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José de San Martín: un ejemplo para el pueblo argentino

por Jorge Brega

Como tantas veces a lo largo de la historia, hoy, en medio de la mayor crisis sanitaria de los últimos tiempos, sectores políticos pretenden apropiarse de este 17 de agosto y transformarlo en bandera de sus propios intereses, intentando utilizar las críticas al gobierno para promover opciones antipopulares. Oponiéndonos a este llamamiento, quienes luchamos por una Argentina independiente y soberana reafirmamos el ejemplo patriota y antiimperialista del General San Martín. Por eso, a 170 años de su muerte, y cuando estamos lanzando el nuevo formato digital de La Marea, homenajeamos al gran patriota con este artículo.

Escribe Gloria Rodríguez

El puerto de Buenos Aires se veía ya muy cercano ese 9 de marzo de 1812, cuando los siete hombres de porte militar se asomaron a la borda del buque que hacía cincuenta días había partido de Cádiz. Eran camaradas de la resistencia a la ocupación napoleónica de España: San Martín, Zapiola, Alvear, Chilavert, Arellano, Vera y el Barón Holmberg. Traían consigo la noticia de que Cádiz, el último bastión del gobierno español, había caído en manos francesas. El mundo europeo estaba al borde de grandes definiciones, mientras las monarquías retrógradas y feudales esperaban su turno para restaurar el “orden” en España y el conjunto de Europa y sus colonias.

A los pocos días, San Martín se presentó a prestar sus servicios ante el Primer Triunvirato, cuyo secretario de gobierno era Bernardino Rivadavia, expresión de la derrota de la corriente de Moreno, Belgrano y Castelli en la conducción política del Río de la Plata. San Martín propuso la formación de un cuerpo de caballería, los Granaderos a Caballo, para defender al Río Paraná. Durante esos meses desplegó una actividad esencial: la formación de la Logia Lautaro, comprometiendo a un grupo importante de patriotas criollos, como Monteagudo y Pueyrredón, a unir fuerzas por la independencia y la expulsión de los españoles de América. Interpretando los deseos del pueblo, y basados en la victoria de la batalla de Tucumán liderada por Belgrano, dirigieron el levantamiento popular contra el Primer Triunvirato “poco decidido a la independencia”, tras lo cual se constituyó un Segundo Triunvirato cuya tarea principal sería llamar a una Asamblea General de delegados de todas las provincias para declarar la independencia de España y sancionar una Constitución.

Con la restitución parcial de la corriente independentista y democrática en el gobierno de Buenos Aires comienza la epopeya sanmartiniana, que logra entre 1812 y 1822 liberar del yugo español a Chile, Perú, y Argentina. Para ello debía cruzar la Cordillera de los Andes y formar un ejército propio. Para esto, además de contar con el apoyo financiero –aunque insuficiente– del gobierno de Buenos Aires, obligó a contribuciones obligatorias a los grandes hacendados y comerciantes, además de confiscar los bienes de los españoles que boicotearan la Independencia. Todo les faltaba: no sólo alimentos, vestimenta, armas, animales de acarreo para cruzar la Cordillera, cañones, enfermeros y médicos, sino también lo fundamental, es decir, soldados formados en la pasión revolucionaria y la disciplina de combate.

Pero, al mismo tiempo, era necesario proclamar la independencia de España y de cualquier otro amo extranjero. Y el Congreso de Tucumán, según decía Belgrano y otros patriotas, no evidenciaba en su correlación de fuerzas la decisión de romper las cadenas. El conservadorismo absolutista y feudal se había adueñado nuevamente del trono español, apoyado por las principales potencias de Europa, agrupadas en la Santa Alianza, con la bendición del Vaticano. Y en Buenos Aires se desplegaba una lucha política sin cuartel entre los sectores que apoyaban uno u otro camino: subordinarse a esos imperios, o avanzar rápidamente para derrotar e impedir la nueva ofensiva del gobierno español por recuperar los territorios americanos. Finalmente, se logró el objetivo independentista.

El plan sanmartiniano de llegar a Lima –centro del poder español en el continente– necesitaba de un Chile independiente que apoyara su accionar por tierra y por mar. Y Chile había sido derrotado por los realistas. Fue una encrucijada vital: o retiraba su plan, o liberaba a Chile junto con los patriotas chilenos. Muchos le plantearon la imposibilidad de seguir.

Mientras tanto, en el norte del Virreinato las tropas españolas se adentraban sin cesar, sólo frenadas por la acción guerrillera de Güemes. Buenos Aires, bajo el mando de Alvear, le ordenó no continuar, e intervenir en la lucha interna. El mismo ejército español creía imposible cruzar esa muralla de entre 3000 y 5000 metros de altura que, en verano, alcanzaba por las noches temperaturas de diez grados bajo cero. Los españoles recordaban que Napoleón y su ejército habían cruzado los Alpes, de mucha menos altura, pero por rutas comerciales muy transitadas.

San Martín hizo posible lo imposible. Apoyado por el pueblo cuyano, con el ejército recién formado, con el logro de una amplia coalición política independentista –incluso en Buenos Aires–, gracias a la alianza con un sector de los pueblos mapuches y con el apoyo de la llamada Guerra de Zapa, su red de contrainteligencia, al mando del chileno Manuel Rodríguez, cruzó los Andes, venció al ejército español y los patriotas chilenos pudieron recuperar el gobierno, al mando de O’Higgins.

Este hecho ha producido, a lo largo de los años, una amplísima bibliografía, desde todos los ángulos posibles. Es considerada hoy una de las grandes proezas militares de la historia. San Martín llegó, con los medios de esa época, a formar y armar un Ejército de casi 4000 hombres en menos de dos años, más 1.500 milicianos que conducían 10.000 mulas cargando víveres y municiones, además de 21 cañones. Su plan incluía el cruce de la cordillera por pasos que sólo transitaban los baqueanos, lo que garantizaban el efecto sorpresa para el ejército español de Marcó del Pont: muchos no llegaron a combatir.

Lo cierto es que, después de un mes de marcha, atravesando 500 kilómetros de cordillera –gracias también a una extraordinaria labor de su contrainteligencia, que fomentó la división y desmoralización de las tropas españolas–, San Martín vence en Chacabuco al ejército realista ocupante de Chile. Y luego, Maipú.

Con el financiamiento y apoyo del gobierno y el pueblo chilenos, se armó una flota naval para trasladar, esta vez por mar, al Ejército Libertador.

A diferencia de lo que sucedía en Chile y en la Argentina, San Martín sabe que el sector patriota es minoritario en el Perú. Y muy dividido. El ejército español, aunque muy golpeado, esperaba refuerzos de España, y contaba con el apoyo de buena parte de su clase dirigente. Sin embargo, San Martín logró entrar en Lima y desalojar al virrey. Inmediatamente asumió el gobierno y llamó a un Congreso Constituyente para que eligiese un gobierno propio y discutiese su Constitución. Pero Perú estaba dividida en dos: el gobierno de Lima y el de Cuzco, en manos de los realistas, que poseían una fuerza de 19.000 hombres para defender el Alto y el Bajo Perú.

San Martín ya no contaba con el apoyo político de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, debido a la guerra civil, que lo llevó a Belgrano a decir, en su lecho de muerte en 1820, “¡Ay, patria mía!”. Derrotado el gobierno nacional de Rondeau, las provincias principales se declararon autónomas. 

La entrevista de San Martín con Bolívar no fue lo que esperaba: unificar fuerzas para terminar la misión de la Campaña Libertadora en el Perú. Ni el apoyo político, ni el militar y económico le alcanzan para realizar, con su fuerza propia, semejante tarea. Las fuerzas de la reacción absolutista ligadas a la corona española minaban su prestigio y ascendiente en la población; su salud (padecía asma, gota y úlcera sangrante estomacal) se había deteriorado aún más, luego de esta Campaña.

Es así que San Martín decide renunciar a su cargo de Protector en la sesión inaugural del Congreso Constituyente del Perú, en 1822, dando por terminada su misión, y deja en manos del general venezolano la resolución final de esa etapa de la guerra independentista.  

Su afianzado y consecuente nacionalismo, su respeto por la autodeterminación de los pueblos que liberó, su inmensa capacidad política y militar a nivel estratégico y organizativo, su negativa a reprimir –cuantas veces se lo ordenaron– a los caudillos federales, sin haber resuelto la lucha contra los enemigos del pueblo americano, le valieron el reconocimiento histórico del pueblo argentino. Su resistencia, hasta su muerte, a cualquier invasión o intromisión de potencias extranjeras en el país guía la tradición de lucha antiimperialista de nuestro pueblo, hasta nuestros días.

Los Alvear, los Rivadavia, los Anchorena y tantos otros, que consideraban y siguen considerando que la patria se reduce al ámbito de sus negociados con los imperios (que cambian de nombre, pero siguen siendo imperialismos voraces hacia los pueblos sometidos), avanzan o retroceden sólo ante la fuerza de la lucha ofrecida por los que no acordamos con ese destino.

Por eso, las trayectorias heroicas de Belgrano y San Martìn son el ejemplo del cual se nutre la larga historia de lucha antiimperialista del pueblo argentino. Esa lucha en la que no cesaremos hasta cumplir definitivamente con nuestro destino de Nación independiente y soberana, que permita una vida digna para nosotros y nuestros hermanos latinoamericanos.

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