. Por tres horas sus alumnos, sus amigos, su familia, distintas figuras de nuestra cultura, experimentamos un clima de cercanía, de libertad, de solidaridad. Todo lo que existía, sin duda, pero que el terror impuesto por el Proceso llevaba muchas veces a silenciar, a mantener oculto con una cierta clandestinidad de ideas y sentimiento.
–En relación a este compromiso con el conocimiento, con una práctica, con el padecimiento de los otros y la posibilidad de reparación, ¿en qué lugar ubicás su papel en la fundación de instituciones que son importantes para que su pensamiento y práctica sigan vivos?
–Bueno, Pichon fue siempre un fundador de instituciones, porque otro de los elementos de coherencia es que desde el comienzo de su formación hasta el final de su vida, fue creciendo en él la comprensión de lo que significa el intercambio, el pensar juntos y los fenómenos de grupalidad. Una de las primeras instituciones que fundó fue la Asociación Psicoanalítica, y se sentía muy orgulloso de ser miembro de la Sociedad de Neurología y Psiquiatría en la que fue incluido muy joven como miembro titular. Siempre buscó espacios de diálogo e intercambio, y fundó lugares en los que esto fuera posible, con presencia en la vida social de una comunidad, que era el sentido de esa búsqueda de saber. Esto lo llevó a participar en instituciones dispares, aunque lo común era la concepción de un espacio de pensamiento y lo grupal como instrumento de elaboración. Exploró distintos campos del conocer y en cada uno dejó improntas. Hay que mencionar también la Asociación de Grupos y esa institución casi olvidada, que con la Escuela de Psiquiatria Social fue ámbito de su reposicionamiento: el IADES. Allí Pichon encaró estudios a nivel de opinión pública, actitudes sociales, organizaciones, motivaciones en la conducta electoral, en el prejuicio, realizó intervenciones comunitarias…
–Imagino que fue un cambio enorme para esa época, del consultorio a la calle, a un barrio, a una organización…
–Empieza un proceso por articular lo que él comprendía en el ámbito de lo terapéutico, de su posicionamiento ideológico político en sentido amplio –me refiero a su concepción del hombre y la sociedad–, de su práctica en el ámbito institucional y en el de la investigación de la opinión pública. Ese terreno de conocimiento había sido explorado en la posguerra particularmente por la psicología social americana. Pichon no lo aceptaba acríticamente, pero era lo más desarrollado en el tema y lo que nos llegaba. Los textos de Reich y la Escuela de Frankfurt no estaban a nuestra disposición como en los ‘70.
Pichon era un hombre de pensamiento abierto, que en función de investigar no se clausuraba a la escucha y a realizar prácticas e investigaciones. Abordó esas teorías, que en general no compartía pero que implicaban haceres que él podía repensar a partir de su propio marco teórico. Es frecuente en la obra de Enrique encontrar un concepto que le resultó inspirador y que él redefine desde otra concepción. Las prácticas de investigación social que realizó aportaron a un salto cualitativo hacía la idea de una psiquiatría social.
–¿Por qué Pichon cierra la Escuela de Psiquiatría Social y crea una escuela de Psicología Social?
–Porque en el ´65-66 comprende que está pensando desde otro marco teórico, tanto en su práctica terapéutica como en las intervenciones comunitarias o a nivel institucional y de trabajo grupal. Todo se hacía desde el marco teórico que llamaba psicología social. Es cuando asume como una producción propia lo que llama Esquema Conceptual Referencial y Operativo (ECRO). Este tránsito fue hecho con entusiasmo, pero a la vez significaba mucha conmoción. Hablo de transito y conmoción, no solo desde Enrique, sino desde sus colaboradores y quienes éramos sus alumnos. Redefinir una institución en movimiento no es tarea fácil. En principio, era revolucionario transformar una escuela de posgrado en una escuela abierta a quienes quisieran conocer ese marco teórico, convocados por la problemática del sujeto, de su conducta, de la sociedad, de la vida cotidiana. No todos los que lo acompañaban comprendían o compartían la propuesta, aunque tuvieran una gran adhesión personal a su maestro.
Pichon entendía –y creo que no dimensionó adecuadamente la complejidad de ese movimiento– que si él dictaba todas las clases de primer año, se sentaban las bases del ECRO en quienes estudiábamos allí. Así nos conectamos con sus ideas fundantes. Entre ellas lo que hoy se conoce como teoría de la conducta y en aquel momento teoría de la enfermedad única, que es su propuesta de comprensión de la patología mental.
Pero si analizamos hoy aquellos programas, vemos que aprendimos muchísima psicopatología pero una psicopatología psicoanalítica, que además ni siquiera estaba coherentizada en términos de líneas. Y que se desgajaba, no tenía relación con la concepción de Pichon. Como en toda historia institucional, la Escuela de Psicología Social debió transitar por distintos pasos hasta darnos cuenta cuál era el marco teórico a trabajar, incluso qué era lo que debía ser seleccionado y planteado como objeto de conocimiento.
Me estoy metiendo en la historia de la escuela desde el doble rol que me tocó jugar: el de alumna y a la vez colaboradora de Pichon, y asumir un rol activo en la otra escuela contemporánea, la de Tucumán. Esto implicó un diálogo permanente en el que Enrique tuvo la generosidad de ubicarme como interlocutora, pero una interlocutora que estaba atravesando también la situación de aprendizaje. Esto lo ayudaba a reflexionar qué era lo que debía ser enseñado, qué significaban las redefiniciones teórico-prácticas e institucionales que había realizado.
–Parece haber sido un proceso trabajoso lograr la identidad institucional y académica coherente con las concepciones pichonianas.
–Sin duda, fue un trabajo de muchos años, de mucho compromiso. En esto fue fundamental contar con los textos de Pichon. Y también la fundación de otras escuelas en el país; nos ayudó a pensar estructuras y contenidos dispositivos. También contribuyó el intercambio con otras instituciones y corrientes de pensamiento; no somos ni queremos ser una isla ni una secta. Hemos pasado varios procesos de redefinición de contenidos y hemos logrado ir ajustando el perfil de las ideas centrales de Pichon-Rivière con un desarrollo actual, que responda a los interrogantes que dieron lugar a la gestación del marco teórico y a los que se nos plantean hoy, en que tanto se ha modificado la subjetividad y la vida social.
Entonces los 100 años son casi un pretexto, sobre todo porque Pichon no está. Pero es una ocasión para reflexionar qué pasó con este pensador que cayó en la oscuridad, que tuvo tantas vicisitudes, que tuvo tanto coraje para pensar, que creó tantas cosas, que elaboró una línea de pensamiento en Psicología. Analizar cuáles fueron las alternativas de esa creación y cuales fueron las alternativas de continuidad. Como te decía al principio, es una ocasión, para que en jornadas, encuentros, textos, se piense en lo que realizó, en su obra. También es importante que quienes hemos tomado el camino que él abrió reflexionemos sobre lo que estamos haciendo en relación a aquellos interrogantes, redefinidos desde el siglo XXI. El posicionamiento es el mismo, los fenómenos con los que nos encontramos son diferentes.
Hay frases de Pichon que son imposibles de obviar para entender su obra y cuál es hoy nuestra responsabilidad. Una de esas frases está en el prólogo a su obra Del Psicoanálisis a la Psicología Social: “el sentido de mi tarea ha sido indagar la estructura y el sentido de la conducta hasta descubrir su índole social”. Otra dice: “he buscado saber del hombre y saber de la tristeza”. ¿Por qué? Porque Pichon tuvo un compromiso incondicional ante el padecimiento; no lo dejaba pasar sin implicarse en la búsqueda de alivio. El padecimiento que existe en el mundo es mayor al del momento en que Pichon comenzó a pensar estas problemáticas. Y no era pequeño, porque era época de guerra, del nazismo y lo que se fue desarrollando después. Pero nosotros hemos tenido que pensar y hacer en las dictaduras, en los genocidios, en el fenómeno de la globalización, en cambios en la subjetividad.
Uno se pregunta: ¿a dónde vamos? Y el a dónde que entrevemos entra a menudo en contradicción con lo que entendemos desde esta concepción de hombre y de salud mental, que tiene que ver con la capacidad de “insight”, de identificación, de creatividad y aprendizaje. No quiero ser apocalíptica, pero nos encontramos con condiciones objetivas obturantes, que conducen a la fragmentación, al aislamiento, que vulnerabilizan al sujeto. Por eso hablamos del “horizonte de amenaza”, del “terror de inexistencia” que seguimos viendo operar con distintos matices a lo largo de los últimos veinte años. También vemos que ante lo que se destruye hay reacción y lucha para recrear redes identificatorias, intentos significativos de construcción colectiva de salud mental; es alentador y nos marca caminos de inserción y tarea. Esto es un elemento de vigencia del pensamiento de Pichon, si nos permite entender qué está ocurriendo en el “nuevo orden mundial”. Nos dice que ese posicionamiento no era equivocado y que nos hemos apropiado de ese pensamiento y hemos podido llevarlo adelante.
–Tomando el eje del padecimiento, ¿qué pensás sobre la tarea de la psicología social hoy y de nuestro campo de acción?
–La psicología social pichoniana no tiene demarcado un territorio; es una concepción que sostiene la idea de sujeto social y una disciplina centralmente clínica. ¿Cuál sería la relación entre clínica y padecimiento? El término clinos en griego quiere decir lecho donde yace aquel que padece, si bien se lo restringe al trabajo médico o de cura de una enfermedad. Cuando digo que es un hacer esencialmente clínico me refiero al compromiso con el padecimiento y lo que es su necesaria contracara; es decir, uno se compromete con el padecimiento para aliviarlo, pero también para prevenirlo.
Parece ingenuo pensar en la felicidad, cuya posibilidad estaba en la idea de Pichon, que no tenía un sentido trágico de la vida. Por eso vale la pena difundir esa frase tan linda que me escribió en un collage: “El que se entrega a la tristeza renuncia a la plenitud de la vida. Para sobrevivir, planificar la esperanza”. Pichon buscaba que cada ser humano pudiera alcanzar la plenitud de la vida. Nosotros tomamos esa bandera, por eso es tan importante lo que tratamos de hacer en trabajo comunitario, en el que albergamos problemas no necesariamente definibles desde la psicopatología, pero sí de altos niveles de conflicto y padecimiento que requieren un espacio y dispositivos particulares de intervención allí donde ese padecimiento y ese conflicto se manifiestan. Hay terapeutas pichonianos que abordan solventemente lo patológico desde este marco teórico. Pero la psicologia social en su conjunto tiene un sesgo esencialmente clínico, en tanto ligado a la promoción de salud, al alivio del padecer.
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* Rosa Marcone es es Psicóloga Social y Profesora de Filosofía. Rectora del Instituto de la Primera Escuela Privada de Psicología Social E. P. R.
Publicado en el Nº 28 (ver sumario).

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