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Colonización y Resistencia en las Culturas Populares de América del Sur

por Silvia Nassif

Escribe Claudio Spiguel

Reproducimos la conferencia de Claudio Spiguel en el “Primer Encuentro de Culturas Populares” realizado en Brasil en 2007.1 Revisada y corregida por el autor, en aquellos años, ofrece una referencia insoslayable para entender la historia de los pueblos latinoamericanos, en su mayoría dependientes. Una historia recorrida por grandes movimientos populares y una diversidad de procesos nacionales, en los que irrumpen las culturas populares que resisten y van forjando sus identidades. Identidades, a su vez, bombardeadas por las políticas públicas centradas en el desarrollo del turismo y las “industrias culturales”. Se trata de otro gran aporte de este autor.


La historia de la opresión –y de la resistencia–, étnica, racial, social y de las culturas populares en América hunde sus raíces en el hecho fundamental de la Conquista ibérica y del dominio colonial durante largos siglos. Jaqueadas en diverso grado y medida por procesos populares que subyacieron a la independencia, esas opresiones se prolongaron luego, sostenidas por el dominio de las oligarquías latifundistas nativas y los comerciantes portuarios.

A través de la creciente asociación de las elites locales con el capital y las potencias extranjeras, se conformaron los países dependientes, naciones oprimidas en el siglo XX bajo una nueva forma de dominación nacional. Así, con determinantes comunes a toda América del Sur, se configuró la sociedad argentina contemporánea en aquella “etapa agro-exportadora” de las economías, aún hoy exaltada e idealizada por poderosos sectores económicos y visiones apologéticas de la historiografía dominante en la Argentina.

Al mismo tiempo, estos elementos comunes se manifestaron a través de particularidades locales, regionales y nacionales, generando historias específicas, acompañadas de formas también específicas de resistencia de las culturas populares a la nueva cultura oficial implementada por los Estados oligárquicos. Esta relación de lo común con lo diverso en América del Sur debe ser tomada en cuenta para observar cómo la diversidad nacional surge de una historia y cómo es a partir de que florezcan los elementos hoy oprimidos de esa diversidad que podremos desarrollar la fuerza común de nuestros pueblos y naciones.

La compartimentación estrecha de las historias nacionales es una imagen ideológica forjada simultáneamente con la formación de la elite argentina, que promovió la diferenciación chauvinista en relación a los pueblos vecinos, mientras el país presentaba la más profunda dependencia  cultural de Europa, y se buscó arrasar con las diversidades populares que, cada vez más, adquieren cauces de resistencia y cursos de desarrollo histórico primordialmente nacionales.

 Hablaré del caso argentino porque, además de conocerlo mejor, sirve como ejemplo preciso para enfocar la relación entre el desarrollo del conflicto social y nacional y el de la resistencia de las culturas populares. En este país, a lo largo del siglo XIX y en los albores el siglo XX, perduró y se afianzó la hegemonía de los terratenientes latifundistas. Ciertas características de la cultura popular criolla fueron incorporadas de forma subordinada y exaltadas por los latifundistas, especialmente en las provincias interiores como símbolo de la nacionalidad. Pero esos elementos se presentaban abstraídos y desconectados de las prácticas reales de los protagonistas y de sus condiciones de producción, lo que ocurre aún hoy en el norte argentino, donde los hacendados, aunque ostentan ropas tradicionales muy bonitas en las fiestas patrias, tratan muchas veces a sus peones peor que a los animales.

Sin embargo, la estrategia fundamental de la cultura opresora, en el caso de la Argentina, fue la impuesta por el predominio de los terratenientes,  comerciantes y  capitalistas de Buenos Aires, intermediarios de los capitales de las grandes potencias imperialistas, en las últimas décadas del siglo XIX. Fue el estigma y rótulo de “bárbaro” a todo aquello que fuese popular, indígena, negro y criollo –personificado en el gaucho–, presentando tales elementos como opuestos a la “modernización”, que podría ser implantada con la apertura a la inmigración masiva europea, principalmente en la región pampeana y en el litoral argentino.

Esta estrategia del Estado oligárquico argentino de contraposición de lo antiguo y lo “bárbaro” a algo nuevo y moderno, se conjugó con las campañas de exterminio de la llamada “Conquista del Desierto” incorporando al dominio del Estado y de los terratenientes las tierras pampeanas, la Patagonia y el Chaco, en un verdadero genocidio y sometimiento de pueblos originarios que, hasta aquel momento, habían mantenido su autonomía, en la resistencia al poder español primero y al de la República oligárquica después. En la Exposición Universal de Paris de 1889, conmemorativa del centenario de la Revolución Francesa, el público de la exposición pudo observar, al mejor estilo del racismo colonialista, a personas enjauladas, integrantes de pueblos originarios, exhibidos como ejemplares de “especies” exóticas. 

Un cacique, Inakayal, llegó a ser recluído con sus familiares como sirviente y objeto vivo de exhibición en uno de los mayores museos de Ciencias Naturales del período, el Museo de la Plata. ¡Después de morir en 1888, el esqueleto y los restos de Inakayal, como los de sus familiares, fueron disecados para ser guardados en la sala de antropología de ese mismo  museo! Recién en 1994, más de un siglo después, sus parientes pudieron rescatarlo, y organizar una recuperación formal de sus restos, para enterrarlo en la tierra de su comunidad en la provincia de Chubut.

Los sobrevivientes de los pueblos mapuche y tehuelche fueron subordinados en condiciones de servidumbre, arrinconados en pequeños espacios en la Cordillera, o convertidos en los más oprimidos de los campesinos pobre o en trabajadores rurales en las estancias de la Patagonia. Idéntica suerte corrieron los pueblos del Chaco.

Al lado del exterminio de los pueblos originarios, la vigorosa población afro-descendiente del Río de la Plata, en Buenos Aires, fue diezmada, especialmente en la terrible guerra del Paraguay. Un gran genocidio en el que los Estados oligárquicos del Uruguay, Brasil y Argentina –países que ahora forman parte del Mercosur– destruyeron la vida del Paraguay independiente, con ayuda del capital financiero inglés. Vale recordar que muchos descendientes de afro-americanos de Buenos Aires murieron al ser mandados a esa guerra, así como después por epidemias que asolaron los barrios pobres de Buenos Aires.

Como consecuencia, los componentes de los pueblos originarios y de afroamericanos que sobrevivieron a tantas formas de violencia fueron sometidos a una estrategia de “invisibilización”, de desaparición en el plano de la cultura y  de la construcción del modelo de lo que se consideraba “ser argentino”.

Al tiempo que se excluía y estigmatizaba la “barbarie”, la hegemonía cultural de las clases dominantes dependientes se tradujo en una imitación grotesca de aquello que era europeo, desde el paisajismo francés en los parques urbanos y cascos de las estancias a la ópera italiana. Esa marca cultural de las prácticas de la oligarquía liberal hegemónica, contribuía a modelar una imagen prototípica del argentino como un conjunto confuso de elementos europeos transplantados, conteniendo, como vimos, ciertos símbolos de la nacionalidad, como el mate y el poncho, abstraídos y desconectados del conjunto de la práctica real de todos los oprimidos. Para forzar la imposición de ese modelo de nacionalidad y obtener eficacia en la configuración de las identidades culturales argentinas, el Estado utilizó un fuerte aparato educativo.

Hasta el momento, estamos hablando de la imposición del modelo homogeneizador y su eficacia. Al mismo tiempo, en resistencia y lucha contra el silenciamiento de la homogeneización oligárquica, de forma subterránea y adaptándose a la invisibilización o eclosionando en rebeliones ya entrado el siglo XX, pueblos y comunidades lucharon por preservar sus elementos y prácticas culturales, y,  como veremos, aportaron a la vez a la conformación de la cultura popular del siglo XX,  dentro de los afluentes que fueron configurando los sectores populares o “pueblo argentino”: indios, negros y gauchos, campesinos pastores criollos, descendientes de europeos, mestizos e hijos de inmigrantes. Para que no queden dudas en cuanto al significado del término,  en aquel tiempo los sectores populares auto-reconocidos como argentinos son denominados “criollos”, en la región del Río de la Plata.

De la poderosa colectividad afro-descendiente de Buenos Aires, múltiples estudios apuntan al hecho de que ella legó parte de su cultura en lo que se convirtió en la música nacional paradigmática de la Argentina: el tango. En las últimas décadas del siglo XIX, el tango abrevó de danzas y ritmos históricos de la comunidad afro descendiente en una unión con la milonga del campo, género musical practicado por los pastores criollos, y  fue utilizando instrumentos traídos de Europa por los inmigrantes.

Identidad afroargentina: El latido del tambor.
https://bcn.gob.ar/ciclo-de-charlas-identidad-afroargentina/identidad-afroargentina-el-latido-del-tambor

Su ritmo surgía, en ese mismo período, en el suburbio de una gran ciudad que nacía, mostrando esa diversidad de influencias que volvían a aparecer plasmadas en la cultura popular.

Ella se fue forjando subordinada y en lucha frente a aquella estrategia dominante de vaciamiento y homogeneización, tan eficaz y notable que perdura hasta hoy en una imagen alienada de los propios argentinos, la de una Argentina blanca, de europeos transplantados y de espaldas a América del Sur. Se trata de una imagen que finalmente, ya maltrecha, reveló su falacia en el contexto del proceso histórico de las últimas décadas. Al respecto, afirman algunos investigadores que la Argentina se ha “latino-americanizado”. Otra trampa, porque los procesos de regresión económica y social de las últimas décadas, y de lucha contra ella, no han hecho más que confirmar que, a pesar de aquella imagen impuesta por la oligarquía liberal, la Argentina siempre formó parte de América Latina.

Como cursos de agua y afluentes subterráneos que se van desarrollando en lucha, vimos, por lo tanto, la preservación de los elementos de las viejas culturas populares “invisibilizadas” en comunidades aisladas o buscando caminos para expresarse en las nuevas condiciones impuestas por el dominador, en un nuevo y complejo escenario, cada vez con más peso económico, social y cultural de la vida urbana.

Es preciso notar, como una particularidad, el hecho de que, en 1914, el cuarenta por ciento de la población de Argentina vivía en grandes ciudades –principalmente Buenos Aires– y que, actualmente, un tercio de la población total de 36 millones vive en la región metropolitana. Se suma a esto el dato de que la mitad de la población se concentra en una pequeña faja de tierra de 300 kilómetros, de la Costa del Paraná hasta el Río de la Plata. Se trata de la contradicción, forjada desde el siglo XIX, de un puerto mirando hacia Europa, y un “interior” –todo aquello que no es Buenos Aires– atrasado y subordinado. Particularidades de una sociedad altamente urbanizada ya en las primeras dos décadas del siglo XX, cuando se fueron forjando, frente al vaciamiento y la homogeneización oligárquica, un nuevo tipo de cultura y de identidades populares.

Hubo en este país una interacción compleja de la cultura campesina originaria, o de la época pre-capitalista, con la cultura urbana y de los inmigrantes europeos, en la medida en que se expandieron las relaciones salariales y el desarrollo de la clase trabajadora moderna. Aportan al mismo fenómeno la formación de extensas capas medias urbanas y la difusión en la cultura del “criollismo”, o sea los modos de la cultura y el lenguaje popular de aquellos que se consideraban argentinos. Es sobre todo en las fábricas y a través de las grandes luchas y levantamientos obreros del período donde se va produciendo una fusión entre inmigrantes europeos y criollos. El caso de la industria frigorífica ha sido estudiado como lugar paradigmático en el que convivían el criollo, hijo del campo, especializado en la matanza del ganado, con el eslavo –que trabajaba en las cámaras frías–, con el italiano, el español, el árabe o el judío, forjándose los embriones de una nueva cultura popular y obrera.

La oligarquía, que antes había estigmatizado al gaucho y al indio, en un giro ideológico pasa a demonizar a los obreros extranjeros, como fuente de subversión social y agentes de “disolución de la nacionalidad”, esgrimiendo contra el movimiento obrero y popular el emblema abstracto del “gaucho” criollo, al que había sometido y expoliado en el siglo XIX. Es el giro del “nacionalismo” oligárquico en el plano ideológico y cultural, destinado a dividir para consagrar su poder, la imposición de su imagen de la nación y su hegemonía cultural. De modo que las vicisitudes de aquel proceso de  fusión en la cultura subalterna, en interacción contradictoria con el vaciamiento “homogeneizador” de la cultura oligárquica dominante, implicaron un complicado proceso de muchas décadas, hasta los años 30. En sus comienzos los inmigrantes europeos, organizados en colectividades, a través de esos cauces buscaban preservar elementos de sus culturas y costumbres de origen. Sin embargo, impelidos por un lado a “argentinizarse” por el modelo “homogeneizador” dominante, y por el otro, involucrados y protagonistas en un proceso objetivo de nuevas prácticas sociales en su nuevo país, en las que jugó un gran papel la lucha social y política, fueron poderosos afluentes de una nueva cultura urbana popular.

Un exponente de ello fue el fenómeno de la expansión masiva del tango. A la vez, aquella interacción contradictoria con la cultura dominante se manifestó entre la práctica real de los productores y protagonistas de esas expresiones culturales populares, por un lado, y la incipiente “cultura de masas”, administrada por los medios de difusión y por la radio, principalmente.

El tango, primero estigmatizado por la elite por su origen popular, al triunfar luego en Paris fue consagrado por la oligarquía liberal como legítima música argentina; esa misma oligarquía aceptó danzarlo, diseminarlo en la ciudad de Buenos Aires, apropiándose del mismo y procurando confiscarlo a sus forjadores, imponerle en sus letras el sello de su visión del mundo, vaciarlo de sus contenidos impugnadores.

Gabino Ezeiza (1854-1916)
https://www.youtube.com/watch?v=rOic_Ze313U

Lo que debe destacarse es que, en esa tortuosa dialéctica, frente a la homogeneización y el vaciamiento oligárquico, las culturas de los pueblos originarios o de los afrodescendientes no sólo perdura resistente en comunidades que resisten y buscan preservarlas. Elementos de las mismas también sobreviven alimentando desde la raíz a las nuevas expresiones de la cultura popular argentina del siglo XX. Y no se trata sólo de las raíces africanas o criollas rurales del tango. En vocablos del lenguaje popular, en la “materia contaminada de la lengua”, y en las costumbres, sin que tengan conciencia de ello sus protagonistas, se manifiesta también la presencia de los pueblos originarios sometidos e “invisibilizados”. Desde la costumbre tehuelche de comer las vísceras de la vaca, las achuras, en el asado argentino hasta el paradigmático ché, proveniente del vocablo mapuche para decir “persona, o gente”, en el desarrollo de la nueva cultura popular argentina, sobrevive tenazmente esa diversidad sojuzgada, negada por el vaciamiento homogeneizante de las clases dominantes y el Estado.

Este proceso de formación de una cultura popular, en resistencia y lucha con la dominante, estuvo estrechamente imbricado en la Argentina a la lucha social y política, a la  constitución de identidades políticas de masas y al desarrollo del movimiento de los trabajadores. También, a la expansión de  corrientes reformadoras nacionalistas de base popular que, como en el caso pionero del yrigoyenismo dentro del partido radical, cuestionaron la hegemonía oligárquica de los conservadores en el gobierno.

 Estos procesos contradictorios en la sociedad y la cultura se agudizaron con la restauración de los gobiernos oligárquicos y fraudulentos tras el golpe militar de 1930. Por un lado, los efectos de la crisis mundial primero y el inicio de procesos de industrialización después generaron las migraciones internas del campo a la ciudad y del interior al gran Buenos Aires. Al tiempo que se ampliaba la población urbana y obrera, las formas y productos de la cultura y la música rural cobrarían una nueva visibilidad y ámbito de expresión en los sectores populares urbanos. Por el otro, la dominación represiva de la oligarquía restaurada en el gobierno y la profundización de la dependencia del país se manifiesta ahora en el plano ideológico y cultural, en convivencia con el liberalismo oligárquico “mimético” de la cultura imperialista, en la expansión de la ideología del nacionalismo aristocrático que exalta las raíces coloniales españolas, identificándolas con la tradición criolla de los terratenientes. La “folclorización” de la cultura popular rural criolla, que tuvo sus méritos, pues generó procesos de registro y de conservación, al mismo tiempo se vehiculizaba a través de  estrategias que mutilaban lo que de rebelde y de popular se expresaba en aquella cultura llamada folclórica.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el proceso de industrialización y urbanización en la Argentina trajo como consecuencia un período de reformas, bajo los primeros gobiernos peronistas, de carácter nacionalista e industrialista y con gran apoyo popular. Con la consagración de conquistas económicas y derechos sociales y de “ciudadanía” antes no existentes -entre ellos la gran expansión de la escolaridad- se legitima desafiante en el plano cultural la figura del cabecita negra, que no quiere decir racialmente negro: aunque deviene de las raíces negras y mestizas, “negro” abarca en general al pobre que vino del interior a la capital. Esa legitimación permitió que la cultura popular urbana y rural, y algunos de sus productos y atributos, consiguiesen más desarrollo y canales de expresión.. Para seguir con el ejemplo, fue la época del desarrollo cada vez más sofisticado del tango, acompañado de las grandes orquestas y los bailes populares. 

Ese proceso de importantes cambios en el plano cultural, y  especialmente en la vida material cotidiana de grandes mayorías populares, generó mejores condiciones para el desarrollo de las culturas populares y de sus productores. Sin embargo, las propias limitaciones políticas e ideológicas del reformismo nacionalista restringieron el alcance de esos cambios culturales y no abarcaron al conjunto de las diversas culturas sometidas. Por ejemplo,  así como la sed de tierra de los campesinos no fue satisfecha en aquel proyecto, hubo también frustración del desarrollo propio de las comunidades de los pueblos originarios. No obtuvieron la tierra de los latifundistas y permanecieron  “invisibilizados”  y oprimidos.

Derrocado el gobierno peronista en 1955, con sus características contradictorias de legitimación de lo popular, entramos en una nueva etapa. Desde los años 50 y en la década del 60,  se inicia en la Argentina un período caracterizado por la renovada ofensiva de la penetración cultural imperialista, cuyo vehículo es el avance de los potentes medios de difusión de masas, o sea, la televisión y la radio. Esta constituyó una nueva fase de vaciamiento y silenciamiento de las diversidades culturales populares, por medio de los “mecanismos de mercado” o, en otras palabras, con el predominio del capital extranjero y de sus socios locales en la producción y difusión de la cultura.

El tango, por ejemplo, padeció esa ofensiva avasalladora de desnacionalización. El género permaneció, salvo excepciones, confinado en la tradición y limitado en su desarrollo, no pudiendo dar respuestas y ser retomado por las nuevas generaciones, que venían padeciendo esa nueva ofensiva.

A la vez desde los años 60 se desarrolla un período de auge polifacético de los  movimientos de luchas populares. Este auge de luchas sociales y políticas es condicionante e impulsor de la búsqueda de respuestas eficaces a aquel reforzamiento de la  dependencia cultural. Por un lado, y siguiendo con la música, se actualizarán con nuevos contenidos la música y canción folclórica, enraizando en las jóvenes generaciones. El fenómeno eclosiona y se convierte en masivo, abonado por la precursora y gigantesca producción de Atahualpa Yupanqui, una obra  sustentada en un recorrido de rescate y desarrollo de los genuinos elementos de la expresión musical y poética de la población rural criolla y sus productores naturales. Esa recuperación y actualización, opuesta a la del “nacionalismo aristocratizante”, sirve de base al desarrollo de la música “folclórica” por las nuevas generaciones con elementos que reflejaban  los procesos y necesidades de aquel presente. 

 Posteriormente, emerge, también en el seno de la juventud, un impulso a la recreación de la música popular urbana, con la composición de las letras del rock en español, generándose así el denominado “rock nacional” argentino, que irá impregnando las prácticas culturales de importantes contingentes de la juventud de las capas medias y la clase obrera, sobre todo urbanas. Estas respuestas culturales acompañaban la masiva incorporación de la juventud, como sector específico, a la lucha social y política de aquella década, en un auge de alcances mundiales.

  Un corte fundamental, que desde hace treinta años sigue condicionando la vida económica, política, social y cultural de los argentinos sobreviene con el Golpe de Estado de 1976, que instauró la dictadura de Videla, la más sangrienta de todas las dictaduras padecidas. Esta inaugura en el plano cultural una nueva ofensiva de “vaciamiento” y “homogeneización”, una verdadera operación, sustentada en el terror,  de desconexión del pueblo argentino con su propia historia y sus diversidades culturales.

 En los siete años que duró la dictadura militar se profundizó la dependencia del país, un proceso de desindustrialización y concentración latifundista y un grave retroceso en las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población. Los dictadores, sus beneficiarios  e ideólogos defendían el retorno a la  Argentina “grande” de 1910, aquella Argentina oligárquica, exportadora de granos y de carne a Inglaterra. Se presentaron como una nueva versión y continuación de la oligarquía liberal fundadora del Estado en 1880, conmemorando la “Conquista del Desierto” contra los pueblos originarios. Difundieron una visión retrospectiva de la historia desde la óptica de los Virreyes coloniales, desatando campañas chauvinistas contra el hermano pueblo de Chile con motivo de los conflictos limítrofes y la escalada de preparativos bélicos entre las dictaduras de Videla y Pinochet..

Utilizaron para ello los medios masivos de comunicación monopolizados, públicos y privados. Impusieron una feroz censura y sus contenidos en el aparato educativo. Esta vez la operación de vaciamiento y homogeneización se encauzó a través del silenciamiento inherente al terror dictatorial. La estrategia del terrorismo de Estado en la Argentina buscó desarticular a todas las organizaciones que le ofrecieran resistencia en el plano económico, social, político y cultural. Las consecuencias culturales fueron el   grotesco envilecimiento cultural típico del terror fascista, y el enmudecimiento, el silenciamiento en la esfera pública, de todas las expresiones culturales del pueblo argentino. Fueron afectadas las expresiones comunitarias, urbanas y rurales, y también la cultura erudita y la ciencia; las prácticas culturales populares y las  de los trabajadores de la cultura, la ciencia y el arte.

Aquí nuevamente vuelve a ponerse en primer plano la relación histórica entre preservación y desarrollo de las culturas populares y el desarrollo del conflicto social en la Argentina. En las más terribles condiciones, la dictadura generó una gran resistencia, hecho poco conocido y valorado en los análisis. Desde el primer día del golpe, aún con el ejército dentro de las fábricas, surgieron huelgas de trabajadores; un profundo movimiento democrático emergió, con el ejemplo paradigmático de las Madres de Plaza de Mayo; esa resistencia, primero subterránea y luego pública y visible abarcó a múltiples sectores sociales. En el plano cultural, el proceso de vaciamiento de la propia identidad y de silenciamiento generó también su opuesto, una resistencia cultural con diversos afluentes: en la juventud urbana, en sectores de las capas medias, de la intelectualidad, en los barrios populares; en los escenarios teatrales, en la música, en las revistas literarias subterráneas, etc. Y desde el período final de la dictadura, mediada por la guerra de Malvinas contra Gran Bretaña y la gran conmoción social y política de masas que generó, se va abonando el camino a una emergencia creciente de las culturas populares campesinas, inclusive de los pueblos originarios.

Teatro abierto
https://www.periodicovas.com/teatro-abierto-una-experiencia-unica-y-colectiva-como-reaccion-a-la-dictadura-militar/

En 1984, en el principal teatro moderno de la ciudad de Buenos Aires, un grupo de artistas e intelectuales que habían sido figuras protagonistas de la resistencia antidictatorial organizó, sin apoyo oficial, una Semana llamada “Cultura de la Resistencia”. Además de la exhibición de revistas culturales clandestinas, de fotos y obras y producciones de artistas profesionales y trabajadores de la cultura, etc., subieron al escenario no sólo cantores populares profesionales, sino también cantoras campesinas de coplas, las comparsas cantadas acompañadas de caja, de los valles andinos del noroeste argentino; bailarines de malambo, danza y ritmo criollo de la zona rural pampeana y bonaerense; payadores, cantores naturales criollos con guitarra improvisadores de versos  y diálogos cantados. También subió al escenario por primera vez Aimé Painé, joven y talentosa cantora indígena, hija del pueblo mapuche, que tuvo la oportunidad de estudiar y recibir educación. A lo largo de la dictadura,  recorriendo el Sur, se dedicó a recuperar los saberes de las abuelas “paisanas” (como se llaman los de su pueblo),  la lengua y la canción mapuche, desarrollarlos y difundirlos en sus comunidades y fuera de ellas.

En aquella ocasión, miles de ciudadanos de la ciudad de Buenos Aires escucharon, por vez primera, el canto mapuche real, no extinto, que era cantado en la colectividad originaria por Aimé Painé. Desgraciadamente, ella murió poco después.

Se despliega ya en la escena pública un proceso subterráneo, pero creciente, de búsqueda de enraizamiento, de localidad, de recuperación de aquello que viene desde abajo, desde adentro y desde antes del vaciamiento gigantesco que culminó con la dictadura militar. Esta sed de historia, de raíz y de vínculo, con esas expresiones, se fue manifestando en la generación joven, tanto en las provincias como en sectores de la intelectualidad, de los estudiantes y de aquellos que trabajan con el arte.

Sintomáticamente, la palabra “raíces” comenzó a aparecer en nombres de revistas, de centros culturales y de programas de radio. Desde la década de 1980, surgen diversos cauces de esta búsqueda.

Hubo, en la época, una polémica en el campo de la música popular con respecto a sus perspectivas de desarrollo. Por un lado, cantores profesionales recorrían las diferentes ciudades de la Argentina, propiciando escenarios para que los cantores y músicos naturales pudiesen expresarse y la población, incluidos los alumnos de escuelas primarias, pudieran conocer y reapropiarse de esa producción popular. Entre los ejemplos están León Gieco y Leda Valladares, que hicieron una compilación de las más maravillosas voces de los campesinos del nordeste argentino. A la vez, en la cultura popular urbana, un discurso dominante en esos años desde el punto de vista político-cultural, afirmaba que “los argentinos vinimos de los barcos”. Esa era una visón unilateral de la historia, que escondía lo que precisaba ser rescatado, porque estaba oprimido e “invisibilizado”. Respecto de la música folclórica, una línea que postulaba la “proyección folclórica” latinoamericana en términos genéricos afirmaba una contraposición entre  tradición e  innovación. Identificando la tradición con lo muerto y lo pasado y con el “folclore” regimentado por el viejo nacionalismo oligárquico, esta tendencia ideológica escamoteaba la necesidad de conocimiento, de conexión con elementos tradicionales populares persistentes, que en su seno albergan una riqueza de particularidades, no muertas sino oprimidas, como sus productores, en su desarrollo. Particularidades a conocer y rescatar, resistentes porque expresan las condiciones, necesidades y saberes de sus productores. 

Recuerdo al respecto de esta discusión de entonces la posición que exponía una discípula de Atahualpa Yupanqui, fina cantora y guitarrista, Suma Paz, que estudió y difundió en particular los diferentes estilos de la música popular de los más oprimidos del campo pampeano y sureño, música más sojuzgada y menos difundida por los medios masivos de comunicación que la de otras regiones, y que perdura en los pueblos y ciudades de la llanura. Ella intervino en esa polémica planteando la necesidad de rescate de esas particularidades para desarrollar lo nuevo, tomando en cuenta a los productores y destinatarios del canto, y señalando que no se puede desarrollar lo que no se ama, no se puede amar lo que no se conoce, y para ello hace falta respetarlo y conocerlo en sí.  

Esta polémica ha sido resuelta en el desarrollo posterior a los años 90 y numerosos jóvenes  del “interior” y de la Capital desarrollan esa búsqueda respetuosa tanto en la música popular rural, como también en el tango y sus instrumentos. No se trata de una polémica predominante, pero ese fue un momento crucial de la problemática sobre cómo recuperar la sabiduría de los ancianos y desarrollarla sin vaciar su particularidad.

La última gran ofensiva de devastación y vaciamiento de las culturas populares en Argentina se produce desde los inicios de la década de 90. En la Argentina menemista (esto es, de la era de Carlos Menem), las políticas gubernamentales, según el “Consenso de Washington”, generaron y fueron acompañadas por una nueva “homogeneización” producida por la penetración cultural imperialista, la “cultura McDonald”. El gobierno argentino, una expresión extrema de las políticas  neoliberales en la región, produjo  la entrega del patrimonio público, reforzando la dependencia con la presencia directa de monopolios extranjeros, que controlan las principales ramas de la economía, incluyendo resortes estratégicos para la soberanía nacional. Se proclamó la entrada de la Argentina en “el Primer Mundo” reforzando la antigua y oligárquica  imagen alienada de los argentinos sobre sí mismos. El anuncio de la entrada al Primer Mundo fue falso: este proceso trajo solamente miseria, desempleo y hambre en grados no conocidos anteriormente en la Argentina; degradación de la educación y la salud pública, pérdida de derechos y conquistas sociales  y de poder de decisión de las masas,  en el sentido más elemental de la democracia. Esto sucedió en el marco de la llamada globalización, presentada como universalización económica, social y cultural, y difuminación de los espacios nacionales y de sus contradicciones cuando, en realidad, se producía una  afirmación y profundización de las relaciones de dominio, de hegemonía y de opresión de algunas potencias sobre la inmensa mayoría de naciones de la humanidad. Significaba también la profundización de la dominación y de la desigualdad  social dentro de cada país.

  Como señalamos, se profundizó el deterioro de la educación pública, que, para bien o para mal, había sido eficaz en las etapas anteriores del país. Así con la crisis emergente de esas políticas se condenó al hambre, la miseria y el analfabetismo a grandes mayorías populares, principales protagonistas de la cultura nacional y de la diversidad cultural ahogada por el predominio de la cultura imperialista, por la desnacionalización y la extranjerización de la cultura. Sustentado en los postulados “globalizadores”, e incorporando con gestos cínicos invocaciones a tradiciones culturales populares, en el discurso político-cultural hegemónico parecía no existir más la nación argentina.

Contra esta última operación de vaciamiento y devastación tanto de la identidad nacional como de las diversidades culturales populares, surgirán respuestas culturales  eslabonadas y estimuladas nuevamente por los grandes movimientos de protesta popular que culminaron en el año 2001.

Ya en 1992, en plena ofensiva “globalizadora”, ello se manifestó con motivo de  las conmemoraciones internacionales de los 500 años del denominado “descubrimiento de América”, en verdad, “el encubrimiento de América”. En la Argentina, donde la presencia del imperialismo español es muy poderosa, por el control de la principal empresa petrolera del país y de gran parte de los servicios públicos, se desarrolló una parafernalia mediática, cultural y académica. Tales eventos también implicaban una alienación con relación a la verdadera historia del país y de América.

Esa operación ideológica y cultural encontró una réplica inédita y extendida, de la que fui testigo y protagonista, en muchas escuelas del país, en varias regiones surgió un contradiscurso de docentes de las escuelas primarias, que denunciaba el verdadero carácter de la conquista de América. Las réplicas también pusieron en primer plano la voz de los herederos de los primeros perjudicados por la conquista: los pueblos originarios, que con su presencia y su voz desnudaban la verdadera historia de la dominación y también de la resistencia contra ella. Esto se multiplicó en todas las regiones del país, generando, finalmente, una gran concentración con intercambio de expresiones culturales populares en el Obelisco, situado en la avenida principal y más famosa de Buenos Aires, precedido por un cartel con la siguiente inscripción: “Indios, negros, criollos e inmigrantes, a 500 años de la conquista,”. En aquella ocasión, no se veían solamente artesanías y cantos folclóricos de la cultura popular criolla, sino también a los pueblos indígenas, que aparecieron en la escena pública de un modo inédito en la historia del país.

Música mapuche trutruca
https://www.youtube.com/watch?v=EHJr63oTLcw

A partir de 1994, los resultados de las políticas neoliberales ya señalados comenzaron a recibir una poderosa respuesta en la emergencia de levantamientos y movimientos de protesta popular, las puebladas. Grandes rebeliones urbanas, iniciadas primeramente en ciudades del interior del país. Aglutinaron alrededor de obreros y trabajadores desocupados y sectores populares que luchaban contra el hambre a grandes mayorías de esas ciudades. El hambre era un fenómeno hasta entonces inédito en la Argentina, y pasó a ser junto al reclamo por empleo un elemento decisivo de la lucha. Se sumaron a ellos las capas medias, estudiantes, trabajadores estatales y comunidades campesinas originarias de Salta, Neuquén y Jujuy. En un proceso en espiral, la protesta popular abarcó las grandes ciudades y el Gran Buenos Aires expandiéndose el movimiento de desocupados, los piqueteros. El movimiento tuve un momento culminante cuando el pueblo argentino, enfrentando el colapso económico y la declaración del Estado de Sitio, se rebeló y depuso al presidente De La Rúa en diciembre de 2001. Por primera vez en la historia, un presidente electo constitucionalmente fue derrocado no por un golpe de Estado, sino el pueblo en las calles.

Fue durante ese proceso de años, antes y después de 2001 que vuelven a emerger las culturas populares que se manifiestan en una gran diversidad y profundidad, y se conjugan en un cauce común contra la desnacionalización y el vaciamiento cultural. Los movimientos sociales de reivindicación, contra el hambre y por la tierra, el empleo, la libertad y la independencia nacional articulan y potencian en el plano cultural la lucha por la afirmación de la soberanía nacional cercenada  junto con el rescate y desarrollo de las diversidades culturales populares. También se articulan en esas luchas las necesidades materiales de la producción cultural popular con la defensa y desarrollo de sus contenidos particulares.

El 19 de abril  del año 2002, se realizó por primera vez una marcha de comunidades y representantes de pueblos originarios de todo el país a la Plaza de Mayo. Defendían su derecho a la tierra, denunciando principalmente el latifundio y la extranjerización de las tierras de la Patagonia y otras zonas, problema que afecta a los campesinos, a las comunidades originarias y a la Nación entera y continúa hasta hoy. A la vez, en esa lucha se unió la reivindicación del derecho a la autodeterminación de los pueblos, a su territorio y, a la vez, la defensa de la nación argentina en su conjunto, contra la extranjerización de la tierra. Recientemente, en otra marcha que recorrió 100 kilómetros a pié en el Chaco, los campesinos que viven en tierras comunitarias o ajenas y trabajadores rurales del pueblo q´om (toba) se hicieron presentes, hablando por primera vez sus dirigentes en la plaza de Resistencia, capital de la provincia. Esta emergencia, desarrollo de su organización y reivindicación de pueblos originarios oprimidos por el Estado Argentino, no abarca sólo a las comunidades rurales sino también a habitantes de los barrios de los cinturones de las grandes ciudades como Rosario, segunda ciudad de la República, y Buenos Aires. Este ha sido uno de los productos más significativo, en términos de resistencia y expresión en la escena pública de las diversidades culturales argentinas, del auge de luchas populares del último período, el que adquirió una gran profundidad con el protagonismo de los sectores más oprimidos de la población.

Ese auge popular hizo brotar en su desarrollo nuevas prácticas  y manifestaciones de las culturas populares. Es interesante la recuperación de las Murgas, agrupaciones carnavalescas con tambores y canto, con tradiciones específicas y diferentes en Montevideo y en Buenos Aires. La murga había desaparecido décadas atrás de los carnavales porteños a partir de la época de la penetración cultural de los medios de comunicación masivos, y con la prohibición del carnaval y la eliminación del feriado de Carnaval en la ciudad de Buenos Aires desde la dictadura de 1976. Durante las luchas de los años 90, se conforman nuevamente agrupaciones y organizaciones conformadas por jóvenes de los barrios de la Capital Federal. Los jóvenes organizaban las agrupaciones para el carnaval, y buscaban a personas que rescataban la tradición, estudiaban y ofrecían talleres para enseñar el baile, a tocar instrumentos. Se recreaba el canto con los contenidos críticos e irónicos de sus letras. Ese proceso se multiplicó con el argentinazo, el levantamiento popular de 2001, en muchos barrios, en escuelas de enseñanza media, en torno a los centros de estudiantes, en clubes y distintas organizaciones sociales. Las murgas también acompañaban las manifestaciones políticas y sociales de los distintos movimientos populares. Estos movimientos, que incluyeron la recuperación y puesta en funcionamiento por sus trabajadores de fábricas cerradas, fueron el contexto del florecimiento, con la participación de la población pobre de las ciudades, de múltiples prácticas y producciones culturales, tradicionales y nuevas sin desconexión entre ellas.

En el mismo sentido se desarrolló una tendencia a la recuperación juvenil del tango, en la producción musical y en el baile, que trasciende la manipulación en provecho del negocio turístico que predomina en las políticas públicas y de las “industrias culturales”.

Se configuró así una nueva situación que ha revitalizado y hace visible la enorme diversidad cultural existente entre el pueblo argentino. Se reveló también la gran opresión a la que fue sometida históricamente esa diversidad. Estos nuevos desarrollos enfrentan a la cultura dominante, y se conjugan en un cauce que busca afirmar una identidad nacional, liberada de sujeciones, democrática y pluricultural,

América del Sur es recorrida hoy por grandes movimientos populares de cambio. Esta realidad se manifiesta en una diversidad de procesos nacionales; en todos ellos irrumpen las culturas populares y sus reivindicaciones.

A su vez, las políticas públicas en la Argentina no han cambiado de forma profunda. Hay un rescate de elementos de la cultura popular, pero la estrategia pública está centrada en el desarrollo del turismo y de las “industrias culturales”.

Frente a esta nueva realidad, surge el debate, por ejemplo en las bandas juveniles y murgas sobre el camino para su desarrollo. Aparecen tres posiciones: una propugna adaptarse, ponerse “el traje y la corbata” y aceptar el subsidio y el condicionamiento estatal o de empresas privadas, con las consecuencias políticas y culturales del caso. Una segunda posición rechaza los condicionamientos que conlleva la subordinación a las políticas culturales oficiales o de las empresas privadas, tanto para los destinatarios como para los productores de esa cultura. Pero entonces propone una autonomía “en los márgenes”. Una tercera posición impulsa demandar, exigir y recibir del Estado aquello que éste debe brindar a los sectores populares  y a sus culturas, conservando la autonomía y uniendo sus reclamos a todos los reclamos educativos y culturales del pueblo.

Esta última posición se articula con una perspectiva más amplia de transformación de la sociedad. Las culturas populares se han desarrollado en lucha contra la cultura dominante y los factores de opresión que la sustentan y ese desarrollo a su vez expresa y alimenta los caminos de cambios sociales y políticos. Al mismo tiempo, tales perspectivas de cambio profundo, económico, social y político son los que permitirán el pleno florecimiento de esas culturas y de sus productores.

Nota: 

1 Claudio Spiguel. “Colonizacao  e resistencia nas culturas populares da America do Sul”, en Secretaria de Identidade e da Diversidade Cultural, Ministerio da Cultura, II Seminário Nacional de Políticas Públicas par as Culturas Populares/ I Encontro Sul-Americano das Culturas Populares, Sao Paolo-Brasilia, Brasilia, 2007, ISBN 978-85-60618-01-9,  pp.36-48. ( 232 ps.) CONFERENCIA 


Imagen principal: Bailando chacarera en el patio de Froilan música mapuche trutruca. https://www.youtube.com/watch?v=g5YK0hDWMxA

Claudio Spiguel (1953-2019) fue Profesor de Historia Económica y Social Argentina, Investigador en Historia de las Relaciones Internacionales, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires. 

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1 comentario

Silvia María Hernandez julio 20, 2021 - 12:56 pm

Este artículo me parece extraordinario.Por hondura,conocimiento y forma.
No tuve la suerte de conocer a su autor.
Agradecería más textos de si autoría en la publicación.Creo que tiene una gran razón cuando dice que «hay sed de historia, de raíz y de vínculos»

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