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Nuevas formas de adaptacionismo

por Jorge Brega

La pobreza y la indigencia generan graves situaciones en la salud mental

Escribe Rosa Nassif

La concepción agnóstica de posverdad y la afirmación de que este sistema es “el único mundo posible”, son concepciones en psicología y sociología que postulan que no hay otro camino que adaptarse. Mientras que la experiencia diaria muestra que para millones de personas es imposible satisfacer las necesidades mínimas. La autora de esta nota (publicada en nuestro número 47) sostiene que esta contradicción está en la base de muchas de las patologías actuales.


En este mundo en el que todas las contradicciones del sistema capitalista en su etapa imperialista se agravan es necesario reflexionar sobre los conflictos existentes y su relación con la salud mental; esta es una preocupación de la Psicología Social. La concepción de sujeto y los criterios de salud mental propuestos por Enrique Pichon-Rivière y desarrollados por Ana Quiroga nos permiten entender al sujeto sano como aquel que es capaz de una adaptación activa a la realidad, con una lectura crítica de la misma. Mientras que el sujeto alienado o enajenado de sus propias necesidades tiene una conducta de adaptación pasiva a las condiciones dadas en una determinada época histórica.

En los últimos treinta años hemos tenido que dar respuesta a una situación de cambio muy profundo en el mundo. Podríamos decir que se abrió una nueva etapa dentro del desarrollo social, que estuvo signada por las derrotas de las revoluciones socialistas y de las grandes rebeliones como el Mayo Francés o las puebladas de fines de los 60 en nuestro país. Estas derrotas fueron significadas por los vencedores como fracaso de la teoría y los ideales que las sustentaban; declararon así el triunfo omnímodo del capitalismo y a este como el único mundo posible. Resulta difícil identificar, en cada momento, la magnitud que esos cambios adquieren para los pueblos y para cada uno de nosotros que desarrollamos nuestra vida en estrecha vinculación con el conjunto de problemas que sufren las grandes mayorías. No es suficiente, que registremos esta realidad que se nos impone, por el contrario, es necesario analizarla en cada una de las implicancias que tiene para cada una de las  prácticas que desarrollamos, puesto que las consecuencias de este fenómeno tiene múltiples aspectos.

Uno de ellos lo abordamos hace varios años en la polémica con los llamados Nuevos paradigmas1 respecto a la forma en que se planteaba desde las posiciones denominadas postmodernas la relación entre la realidad objetiva  y la posibilidad del conocimiento de la misma. Polemizamos con el relativismo que niega la posibilidad de conocer una realidad independiente del sujeto hasta su expresión extrema que niega que se pueda afirmar siquiera la existencia de tal realidad. 

Posverdad: la palabra del año

En los últimos tiempos se ha instalado, en consonancia con estas concepciones relativistas, la idea de la “posverdad”.  ¿Qué contenido tiene este término que se puso de moda?, a tal punto que en 2016 el diccionario Oxford la declaró «la palabra del año». Se refiere a circunstancias en las que los hechos objetivos no cuentan, no importa la verdad sino el impacto que en la opinión pública produce una frase aunque esté basada en falsedades. Se apoya en la primacía de lo emocional por sobre una lectura racional y crítica de lo que sucede. El escritor José Nun recuerda que fue el periodista Eric Alterman quién lo aplicó a la política y bautizó el gobierno de George W. Bush como «la presidencia de la posverdad» por el modo mendaz en que manipuló a sus fines los atentados contra las Torres Gemelas.2

Resulta, pues, otra forma de legitimar la manipulación de la verdad al ocultarla y distorsionarla que, además, cuenta hoy para su mayor eficacia de la instrumentación de las redes manejadas a través de trolls, robots y otras respuestas automatizadas. La manera en la que a través de ellas operan los grandes Estados mediante “cyberataques” se puso en evidencia en las elecciones de Estados Unidos, donde quedó clara la intromisión rusa en la manipulación electoral a favor del triunfo de Trump. 

Uno podría preguntarse, ¿por qué se habla de posverdad y no simplemente de mentira? Porque se viene imponiendo una concepción que elude o simplemente niega la distinción entre lo verdadero y lo falso. Se subestima que existen hechos objetivos independientes del sujeto que los conoce y se confunde la visión parcial y subjetiva que cada sujeto puede tener de esos hechos con la inexistencia de los mismos. Se niega la posibilidad de llegar a aproximarnos a la verdad a través de una práctica social que confronte y complete las visiones subjetivas, parciales, y reconstruya en el proceso de conocimiento el hecho objetivo. Se teoriza, por el contrario, la imposibilidad o la negación de una verdad objetiva y la propia existencia de los hechos. O sea, Nada es verdad, ni es mentiraEste relativismo absoluto instalado en épocas recientes por el posmodernismo, es la base gnoseológica de este flamante término de posverdad. No es difícil comprender las graves consecuencias sociales que puede resultar de esta concepción.

Pensemos, por ejemplo, en la política “negacionista” de Macri en el terreno de los Derechos Humanos, que pone en duda cuántos fueron los desaparecidos; sabemos que en esto no está en cuestión solo un número, sino que de fondo se pretende destruir el valor simbólico que la lucha de décadas logró instalar alrededor de los “30.000 detenidos-desaparecidos”. Si aceptamos que son todas opiniones y relatos, que cualquiera tiene el mismo valor, terminamos aceptando que se nos imponga la que sostiene el poder de turno. Detrás del nombre pomposo y novedoso de posverdad, se libra una lucha muy grande entre distintos intereses sociales y de clase que pretenden legitimar la distorsión de los hechos con el argumento de que «cada uno tiene su verdad». Otra derivación actual de la posverdad, para la que no importa la verdad de los hechos sino como éstos impactan en la opinión pública fue la instrumentada por Trump que califica como “datos alternativos” a la que dan la mayoría de los medios que se oponen a sus políticas reaccionarias y sostiene que él usa «otro tipo de datos» a través de las redes sociales que maneja.

Sin embargo, frente a estas posiciones que amparándose en la “posverdad” legitiman la tergiversación manifiesta de los hechos ya está surgiendo una importante corriente, incluso en el periodismo profesional, que vuelve a afirmar con fuerza la importancia de reflejar los datos objetivos. En el periodismo se reclama que el periodista se comprometa con presentar los datos de la realidad lo más completamente posible, en contraste con lo que empezó a llamarse periodismo militante que, antes con el kirchnerismo y ahora con el macrismo, instalan los relatos del poder como los únicos válidos. Así como en un momento se intentó instalar que en la Argentina había menos pobres que en Alemania ahora se quiere instalar que el FMI, es una institución de ayuda y solidaridad con los pueblos y que no es grave pedir su intervención, cuando la experiencia histórica es clarísima respecto de lo que ha sido el FMI para nosotros y otros pueblos del mundo.

La posverdad y el relativismo absoluto aparecen como respuestas a las afirmaciones dogmáticas de verdades absolutas como única opción posible. La concepción dialéctica materialista permite dar respuesta a la cuestión de la relación entre  la existencia de una realidad objetiva independiente del sujeto y la posibilidad de éste de conocerla y transformarla, mostrando lo incorrecto tanto de las concepciones dogmáticas como de las relativistas. Permite entender que lo subjetivo no es una valla para el conocimiento de la realidad sino que es la que lo posibilita y que a través de la práctica social se supera la unilateralidad y lo limitado del conocimiento individual. En la práctica social los sujetos pueden ir comprobando lo correcto y lo erróneo del conocimiento y pueden ir aproximándose a la verdad objetiva en un proceso que es histórico y social, no individual y que lejos de ir en busca de lo absoluto sostiene que el proceso por el cual el pensamiento llega a conocer la realidad concreta es complejo, inacabado e infinito.

Existe una relación muy grande entre el agnosticismo, la idea de que no es posible conocer la realidad, y la actitud escéptica sobre la posibilidad de transformar la sociedad, de poder marchar a un cambio del sistema político social y económico en el que vivimos. Se afirma que este es «el único mundo posible» y que debemos adaptarnos a él mientras la experiencia cotidiana nos muestra la incapacidad del mismo de satisfacer las necesidades más elementales de los seres humanos. Sostenemos que está articulación entre la concepción agnóstica de posverdad y la afirmación de que este sistema es el único posible está en la base de muchas de las patologías actuales.

La crisis del capitalismo y sus efectos sociales

Vivimos en un mundo donde la brecha entre ricos y pobres se ha hecho abismal y se profundiza día a día en un capitalismo que no termina de salir airoso de su última crisis. A las fracturas reales se agregan las provocadas para dividir y enfrentar a quienes necesitamos estar unirnos, se estimula el individualismo y el encierro en sí mismo. Nos parece importante diferenciar hoy las fracturas objetivas provocadas por este sistema cada vez más parasitario e ineficiente desde el punto de vista de las necesidades humanas de aquellas que son inducidas desde el propio poder.

Entre las primeras están, por ejemplo, el muro que Trump quiere prolongar por toda la frontera con México haciéndole pagar a los propios mexicanos; o los más de 1.200 km de muros erigidos en Europa, como los cercos y vallas antiinmigrantes erigidas en Hungría para impedir el ingreso de millones de refugiados que huyen de las guerras provocadas por las propias potencias imperialistas que los rechazan; o como  la grieta cada vez mayor entre el uno por ciento de multimillonarios y millones obligados a vivir con menos de un dólar diario.

En Argentina, en Buenos Aires contrastan los 980 barrios privados cerrados con las 1.134 villas con trabajadores desocupados o precarizados que las rodean y que se han multiplicado por cinco desde el 2001 (en Argentina hay 4.500 villas con viviendas precarias, que no cuentan con los servicios elementales de cloacas, luz y gas).

Son grietas que el sistema capitalista produce, producto de su ley fundamental que es el incremento de la tasa de ganancia, lo que Macri reclama de «aumentar la productividad» reduciendo el «costo laboral», lo que significa continuar avanzando sobre conquistas conseguidas en más de un siglo de luchas de la clase obrera.

Resulta que el desarrollo tecnológico en esta era digital, una verdadera revolución en el desarrollo de las fuerzas productivas capaz de resolver las necesidades de los miles de millones de seres humanos y reducir la jornada de trabajo, provoca, por el contrario, bajo las condiciones que impone este sistema un incremento de la desocupación, la pobreza y  la desesperación de un gran número de habitantes de nuestro planeta.

Esto se agrava en países dependientes como el nuestro con más de un 30% de individuos por debajo de la línea de pobreza y un 7% en la indigencia; con casi el 50% de la población activa en trabajos precarios en negro. La  contracara de los millones de desocupados es la superexplotación de los trabajadores ocupados exigidos a jornadas de doce o más horas de trabajo con ritmos crecientes, etc.

Este es el mundo concreto que se afirma como el único posible sosteniéndose desde diferentes concepciones adaptacionistas en psicología y sociología que no hay otro camino que adaptarse al mismo y que los que trabajamos en el terreno de la salud debemos contribuir a ello.

Sostenemos, por el contrario, que esta situación produce consecuencias catastróficas en la salud mental. Y esto es observable,  por ejemplo, en los dos extremos que produce la actual organización del trabajo: el sector  inserto en la producción que está sometido a condiciones crecientes de superexplotación: ritmos, flexibilización laboral, etc., por un lado, y, en su contracara, en el sector de desocupados considerado «población sobrante», «desocupación estructural» o lo que Bauman llama «desechos humanos». En los primeros nos encontramos con patologías vinculadas al pánico y a otros trastornos de la ansiedad, la sobreadaptación y el stress laboral que en su forma extrema lleva a un síndrome denominado «karoshi», «muerte por exceso de trabajo», que sólo en el 2015 ha producido 2.310 muertes y que según los investigadores pueden llegar a 10 mil este año en Japón. Esta situación salió a la luz por la denuncia de los familiares de Miwa Sado, periodista que fue encontrada muerta en su cama con el celular en la mano luego de haber realizado 154 horas extras en un mes. Se le diagnosticó «muerte por exceso de fatiga acumulada». Se sumó a otro caso de un obrero de la construcción que habiendo realizado 2000 horas extras mensuales se suicidio y dejó un mensaje de que lo hacía «por haber superado el límite físico y mental del que era capaz». (Ver: La Nación, 7/10/17). Esta patología que muchos caracterizan culpabilizando a las víctimas como «adicción al trabajo» sin cuestionar las condiciones impuestas en las grandes empresas y las legislaciones laborales que la legitiman, poniendo a los trabajadores en el permanente riesgo de ser despedidos. Miles de personas mueren por accidentes cerebrovasculares, crisis cardíacas o suicidios provocados por la angustia y la ansiedad de no alcanzar las metas laborales fijadas o la sobreexigencia de lograrlas; múltiples formas del stress laboral.

En nuestro país, bajo el gobierno de Mauricio Macri, que ha dado vía libre a los despidos, abiertos o encubiertos bajo la forma de retiros «voluntarios» o jubilaciones anticipadas, en los empleos estatales o privados, se han incrementado estas patologías; trabajadoras y trabajadores que describen los ataques de pánico en el momento de insertar la tarjeta de ingreso al trabajo. (Recordamos que se ha difundido la modalidad de no comunicar el despido con telegramas o avisos previos sino en el momento en que se presentan a trabajar).

La otra cara de esta grave situación en la salud mental que produce el sistema capitalista y su organización de la producción se manifiesta en los millones de desocupados y trabajadores sin un trabajo estable que viven junto a sus familias en condiciones de pobreza e indigencia. Un reciente informe de la Universidad Católica Argentina señala que más allá de las condiciones de miseria en la que deben vivir los pobres «se sienten cada vez más deprimidos, ansiosos, con la sensación de que les resultará imposible cambiar la realidad que los rodea y sin contar con un proyecto futuro en el horizonte». Agregan que «el malestar psicológico en el segmento de pobreza extrema creció del 37.5 al 51.4% desde el 2010 al 2016. (La Nación, 4/9/17).

O sea: karachi, muerte por exceso de trabajo en un a punto y depresión por falta de trabajo en la otra: dos caras de una misma moneda, de un sistema que superexplota a los que ocupa y descarta a los que no le conviene o no puede  absorber productivamente. ¿Puede ser aceptable que el rol de quienes trabajamos en salud sea aportar a la adaptación pasiva a esta realidad?

El avance tecnológico y la salud mental

Se han producido enormes cambios que en las últimas décadas, a partir del  desarrollo de las tecnologías vinculadas a la informática y a la electrónica,  posibilitan una gran velocidad en la transmisión y transporte de la información; lo que significa internet, el ciberespacio, la digitalización y la generalización de la robótica. Estos cambios, vinculados a  la etapa denominada de la globalización, han producido transformaciones extraordinarias de fuerte incidencia en nuestra vida cotidiana.

En relación a esto, se presentan muchas veces descripciones muy lúcidas sobre las consecuencias subjetivas de estas condiciones que se nos imponen desde el orden social dominante, sosteniendo al mismo tiempo la imposibilidad de cambiarlas. Nos detendremos en particular en algunos aspectos de la obra de Zygmunt Bauman por la incidencia que aún mantiene la misma en nuestro campo específico. Este prolífico pensador proveniente del marxismo y desilusionado del mismo, caracteriza a esta época de globalización con la metáfora de la “modernidad líquida”. Elige esta denominación o la de «segunda modernidad» en lugar de la de «postmodernidad» aunque comparte gran parte de las concepciones de los posmodernos.

Caracteriza la sociedad líquida como lo opuesta a la organización previa del capitalismo pesado, sólido, que sería la etapa de desarrollo y afirmación del capitalismo. Bauman analiza en qué medida el tiempo predomina sobre la categoría de espacio. O sea que, según este autor, lo territorial ha perdido fuerza y el tiempo, caracterizado por la fluidez, la liquidez y la velocidad que se  incrementa sin cesar, es lo que le da su rasgo distintivo. Bauman plantea entonces que las características de este período es el flujo infinito, la vertiginosidad; se impone lo instantáneo, la fragilidad de todos los vínculos, la precariedad, la inestabilidad, lo impredecible, lo incontrolable, la incerteza, la imposibilidad de proyecto.

Zygmunt Bauman caracteriza a esta época de globalización con la metáfora de “modernidad líquida”.

Esta es una descripción de la realidad que podemos identificar con muchos rasgos de la vida cotidiana actual, sobre todo en las grandes ciudades, pero la cuestión es si solo debemos limitarnos a describirla y, a partir de esta descripción, concluir que –como dice Bauman y sus seguidores– este “es el destino ineluctable del mundo, un proceso irreversible que afecta de la misma manera y en idéntica medida a la totalidad de las personas”. O sea, si debemos aceptar que es algo irreversible e inevitable o es, por el contrario, un fenómeno que caracteriza un momento concreto en un determinado sistema social: el capitalista en su faz imperialista. Nosotros, como trabajadores de la salud mental, tenemos que ser capaces de diferenciar, los fenómenos vinculados a los avances científicos y técnicos de las consecuencias que los mismos provocan por efecto de las relaciones sociales en las que se producen.

Las nuevas formas de adaptacionismo

Repitiendo algo que dijimos anteriormente, estos extraordinarios desarrollos de la era digital podrían, bajo otras condiciones sociales, redundar en la mayor felicidad de los seres humanos. Esta lectura crítica de la realidad, condición de la salud mental, se opone a las concepciones como las de Bauman y otros autores que parten de que «esto es lo dado» y debemos aceptarlo como aceptamos la ley de la gravedad; entendemos que la idea de adaptarse pasivamente a esta realidad es inductora de las diversas formas de enfermedad mental que señalamos anteriormente.
Consideramos sumamente dañinas las concepciones adaptacionistas hoy hegemónicas que parten de que este es «el único mundo posible», niegan en los hechos el carácter histórico del sistema capitalista y por lo tanto no ven otra posibilidad que adaptarse al mismo; consideran toda idea de cambio social como parte de «los grandes relatos de la modernidad. Algunos, como Waslawick y la escuela sistémica, lo hacen desde la aceptación sin cuestionamientos de estas relaciones sociales; identifican la salud con la «normalidad» y la posibilidad de adaptarse, «encajar en el sistema». El rol asignado a los trabajadores de la salud, terapeutas o psicólogos es el de ayudar a que los sujetos funcionen correctamente de acuerdo a las normas que establece este sistema tanto en la organización familiar como en el trabajo o en otras áreas de la vida social. O sea, adaptación pasiva, sin actitud crítica, aceptación acrítica de normas, valores, hábitos, etc. como bien ha señalado Ana Quiroga en polémica con Waslavick y su escuela.
Otras corrientes inscriptas dentro del postmodernismo caen en el adaptacionismo no desde el embellecimiento de la sociedad actual sino desde el escepticismo sobre la posibilidad de cambiarla. Describen, como vimos en el caso de Bauman o podemos encontrar en Peter Sloterdijk, sus aspectos más nocivos y alienantes como «lo dado» y aún sus análisis más críticos están teñidos de un fatalismo que cierra toda salida que no sea adaptarse inevitablemente a un orden que resulta, según sus propias descripciones, crecientemente antagónico para el desarrollo humano
Desde estas concepciones nuestro rol como psicólogos y psicólogos sociales se limitaría a ayudar a la adaptación pasiva; como dice Bauman, que se aprenda a surfear en un mar embravecido, enseñar a sostenerse dentro de este movimiento cada vez más rápido, cada vez más incontrolable, sin saber dónde se va, sin ninguna certeza sobre el futuro, ni posibilidad de proyecto. Nuestra tarea sería, en el mejor de los casos, ayudar a levantarse al que se cae en medio del fragor de una lucha incesante y sin ninguna perspectiva.
Frente a estas posiciones rescatamos lo esperanzador de la concepción que forjara Pichón Rivière y su escuela psicológica sobre la posibilidad de una adaptación activa a la realidad, afirmando la capacidad del sujeto de tener una lectura crítica del mundo en el que vive que le permita, al tiempo que transforma la realidad transformarse él mismo.


  1. Rosa Nassif. “Gianni Vattimo: dogmatismo o relativismo, un falso dilema” en La Marea, N° 26 y ¿Es posible conocer la realidad?, Ediciones Cinco, Buenos Aires, 2011.
  2. José Nun. “La posverdad marca el fin de una época”, La Nación,28/2/ 2017.

Rosa Nassif es psicóloga, psicóloga social y dirigente del Partido Comunista Revolucionario.

 

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